Diecisiete
Maratón 1/4
Oficina del Amekage, Amegakure
Si los jinchuriki del país de la Tierra pensaban que se iban a ir de rositas, no estaban nada acertados. Para evitar que utilizaran su chakra bijû, Kushina y Rin se encontraban presentes en la oficina de Yahiko, acompañando a los cuatro kages y sus respectivos ANBU y consejeros.
Mientras Yahiko y Nagato se mantenían de brazos cruzados observando a ambos Jinchuriki, Han y Roshi los enfrentaban con la mirada esperando el comienzo de aquella reunión; y con Minato, Rasa y Yagura junto al actual Amekage, expectantes por lo que tuvieran que decir al respecto. Segundos después, alguien tocó a la puerta, dejando que Yahiko le cediera el paso. Ésta se abrió, viendo pasar a Konan seguida de varios ANBU de la arena llevando al Tsuchikage encadenado.
—Estábamos esperando—dijo el pelinaranja de Ame tomando posición en su asiento pero quedándose de pie, mientras el resto se sentaba alrededor de la mesa.
Los ANBU sentaron al Tsuchikage en una de las sillas y a los dos jinchuriki a su lado, donde todos y cada uno de los que allí se encontraban pudieran verlos. El ambiente estaba tenso. La mirada de Ônoki parecía querer matar a los presentes, quienes combatían con valentía sus maldiciones internas.
—Bien. Empecemos.
—¿Puedo hablar yo primero?—pidió Minato con seriedad y Yahiko, algo preocupado pero intentando no demostrarlo, asintió—. Gracias... ¿Bien? No hay nada bien. Lo que empezó siendo una alianza en pos del bienestar y la futura paz del mundo shinobi... ¡ha acabado en una guerra! ¿Y por qué? Durante mucho tiempo se ha pensado en los jinchuriki como las armas de una nación ninja, y todavía hay naciones que piensan así. Puede verse claramente en esta situación, Ônoki-dono. Sus jinchuriki, al igual que la mayoría de ellos, se han visto marginados a una vida de temor y de control político y bélico por medio de los altos cargos y su aldea. Cansados de eso, buscaban ayuda... ¡Y no lo discuto! Hicieron bien al buscarla... ¡Pero no la buscaron de la manera correcta! En el proceso, dos niños se han visto involucrados en una guerra, han sido secuestrados por un kage egocéntrico que no piensa en el mundo shinobi como una unidad, y sus propios compañeros jinchuriki no han movido un solo dedo en salvarlos de su maldito líder. Estoy intentando ser lo más objetivo posible... pero uno de esos niños era mi hijo. Y por como habéis actuado, puedo adivinar que no sabéis lo que es tener un hijo. Preferir morir y salvarlo, que perderlo. Pudo haber sido otro niño, que no fuera el hijo de un kage... que no fuera mi hijo... pero seguramente habría un padre o una madre que sufriría su pérdida y yo habría ido a buscarlo.
Kushina apretaba sus puños mientras escuchaba a Minato. Recordaba aquel escenario del edificio derrumbado, cuando no sentía el chakra de su pequeño niño... y no podía evitar pensar en el dolor que sufrió al pensar que había muerto y que en parte había sido por su culpa. Mientras que, a raíz de eso... sus recuerdos derivaron a aquella noche hacía dos años en la que Naruto del futuro moría en sus brazos sin ella poder hacer nada.
—Yahiko, Nagato y Konan están levantando un país que hace poco tiempo era hogar de desgracias y territorio de huérfanos como ellos, víctimas de las constantes guerras entre las grandes naciones que usábamos este país como campo de batalla—los tres bajaron la mirada, encontrando la certeza en sus palabras—. Desean la paz por encima de todo, y todos los que estamos en la alianza gracias a ellos también lo deseamos—Yagura asintió confirmando sus palabras—. Y no solo eso... Han creado un escuadrón jinchuriki para la protección de los mismos, para que tengan una buena vida, para que pidan ayuda si la necesitan en algún momento. Pero aprovecharse de esta manera... es inaudito. Estoy decepcionado de Iwagakure muchísimo más de lo que ya estaba antes. La cabezonería y egocentrismo de vuestro país me supera. Involucrar al resto de aldeas solo por peleas internas... Si queréis seguir peleando, hacerlo vosotros y mataros vosotros. Nosotros no necesitamos más muertes.
El Namikaze suspiró y apretó sus puños sobre la mesa. Miró a Yahiko, entendiendo en su mirada que le cedía la palabra y el pelinaranja carraspeó.
—Estoy totalmente de acuerdo con Minato. Rasa-dono, Yagura-dono... ¿algo que añadir?
—Sólo... que soy consciente que no hice lo correcto con mi hijo en el pasado, y admito que he hecho muchas cosas mal. Pero escuchando a Minato, y pasando por el secuestro de mi hijo... reitero sus palabras. Mi hijo es Jinchuriki—dijo Rasa para todos en la sala— y esperaba más compañerismo por parte de los que son como él, porque seguramente vosotros pasasteis por las mismas experiencias que mi hijo. Temor por el resto de la aldea y... y continuamente probado para conocer su control y habilidad de jinchuriki— confesó con algo de vergüenza.
El resto de los presentes se sorprendió por la reciente confesión, sobre todo Minato y Kushina. Pero Rasa, ante la incesantes miradas de los presentes, suspiró y levantó la cabeza con la poca dignidad que le quedaba.
—Pero aun sin ser parte de esta alianza, me he dado cuenta de muchas cosas. Mi hijo aún es un niño, no se merecía todo lo que hice y espero solucionarlo de ahora en adelante uniéndome a la causa. Seguramente mi aldea tardará mucho tiempo en ver a Gaara como una persona y no como un monstruo o arma, pero quiero protegerlo. A él y a mis otros dos hijos. También me he dado cuenta que mi mentalidad posiblemente sea demasiado retrógrada. Ya es hora de dejar las guerras de lado, superar el pasado y comenzar un nuevo futuro en el que nos ayudemos unos a los otros. Y no lo he podido ver así hasta ahora. Lo lamento.
La sala quedó en silencio, asimilando las palabras del Kazekage. Minato respiró hondo y posó su mano sobre el hombre del pelirrojo. Una leve sonrisa apareció en señal de consolación.
—Lo importante es que te hayas dado cuenta, Rasa.
—¿Yagura-dono?—preguntó Yahiko.
—Repitiendo lo que Minato dijo hace unos momentos, los que ya pertenecemos a la alianza deseamos la paz y tranquilidad del mundo shinobi. Mi país perdió a su bijuu por oscuros planes que incluyeron a mi aldea y por los que me disculpo—comentó Yagura observando a Rin, mientras ella asentía, aceptando sus disculpas—. Y a pesar de que en un comienzo la pérdida de nuestra arma era devastadora para nuestra fuerza militar, ya he aceptado que fue nuestra culpa perderlo y hecho ver que los bijuu no son armas, sino seres con mentalidad y sentimientos propios, al igual que los jinchuriki que los portan. Es por ello que me alegra ver que el sanbi ha caído en unas manos donde sabrán valorarlo. Eso es todo.
Yahiko asintió y carraspeó ante la escena y observó a los shinobi de Iwa. Los tres parecían aburridos por la charla que ambos kage habían mantenido anteriormente, por lo que la severa mirada del akatsuki los devolvió a la realidad.
—Una vez dicho todo esto, y por implicar a 4 aldeas en una guerra sin sentido, pedimos una indemnización por todas las muertes provocadas en nuestras filas. Ônoki-dono, le guste o no, Iwagakure estará a partir de ahora constantemente vigilado por las naciones circundantes. El número de sus shinobi se verá disminuido exponencialmente para evitar otra futura lucha en pos de su egocentrismo. Los jinchuriki Han y Roshi no serán trasladados de vuelta a su país. Se quedarán en Amegakure con extrema vigilancia. Con esto no estamos diciendo que nos quedemos con sus jinchuriki para tener más poder bélico, sino para protegerlos de cualquier peligro... aunque no se lo merezcan. Aun así, vivirán como civiles. Tienen estrictamente prohibido usar su chakra a no ser que sea una situación urgente de peligro contra ellos o contra la aldea. Para finalizar, Iwagakure se verá probada en tiempos completamente aleatorios para verificar que siguen las reglas.
El Tsuchikage parecía que iba a explotar de lo cabreado que estaba. Su rostro estaba rojo por aguantarse de soltar mil y una barbaridades a los que consideraba unos niñatos sin conocimiento del mundo shinobi. Pero no se iba a quedar callado.
—¡Esto es una vergüenza! ¿Cómo podéis decir una tontería como esta al kage de una de las grandes naciones ninja? ¿¡Estáis locos!? ¡No voy a permitir nada de eso! ¿Para que en nuestro momento más vulnerable vengáis a aniquilarnos? ¡No me creo nada! Y vosotros tres, niñatos huerfanitos, ¿os pensáis que todo el mundo shinobi va a seguir vuestras enseñanzas de paz? ¡Aún no conocéis todo sobre este mundo! Pensáis que por haber perdido a vuestras familias y haber visto una guerra, ya lo sabéis todo. ¡Pero yo he luchado muchas más guerras que vosotros, he perdido muchos más shinobi que vosotros, y sé mucho más de la vida que vosotros! ¿Creéis que todos aquellos que han perdido a alguien querido por una de las otras aldeas va a perdonarlos así tan fácilmente? ¡No! ¡Ni hablar! Buscarán venganza, nunca habrá una paz completa. Por lo que me niego completamente a seguir vuestras estúpidas reglas. Me importa un rábano si me encerráis, Iwagakure saldrá adelante y formarán un nuevo ejército. Recuperaremos a nuestros jinchuriki, armas de nuestra nación, y os harán ver la verdad.
Ninguno de los presentes dijo nada durante el tiempo que Ônoki gritaba todo aquello. Admitían que en algunas cosas, el tsuchikage tenía razón, pero no por ello tenían que encerrarse en esa cerrada mentalidad de luchas y terror. Sin que nadie lo esperara, la Uzumaki se dirigió al Tsuchikage. Un aura poderosa la rodeaba y nueve de sus cabellos levitaban en señal de que la pelirroja estaba muy muy enfadada. Los ANBU que vigilaban al kage no sabían qué hacer, si protegerlo de algún ataque o evitar ser perjudicados por aquella terrorífica mujer.
Kushina agarró el traje del Tsuchikage y lo levantó hasta tenerlo a su altura. Minato, al ver la cara de Ônoki intentando no parecer asustado, intento detener a Kushina, pero ella lo calló al estirar su brazo con el índice levantado hacia él. Sin más que decir, volvió a sentarse y dejó que la Uzumaki hiciera lo que tuviera que hacer.
—Ônoki-sama—habló ella con una sonrisa terrorífica—. Nuestra pelea en el campo de batalla fue intensa. Si no fuera porque aquel edificio se derrumbó, ya estarías muerto. Así que permíteme decirte un par de cosas para que te enteres, 'ttebane. No te queda más remedio que seguir las reglas que te impongamos, porque si no seré yo misma la que vaya al País de la Tierra y mate a todos y cada uno de los que viven allí. ¿Te ha quedado claro?—antes de que el kage pudiera reclamar, Kushina apretó con más fuerza y se acercó más a él—. ¡Ah!, se me olvidaba. Estarás allí para verlo con tus propios ojos y serás el último. ¿Qué te parece?
—No serías capaz. Después de ver tu sufrimiento por creer que tu bastardo había muerto, dudo mucho que mates a mujeres y niños inocentes así tan fácil. ¿Te crees que soy tonto?
Kushina sintió que su jugada había fallado, pero una voz en su cabeza la hizo reaccionar.
—Déjame un momento el control, Kushina. A ti puede que no te crea, pero yo soy muy capaz.
La Uzumaki dudó por un momento, pero sin decir nada más, aceptó. El aura se volvió mucho más poderosa, los colmillos de Kushina crecieron, tres marcas en sus mejillas aparecieron y sus ojos cambiaron a un profundo rojo sangre con una pupila rasgada. Al hablar, su voz era mucho más grave y en su tono y esa gran sonrisa que aparecía en la cara se podía entrever una actitud arrogante.
—Oh... Tsuchikage... Puede que Kushina no sea capaz de matarlos, pero no dudes que yo no sea capaz.
—¿¡K-Kyubi!?—preguntó asustado, pero no era el único. Todos se colocaron en posición defensiva en caso de que se saliera de control, aunque Minato confiaba en Kushina. Si lo había dejado salir, era por algo.
—Sí, el Kyubi. ¿Qué pasa? ¿Tienes miedo, viejo terco? Jojojo, si el propio kage de la aldea me teme, no me quiero imaginar el resto. Qué placer será ver sus caras de terror antes de masacrarlos. Sí... Tú, uno de los que nos han utilizado como armas y como seres repugnantes. ¿Te piensas que te tendré piedad por estar encerrado en este cuerpo? No, para nada. Será un placer verte exhalar tu último aliento. Ya es hora de que dejes este mundo y dejes el sitio a otros.
—¿¡Vais a dejar que nos amenace así!?
—No me voy a meter—habló Yahiko con una sonrisa pícara—. Solo tienes dos opciones, tú eliges.
El lugar se volvió tenso, esperando la decisión del Tsuchikage. El mismo se sentía humillado ante el resto, pero de todas formas, no tenía más opciones. Tenía que aceptar si no quería ver al Kyubi destrozando su hogar. Los dos jinchuriki a su lado lo observaban impacientes por saber qué iba a decir. Con un gruñido, miró a la jinchuriki y con fiereza, gritó:
—¡Suéltame, monstruo! ¡Voy a hacerlo, pero eso no significa que me guste! ¡Suéltame he dicho!—el kyubi volvió al interior de Kushina y fue ella la que soltó al kage sin cuidado, haciendo que él se molestara—. Acepto. Haré lo que me habéis dicho, pero no esperéis que trate a vuestros espías con respeto ni simpatía.
—Perfecto, entonces. Algunos de mis ninja lo llevarán a su aldea como escoltas. Espero que lleguen vivos, sino ya sabe lo que sucederá—comentó el akatsuki con seriedad—. No seremos simpáticos con vosotros tampoco hasta que nos demostréis que podéis cambiar.
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¡Buenas! Sé que hace mucho tiempo que no publico y lo lamento muchísimo, dattebane... La cosa es que para expiar mi gran pecado... he hecho varios capítulos, los cuales aún tengo que revisar (porque tengo fallas de estructuración :V) y serán parte de una maratón de 4 capítulos publicados en los próximos días. Así que estad pendientes ;D
No estoy muy conforme con este capítulo pero cuando me sienta un poco más inspirada, lo editaré. Lo que me recuerda, que también estaré editando tanto la historia de Los Viajeros del Tiempo (por los errores que tuve y quiero subsanar), como esta historia, en la que pondré imágenes, separadores, etc.
Y con tristeza os comunico que tengo exámenes en septiembre, así que muy posiblemente volveré a estar ocupada y no tendré mucho tiempo que escribir. Lo bueno, es que este es muy último año (eso espero) y podré dedicarme mucho más a esto. Así que... uff Quiero acabar ya...
En fin... ¡Nos vemos en el próximo capítulo!
Se despide, Luthien. Ciao!
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