Capítulo 11
Dado que Nix nos corrió del Tártaro, con Hermes decidimos regresar al mercado y sus cercanías para recoger un poco más de información, antes de redactar la carta que llevaremos a Hades para que libere a Noris. Al llegar al lugar conversamos con algunos de los pobladores para conocer sus versiones, buscando específicamente a aquellos que estuvieron en el momento y lugar en que sucedieron los hechos, sin obtener mayores detalles nuevos. Todos se refugian en el argumento de que desconocen qué fue lo que desencadenó la furia del joven dios, que todo fue muy repentino y rápido y, por sobre todo, que ya nadie confía en Noris por la violencia que demostró sin razón aparente.
Antes de que golpee a alguien, Hermes me guía fuera del mercado y del pueblo en general, pues quedó patente que no lograremos nada con esas personas. Caminamos en silencio, guardando nuestra rabia para nosotros, aprovechando ese momento para reflexionar sobre lo acontecido. Por mi parte, mi mente sigue rumiando sobre la injusticia que se está cometiendo con Noris, quien, si bien no tuvo la mejor reacción, tuvo razones de sobra para actuar de la forma en que lo hizo. Tengo rabia con los pobladores por victimizarse ante cualquier acusación, con Hades por tomar una decisión arbitraria sin dar lugar a explicaciones y con Evan por estar de su lado mientras sigue ignorándome. Y por sobre todo, la impotencia me domina al sentirme atada de manos, al no poder, siquiera, darle apoyo moral a Noris de forma presencial por la opinión errada que tiene su madre sobre mí, quien continúa con sus pensamientos y comentarios tóxicos con su propio hijo.
En medio de este nido de sentimientos y pensamientos, llegamos al lugar donde se reúnen las almas recién llegadas, la orilla del río Aqueronte. Estar aquí me recuerda a cuando trajimos a las almas de Jandira y su madre, cuando me abatió la forma en que todos los recién llegados están destinados a buscar incesantemente las monedas de plata para que Queronte los lleve en su bote a través del río al lugar donde por fin descansarán. Tantas cosas han pasado entre medio, el intento fallido aquí nos llevó a probar suerte en el mercado donde las cosas no fueron mejor. Estar aquí es como regresar al inicio y ver entre todas las almas a Jandira no hace más que aumentar esa sensación. Ella también me reconoce y alza su mano para saludarme con una sonrisa en el rostro, una tan inocente, ignorante de las circunstancias de su muerte y el crudo ambiente que la rodea, sorprendiéndome que aún pueda ser feliz. Le devuelvo el saludo, para luego llevar mi atención al camino que va hacia la entrada del inframundo.
Por ahí viene llegando un grupo de almas, alcanzo a contar siete, acompañadas de un hombre de estatura alta que destaca entre todo el grupo, cabello negro largo con ondas. A medida que se acerca, alcanzo a distinguir su cuerpo con músculos marcados, enmarcado con un par de alas del mismo color de su pelo. Cuando llegan al punto de registro de las almas, los deja a todos ahí sin explicarles el proceso, simplemente les ordena formar una fila con un tono de voz grave y brusco. Cuando alguien pregunta la razón, se encoje de hombros y asegura que los registradores le darán la información. Miro a Hermes interrogativa y antes de formular la pregunta él ya la está respondiendo.
—Él es Tánatos, uno de los hermanos mayores de Noris.
—¿Tani? —Me cercioro mencionando el apodo con el que Nix se refiere a su hijo predilecto.
—El mismo. Pero es extraño...
—¿Qué cosa?
—Ustedes dos, ¿qué hacen aquí?
Aquella voz nos distrae de nuestra conversación, para guiar nuestra mirada a quien nos llama. Tánatos se acerca a paso pesado y grandes zancadas, sus pobladas cejas están tan tensas en el centro de su frente que nos permiten ver arrugas entre medio. Se para frente a nosotros más cerca de lo que yo quisiera, posando sus ojos sobre mí, analizándome de pies a cabeza, tal y como Nix hizo cuando me conoció.
—Puedo entender por qué Hermes está aquí, pero no logro comprender qué hace una humana viva en el inframundo. ¿Hades sabe de esto?
Casi lo corrijo para que se refiera al rey del inframundo con más respeto, tal y como hace Noris conmigo a pesar de que poco y nada le obedezco. Me freno a tiempo y me limito a escuchar la explicación que Hermes le da.
—Es una invitada de Noris...
—Noris está en el Tártaro. Si es su invitada, debería estar allá o irse antes de comer algo de aquí y que la ate a este lugar por siempre.
—Tranquilo, eso no pasará porque tanto Noris como yo cuidamos de eso.
—¿Entonces? —Pregunta Tánatos luego de alzar ambos hombros en señal de que mi destino no le interesa en realidad— ¿Qué hacen aquí en mis dominios?
—Noris también trabaja aquí —tomo la palabra para defenderlo.
—Soy yo quien trae más almas, incluso traje las que, se supone, son su trabajo. Por su tonto descuido, había dos personas vagando por ahí, que sin mí, seguirían allá en el mundo de los vivos. Tan confundidos están, que ni se han dado cuenta de que ya murieron, pero ese ya no es mi problema. En cuanto a Noris, tanto que quiere hacerse conocido, si al final ni trabaja...
—Ahora no, porque está encerrado en el Tártaro.
—¿Y quién nota la diferencia? Si le preguntas a las almas, dirán que me conocen a mí, pero no a Noris, si le preguntas a Hades por las estadísticas, la gran parte es mía y si preguntas por iniciativas, todas vienen de mi cabeza.
—Tánatos, Noris es tu hermano —interviene Hermes.
—Ni me lo recuerdes. Creía que Hipnos era cobarde por venir a esconderse en la falda de mamá cada vez que hace enojar a Zeus, pero Noris se pasa al desahogarse de ese modo.
Siento una gran decepción de este hombre frente a mí que se refiere de una forma tan despectiva de su propio hermano, además de enaltecer sus logros mientras minimiza los ajenos, con el fin de destacar aún más. Pienso que la constante glorificación de Nix le ha sentado mal, llevándolo a sentirse superior. Pero lo peor son las náuseas que me dan al darme cuenta que Noris siempre ha estado rodeado de personas que poco y nada lo valoran y, la guinda de la torta, que quienes lo miran mas despectivamente son miembros de su familia directa. Con esto, ya no me cabe duda de por qué él estaba tan desesperado por dar a conocer su nombre, por recibir elogios e imitar al dios más reconocido y valorado del inframundo: Hades.
—¿Cómo puedes hablar así de él? —Intervengo antes de que Hermes tome la palabra, expresando cada uno de mis pensamientos—. Tú no has estado con él para ver los esfuerzos que ha hecho, no has visto cómo trata a las almas que trae, algunos incluso lo reconocen y saludan tiempo después. Tal vez tú traes a más porque tu trabajo es más genérico, pero eso no quita mérito a las labores de los otros.
Tánatos se queda en su puesto mirándome, claramente enfurecido, como controlando sus impulsos debido a que, como él dijo, estamos en su lugar de trabajo. Por otro lado, Hermes mira intermitentemente entre mí y el destinatario de mi discurso, con el nerviosismo patente en sus ojos. Cuando finalmente Tánatos habla, lo hace mirándome directo a los ojos, haciendo que la amenaza me llegue a lo más profundo.
—La próxima vez que me hables de este modo, tú serás la próxima alma haciendo fila para su registro.
"Reaccionas así porque solo dije la verdad" le quiero gritar en la cara, sin embargo, el miedo me detiene. En vez de eso, permanezco en silencio y asiento levemente para hacer saber que entendí el mensaje. Con este gesto, Tánatos se aleja volando sin agregar nada, ni siquiera una despedida por cortesía. Cuando ya no se le ve en el cielo, tanto Hermes como yo suspiramos con alivio y continuamos nuestro camino hacia la cabaña para redactar la carta que llevaremos a Hades. Durante el recorrido, mi acompañante me regaña por mi actitud desafiante, argumentando que corrí un riesgo demasiado grande que pudo costarme caro.
—La próxima vez me lo dejas a mí.
—Es que no me pude contener, estaba menospreciando a Noris, su propio hermano, de un modo tan brutal...
—Lo sé, pero al defenderlo casi terminas con tu vida.
—No es como que tenga mucha vida aquí.
—Mira —comienza Hermes luego de una pausa incómoda—, sé que no te gusta este lugar, que llegaste aquí contra tu voluntad y quiero que sepas que tienes todo mi apoyo. Enserio lamento que estés metida en este destino por el oráculo, pero Noris tiene razón, los designios de los oráculos siempre se cumplen, no podemos ir contra ellos. Quién sabe cómo habrías llegado si no te traía él.
—Lo sé, y ya no me quejo de eso, perdón si te hice sentir culpable. Pero Tánatos me dejó los nervios de punta y la rabia a mil. Ni que fuera tan importante, si al final en el mundo de los vivos el crédito completo se lo lleva Hades, no él.
—Eso es algo que le habría llegado profundo en el orgullo —Comenta Hermes con una pequeña risa—. Pero por muy sentida que te sientas, prométeme que no volverás a reaccionar de ese modo ante un Dios así de poderoso. Yo mucho te puedo cuidar ahora y de algunos te puedo defender, pero nada puedo hacer si acaban con tu vida.
—Está bien, lo prometo.
Al llegar a la cabaña, Hermes cocina para los dos una comida liviana en base a los ingredientes de mi mundo con los que Noris nos abasteció. Mientras, yo me dedico a organizar la información recabada, para que luego nos sea más fácil estructurar una carta con argumentos sólidos. La única pausa que nos tomamos es para comer lo cocinado por Hermes, lo que, para mi desgracia, no tiene el mejor sabor. Guardo para mí el comentario hacia mi amigo de "mejor quédate como mensajero, porque como cocinero te mueres de hambre". Al terminar, nos dedicamos a redactar entre los dos, hasta que nos queda un escrito coherente y detallado con nuestra petición junto a sus motivos.
Esa noche vuelvo a dormir en la única habitación de la cabaña, Nix sigue sin aparecer por estos lados del inframundo, lo que da mayor tranquilidad. Sin embargo, en mi pecho persiste la preocupación por Noris, sobre todo por el estado en que lo vi esta mañana y los comentarios de su madre ahí presente. Antes de dormir, mi única petición es que mañana todo salga acorde al plan.
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