En su lugar

Hicimos un pequeño compartir familiar después de nuestra salida de la iglesia. Todo parecía marchar bien, hasta que vimos el auto de Dominick estacionarse frente al local. Mi corazón dio un vuelco, pero no en el buen sentido. 

Enzo y yo actuamos tan coordinados que cualquiera diría que nos pusimos de acuerdo o algo. Le pedí a mis padres que mantuvieran a mi hijo dentro y que por ningún motivo salieran con él. Enzo y yo fuimos a recibirlo en la entrada, antes de que pudiera tener acceso al interior. Ya me había parecido extraño que no se hubiera aparecido a amargarnos la existencia. 

—Lamento haber llegado con las manos vacías para los recién casados — dijo, en ese tono sarcástico de siempre. 

—¿Otra vez tú? — le cuestioné—. ¿A qué debemos esta desagradable visita? 

—He venido por mi hijo. No hace falta que lo ocultes más. Ya sé toda la verdad, Amelia. 

Fue como un balde de agua fría por encima. ¿Toda la verdad? ¿Cómo lo sabe? 

—¿Tu hijo? ¿Qué hijo? ¿El que dejaste morir? 

Miré a Enzo sorprendida por la forma en que le preguntó tal cosa. 

—Me parece que el trauma y la culpa la estás llevando al extremo. Aquí no tienes nada que buscar. 

—Como abogado debes saber que tengo todo el derecho de llevarme a mi hijo conmigo, si así lo decido. 

—¿Derecho? ¿Qué derecho? Los derechos no caen del cielo, se ganan. Y que yo sepa, tú no te has ganado nada. 

—Ese es mi hijo, y no pienso irme de aquí sin él. Si necesito llegar hasta las últimas consecuencias para traerlo conmigo, entonces lo haré— me miró fijamente—. A ti no te conviene otro escándalo, o te regresarán al lugar de donde no debiste salir nunca. 

No creo que sepa toda la verdad. Si lo hiciera, no diría tal cosa. Así que va con todo con las amenazas, ¿eh?

—¿Verdaderamente crees que un juez va a cederle la custodia a alguien que en sus narices permitió que acabaran con la vida de su bebé? No estás capacitado para cuidar de nadie, ni siquiera te sabes cuidar tú mismo. Además, mi hijo me tiene a mí, no necesita de una escoria como tú. 

—¿Tu hijo? Vuelve a repetirlo, anda, a ver si te atreves. 

—¡Ya cállate, Dominick! — exploté—. De verdad que eres un fastidio. Me tienes harta. No sé con qué derecho te crees tú para venir aquí a exigir que te dé a mi hijo, como si él fuese un objeto o como si tu tuvieras la última palabra para hacer y deshacer como te plazca. ¿Qué se siente que jueguen con tus sentimientos de esta manera? Verdad que duele, ¿eh? Te recuerdo que una vez estuve en esta posición y no te importó lastimarme, humillarme y chantajearme con mi propio hijo. Ahora te toca a ti experimentar lo que es perderlo todo. Dicen que el que ríe último, ríe mejor. Y solo para que lo tengas claro, aquí no tienes nada que buscar, porque nada se te ha perdido. Mi hijo está donde debe de estar y con quién merece estar; conmigo y su papá, que es este hombre que ves aquí; mi bello esposo. Ahora lárgate por donde mismo viniste, y regresa a las faldas de tu mami, idiota.  

Enzo le cerró la puerta en la cara y él se mantuvo frente a ella por unos instantes, antes de irse de nuevo hacia su auto. Para mí fue un peso menos el haber podido desahogarme y usar la misma carta que utilizó conmigo para lastimarme. La venganza es tan dulce. Sé que no se quedará de brazos cruzados, pero nosotros tampoco. Por mi hijo soy capaz de todo.

—¿Así que soy tu bello esposo? — me acorraló contra la puerta, jugueteando con el escote de mi traje—. Eso ha sonado muy sexi, mi florecilla. 

—Eso eres, ¿no? — atraje su boca a la mía bajo la misma necesidad que sentía de ella.

Sus labios son una debilidad. Su mano siempre tan suelta y curiosa, levantó mi traje por el costado y acarició directamente mi muslo, desviándose hacia mi prenda interior, mientras su boca devoraba tan ferozmente mi cuello. No puedo esperar más para tenerlo solamente para mí, a solas en una habitación y sin interrupciones. Desde este ángulo no nos veían, aun así, la adrenalina estaba a mil. 

—Está hambrienta — soltó una risita bastante depravada. 

—Tiene hambre de ti. ¿Por qué no nos vamos, mi amor? Te necesito. 

Me miró sorprendido y, sin pensarlo dos veces, se apartó de mí. 

—No se diga más. Vamos a despedirnos. 

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