10- Silencio
Shinobu volvió a mirar el reloj en su muñeca, el tiempo parecía estarse agotando y no podía decidirse. Un leve mohín apareció entre sus labios al percatarse de que solo faltaban quince minutos para que terminara la hora del almuerzo. Tenía que tomar una decisión. No sabía si era tiempo suficiente para llevar a cabo su plan, pero tenía que ponerlo en marcha por mucho que desease retrasarlo lo más posible. Guardó el bento ya vacío que reposaba sobre su pupitre y salió del aula a toda prisa directo hacia el jardín trasero de la escuela.
A ese lugar que había sido reclamado por el “demonio de la disciplina” como suyo durante las horas de almuerzo. Los estudiantes temían tanto al maestro, que evitaban pasar por ahí de saber que se encontraba presente. En un pasado, Shinobu se había aprovechado de esa reputación para darse escapadas solitarias a su lado, sin temor a ser descubierta. Pero ahora, estaba lejos de volver con ese propósito.
Conforme se acercaba a esa área los alumnos iban desapareciendo por los alrededores, volviéndose pasillos poco concurridos. El corazón de la azabache se aceleró, dando con violencia contra su pecho. Los recuerdos de sus encuentros furtivos no tardaron en envolver su mente, reproduciéndose igual que una película.
Antes sus manos sudaban por él y la emoción que despertaba en su cuerpo el volver a verlo, ahora las empapaba un sudor frío de incertidumbre por lo que le deparaba esa plática. Su corazón, que en antaño palpitaba vigoroso, ahora producía dolorosos latidos provenientes de su miedo y su vacilo. En otros tiempos su estómago ebullía, provocándole esa sensación inequívoca de que miles de mariposas levantan vuelo al saber que van a contemplar al ser amado, ahora esas mismas mariposas parecían estarse deshaciendo en su interior por el ácido amargo que le estaba causando la situación. Después de esa plática nada volvería a ser como antes. Y Shinobu no quería eso, no quería deshacerse todavía de esas sensaciones..., de esos sentimientos, sin embargo su deber se anteponía. Era una decisión difícil pero necesaria para evitar que la verdad sobre la noche pasada emergiera a la luz.
Entre oscilantes pisadas Shinobu dio la vuelta al edificio. Rápidas como rayos sus orbes violetas no tardaron en distinguir a esa solitaria figura postrada en las escaleras. Su sudadera azul era inconfundible y, aún desde la distancia, la joven podía vislumbrar que el maestro se encontraba mordisqueando su característico pan de pasas y a su lado seguramente se encontraba su cartón de leche. Nunca podía faltar.
Tan pronto como sintió la presencia destruyendo su calma, Tomioka despegó la mirada de su almuerzo y sus ojos recorrieron con sorpresa a la joven delante de él. Después de tanto que había pasado entre ellos no esperaba volver a tener una visita suya.
Shinobu se acercó, mostrando una tímida sonrisa que apenas se esbozaba por la comisura de sus labios. Era una máscara, un burdo intento por calmar el torbellino de emociones que yacían dentro de ella. Él, por su parte, se limitó a tragar con pesadez sin ocultar el gesto de amargura que embargó su rostro. Los inquisitivos ojos de ella no pasaron esto por alto, tal vez desde antes había dejado de ser bien recibida por el profesor.
—Buenas tardes, Tomioka-sensei —saludó Shinobu intentando mostrar su lado más amigable. Ese que una vez Tomioka le aseguró que le gustaba—. Qué bueno que lo encuentro...
—No deberías estar aquí, Kochou.
Tajante y conciso, el hombre terminó su frase, desviando la mirada. A pesar de su frío semblante, algo dentro de él era capaz de sentir rencor por las acciones de Shinobu o tal vez era en realidad sus celos. Ignorando que no era bienvenida, la joven tomó asiento a su lado, como tantas veces había llegado a hacer en un pasado.
Tomioka miró receloso la acción de su estudiante. Su mente apremió a ponerse de pie e irse para seguir evitando que la situación se pusiera más incómoda. Sin embargo, su cuerpo se negó a la petición. Algo dentro de él tenía la mínima esperanza de que ella estuviera ahí para explicarle todo, para que le dijera que no había sido más que un malentendido.
El mutismo en el que ambos quedaron sumergidos era tan denso que compartieron la sensación de estarse ahogando en él. Tras la fachada inexpresiva de Giyuu se encontraba un hombre impaciente por saber la razón de que su alumna lo volviera a buscar, de saber lo que parecía querer escapar de esos labios rosas igualando a pétalos que estaban temblando, como si intentaran decidirse por las palabras que fueran a salir de ellos.
Y precisamente así estaba Shinobu. Dentro de su cabeza pasaban torbellinos de pensamientos que trataban de dar inicio a la conversación lo mejor posible. Aquello no era fácil. Al cabo de unos segundos, que entre ambos se sintieron como horas, la azabache decidió las palabras. Con Tomioka lo mejor siempre había sido el ser directa.
—Necesito que guardes silencio acerca de lo que viste la otra vez —pidió la estudiante en un tono de súplica que sorprendió a Giyuu. En su vida Shinobu había perdido delante de él su careta cínica que siempre cubría sus verdaderas emociones—. No le digas a mi hermana lo que viste el otro día.
—¿Te refieres al...?
—A eso —interrumpió Shinobu antes de que siguiera y formulara la pregunta recalcando lo obvio.
—No pensaba decirle a nadie.
Giyuu fue tajante en sus palabras. Tampoco tenía mucho en qué ahondar. Su rostro era incapaz de mostrar emociones, pero por dentro había sufrido una decepción. Una parte de él ilusamente había creído que tal vez había ido a buscarlo, como para revivir un recuerdo de una época pasada, cuando los dos compartían encuentros furtivos que ahora ella parecía estar compartiendo con alguien más.
—Con eso de que te has vuelto tan cercano a mi hermana tenía que asegurarme. —Ahí estaba. De nuevo el tono cínico y mordaz que tanto caracterizaba a Shinobu volvía a teñir sus palabras, dejando entrever un vistazo de los celos que carcomían sus entrañas desde hace días.
Giyuu no paraba de entrar al estupor con Shinobu. En todo el tiempo que había pasado conociéndola nunca la había visto abandonar su papel. Incluso podía asegurar que algo en ella se percibía como nerviosa. Shinobu siempre ocultaba sus verdaderas emociones, nunca permitía que nadie traspasara esa máscara de cinismo que la acompañaba siempre. Por eso se habían entendido, por eso él se había identificado con ella. Los dos compartían eso.
—¿Estás..., celosa?
–¿Perdón? ¿Por qué voy a estar celosa? Es solo que no me gustas para mi hermana y no me parece bien que ustedes estén tan cercanos últimamente —atacó Shinobu adoptando una actitud a la defensiva casi por inercia. La pregunta de Giyuu iba dirigida con total ingenuidad, pero la chica odiaba haberse sentido descubierta—. ¿Puedes culparme? No eres el tipo de chico para Kanae y yo más que nadie lo sé.
Eso fue una cuchillada dada con total malicia hacia el profesor. Sin embargo, él no dijo nada. Dentro de sí intentaba procesar todo lo que estaba sucediendo. Shinobu, malinterpretando su silencio como indecisión, se acercó a él y puso un dedo sobre su pecho. Tenía que sacar su as bajo la manga para asegurarse de que fuera a guardar silencio.
—Será mejor que me guardes este secreto, porque yo también soy conocedora de algunos tuyos que no te convendrían que salieran a la luz por el bien de tu puesto como instructor de la academia.
La voz de Shinobu había tomado un matiz ligeramente amenazante, su típica sonrisa cínica ya decoraba sus labios y su cuerpo se había extendido hacia delante, acortando la distancia que había entre ella y su profesor. Giyuu lo entendió, esos secretos eran sus amoríos. En ese preciso momento la campana que avisaba que las clases se habían reanudado sonó por todas las instalaciones, haciendo que Shinobu abandonara su posición para ponerse de pie.
—Shinobu... —la llamó Giyuu con un hilo de voz que apenas era capaz de salir de su garganta con claridad. La chica se detuvo en seco al escuchar cómo la llamaba, pero no le dio la cara—. Ten cuidado con quién te metes. Ese tipo... me da mucha desconfianza.
El pobre chico no era capaz de entender lo que pasaba. Durante toda la clase de biología la maestra se había dedicado a mirarlo de manera inquisitiva mientras unas risitas que intentaban ser discretas salían de sus labios.
Por un momento, ilusamente había creído que quizás esa bella mujer había caído presa de sus encantos, resultando en un enamoramiento hasta la médula. Y su sentir se intensificó cuando Kanae-Sensei lo invitó a quedarse después de clases para hablar con ella. Su corazón latía desbocado, oscilando la posibilidad de que se tratara de una confesión de su amor.
—Perdón por entrometerme, pero... Shinobu me contó de lo suyo —admitió la mujer con una dulce risita saliendo de sus labios, haciendo que el chico delante de ella enrojeciera más del rostro.
Murata parpadeó varias veces, sin ser capaz de creer las palabras que salían de la boca de Kanae. ¿Acaso sus oídos lo engañaban o sí había escuchado bien?
—¿Lo nuestro? —preguntó entre balbuceos vacilantes mientras por inercia su dedo índice se apoyaba en su pecho, señalándose a sí mismo.
—Sí, pero no te asustes. No te llamé para amenazarte ni nada por el estilo... De hecho, quería invitarte a cenar a la casa. Hoy, después de la escuela, ¿qué te parece? Seguro que podemos conocernos mejor.
Murata contempló a su maestra con la mandíbula desencajada del rostro, intentando ordenar las ideas y las dudas que no dejaban de surgir en su cabeza. ¿Qué estaba sucediendo? ¿De qué estaba hablando? ¿De verdad tenía que ir? Estaba por responder que no sabía a lo que se refería cuando la oportuna campana volvió a sonar, ahora marcando el final del día de clases. Kanae tomó sus cosas y colocó una mano en el hombro del chico, ignorando la confusión que le había causado.
—Te espero a las siete —finalizó con un alegre tono de voz antes de abandonar el aula, dejando a Murata ahí de pie, completamente confundido sin tener idea de lo que acababa de suceder.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top