Epílogo

Mi regreso a casa desde el inframundo fue más movido de lo que me hubiera gustado. Mi mamá estaba llorando sobre mi cama por mi desaparición y de la nada me vio aparecer ahí, en mi dormitorio donde semanas antes Noris abrió la puerta. Jamás olvidaré su rostro de incredulidad al verme tomar forma poco a poco entre la niebla, a un lado de un hombre mayor de casi dos metros de altura que nada tenía que ver con el asunto. Gritó tan fuerte que alertó a toda la cuadra, le dio un golpe a Hades donde más le duele a los hombres y me arrastró escaleras abajo para salvarme. Para cuando llegó la ayuda de mis vecinos, el rey del inframundo ya se había marchado sin dejar rastro, ni siquiera una huella digital que pudiera ser hallada por la policía al día siguiente en medio de las pericias. Tal fue la sorpresa de mi madre, que una vez que comprobó mi estado se desmayó, por lo que pasé la noche en urgencias mientras los médicos la atendían y a mí me aplicaban exámenes como parte del protocolo de constatación de lesiones.

Aquel fue solo el loco inicio de lo que se avecinaba. Fueron varias semanas las que pasé visitando la comisaría, prestando declaraciones, mintiendo acerca del hombre que me acompañó cuando regresé y tratando de convencer a los médicos de que mi mamá no estaba loca. Afortunadamente, en unos meses el público general ya no hablaba de mí y mi extraña desaparición, pero la anécdota quedó para el recuerdo de mi familia y la de Evan. De hecho, en más de una ocasión escuché a la madre de mi amigo decir que ojalá su hijo apareciera en su dormitorio de la nada, tal y como hice yo, algo que nunca sucedió.

Retomar mi vida normal fue complicado. Durante el apogeo de este suceso varios compañeros me preguntaban insistentemente dónde estuve, que me pasó y quiénes fueron los culpables, llegando a pedirme declaraciones para hacer algún retrato hablado para alertar a otras jóvenes, para evitar que esto se vuelva a repetir. Mientras, yo buscaba una excusa, porque bien sabía que mi situación no se repetirá a menos que alguien busque en internet el ritual que yo hice. Por lo que, a modo de prevención, en vez seguir los consejos de mis compañeras, me dediqué a reportar las páginas web que ofrecían esa información, de forma tan insistente que llegó un punto en el que por fin cerraron y censuraron esa información, con lo que me aseguré que, al menos, nadie que hable mi idioma caerá en la misma tentación que yo.

Así, sin darme cuenta pasaron los años. Dejamos de hacer campañas por la búsqueda de Evan cuando sus padres soñaron con él y se convencieron de su muerte, además de resignarse a que difícilmente algún día tendrían su cuerpo para darle sepultura. En su lugar, mantuvieron su dormitorio por siempre intacto y lo visitaban siempre que querían sentirse cerca de su hijo, decorándolo con flores como si de una tumba se tratara, porque eso fue lo más cercano que tuvieron. Por mi parte, lo extrañaba, me hizo falta en varias ocasiones, pero mi consuelo siempre fue que él está feliz donde está y nos encontraremos el día de mi muerte. Mientras tanto, cumplí con mis estudios, me gradué y logré mi meta de trabajar con niños con la condición de mi amigo, mi sueño personal sin estar influenciado por lo que la gente esperaría de mí. Era feliz, pero algo me faltaba y no supe qué era hasta que un día me di el gusto de viajar a Grecia, la tierra de origen de la mitología que tanto adoró Evan. Fue ahí donde lo descubrí. Vi templos, estatuas de varios dioses, entre ellos mi querido Hermes, pero nada que hiciera alusión a Noris. Entonces empecé a buscar las formas para cumplir mi promesa.

De regreso en mi hogar dibujé tantas veces como pude a Noris, siempre fiel a mis recuerdos, sin distorsionar la realidad como a él le gustaba para parecer más musculoso y masculino. Me sorprendí de que, a pesar de los años, podía rememorar su rostro como si lo hubiera visto hace un par de días. Una vez que solté la mano, me decidí a empezar la única forma que se me ocurrió de darlo a conocer, tanto en imagen como en palabras y esa fue creando un cómic de él, de mí, de nuestra historia en el inframundo, una historia real disfrazada de ficción y fantasía. Tardé, pero en dos años ya tenía lo suficiente como para postular a publicación, golpeando puertas y ventanas de varias editoriales, hasta que finalmente me aceptaron y "En la entrada del inframundo" pasó a estar en las vitrinas de varias ciudades del mundo, haciendo popular a este Dios desconocido.

Cuando por fin llegó mi hora de partir, ya no tenía arrepentimientos de ninguna clase. Llegué a una edad más avanzada de la que jamás creí que tendría, estudié tanto como quise, publiqué secuelas de mi comic, me enamoré, tuve hijos, nietos y bisnietos, mantuve viva la memoria de Evan apoyando a sus padres hasta que partieron y cuidé de los míos de la misma forma. Así llegó mi momento un día de otoño. Un olor nauseabundo inundó mi dormitorio y entre una espesa niebla vislumbré a Tánatos, quien me tendió su mano para levantar mi alma y guiarla al inframundo. Y aquí estoy ahora, descendiendo las escaleras que bajé hace tantos años atrás, recorriendo el bosque, buscando la cabaña en ruinas de Noris, hasta darme cuenta que esta fue reemplazada por una casa más grande y en mejores condiciones. Me llena de alegría eso y con ese sentimiento llego a la orilla del río Aqueronte, donde encuentro a mis padres, los padres de Evan, mi amigo, Noris y Hermes. Es el tan ansiado reencuentro, el momento en el que por fin puedo explicar qué pasó en esas semanas sin temor a ser considerada loca y, por sobre todo, el día en el que confirmo que mis temores eran infundados, tal y como dijo Hades. Es imposible olvidar a quienes quieres, por mucho que cambies, las almas saben reconocerse para compartir en este mundo tanto como lo hicieron en el de los vivos.


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