El desastre de los transportes
Code: Lyoko y sus personajes son propiedad de MoonScoop y France3.
El desastre de los transportes
Si a Ulrich le pagasen un euro cada vez que acababa durmiéndose en un tren y se pasaba de parada sería rico, pero nadie lo hacía.
El traqueteo sobre la vía había acabado venciéndole, creía que había soñado con sus amigos en una especie de fantasía blanda y agradable en la que todo era perfecto e indoloro, pero la mano sacudiéndole con fuerza por el hombro le había puesto fin, arrancándole la calma de un plumazo.
Ulrich miró a su alrededor aturdido y confundido para toparse con el ceño fruncido del revisor.
—Hemos llegado al final de la línea.
—¿Qué? —atinó a balbucear.
—Señor, debe bajar del tren.
Aún aturdido y desubicado se puso en pie, bajó su mochila del portaequipajes y siguió al revisor afuera. El viento frío de la montaña le golpeó en la cara como una mano gélida que le despabiló al instante. Miró el cartel de la estación y maldijo entre dientes. Se había pasado su parada, al menos sólo eran dos paradas, no era un desastre tan grande.
—Disculpe, me he pasado de parada al dormirme —farfulló logrando que el ceño del revisor se frunciera de nuevo—. Tendría que haberme bajado dos antes, ¿cuándo sale el próximo tren de regreso?
—Dentro de una hora y media —contestó sin molestarse en mirar ningún reloj. Ulrich suponía que no había tanto tráfico ferroviario como para no poder aprenderse los horarios de memoria—. Puede esperar en el vestíbulo.
Ulrich asintió, esperaría tomando algo caliente con lo que combatir el frío y procuraría no pensar demasiado en Yumi, no porque Yumi no mereciera que pensase en ella, sino porque la incertidumbre le dolía y pesaba a partes iguales. Sin embargo, al llegar al vestíbulo, se encontró con algunos bancos de madera, la taquilla y un torno; nada de cafetería o cuarto de baño. Ulrich soltó una carcajada agradeciendo estar allí sólo. Había olvidado que aquello no era la ciudad, sino una pequeña estación en un diminuto pueblo de montaña, que en aquel tipo de estaciones no había nada.
No podía esperar allí hora y media. Sacó el móvil del bolsillo del abrigo y miró en el GPS la distancia entre aquella estación y el hotel de Odd. Exhaló un suspiró, eran cuarenta kilómetros más, que en realidad no eran muchos, pero al tipo del taxi y su taxímetro le parecerían una diferencia suculenta.
Vio al revisor entrar a la estación y le asaltó, el hombre volvió a fruncir el ceño como si maldijera su suerte.
—Disculpe, ¿hay alguna parada de taxis cerca?
—Puedo llamarle a uno —contestó con un tono que parecía suplicarle que le permitiera hacerlo para perderle de vista.
—No, sólo dígame dónde puedo conseguir uno.
—Bueno, a veces hay alguno aparcado en la entrada, si no puede probar suerte frente al ayuntamiento.
—Fantástico, gracias.
Ulrich se dispuso a salir, pero se detuvo de nuevo.
—Disculpe. —El revisor se limitó a menear la cabeza y esperar a que continuase hablando—. ¿El ayuntamiento queda muy lejos?
—En el centro, al salir tire a la izquierda hasta una calle ancha, allí tuerza a la derecha y frente a la iglesia lo encontrará.
—Gracias.
Se acomodó el equipaje al hombro y, esta vez sí, se dispuso a salir de la estación.
—Turistas —protestó el revisor al tiempo que la puerta se cerraba.
—A la izquierda —murmuró Ulrich fingiendo que no le había oído, entrar y decirle algo no habría servido de nada, a parte sería absurdo—. Busca una calle ancha.
Tal vez habría sido más simple si le hubiera dado el nombre de la calle ancha en cuestión, aunque siempre podía volver a preguntar. Suponía que el concepto de calle ancha no sería el mismo que tenían en París y su área metropolitana, por lo que buscó una calle por la que pudieran circular dos vehículos a la vez. Llegó a lo que supuso era la calle principal y le preguntó a una mujer cargada de bolsas que señaló hacia la derecha por donde la torre del campanario de una iglesia se asomaba; le dio las gracias continuó su camino.
Deseó tener suerte y que hubiera alguno allí aparcado que, por una vez, la suerte le sonriera, le tendiese la mano y le susurrase al oído:
—Querido Ulrich, aquí tienes el hermoso taxi que, no sólo huele bien, sino que, además, te llevará a tu destino después tan desastrosa siesta en el tren. Porque mereces que todo salga bien y poder ver a Yumi sin hacer el ridículo.
Sí, ojalá, por una vez. Le pasase algo así. Sería fantástico. Porque, en realidad merecía tener un poco de buena suerte y no parecer un idiota.
Se ajustó el asa de la mochila al hombro y apretó el paso decidido a acabar con la duda de si los hados le sonreirían o volverían a reírse a carcajadas de él. Recortando la distancia con el campanario, entreviendo a algún turista, cámara en mano, intentando atrapar para siempre el edificio en una tarjeta digital.
—Que haya un taxi, por favor, que haya un taxi —suplicó con su aliento condensándose frente a sus ojos.
Vio el cielo abierto al entrever un vehículo estacionado bajo la señal de tráfico medio doblada que anunciaba la parada de taxis. Iba a tener suerte, no podía ni creérselo, la suerte estaba de su parte, no haría el ridículo llegando tarde por haberse dormido en el tren. Sin embargo, él era Ulrich Stern y la suerte solía darle la espalda cuando más la necesitaba.
Una mujer, envuelta en un elegante abrigo de pieles y con dos maletas y una bolsa de mano, asaltó el taxi y se metió en su interior mientras el conductor se ocupaba del equipaje. Retuvo las ganas de chillarle que aquel era su taxi, porque no habría servido de nada y, además, la mujer había llegado al vehículo antes que él.
Soltó un bufido. No había ningún otro taxi. Iba a llegar tarde por haberse dormido en el tren. Maldita fuera su suerte.
Al menos había una cafetería y se ahorraría el congelarse el trasero.
—Maldita sea —farfulló.
Ojalá el siguiente taxi no tardase demasiado en llegar.
Continuará
Notas de la autora:
¡Hola! Con la mala suerte de Ulrich acabamos el tercer día.
Mañana más.
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