Capítulo 2
Abro los ojos con temor, primero uno para tantear el terreno y luego el otro, y no logro dar crédito a lo que veo. No es una sombra lo que hay frente a mí, es un hombre con apariencia de estar entre los finales de sus veinte o principio de sus treinta años. Su piel es pálida con grandes ojeras, como si llevara mucho tiempo sin ver el sol y trabajando de noche, su rostro está enmarcado por un cabello rizado del negro más oscuro que nunca he visto y sus ojos grises me miran visiblemente molesto. Trago saliva sonoramente, pero todo pierde credibilidad al verlo vestido con un buzo deportivo de colores que parecen gritar "cáchame de lejos", con una toalla rodeándole el cuello, como si acabara de interrumpir su rutina de ejercicio.
—¿Y bien? ¿No vas a decir para qué me citaste?
—¿Hades? —Pregunto atónita, sin poder creer que ese hombre, que claramente superaba mi altura por solo unos centímetros, es la misma sombra que se llevó a Evan. En mi recuerdo lo que yo veo es una silueta negra gigante, seguramente de unos dos metros de altura con hombros anchos y voz sorprendentemente grave y profunda. Ahora, en vez de eso, tengo a un hombre de carne y hueso con treinta centímetros menos de altura, hombros estrechos y una voz más dulce que terrorífica. ¿Mis recuerdos me engañaron después de todo? ¿Exageré las características de aquella sombra solo por ser más niña?
Continúo sentada sobre la cartulina sin atreverme a ponerme de pie, mirando al extraño de arriba a abajo, escaneando todos sus detalles hasta aprenderlos de memoria. ¿Habrá entrado a robar cuando no me di cuenta? Un bufido me saca de mis pensamientos y veo aquel hombre de mirada seria levantando una ceja.
—¿Hades? ¿Crees que yo soy el rey del inframundo? —Pregunta irónicamente—. Qué poca fe le tienes a mi jefe, él es mucho mejor que yo, mucho más macho, mi ejemplo a seguir. Lo ofendes al compararlo conmigo.
—Entonces, si tú no eres Hades ¿quién eres? —Continúo el interrogatorio extrañada, segura de que había seguido al pie de la letra las instrucciones de internet.
—Tú deberás saber, tú me llamaste.
—Ehh... No, yo llamé a Hades —aclaro, viendo al instante cómo las mejillas del extraño se enrojecen, seguramente avergonzado al ver que yo esperaba a otra persona. Toma aire profundamente, como preparándose para dar un gran discurso y por un momento temo que despierte a mis padres.
—En primer lugar, no es Hades a secas, es señor Hades, más respeto con un rey —dice mientras levantaba un dedo para dar más énfasis a la cantidad de ideas que me iba a transmitir—. En segundo lugar, no lo llamaste a él, me llamaste a mí, bien tonta debes ser si no distingues una manzana roja de una granada.
Miro al centro de la mandala y entonces me insulto a mí misma mentalmente por olvidar ese detalle, que al parecer era mucho más importante de lo que uno podría pensar.
—Y, en tercer lugar, no sé cómo esperas encontrarte con el señor Hades en este momento. ¿No has mirado el calendario? Es 8 de abril, hace varios días que es otoño, el rey está con su señora Perséfone en el inframundo. No atiende peticiones de mortales vivos durante el otoño e invierno para disfrutar con su esposa todo lo que no pueden durante la primavera y el verano.
—Pero antes lo citamos en abril —comento confundida al recordar la desaparición de Evan cuyo aniversario sería dentro de diez días.
—No soy quién para excusar al maestro —zanja el tema sin entrar en detalles—. Y bien, ¿para qué llamabas?
Estoy a punto de responder cuando entro en la cuenta de que no tenía más razón que comprobar la falsedad del ritual que Evan organizó esa tarde, sin embargo, no salió como yo lo esperaba. De hecho, comprobé la veracidad de mis recuerdos, con tan mala suerte de que no tengo testigos que puedan propagar esta noticia para la calma de mis padres respecto a mi salud mental. Al no encontrar otra razón válida, termino mirando al desconocido con una sonrisa inocente mientras me encojo de hombros, dando a entender que ni yo misma sabía por qué lo llamé.
—No sabes... ¿Cómo puedes no saber por qué llamas a una deidad tan importante como yo?
—Sin ánimos de ofender, ni siquiera sé quién eres tú. Yo buscaba a Hades —aclaro con suavidad. No sé de dónde logro extraer la valentía para llevarle la contraria a aquel hombre desconocido de orígenes sobrenaturales. Me regaño y me recuerdo que, a pesar de su apariencia aparentemente inocente, mi amigo desapareció en circunstancias similares a las que me rodean. Tampoco estoy conversando con cualquier persona y, lo más importante, trabaja para el rey del inframundo, por lo que sus labores no deben estar tan lejanas de la muerte.
—Lástima que me hayas ofendido igualmente. ¿Qué te han enseñado? ¿No logras reconocer a un Dios cuando lo ves?
Se me ocurren muchas formas de debatir su pregunta, pero prefiero guardarlas todas por mi bien y continuidad de mi vida. Por ese motivo, mantengo un rostro con una expresión lo más neutral posible para evitar malentendidos y escuchar atentamente lo que tenga que decir.
—Soy Noris, Dios de la muerte...
—¿No era Tánatos el Dios de la muerte? —Lo interrumpo extrañada por su nombre, el cual nunca había escuchado ni leído en ninguna parte. Y eso es raro, pues Evan siempre me contaba historias del inframundo que incluían a los diferentes dioses asociados con la mortandad.
—¡Déjame terminar! —Alza la voz y momentáneamente temo que mis padres despierten y se escandalicen al encontrarme encerrada en mi cuarto con un Dios griego desconocido—. Me llamo Noris, soy el Dios de las muertes prematuras, antes de tiempo...
—Los suicidios —completo ya entendiendo su punto.
—Entre otras formas de muerte que ocurren antes de lo que estaba previsto para la persona en cuestión. Como verás, no soy el Dios más querido de todos, pero cuento igual, así que grábate mi nombre, que no lo repetiré.
Asiento en silencio, asimilando la nueva información y pensando en lo feliz que estaría Evan de conocer a esta nueva deidad de la que nunca había escuchado hablar. Sin duda alguna, él sería el más emocionado de este encuentro. Río al recordarlo en sus momentos más felices, quizá se habría molestado en un principio por no lograr su meta, pero al final lograría alegrarse, yo lo habría ayudado a que así fuera. Y sin darme cuenta, mi mente navega por el mar de mis recuerdos e imaginaciones, volviendo a tierra únicamente cuando Noris chasquea sus dedos frente a mí para atraer mi atención. Me mira elevando una ceja, como esperando a que le dé una respuesta a una pregunta que desconozco, por lo que vuelvo a encogerme de hombros.
—Por todos los dioses —suspira con pesadez— ¿qué debería hacer contigo? Me has llamado y ni siquiera tenías una petición, ¡ni siquiera me llamabas a mí!
—Creo que ya logré lo que estaba buscando, así que, quizá lo mejor es que vuelva a su hogar y continúe con lo que estaba haciendo, que claramente lo interrumpí en medio de su ejercicio —trato de convencerlo para que se marche en paz, ya cansada de tanto quehacer durante toda la noche.
Mi celular marca las cuatro de la mañana, mis clases virtuales empezarán dentro de cuatro horas y quiero dormir un poco, pero Noris parece reticente a marcharse. Se queda un momento en silencio y estático en su lugar como si estuviera pensando muy bien sus pasos a continuación. Cuando por fin llega a una solución, me mira con una sonrisa maligna en el rostro que me eriza la piel y me hace temblar de nerviosismo.
¿Me espera el mismo destino de mi amigo?
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