Capítulo 10


Después de que Evan desapareció y empezó mi ir y venir por especialistas en psicología, quedó un vacío en mi interior. Llegaba del colegio y me acostaba en la cama mirando directamente al techo, preguntándome dónde estaba mi amigo, si es que aún estaba con vida. El solo hecho de pensar en su posible muerte, me llevaba a cambiar de posición en mi camastro, poniendo mi cabeza donde deberían ir los pies, pero ni aún con el cambio de perspectiva lograba calmarme o alterar el presente. Sin importar por dónde mirara el asunto, mi amigo seguía desaparecido y dado por muerto por las autoridades que ya empezaban a rendirse en sus intentos de búsqueda por falta de pruebas. Fueron días oscuros, viviendo con la incertidumbre, la culpa y la angustia de no encontrarme con Evan.

Cuando lo vi por primera vez en el inframundo, lo único que quería era abrazarlo, alegre de reencontrarme con él. Y, ciertamente su reacción de huida me descolocó, más aún cuando todos afirmaban que, aparte de mí, no hay otro humano vivo en el inframundo. Ahora que lo tengo frente a mí, de nuevo con la emoción de querer ir a estrecharlo en mis brazos a pesar de que sé muy bien que odia el contacto físico, no sé qué hacer. Quiero correr a él, pero temo que al llegar desaparezca de nuevo, tengo miedo de que esto sea solo un sueño más de los muchos que tuve con él antes de verme envuelta en esta situación y, por sobre todo, tengo miedo de quien lo acompaña. Ese hombre extremadamente alto de quien solo conocía su sombra, hoy por fin le puedo poner cara para odiarlo de mejor manera por todo el daño que nos causó.

Su cabello canoso y rizado le llega hasta los hombros, tiene una barba ya blanca y larga que me recuerda al viejito pascuero, aunque sus ojos no son amorosos como las representaciones de aquel otro hombre generoso. Los de Hades son oscuros, serios y enmarcados con unas gruesas cejas que marcan profundamente su entrecejo, los que examinan con gran irritación el caos provocado por Noris. Sin reparar en mi presencia, se dedica examinar al culpable, quien se agita entre los brazos de Hermes que lo sujetan para evitar causar más problemas.

Mis ojos van de Hades a Evan, quien permanece a un lado del rey del inframundo, como si estuviera atento a cualquier orden emanada por aquella entidad. Quiero pensar que el hecho de que me ignore es debido a su condición que lo lleva a evitar mirar los rostros de otros, me trato de convencer para disminuir el dolor y la rabia que me embargan al verme tan impotente en esta situación.

Antes de que me dé cuenta, Hades convoca a quienes creo que son sus guardias, los cuales alejan a Hermes para tomar a Noris por la fuerza. En medio de todo el bullicio y escándalo, alcanzo a escucharlo gritar "Soy el dios de las muertes prematuras, ¿por qué nadie lo entiende?". Cuando recupero el control sobre mis pies para dar pasos hacia adelante, un destello sale de la mano de Hades, cegándome por completo. Al abrir los ojos nuevamente, me siento encandilada por la luz repentina, sensación de la que me trato de deshacer rápidamente para buscar a mi alrededor. En medio de todo el mercado, los únicos que quedamos somos Hermes y yo, todos los demás desaparecieron, apagando las llamas de paso.

***

Para poder llegar a ese rincón del inframundo llamado Tártaro donde encerraron a Noris, tuve que rogarle a Hermes toda la noche hasta convencerlo. Esa fue la primera vez en días que Nix no apareció y la primera vez que me separaba por tanto tiempo de Noris, quien fue encarcelado por Hades para evitar mayores destrozos.

Hermes toma mi mano, sabiendo que estoy nerviosa ante mi ingreso inminente a ese lugar conocido como un infierno, la cárcel donde se hallan todos aquellos que ha hecho algún mal a la humanidad. Respiro profundamente antes de dirigirme a uno de los hombres que ejerce de guardián en la entrada. Hermes me presenta como una trabajadora de Noris que necesita conversar con él para defenderlo ante el rey y abogar por su libertad, argumentando que no represento ningún riesgo para nadie. Su discurso elocuente se gana la confianza del guardia rápidamente, quien saca las llaves de su bolsillo para abrir el gran candado y mover la reja, la cual tiene ese sonido agudo de las bisagras antiguas oxidadas. Cuando estamos dentro, la reja se cierra detrás de nosotros, aumentando mi conciencia del lugar en que me encuentro.

—¿Ahora qué? —Le pregunto a Hermes con tono nervioso.

—Por aquí.

Hermes mantiene un brazo por sobre mis hombros para darme mayor tranquilidad, mientras me guía por el lugar. Si antes sentía que estaba en el subsuelo, el ver los muros del fondo de este acantilado en el que me encuentro aumenta esa sensación. Si alzo mi vista, no alcanzo a ver la cima, el cielo tampoco se ve azul, sino que, de un negro profundo a pesar de ser medio día, ocasionando que nos rodeen las sombras que impiden que veamos más allá de nuestra nariz. Nos guiamos con un farol que carga Hermes, quien camina con seguridad hasta que llegamos a una casa en ruinas. A simple vista parece construida de adobe, sus ventanas y puertas ya no están y sus muros tienen grandes separaciones entre sí, con el techo roto en gran medida. En su interior, encontramos a Noris atado por su pie al suelo con una gruesa cadena que, nos explicaron afuera, suprime sus poderes. La luz le molesta, porque en cuanto llegamos cierra con fuerza sus ojos y los cubre con sus brazos, mientras se queja con gruñidos.

—¿Qué hacen aquí? —Es lo primero que pregunta.

Bufo mientras trato de reírme de la situación en vez de estallar en gritos para regañarlo por lo que hizo y llorar en el intento por la rabia. Hermes aprieta mi hombro en señal de que me contenga para evitar reacciones como las de la noche anterior, durante la que estuve caminando de un lado a otro en busca de soluciones, llorando al sentirme culpable por no cumplir con mi trabajo adecuadamente y confundida aún con Evan y su aparición junto a Hades, ignorándome por completo de nuevo. Es una mezcla tan grande de sentimientos, que siento que en cualquier momento estallaré de la peor forma posible, por lo que respiro tan profundo como mi temblor me permite, mientras Hermes toma la palabra para expresar nuestras intenciones.

—Vinimos hasta aquí para ayudarte. Estate tranquilo, que no tuvimos ningún inconveniente ni nos topamos con nadie, ni siquiera tu madre.

—No deberían haber venido.

—¿Entonces qué debíamos hacer? —Intervengo— ¿Sentarnos y esperar a que alguien abogue por ti y te libere? Te recuerdo que, aunque en el olimpo ya conocen tu nombre, poco y nada saben de ti, si no veníamos nosotros ibas a tardar más en salir.

—Sería una buena forma de comprobar si has servido de algo o no —responde con furia, aunque en su rostro alcanzo a ver que mis palabras le dolieron, porque es la verdad.

—A ver, Noris, nosotros vinimos a ayudar, así que por favor colabora con nosotros. Y Sofía, este no es el momento de regañar a Noris, ya bastante está viviendo en este lugar y sin sus dones.

—Lo siento —me disculpo sinceramente agachando mi cabeza con vergüenza por dejarme guiar por mis emociones, las que me prometí que mantendría a raya en esta situación.

Un silencio incómodo nos rodea mientras Noris y yo nos calmamos para poder conversar civilizadamente. Cuando finalmente lo logramos, Hermes toma la palabra y empieza su interrogatorio para conocer la versión de Noris. Los dos esperamos que se trate de algún malentendido, que tenga una razón para haber reaccionado tan mal, porque los pobladores describieron la escena como una ira incontrolable repentina y sin razón alguna que lo llevó a destruir todo a su alrededor.

—¿Qué les voy a decir? Exploté y ya —es lo único que responde, amenazando con acabar con nuestra paciencia.

—Nos queda más que claro que explotaste, pero lo que necesitamos saber es por qué —continúa Hermes con calma.

—Seguro lo que te diga lo publicarás por cualquier parte. Te conozco, sabes y difundes todos los chismes.

—Si es algo que lava tu imagen, por supuesto que lo divulgaré para que puedas seguir con tu meta original.

—¿Quién podrá confiar en mí luego de este lado débil que mostré?

—Te viste como cualquier cosa, menos débil —intervengo ya perdiendo la compostura con su actitud pesimista cuando estamos nosotros dos tratando de sacar adelante sus convicciones.

—Lo dices porque no viste el inicio...

—No, no lo vi y no podré hacerme una idea hasta que te expliques, porque no sé si te has dado cuenta, pero con Hermes cruzamos todo el inframundo para llegar hasta aquí solo para ayudarte.

—¿Por qué? ¿Quién se los pidió? —Cuestiona alzando la voz.

—¡Nadie, pero nosotros queremos ayudarte como amigos! ¿Tanto te cuesta comprenderlo?

Hermes me hace un gesto para que me detenga justo cuando Noris comienza a llorar en silencio. Es la primera vez que lo veo quebrado, mostrando la frustración que, de seguro, lo ha acompañado desde mucho antes de que yo apareciera en su vida. El hombre con convicciones y optimista a pesar de las dificultades que se le presentaron en este proceso está frente a mí en su estado más vulnerable y no sé qué hacer para consolarlo. Una parte de mí me dice que no tengo porqué sentirme así después de cómo me arrastró y ha mantenido en este lugar, que, de hecho, debería sentir algo más positivo al respecto, algún tipo de satisfacción al verlo tener un mal rato. Sin embargo, otra parte de mi ser, la más grande, se pone en el lugar de Noris y llora junto a él y es esta mitad mía la que me lleva a sentarme a un lado de aquel joven y apoyar mi mano sobre su hombro, mientras la otra limpia mis propias lágrimas. Hermes se mantiene en su lugar en silencio, sosteniendo aún la lámpara, la única iluminación que tenemos. Luego de unos minutos, escucho a Noris respirar profundamente, calmando así su pena antes de tomar la palabra y explicarnos lo que sucedió la tarde anterior.

—No importa cuánto repita mi rol como Dios, en el mercado me siguen tratando como una entidad de servicio abnegado. El problema no es ese malentendido, lo que me molesta es que la gente se aprovecha.

—¿En qué sentido? —Cuestiona Hermes.

—Todos los días me llega una lista de personas que piden favores para el día siguiente. Me piden cuidar niños, cosechar, armar puestos del mercado, atender negocios, tirar de carretones para que sus animales descansen, todo lo que se te ocurra me lo pidieron. Puedo estar ahora con una mujer que no aguanta el peso de unos cajones y llega por la espalda un hombre que reclama que es el siguiente en la lista, que me apresure porque está perdiendo dinero, después llega otro que se queja y me grita para que me apure... últimamente tampoco faltan los que recurren a castigos físicos para que trabaje más rápido. Sin darme cuenta, los favores que hago, en primera instancia para que mi nombre se les grabe más fácilmente, se transformó en un trabajo esclavista, por el que no recibo ni siquiera las gracias o una oración en mi nombre como cualquier otro Dios.

—¿Por qué permitiste que llegara a este extremo? —Pregunta Hermes tan escandalizado como yo ante el relato de Noris. Si bien yo sabía que se dedicaba a hacer favores en el mercado, desconocía totalmente que era tratado de este modo.

—¿Y qué iba a hacer? Era aceptar y que corrieran mi nombre o negarme seguir en la incógnita por siempre.

—La fama no puede ser más importante que tu bienestar —argumento mientras aprieto mis puños con rabia por lo que los habitantes le hicieron a Noris. Si bien él no era un santo, no merecía ser humillado de ese modo.

—No es solo fama lo que busco, Sofía. Es que los demás reconozcan que soy importante y no solo una copia barata e innecesaria de Tánatos. Que, a fin de año, cuando se hace el balance de las almas ingresadas al inframundo, Hades me pueda mencionar con orgullo y no solo como la compañía de mis hermanos con labores relacionadas con la muerte. Quiero que sepan quién soy yo y no de quien soy hermano.

Me dedicaría a debatirle por horas para convencerlo de que lo mejor es quedarse como está, pero no hay argumentos a favor. Esta es la primera vez que escucho sus motivos a fondo y no podría estar más de su lado de lo que estoy. Al no tener forma de convencerlo de lo contrario, quisiera al menos expresar cómo lo entiendo, aunque eso sería mentir, porque en realidad no lo sé. No importa qué tanto lamente todo por lo que ha pasado Noris, yo no he tenido situaciones similares. Pero aún así, la llama en mi pecho crece y arde con más fuerza que nunca, motivada para contar la verdad y que todos sepan quiénes son los verdaderos culpables.

Estoy a punto de decirle a Noris que haré todo lo que esté en mis manos para sacarlo de este lugar, en el que está encerrado injustamente, cuando la voz de Nix nos interrumpe. La mujer surge de las sombras a la espalda de Hermes.

—Ustedes son los que menos deberían estar aquí después de haber guiado a mi hijo por el mal camino. Son una mala influencia.

"La mala influencia aquí es otra" estoy a punto de espetar, oración que afortunadamente es eliminada por mi filtro interno que me contiene. Hermes nos defiende a los dos argumentando que estamos aquí para acompañar a Noris, saber la verdad y darla a conocer a todos, sin embargo, nada logra convencerla de nuestras buenas intenciones.

—Esperaba más de ti, Hermes, pero no eres mejor que esta otra —me señala con desdén—. Lo único que logran es desprestigiar a Noris.

—No, mamá, ellos me han ayudado —nos defiende el aludido antes de que Hermes y yo tomemos la iniciativa.

—¿De qué ayuda estás hablando, Noris? Esta mujer está en tu casa, seguramente para asegurar un matrimonio contigo, se ve que aún no sabe la historia de Eros y Psique ¿tendré que ser mejor que Afrodita y advertirle primero a mi intento de nuera las consecuencias de meterse con mi hijo?

—Yo no estoy con su hijo con interés romántico —aclaro con calma, conservando la compostura para que sea ella quien quede mal en vez de mí, aunque cada vez me cuesta más.

—Todas dicen lo mismo, cuando menos te das cuenta, tienen un hijo y exigen derechos, Hermes debe saber mucho del tema, ya que él es hijo de una mujer que tentó a Zeus a ser infiel.

—Mi madre no es como usted dice. En vez de defender a mi padre, podría escuchar el testimonio de mi mamá.

—No hace falta, lo que sí es necesario es que tú, Noris, me hagas más caso y hagas como te digo. Pide consejo a Tani, él sabrá como ayudarte...

—¡Tu Tani nunca me ha ayudado en nada! Siempre que hago algo, sale él listo para llevarse el crédito, con él nunca progresé en nada.

—Y sin él tampoco —responde Nix, algo que me lastima también a mí, más aún con ese tono indolente que la caracteriza—. Habrías logrado algo si te hubieras esforzado más, Tani siempre ha dicho que algo te falta, si no es esto, es aquello, pero siempre hay algo, Noris. Así no se puede. Y ustedes dos, por favor, váyanse ahora antes de que reaccione mal y termine matando a esta humana.

Noris me empuja para que me ponga de pie, indicándome con esa acción que me marche tal y como su madre manda. Hermes se muestra de acuerdo, pues me tiende su mano para ayudarme a poner de pie y me guía de regreso, mientras de fondo seguimos escuchando los gritos furiosos de Nix que se queda a regañar a su hijo. Las últimas palabras que alcanzo a distinguir son "¿por qué no eres más como tu hermano?".

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