En la habitación (Existir)
El día estaba nublado, las nubes espesas se aglomeraban sobre una pequeña ciudad de Irlanda, resultado de la intensa lluvia de la noche anterior que no había parado su lucha en el cielo.
En una habitación de Irlanda se encontraba un joven, con su rostro pálido y las facciones de su rostro contraídas en una máscara de desesperación y abatimiento. Caminaba de un lado al otro, pensando qué iba a ser de su destino.
A cada instante observaba por la ventana moviendo la cortina, el vidrio empañado por la lluvia le impedía ver con claridad. Se recostó en el sofá, y encendió un cigarrillo. A cada bocanada se repetía:
—¿Qué hice? No pude ser tan imbécil— Se lamentó, con un leve sollozo.
A lo lejos se escuchó el sonar de una sirena y de inmediato el nerviosismo recorrió su espina dorsal.
Fue hasta el lavabo y se miró frente al espejo.
Sabía que no tenía mucho tiempo, sus pupilas ámbar lo miraban con inquisición. Recriminaban su pasado, sus días, su vida.
Corrió nuevamente hacia la ventana. La patrulla policial cruzó frente al edificio sin detenerse.
Ya no había nada más que hacer.
La habitación se encontraba en penumbra, solo una pequeña luz del alumbrado público ingresaba en aquella alcoba, infiltrada por la ventana.
El frio empezó a sentirse en el lugar y joven se colocó un suéter para encender otro cigarrillo. El cenicero debía tener como veinte colillas de cigarrillo, en solo tres horas había fumado como un murciélago.
Destapó una botella de whisky, la compañera ideal para su antiguo vicio y se sentó en la cama. Esperaba su destino sin más. Sabía que lo estaban buscando. Sabía que en cualquier momento la policía llegaría a su casa. Y lo más doloroso, es que sabía que había acabado con dos vidas.
Entre una calada y un sorbo de la botella comenzó a recordar su niñez.
Las imágenes pasaron por su cabeza, una tras otra, pero no encontró felicidad en ninguna de ellas.
No siquiera cuando fue ovacionado por miles de personas después de un recital, sintió la amargura de la vida, la monotonía y cotidianidad absurda en que la humanidad se veía envuelta, el agujero negro y vacío que de había acrecentado en su pecho a través de los años había consumido cualquier recuerdo cálido.
El vacío de su alma y el sonido insistente de la sirena rondando fuera del edificio se aferraba a no dejarlo en paz, sin embargo, mantenía la esperanza en que algún día la indiferencia se marcharía y podría ser libre.
Entre tantos pensamientos, y con la cabeza dando vueltas por los efectos del alcohol y el rencor, su memoria trajo un recuerdo. Era primavera y la familia había ido de viaje a la playa.
Las olas rompían en el mar, el viento cálido soplaba por sus mejillas llenas de rubor. Tenía siete años y sus padres estaban felices junto a su único hijo. Construyeron un castillo de arena aquella tarde. Todo era perfecto. Estaban tan unidos. Las risas eran auténticas de felicidad.
De repente por sus mejillas comenzaron a rodar gotas de agua salada. Caían a borbotones, rompió en llanto al recordar el día en que su padre fue asesinado. Esa tarde marcó un antes y después en su vida. Ser testigo de cómo un disparo acabó con lo que más quería en la tierra.
El tormento se apoderó de él. Sabía que no tenía escapatoria. Su madre iba a lamentar su partida, pero no podía escapar, era un alma condenada a sufrir.
Era el momento de cambio que siempre esperó. Las sirenas se oyeron nuevamente y se lamentó haber puesto fin, no la vida de aquel hombre en el altercado, sino a la otra vida. Aquella vida que viviría recordándolo como un buen hijo.
Suspiró y fue hasta lavabo por última vez, para cuando llegara la policía, no tendrían nada por hacer.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top