Cambio de tiempo
Code: Lyoko y sus personajes son propiedad de MoonScoop y France3.
Cambio de tiempo
Aelita acabó de secarse el pelo y lo peinó con esmero. Lo había dejado crecer un poco con la esperanza de que dejase de parecer un nido de pájaros, pero las ondas a medio definir siempre se confabulaban en su contra. A veces, mirándose en el espejo, se preguntaba por qué no podía tener un pelo bonito como el que había tenido su madre. Le sacó la lengua a su reflejo y salió del baño dando pasitos alegres.
Jérémie estaba sentado en la cama, perfectamente vestido, con el portátil abierto en su regazo y el teléfono móvil conectado para lograr señal. No necesitaba preguntarle qué estaba haciendo para saberlo, estaba escaneando la red. Era como una obsesión y, si no lo estuviera haciendo por ella, no dudaría en recriminárselo.
—¿Hay algo?
—No, nada. Sólo quería comprobar que no había cambios —musitó desconectando el móvil y bajando la pantalla del portátil—. Bajemos a desayunar, me muero de hambre.
Enredó el brazo con el de Jérémie más animada ante la certeza que no se pasaría el día pegado al ordenador, esperanzada con ser capaz de sacarlo de entre las cuatro paredes del hotel y hacer alguna ruta corta a pie. Sabía que había un lago cerca y le encantaría poder verlo a su lado, se lo propondría, esperaba que aceptase.
La puerta de la suite frente a las escaleras se abrió al mismo tiempo que la suya. Aelita sonrió al ver asomar la cabellera castaña, rebelde y revuelta de Ulrich, al menos ella no era la única con un nido para pájaros sobre la cabeza.
—Buenos días —le saludó educado Jérémie.
—Buenos días —replicó él cerrando.
—Íbamos a desayunar, ¿nos acompañas? —preguntó Aelita a pesar de que, por allí, no había otro sitio para hacerlo si no era cogiendo un taxi para bajar al pueblo más cercano.
—Claro, estoy muerto de hambre.
A Ulrich le había sentado bien la noche en el hotel. Había descansado y la sensación de ridículo por su desastroso viaje se había diluido como el azúcar en una taza de café recién hecho. Esperaba poder enmendarlo no volviendo a parecer idiota durante el resto de aquellas pequeñas vacaciones.
—¿Se habrán levantado ya los demás? —inquirió Jérémie mirando las puertas cerradas. En Kadic él siempre era el primero en despertarse, pero ya no era tan madrugador.
—Es pronto, puede que aún duerman —contestó Aelita sin soltar su brazo.
—Cuando estemos abajo lo sabremos —declaró Ulrich iniciando el descenso.
Si se hubieran encontrado a Aelita en el descansillo de abajo habría sido exactamente como volver a moverse por Kadic, casi parecía que Jim asomaría la cabezota para meterles prisa y que fuesen a desayunar. La idea le hizo dibujar una sonrisa divertida.
El vestíbulo estaba desierto, pero la puerta que llevaba al comedor permanecía entreabierta, del interior escapaban varias voces. No eran los primeros en levantarse. Ulrich les dejó entrar primero y cerró la comitiva, casi como si quisiera cubrirles las espaldas de los monstruos de X.A.N.A. que a veces aún le asediaban en sueños.
—¡Ey! ¡Buenos días! —saludó Odd con ánimo y energía sentado en la mesa que compartían todos—. Servíos lo que queráis, hay de todo.
Los tres tomaron unas bandejas y revisaron la comida sobre la mesa de servicio. Realmente había de todo. De haber estado Rosa tras la mesa, sirviendo, la sensación de estar en Kadic habría sido aún más intensa. Jérémie se sirvió zumo de naranja, algunas rebanadas de pan tostado y tomó varios envases individuales de mermelada de frutas; Aelita apostó por el chocolate con leche, cereales y una tostada con mantequilla; Ulrich miró las bebidas y se inclinó por el café, tal vez más por el hecho de querer parecer adulto que por el hecho de que le gustase, le añadió leche sorprendiéndose de lo oscuro que se veía a pesar de la gran cantidad de leche que le había echado, tomó cereales y tostadas, queso de untar y mermelada de fresa.
Ulrich cruzó la mirada con Yumi que le quedaba justo enfrente, sentada al lado de William, como si fuera ese su lugar natural. No le molestó y eso le sorprendió gratamente, porque creía que nunca lograría verlos cerca sin acabar de los nervios. Quizás eso significaba que Yumi empezaba a desenredarse de su alma al fin.
—¿No te encuentras bien? —preguntó Aelita con preocupación genuina en su voz.
Emilie se quedó inmóvil con la pastilla a medio camino entre la mesa y su boca, como si la hubiesen pillado haciendo algo indebido.
—No es nada —susurró pausada—. Me duele un poco la espalda.
—¿Es por el colchón? —preguntó esta vez Odd.
Los ojos de Emilie se desviaron hacia William en busca de alguna cosa creíble que soltar y que no la dejase como una anciana achacosa. Allí nadie sabía nada de su accidente y no estaba segura de si quería que alguien, aparte de William y Yumi, lo supiera. Él se encogió de hombros y movió la mano frente a él invitándola a decir la verdad sin miedos ni complejos.
—Es que... está cambiando el tiempo y por eso me duele.
—¿Cómo a las personas mayores que les duelen las rodillas cuando va a llover? —La pregunta de Sissi no encerraba ningún tono de burla, pero aún y así se sintió incómoda.
—En realidad es algo bastante común —respondió Yumi mientras William asentía—. El cuerpo reacciona a los cambios de la presión atmosférica, el líquido sinovial puede derramarse si la presión baja mucho, eso afecta también al espacio entre vertebras.
—Se agrava con los accidentes y las cirugías —finalizó William.
—Sí, como las abuelas de pueblo —contestó Emilie.
—¿Necesitas algo?
—No, gracias, estoy bien, Odd.
—Parecéis un libro de medicina andante —farfulló Ulrich.
—Médico de urgencias, me paso el día en una ambulancia.
—Medicina general, estudiando cirugía —añadió Yumi.
No tendría que haber dicho nada, sus estudios no podían competir con eso, se sintió frustrado, se concentró en su café increíblemente amargo.
Ese no iba a ser su viaje, definitivamente.
Continuará
Notas de la autora:
¡Hola! Nunca subestiméis la capacidad de predecir los cambios de tiempo de la gente a la que le duelen las articulaciones o las cicatrices.
Mañana más.
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