Capítulo 1
El día que Evan desapareció se grabó fuertemente en mí y ni siquiera diez años después soy capaz de comprender qué sucedió esa tarde en su habitación que me cambió para siempre. Al despertar, la madre de mi amigo me sacudía con desesperación y preguntaba repetidamente dónde estaba su hijo. Para cuando llegaron mis padres y la ambulancia que solicitaron por mi desmayo, ya me creían loca al decir que con Evan convocamos al Dios griego del inframundo.
Me hicieron varios exámenes en urgencias para descartar alguna lesión cerebral que explicara mis "delirios" como los médicos llamaron mi versión de la historia, pero no encontraron nada. Me dieron el alta esa misma noche y a la mañana siguiente, en lugar de ir al colegio como cualquier otro día, fui en compañía de mi madre a la comisaría a prestar declaración de lo acontecido la tarde anterior. El hombre con uniforme policial me trató con tacto, explicándome que mi amigo estaba desaparecido y la persona que lo vio por última vez fui yo, por lo que debía ser sincera y dar cualquier detalle que pueda dar pistas de su paradero.
—Es importante encontrarlo cuanto antes, tú bien sabes que Evan debe tomar pastillas todos los días para controlarlo.
Asentí consciente de aquello, pues lo había visto antes en una ocasión en que olvidaron darle sus medicamentos. Estuvo descompensado todo un día, nada lograba calmarlo ni sacarlo de su rígida conducta.
—Ayer yo ya dije la verdad a la tía —le informé al oficial, quien asintió como si tía Isabel, madre de Evan ya le hubiera contado todo.
—Sí, ya me contaron eso, pero necesito la verdad. Ya a nadie le importa que hayan estado jugando a la ouija, nadie se enojará, solo necesito que nos digas a dónde fue.
—Pero dije la verdad...
Ante su mirada seria a punto de perder la paciencia, no tuve más remedio que empezar a decir lo que ellos querían oír. Le hablé de los lugares favoritos de Evan, de dónde le gustaba estar, qué cosas le agradaban y cuáles le disgustan, sugiriendo que así trazaran algún plan de búsqueda. Cuando nos despedimos, no estaba muy satisfecho, pero ya no había nada más que pudiera sacarme.
Desde ese día, los padres de Evan realizan campañas para buscar a su hijo, llaman a las radios locales el día del aniversario de su desaparición cada año con el fin de que no se olvide su historia, publicaron su foto en todas partes, llamaron a los canales de televisión, golpearon las puertas de los vecinos para saber si contaban con alguna cámara de seguridad que hubiese captado el momento en el que su hijo se escapó, lo hicieron todo con tal de encontrarlo, sin embargo, nada dio frutos. Mis padres colaboraron con toda la investigación y continúan haciéndolo casi diez años después, en parte porque sienten el cargo de conciencia de que yo estuve presente ese día y mi testimonio no ayudó de nada.
En cuanto a mí, por la sugerencia de los médicos que me atendieron esa tarde, quienes no encontraron nada que explicase mis delirios, sugirieron que ingresara a terapia psicológica, considerando también que la pérdida de mi mejor amigo podría dejar un trauma que podría necesitar de ayuda para superarlo. Desde entonces, de forma periódica, voy a consultas con psicólogos, incluso estuve un tiempo con psiquiatras, primero por la sugerencia, después porque en serio los necesitaba.
Evan me hizo falta a medida que crecí y las circunstancias de su desaparición me llevaron a preguntarme cientos de cosas. Desde qué pasó exactamente hasta por qué fue él quien se fue y no yo, o por qué no los dos juntos, así habría sido mucho más justo. Llegué incluso a cuestionarme qué tan veraces son mis recuerdos de esa tarde, considerando que nadie nunca me creyó. En más de una ocasión sentí que me volví loca y me forcé a recrear en mi mente esas escenas de una forma cuerda, aceptada por la sociedad, pero seguía volviendo a estar entre esa niebla espesa con la sombra sobre nosotros.
Me juzgué fuertemente y lo peor es que no podía encontrar un motivo para quitar ese peso de mí cuando las personas que me rodeaban me instaban a mantenerlo. En el colegio pasé de ser la amiga del rarito, a ser la rarita. Si antes de la desaparición de Evan mis compañeros interactuaban poco conmigo, cuando él se fue las cosas se tornaron peor. De pronto mi amigo se volvió popular aun cuando él no estaba físicamente. Lo mencionaban en todo, casi como si hubieran sido cercanos a él y me culpaban de su desaparición. Cuando preguntaban a la profesora jefe si había novedad alguna y recibían una negativa, lloraban como si acabaran de perder al ser más querido de todos y me señalaban como la culpable de su marcha, la que no hizo nada por ayudar en su búsqueda.
—Ustedes no hicieron nada para colaborar con su inclusión cuando estaba aquí —les reprochaba yo, pero solo lograba conseguir más abucheos e insultos que solo se calmaban cuando la profesora les ordenaba mantener silencio.
Pensé que con el ingreso a la enseñanza media y el cambio de colegio las cosas mejorarían, pero no fue así. En ese nuevo ambiente me encontré con excompañeros que continuaron molestándome y esparciendo mi historia hasta que me gradué. Siempre recordaré que, cuando miré el cuadro conmemorativo que nos entregan con la fotografía de todos los integrantes de la clase, lo único que pensé fue "Falta Evan". Su madre siempre soñó con vernos a los dos graduados del mismo colegio, con hacer una fiesta de celebración doble. Cuando el momento llegó, fue mucho más triste de lo que debía ser. Estaba yo sentada a la mesa de mi casa en compañía de mis padres y los padres de Evan, con una silla vacía a mi lado con los cubiertos puestos como si en cualquier momento pudiera llegar alguien a sentarse. Ese fue el lugar simbólico que se le dio a mi amigo para conmemorar la fecha en que él se graduaría del colegio si aún estuviera aquí.
Cuando entré a la universidad, fue como si me quitara un peso de encima, un nuevo comienzo en un lugar nuevo donde nadie me conocía, nadie sabía la historia de la desaparición de mi amigo, un lugar donde estaba más normalizado buscar ayuda psicológica por la ansiedad que produce estar en un ambiente de alta exigencia. Y, lo más importante, estudiando historia como, supuse yo, le hubiese gustado a Evan. Sus padres estaban orgullosos, los míos temieron que pasara hambre con el bajo sueldo y el escaso campo laboral, por lo que trataron de disuadirme y hacerme cambiar de opinión, sin éxito alguno, pues yo estaba decidida a cumplir el sueño de mi amigo. Tardé dos años en darme cuenta de que yo tenía derecho a continuar mi vida y cumplir mis propias metas en lugar de existir siempre como una conmemoración y homenaje a Evan. Por ese motivo y con ayuda de la psicóloga que me atendía, me cambié de carrera a terapia ocupacional, buscando en un futuro ayudar a niños con autismo como mi amigo. Ese era mi sueño, el real y agradecí que mis padres me apoyaran aun cuando me siguieran preguntando tres años después qué hacen los terapeutas ocupacionales.
Así ha transcurrido mi vida hasta hoy, año 2020 con el décimo aniversario de Evan cada vez más próximo y con sus padres de muerte porque lo más probable es que no podrán hacer un responso como cada año producto de la pandemia que asola a todo el mundo, incluido Chile. Por culpa de este virus, me he visto en la obligación de quedarme todos los días en casa y estudiar a la distancia, lo que me da más tiempo para recordar, volver a esa tarde y atormentarme al no saber qué ocurrió con él. Hace mucho tiempo que ya no confío en lo que mi mente rescata como recuerdo ¿Cómo era posible que una sombra se tragara a Evan? Aquello no podía ser más que fantasía y en un arranque de impulsividad desencadenado por el rostro de mi antiguo amigo nuevamente difundido por las redes sociales y acompañado de un retrato de cómo sería hoy, llegó un momento en el que decidí comenzar a investigar por mi cuenta.
Después de su desaparición, adopté su gusto por la mitología griega, por lo que ya no hay Dios que yo no conozca, lo que me facilitó muchas cosas en la universidad cuando pasé por la carrera de historia. Así, con el impulso un día a las cinco de la tarde dejo de lado las cápsulas con las clases y, como nunca, busco en internet la información que Evan tuvo en sus manos aquella tarde según lo que recuerdo. Tardo más de lo que pensé y pronto me doy cuenta de que tal vez necesitaré más de un día para llegar al fondo de todo este asunto. De nada me sirven los documentos que encuentro de fuente confiable, por lo que, llegado un momento, decido buscar en blogs.
—Sofi, no te acuestes tan tarde —me dice mamá desde el umbral de mi puerta, solo entonces noto que ya son las once de la noche, llevo seis horas inmersa en mi investigación, más concentrada que cuando hago los trabajos de la universidad.
—No te preocupes, mamá —le digo antes de darle las buenas noches, aunque tengo claro que continuará preocupada. Aun cuando deja la puerta de mi habitación cerrada, alcanzo a escuchar que comenta con papá lo mucho que me estoy esforzando por sacar adelante mi profesión.
"Si supieras que no estoy estudiando" pienso para mí misma antes de volver a enfrascarme en lo que acababa de encontrar. Tardé horas en encontrar este blog de fondo negro y letras blancas, oculto en las profundidades del internet con publicaciones de varios años de antigüedad. Es una suerte que no lo cierren aún por inactividad. Leo con atención la descripción de un ritual para convocar al rey del inframundo, el cual me parece escalofriantemente similar a lo que yo veo en mis recuerdos, aquellas imágenes que por años me esforcé en enterrar y convencerme de su falsedad, de que se trataba de solo un delirio. Pero aquí tengo una evidencia de origen dudoso que podría avalar mi recuerdo y defenderme de los comentarios que durante tantos años recibí. "Está loca", "pobrecita, quedó traumada", "no sirve ni para salvar a su amigo", entre tantas otras cosas que la gente pasó de boca en boca hasta dejar mi reputación y la de mi familia por el suelo.
Reviso con atención los párrafos, se necesita un dibujo, semillas de granada, velas, saber de memoria una especie de oración en griego y esperar. Es como si estuviera describiendo un aquelarre o ritual diabólico y a pesar de mi desconfianza producto de mis creencias basadas en la ciencia, me dispongo a reunir los materiales. Saco de mi escritorio una carpeta con varias cartulinas pequeñas de colores y las uno todas con cinta adhesiva hasta tener un cuadrado de alrededor de un metro. Por el lado blanco dibujo con plumones, reglas y compás el diseño similar a una mandala que sugiere el autor del blog hasta que queda lo más similar que mis habilidades me permiten. Camino con sigilo hacia la cocina y de un cajón saco el paquete de velas que mamá tiene guardado en caso de emergencias. Solo faltan las semillas de granada, la cual no hay en casa y difícilmente podré encontrar en un negocio de barrio, ni menos ir al supermercado por las restricciones de cuarentena. Miro en el refrigerador, en el cajón donde mamá guarda las frutas y verduras, la única de color rojo que teníamos era una manzana. ¿Servirá?
Sacudo mi cabeza mientras río al verme tan ensimismada y detallista con un ritual que, lo más probable según la razón, no resultará. Pese a que mi lado científico me indica que me detenga, decido continuar con el plan y regreso a mi habitación caminando de puntitas, cuidando no generar ningún ruido que alarme a mis padres. Con los fósforos enciendo las velas y luego las ubico donde, se supone, deben ir, coloco la manzana roja en el centro de la mandala y desde mi celular leo la especie de oración con un griego que dudo que sea inteligible y espero.
Miro la pantalla de mi dispositivo, han pasado tres minutos y nada ha cambiado. Me reprocho a mí misma mi credulidad sobre un juego de niños cuando invade mis fosas nasales un olor nauseabundo a carne en descomposición. La ampolleta que ilumina mi dormitorio se apaga de repente, dejándome únicamente a la luz de las velas, las que pronto se apagan también. En la penumbra enciendo la pantalla de mi celular para activar la linterna y antes de lograrlo veo cómo la manzana comienza a tener su propio brillo tan potente que ilumina todo a mi alrededor. Mi corazón late deprisa y con la manga de mi pijama trato de cubrir mi boca y nariz para no sentir el mal olor. Una niebla espesa me rodea y antes de que me dé cuenta, una sombra surge del centro de la mandala, confirmando mis recuerdos de la tarde en que desapareció Evan.
¿Esto significa que yo también desapareceré?
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