El fracaso de la memoria Parte II
―Que-ri-to-do je-fe- he- ol-vi-da-do- el-en-cag-go ―le dije con voz robótica, al entrar a su oficina.
Él me dijo que tenía que hablar de esa manera para lograr que los demás recibieran y entendieran mis palabras, aunque me tardara una eternidad en modular las sílabas.
Llegué en un mal momento porque no estaba solo, una señora de unos treinta años, de la edad de mi jefe, me inspeccionó con su hostil mirada. Al parecer, no le agradó nada ser interrumpida por una retrasada o eso me dio a entender su monstruosa expresión.
Para ser una mujer bonita, de rostro delicado y actitud sofisticada parecía una víbora dispuesta a enterrarme sus colmillos e inyectarme el letal veneno que emanaba de ellos sólo para no volverme a ver nunca más en su vida.
―¿A ti no te enseñaron a tocar la puerta? ―me atacó con desprecio, sin intenciones de conservar su compostura frente al señor Berlepsch―. Que mal educada eres, ni siquiera una disculpa de tu parte al interrumpir en una reunión de suma importancia. ―Bramó la mujer que ocultaba su cansancio con kilos de maquillaje.
―No es tan importante, Tiffany ―me defendió, el señor Berlepsch―. Podemos retomar nuestra conversación en otra ocasión.
―No es necesario ―se levantó Tiffany molesta, tomando su cartera dispuesta a marcharse―. Si no quieres que este aquí, me voy. ―Dudó si marcharse o no, como si esperaba que el señor Berlepsch se lo impidiera, lo cual no sucedió―. Ni modo, me marcho. No quiero estar rodeada de estos fenómenos.
Apresuró sus pasos y azotó la puerta detrás de ella en cuanto salió de la oficina.
―Disculpa a mi hermana ―se disculpó mi jefe―. Es algo odiosa pero ¿quién no lo es? ―sonrió, al mismo tiempo que observaba un punto fijo en la pared. La nostalgia de sus ojos lo decía todo y a la vez nada.
¿Qué seríamos si no habláramos? ¿Cómo nos comunicaríamos si no supiéramos escribir?
La tecnología ha evolucionado a lo largo de los años y aun así algunas mentes humanas continúan teniendo un leve retraso, es decir, las palabras correctas son: dislexia.
Hasta esta etapa de mi vida aún no me explico cómo he logrado sobrevivir en esta sociedad. ¡Ah¡ sí, de no ser porque asistí a clases especiales para niños con dificultad de aprendizaje, todo lo referente a la lectura y escritura, no sería posible haberme graduado de enseñanza media. Desde ese entonces he evitado hablar con todo ser viviente.
Que desgraciada es mi vida.
Una ermitaña que prefiere aislarse de los demás al ver la más mínima señal de rechazo. Al menos no soy la única que tiende a perder la concentración. Una chica observaba revolotear una polilla que había ingresado por una ventana (supongo). La pobre polilla chocaba contra la pared y el techo buscando el lugar correcto por donde salir y volver a volar con total libertad pero siendo acechada por los peligros de la naturaleza.
Esa chica con ojeras es la misma que vi esta mañana. Se quedó observando al insecto.
―Amanda ¿has comprendido? ―me preguntó mi jefe, alzando sobre mi rostro unos papeles―. ¿Quieres que te lea de nuevo tu contrato o lo has comprendido todo?
Asentí prestándole atención a la pequeña mancha de tinta de su dedo anular ¿Cómo se habrá manchado con tinta? Parece que se le volteó el frasco pero no hay evidencia alguna de otras manchas.
Inspeccioné el bolígrafo que me facilitó y sin darme cuenta escribí mi nombre en el papel.
AQUÍ DIBUJO DE LA FIRMA DE AMANDA
Ya es tarde para preguntarle ‹‹¿Qué es lo que decía el contrato?››. Tampoco quería quitarle su tiempo, debía de estar ocupado con papeles de la empresa.
―¿Quiem es ella? ―le pregunté a mi jefe, señalando a la chica distraída que observaba la polilla.
―Ella es Noah ―me informó, archivando el contrato―. No te acerques mucho a ella, ve la vida con otros ojos.
Asentí ante su consejo, insegura de creer por completo en sus palabras. Más que consejo, parecía una orden y tuve la extraña sensación que no quería que me acercara a ella por otras razones que no iba a revelarme.
―Así como un candado necesita una llave para ser abierta, tú necesitas una cerradura y así te mantienen controlada ―me susurró Noah, en el instante en que cerré la puerta de la oficina de mi jefe.
Quise preguntarle, qué significaban sus palabras. Sin embargo, las posibilidades de que mi jefe me observaba a través del vidrio eran altas, por lo que seguí mi camino, ignorando a Noah.
―Te lo advertí ―me dijo ella. La misma chica que me ayudó a levantarme esta mañana y que odia mi presencia en este lugar.
Tenía un cabello hermoso, corto por la altura del cuello pero tan suave que parecía la de un bebé recién nacido.
¡Quiero tocarlo!
‹‹Contrólate Amanda››, me imploré.
No quiero que nadie me odie más de lo que me aborrece en estos momentos; con una leve reverencia me retiré de su presencia sin antes amenazarme.
―Te arrepentirás de haber venido aquí.
Muy bien, primer día y ya tengo a una enemiga. Para empeorarlo, la chica me siguió un buen tramo del camino sin decir ni una palabra hasta que detuve mis pasos.
―¿Lo escuchaste? ―me preguntó, removiendo sus pies en el suelo―. Te arrepentirás de haber venido aquí. ―Repitió sin amenaza alguna.
Y fue allí donde capté su mensaje ¿Qué he hecho? Debí pedir una semana de prueba antes de firmar el contrato.
―Pero ya no puedes hacer nada ―me aclaró Noah. Fijé mi mirada en sus grandes ojeras―. Ya estas condenada a sufrir como nosotros.
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