Degustar
Amelia
Nos mudamos de suite a una igual de extravagante a la anterior, solo que esta era un poco más reducida. Mientras Enzo hacía unas llamadas, exploré la habitación y me observé en el espejo.
Pese a todo lo que ha estado pasando, mi corazón está rebosando de felicidad y emoción. Todo esto trae a mi memoria los viejos tiempos entre él y yo.
Lo vi entrar a la habitación en el reflejo del espejo y se fue a mi espalda para deslizar el cierre de mi vestido.
—Es grandioso. Hace tiempo no experimentaba esta adrenalina. Se siente como si estar con mi florecilla sea algo ilegal o prohibido.
Reí por su comentario.
—Este cuerpo huele a peligro— depositó un húmedo beso en mi hombro desnudo, mientras me abrazaba por la espalda—. Hueles exquisita.
Sus bellos ojazos se cruzaron con los míos en el reflejo y sonrió.
—¿Crees que haya sido Dominick?
—No me gusta que esa hermosa y rica boquita mencione un nombre tan desagradable.
Tocaron la puerta de la habitación y nos separamos.
—¿Quién podrá ser?
—Tranquila. Es mi empleado de confianza. Quisieron arruinarnos la luna de miel, pero no le daremos el privilegio, mi diosa. Espérame aquí, ¿sí? —sonrió, antes de abandonar la habitación.
Tuvo que haber sido Dominick. Él también apareció en el local. ¡Es un infeliz!
—Siento que la champaña no encaja con esta ocasión, mucho menos nos sienta al gusto—trajo una botella de vino con una cubeta de hielo, esta vez él mismo la destapó con las manos—. Ahora sí está mucho mejor, ¿cierto?
—Definitivamente, mi amor.
—Buscaré las copas.
—No. No hay necesidad. En ocasiones como esta, que se dan una sola vez en la vida, lo mejor es inventar e improvisar— dejé caer la última prenda de ropa que tenía sobre mi cuerpo, permitiendo que contemplara mi desnudez.
Le arrebaté la botella de las manos y con mi otra mano lo empujé hacia la cama. Su mirada analizaba cada movimiento.
—Te daré a degustar un buen vino que no olvidarás nunca.
Me puse de rodillas a la altura de su rostro, sin sentarme sobre él, proporcionándole una gran vista de todo mi cuerpo. Me incliné solo un poco hacia atrás para despejar el cabello de mi pecho.
—No derrames ni una gota— derramé levemente el vino por el valle de mis pechos, creando una especie de cascada que corría por mi abdomen hacia abajo hasta culminar en mi intimidad y así tomara directamente de ella, convirtiéndola en su fuente preferida.
No desperdició ni una sola gota. Me sentía excitada al ver su expresión, esas mejillas enrojecidas, esa mirada llena de picardía y sensualidad, más el ver su lengua asomada.
Todo eso me tentó a darle más de lo que esa expresión me rogaba. Era el culpable de que al verlo tan indefenso debajo de mí, siendo la reina del trono, mis adentros sufrieran espasmos.
Mis dedos se enredaron en su cabello mientras me frotaba contra su boca. El contacto de su lengua en esa zona tan sensible me produjo corrientes eléctricas. La frialdad de su arete mezclada con sus juguetonas técnicas orales, casi me hace perder la batalla contra ese semental.
La botella de vino se derramó sobre la sábana debido a mi arrebato de excitación. Me encontraba en la cima de la montaña más alta, entregándome a su agresividad, agilidad y persistencia. Conocía mi cuerpo mejor que yo misma, sobre todo, dónde se encontraban los puntos claves donde atacar.
No quería dejarme ir. Sus manos se aferraron a ambos extremos de mi cintura, sometiéndome a su fabulosa boca. No podía razonar claramente. Mi alma estaba a punto de abandonar mi cuerpo si seguía succionando de esa manera tan constante y maliciosa.
Aún me cuesta asimilarlo. Me he casado con el hombre más perfecto, sexi, sensual y perverso que hiciste. Me he ganado la lotería.
Él es mío y solo mío. Y ese hecho me enciende más de lo que podría describirlo.
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