Capítulo 3
Con inseguridad y miedo a lo desconocido, pero aún más terror a lo que Noris pueda hacer, lo sigo lentamente por las escaleras que abrió de la nada en el centro de la mandala que minutos antes dibujé. Es como si hubiese abierto la entrada a un sótano secreto con escaleras sin iluminación alguna, por lo que debía descender a paso lento para evitar caídas. Estoy inmediatamente detrás de él, si levanto mi mano podría tocar su espalda y tener una mejor guía para seguir este camino, pero prefiero hacerlo por mí misma, molesta con él y conmigo por la tonta idea de llamarlo.
Pienso en mis padres y me pregunto si habrán despertado con el ruido ensordecedor que generó la apertura de estas misteriosas escaleras, si notaron que no estoy en mi dormitorio como debiera ser y si me buscarán tanto como los padres de Evan han buscado a su hijo por los últimos diez años. Imaginé mi rostro difundido por las redes sociales, la cantidad de comentarios sugiriendo mi muerte a manos de un hombre hasta transformarme en un nuevo número, un nombre que se incluirá en la lista de las que ya no están y cuyo contenido se grita en las manifestaciones feministas. O tal vez no me relacionarán con esa causa de desaparición, sino que con la de Evan, y los policías volverán a partirse la cabeza en busca de los culpables, sin saber que se trata de seres inmortales que no habitan un lugar concreto entre nosotros, sino que más allá. En mi caso, más abajo que la misma tierra que pisamos todos los días, el consuelo que mi profesor de gimnasia me daba para hacer los trucos porque "de todos modos no pasarás más allá del suelo". Si tan solo supiera que logré esa hazaña que él aseguraba imposible.
Mi caminar se detiene cuando casi tropiezo al llegar al último escalón y choco con la espalda de Noris, quien se gira mirándome con una ceja arqueada. Me limito a disculparme para continuar con el camino que él guía como si ya se lo supiera de memoria. Me aseguro de ir al menos dos pasos más atrás para evitar nuevos choques, aprovechando que estamos en una zona algo más iluminada. Miro a mi alrededor preguntándome si Evan también caminó por este sendero en medio de este bosque de árboles de gruesos troncos y varios metros de altura, cuyas ramas ya han dejado caer todo su follaje producto del otoño. Si habrá tenido el miedo que tengo yo mientras me dirijo a lo desconocido guiada por un ser sobrenatural, en un ambiente iluminado por la luna llena y unas pocas luminarias con ampolletas que titilan anunciando el próximo fin de sus vidas útiles.
La angustia me embarga y se mezcla con el miedo que siento al recordar las palabras de Noris antes de arrastrarme a este lugar: "Ya que no tienes petición, yo haré la mía para que me pagues el tiempo que he perdido. Te vienes conmigo y te quedarás en el inframundo hasta que me hagas un Dios conocido en el mundo de los mortales". ¿Cómo haría yo para que la gente lo reconozca en un mundo en el que ya nadie cree en la mitología griega? Mi mente divaga en mis probabilidades de regresar pronto a casa, las que, calculo, se encuentran muy cercanas a cero. Ya nadie más que los estudiosos de historia conocen a los dioses que dominaban la mitología griega, ninguna persona me escuchará si digo que Noris es real, aun cuando no fue mencionado en ninguno de los libros que se han tomado como principales referentes para conocer la cultura de esta civilización. Lo único que me queda es convencerme de que se trata de un sueño ordinario, demasiado realista para mi gusto, de esos en los que llegas a sentir el dolor que le infringen a tu cuerpo, de esos que solo tienes la posibilidad de esperar a despertar para huir de la situación en la que te encuentras.
El paisaje por el que camino poco a poco cambia. La noche ya está por terminar, aumenta la luz natural y logro observar a mi alrededor un claro en medio del bosque. Con la llegada lenta del sol esperaba ver algo de vida silvestre, pero mis pies pisan tierra seca y el único ruido que se logra escuchar es el del flujo de un río cercano. Nos detenemos en la cercanía de una cabaña de madera, cuya estructura da la impresión de venirse abajo con el más mínimo viento. Yo, acostumbrada a tomar precauciones por los temblores que azotan a mi país de forma recurrente, nunca habría entrado a ese lugar. Sin embargo, Noris continúa caminando a paso seguro hacia la entrada y no me queda más que seguirlo mientras me persigno y rezo al Dios que mis padres me enseñaron a seguir. Mi guía se gira y alcanza a ver mis acciones que lo llevan a reír ligeramente antes de mirar al cielo y exclamar:
—Mi madre ya debe estar de camino al tártaro.
— ¿Quién es tu madre?
Por un momento me preocupo al recordar cuando Evan describía ese lugar como una especie de infierno donde residen los titanes, monstruos y personas que han cometido crímenes que ameritan un castigo por toda la eternidad.
—Nix, ¿has oído hablar de ella?
Asiento con mi cabeza a modo de respuesta y de cierto modo me alivio al saber que no se trata de alguna criminal, sino que la diosa de la noche que durante el día descansa en su mansión en el tártaro. Evan siempre la mencionaba cuando me hablaba de la formación del mundo según la mitología griega, aunque nunca mencionó a Noris como hijo de dicha diosa.
—Así que, aunque sabes de mi madre y mi hermano, nunca has escuchado hablar de mí—comenta con un tono ofendido mientras abre la puerta hacia la cabaña—. Desde ahora vivirás aquí —anunció mientras abría sus brazos para acaparar el reducido espacio—. Este será tu punto de partida todos los días para ir a cada rincón del inframundo, el olimpo y el mundo mortal, donde harás lo que sea necesario para darme a conocer como la deidad que soy.
Mis ojos y boca se abren ante el peso de sus palabras y la misión que estaba confiando en mí a pesar de no ser más que una humana. No puedo evitar pensar que, si él mismo como dios no se pudo dar a conocer en miles de años, menos podré hacerlo yo en la actualidad. Yo, que no soy más que una humana de vida limitada, cuya existencia ha estado manchada con la etiqueta "delirios" y "posible esquizofrenia" por años y todo a raíz del ritual que esta noche tontamente recreé. ¿Cómo podría ser yo quien lo ayudara a cumplir sus deseos? ¿No se daba cuenta de que la idea de un ser más allá de la humanidad es, precisamente, para que nos ayude con nuestros imposibles y no al revés?
Pienso en mis padres quienes ya pronto despertarán y notarán mi ausencia y me angustia pensar en el dolor que, sin darme cuenta, les voy a causar al desaparecer en las mismas circunstancias que Evan. La herida en mí se hace más grande al pensar en todo el tiempo que invertirán en mi búsqueda sin pensar que estoy aquí, más abajo que el mismísimo suelo, en compañía de alguien que va más allá de todo lo que alguna vez creímos posible.
—¿Cuánto tiempo tendré que quedarme aquí? —Pregunto tragando saliva con la esperanza de que mi estancia en el inframundo tenga una fecha límite.
—El que sea necesario.
—¿Hay un límite?
—Tu muerte es el límite, de nada me sirves muerta.
Mi corazón palpita fuertemente y mis piernas en algún momento próximo fallarán en sostener mi peso. Necesito sentarme, pero no me atrevo a tocar ninguno de los muebles que me rodean, temerosa de que causen algún daño extra. Aprieto mis puños fuertemente con la esperanza de que esa fuerza se irradie al resto de mi cuerpo para que resista.
—Puedo atentar contra mi vida para librarme de ti —doy la idea esperando que le ablande el corazón, si es que lo tiene, y me permita marchar de regreso a mi hogar. Sin embargo, no obtengo más que una risa, como si lo que acabara de sugerir fuera una buena broma.
—Chica, ¿tengo que recordarte cuáles son mis labores? —Hace una pausa dramática, como esperando una reacción que no le entrego—. Soy el dios de las muertes prematuras, ¿quién crees que será el primero en saber cuáles son tus intenciones?... Exacto, seré yo, porque yo soy el encargado de recoger las almas con esa causa de muerte, yo seré el primero en saber lo que quieres hacer y seré yo mismo el que te detenga.
—¿Por qué tanto afán en que sea yo quien te ayude? —Le pregunto ya desesperada alzando mi voz ante aquella nueva barrera. Ni siquiera podré extorsionarlo con las amenazas de hacerme daño como hacen las parejas tóxicas de la televisión. De a poco, veo cómo mis posibilidades se cierran en mis narices, dejando un solo camino: cumplir las órdenes de Noris.
—Porque el oráculo así lo dijo. Tu destino está unido al mío, por lo mismo, no te puedo dejar ir hasta que se cumpla ese destino.
—¿El oráculo?
—Es la respuesta que te dan los dioses a las preguntas que le haces. Nunca se equivocan.
—¿Qué decía este? —Pregunté refiriéndome a aquel que nos mencionaba a los dos.
—Que mis intentos por hacerme conocido yo solo nunca darán frutos hasta que me ayude una humana. Será ella misma quien me llamará, así que no me quedó más que esperar hasta que lo hicieras. ¡Te esperé por cientos de años y recién apareces!
—¿Y qué querías que hiciera si nací hace veinticuatro años? —Le contra pregunto con la voz alzada, ya desesperada ante aquella nueva información.
—Como sea... ya estás aquí, así que te quedarás quieras o no y es mi última palabra. Tienes dos horas para dormir antes de que hagamos tus primeras tareas.
Aguanto mis reacciones hasta el momento en que Noris sale de la cabaña cerrando la puerta principal con un portazo que remece toda la estructura. Solo entonces me permito tomar asiento en el sillón más próximo y suelto el llanto que por tanto rato aguanté para hacerme la fuerte frente a ese hombre sin sentimientos.
—¿Qué voy a hacer?
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