Capítulo Nueve: ¡Quiero ir a prisión!

El corazón comenzó a palpitarme alocadamente cuando intenté separarme suavemente de él, sin embargo, el chico no me dejó apartarlo y, por el contrario, pasó su mano por mi mejilla.

Sentí cómo mi rostro se encendió y en ese preciso instante ambos dimos un pequeño suspiro y nos separamos.

—Esto no está bien, Kevin —dije mirando hacia el suelo como si su mirada fuera a matarme.

—¿Por Dylan? —preguntó y yo me llevé una mano a la cara.

—Claro que por Dylan —aseguré y tomé la mochila que había puesto junto a la entrada.

—¿Y si no fuera por Dylan? ¿Igual no estaría bien? —cuestionó y yo volteé finalmente mi rostro.

Los rayos de luz que se colaban entre las pinturas, ahora atacaban sus rizos con fuerte ímpetu. Había un suave brillo en sus ojos muy diferente al que solía proyectar y yo no sabía cómo interpretarlo.

—¿Por qué me preguntas eso? —cuestioné y él se quedó congelado—. ¿Hay algo que quieras decirme?

—Ya es muy tarde —concluyó agitando sus rizos y caminando hacia la salida—. Mañana tenemos que llegar temprano a la reunión.

Eché mi cabeza ligeramente hacia atrás y lo seguí hasta abandonar el inmueble. De camino nos encontramos con Reina que volvió a mirarme con furia.

Ser la segunda al mando en el club de artes plásticas no te convertía en la persona más popular del mundo. Reina Bucket había pasado toda su vida cubierta de burlas, risas y cuadros rotos por los compañeros que no comprendían por qué prefería pasar todos los viernes en la sala de artes que en una fiesta.

Entendía, entonces, por qué ella consideraba a Dylan como alguien importante, sin embargo, no podía evitar sentirme molesta porque ella me reclamara sobre nuestro noviazgo. En este tiempo había aprendido a disfrutar muchísimo la compañía del chico y ahora más que nunca no iba a perderlo por el desafortunado pasado de Reina.

Durante el viaje a casa las cosas entre Kevin y yo se tranquilizaron y el asunto del segundo beso volvió a quedar tan enterrado como el primero, gracias al cielo.

Cuando la mañana cubrió mi cuarto, al día siguiente, decidí levantarme un poco más temprano de lo normal para poder charlar con mis padres. Por fin descubriría de qué iba el caso que llevaban y, después de la respuesta del otro día, estaba más convencida de que sería algo muy importante.

—Buenos días —saludé mientras tomaba mi lugar en la barra de la cocina para desayunar.

—Hola, hija —respondió mamá que comenzaba a hojear el periódico.

—¿Ahora podemos hablar sobre lo del caso? —pregunté y ambos se miraron unos segundos antes de suspirar—. ¿Es algo muy malo?

—A veces los cambios son para mejorar, Nicole —comenzó a decir papá y yo me estremecí—. No debes molestarte con nosotros.

—¿Qué es lo que pasa? —interrogué con angustia.

—Nicole... Tu papá y yo estamos representando al grupo Asclepio —dijo mamá cerrando el periódico—. Es una compañía que se dedica a la operación de hospitales.

—No entiendo qué tiene de malo —comenté y papá me sirvió un poco de jugo de naranja.

—Grupo Asclepio está interesado en adquirir la escuela preparatoria, hija —explicó papá—. Se han enterado de que se clausuró y que las cosas van de mal en peor. Quieren el terreno para construir dos de sus franquicias.

—¿Qué? —pregunté aterrada—. No pueden destruir la escuela.

—Ya casi todo queda arreglado —afirmó mamá con tristeza—. Solo están esperando el juicio con la sociedad estudiantil para cerrar el trato.

—¿Qué pasará con nosotros? ¿En dónde terminaremos la preparatoria? —cuestioné levantándome.

—Todos tendrán que buscar una alternativa —dijo papá—. Nosotros... recibiremos una suma fuerte por ganar el caso para grupo Asclepio, así que hemos pensado seriamente en mudarnos a la ciudad.

—No pueden hacerme eso —expresé con la voz entrecortada—. Mis amigos, mi escuela, ¿cómo se supone que componga una nueva vida?

—Nicole, nosotros no sabíamos los detalles del caso cuando la firma nos envió. Aceptamos sin percatarnos de que hablaban de la escuela del pueblo —justificó mamá—. Tienes que perdonarnos. Ya no podemos rechazar el asunto, eso podría provocar que nos despidieran.

—¿Qué pasa si ganamos el caso? —pregunté temblando.

—Sería la única salida —respondió papá—. Es un juicio real, Nicole. Para ganar, necesitan evidencias contundentes. ¿Ya se han puesto de acuerdo tus compañeros y tú?

—Bueno... —dije con nerviosismo y tomé un poco de aire antes de comenzar a explicar—. Nadie más ha dicho nada, pero, el que nos representará en el juicio será Kevin Baxter. Sus amigos y yo estamos investigando al culpable.

—¿Baxter? ¿No es el chico problemático de tu escuela? —cuestionó mamá y yo asentí—. Su apellido me parece conocido.

—Pam, ¿no es el hijo de Sara Baxter? —preguntó papá con interés.

—Claro, claro. Ahora recuerdo, sí es el hijo de Sara Baxter —dijo ella con una sonrisa.

—¿Ustedes conocen a los padres de Kevin? —interrogué y ambos asintieron divertidos.

—Recuerdo cuando la vimos en la primera junta de padres de familia —relató mamá inclinándose sobre la barra—. Acabábamos de llegar al pueblo, sin embargo, ella llamó nuestra atención por su vestimenta extraña.

—Traía un vestido grueso color negro que la cubría totalmente, aunque estuviéramos finalizando el verano —agregó papá y mamá sonrió.

—Como no conocíamos a nadie aún, nos acercamos a ella. Llevaba el cabello muy enmarañado —recordó mamá imitando con sus manos el volumen de la cabellera—. En cuanto comenzamos a hablarle, ella soltó un suave gritito y se cambió de lugar.

—Es divertido recordarlo —comentó papá soltando una risita—, hizo un sonido parecido al de una gaviota.

—De ahí en adelante notamos lo extraña que era —dijo mamá dando una mordida a su pan tostado—. Aunque lo entiendo por el hijo que tiene. Siempre le pasaban un bonche de reportes en cada junta.

—Seguramente podría prender una fogata con todo ese papel —comentó papá sonriente y mamá lo empujó con suavidad riendo.

El tema de la venta de la escuela pareció evaporarse al traer a la mesa los recuerdos de Sara Baxter. Yo jamás imaginé que ellos supieran algo sobre los padres de Kevin, mucho menos que intentaran hacerse sus amigos en determinado momento.

Después de terminar el desayuno me fui corriendo hacia la reunión con el equipo de investigación, llegando casi derrapando a la hora en que habíamos quedado.

—Hola, dulzura —dijo Dylan cuando me vio entrando al sótano de Fred.

Kevin ya estaba de pie junto a su pizarrón y ambos nos dedicamos una mirada nerviosa antes de que mi atención regresara a Dylan.

—Hola, Dy —respondí y él me dio un breve beso.

—Deténganse antes de que vomite —expresó Fred girando los ojos. Nuevamente, no había señal de Mónica por ninguna parte.

—Vamos a iniciar —complementó Kevin aclarándose la garganta. Todos tomamos asiento y su plumón fue destapado—. Nicole y yo hablamos con Reina Bucket... ella vio al sujeto irse hacia la carretera y también vio el modelo del auto.

—¿Qué es lo que haremos, entonces? —preguntó Dylan pasando su brazo alrededor de mí en el sillón.

—Bueno —respondió Kevin recorriéndolo con la mirada—, he pensado en una idea. Es un poco arriesgada.

—¿Cuál de tus ideas no lo es? —pregunté y él me sonrió.

—El pueblo está rodeado de cámaras para la vigilancia desde la comisaría —comenzó a explicar el chico—. Lo único que necesitamos es ver la cinta de la noche del baile. Sabemos cómo es el auto y qué camino tomó. Con eso tendremos las placas y al culpable absoluto.

—¿Cómo podremos ver las cintas? —preguntó Fred mirando su celular.

—Ese es el asunto... las cintas son exclusivamente para uso de la comisaría —dijo Kevin y volteó a verme—, y es por eso que necesitamos entrar sin que lo sepan.

—No entraré a la comisaría de incógnito contigo —reclamé al chico y él negó con la cabeza—. Todos saben que se cierra con un candado especial al caer la noche.

—Sí, bueno. Es que yo no me refería a entrar de incógnito —respondió Kevin y yo abrí ligeramente la boca—. La solución es que nos arresten.

—¡¿Qué?! —gritamos el resto y Kevin escribió en la pizarra "Mustang negro".

—Es la única forma, una vez dentro podremos tener acceso a los videos. Cometeremos un delito menor, no se preocupen —complementó al admirar nuestras caras de asombro.

—¿Quién te acompañará? —preguntó Dylan con tono de preocupación—. ¿No pensarás que Nicole se involucre en todo esto?

—Ese fue nuestro trato —dijo Kevin mirando a su amigo con firmeza—. Si ahora ella y tú son novios no es mi asunto, ella lo prometió así.

—No te preocupes, Dy —agregué dedicándole un abrazo—. Voy a estar bien, sé cuidarme sola.

La mirada angustiosa de Dylan me acompañó hasta que la reunión terminó.

No podía creer que Kevin hubiera pensado en semejante idea. ¿Ir a parar a la cárcel del pueblo? Si mis padres se enteraban ahora sí no podría zafarme de los problemas.

Ese día llegué a trabajar con un nudo muy fuerte en el estómago. Mi gesto se veía afectado y caminaba con lentitud como si no quisiera que la tarde llegara (horario en el que me había quedado de ver con Kevin).

Chuck me preguntó si me sentía bien, pero ante la respuesta evasiva, él simplemente cambió de tema y comenzamos a charlar mientras realizábamos un chequeo general del Galaxie Skyliner que nos había llegado en la mañana.

—¿Te puedo hacer una pregunta? —dije al tiempo que daba marcha al auto.

—Como si no la fueras a hacer de todos modos —respondió Chuck con una muy leve sonrisa.

—El otro día que viste a Dylan... ¿no te agrada? —cuestioné y él se quedó un momento mirándome antes de regresar su vista al motor del Galaxie.

—Niña, siempre he creído que de malas raíces no puede haber más que pésima descendencia —dijo el hombre y yo salí del asiento del conductor para colocarme a su lado.

—¿Es por los abuelos de Dylan? —cuestioné y él suspiró.

—Dora y Steve Keller —dijo como si hubiera viajado al pasado—. Ellos fueron conmigo a la escuela, ¿sabes?

—¿Te hicieron algo? —pregunté y Chuck soltó una risa.

—Kraken y yo abrimos nuestros negocios cuando Dora y Steve terminaron de estudiar medicina... Ambos nos trataron tan mal en esos tiempos —expresó soltando una risa amarga—. Supongo que no hay más grande ofensa que la humillación, ¿cierto?

—Chuck —dije revisando el nivel del líquido de frenos—, tú has estado toda tu vida en este pueblo. ¿Sabes algo sobre los Baxter?

—¿Hablas de Sara y Frank? —preguntó él sin mirarme.

—Sí... Yo soy amiga de su hijo, Kevin Baxter —expliqué y él volvió a soltar otra risa amarga.

—Yo vi crecer a Frank. En nuestras peores épocas, Kraken y yo salíamos de fiesta con su padre, Jack Baxter... supongo que es la clara lección de que todo tiene una consecuencia —relató mirándome con seriedad—. Te recomiendo que te alejes de esa familia.

—¿Qué es lo que pasa con ellos? —cuestioné intrigada—. Nadie sabe totalmente quienes son, ni siquiera los amigos de Kevin pueden decirme.

—Jack Baxter es el peor hombre que he conocido, podrido hasta las entrañas. Él crió al más terrible de los hijos... Frank. No dudo que el nieto sea igual —comentó cerrando el cofre de un golpe—. Sin embargo, esa historia es demasiado delicada para ser contada por un tercero. No tengo, además, la facultad para hablar de tu amigo. No recuerdo haberlo visto nunca.

—Bueno... parece que este pueblo estaba lleno de personas problemáticas —expresé y él asintió y siguió con la revisión del auto.

Frank Baxter. Era la primera vez en mi vida que había escuchado ese nombre. Mamá y papá no lo habían mencionado ni una sola vez durante el desayuno, aquello solo incrementaba las ganas que tenía de saber quién era y qué estaba pasando realmente con los padres de Kevin.

Cuando el reloj marcó las cinco en punto, mi estómago volvió a ajustar el nudo con que había llegado. Mis manos comenzaron a sudar cuando tomé la mochila que había guardado en la oficina de Chuck.

No podía echarme para atrás ahora... Estábamos a punto de encontrar a la persona que había atacado a Conan y a Demian.

—Nicolasa —dijo Kevin cuando pasó por mí frente al taller de Chuck—, ¿estás lista?

—No sé si tengas experiencia con esto, pero uno nunca está preparado para ir a prisión —expresé ajustando mi mochila.

—No te preocupes, no es la primera vez que estoy ahí —dijo con una sonrisa—. Sé cómo escaparnos de la celda para poder entrar a la oficina.

—Kevin Baxter en prisión... no sé por qué no me sorprende —comenté mientras avanzábamos por la calle—. ¿Cuál es tu idea?

—Haremos algo sencillo —dijo volteando su mochila para poder alcanzar el cierre—. Vamos a decorar la biblioteca —anunció dándome una lata de pintura en aerosol.

Ambos aceleramos el paso para poder alcanzar el inmueble. Debo admitir que jamás había utilizado la pintura en aerosol, pero fue bastante divertido invadir el color mármol de las paredes de la biblioteca con bellísimos tonos morados, amarillos y verdes.

Kevin y yo pintamos una buena parte de la fachada exterior del edificio antes de que se escuchara una fuerte sirena acompañada de luces color rojo y azul.

—¡Bajen las latas! —gritó un oficial mientras descendía de la patrulla.

Se aproximó con una lámpara hasta nosotros y se dedicó a iluminar la cara de Kevin.

—Van a tener muchos problemas jovencitos —comenzó a decir el oficial y en ese momento cambió la iluminación hacia mí—. ¡Nicole Sadstone! Eres la hija de Pamela y Andrew Sadstone.

—Sí —respondí temblorosa, después de todo, era mi primer arresto

—Tus padres nos han ayudado en los peores casos —dijo el oficial sonriendo—. Dejaremos esto como una advertencia, por esta vez, chicos. ¡Vayan con cuidado!

El hombre regresó a la patrulla y se alejó como si nada.

Kevin y yo nos miramos sorprendidos y él empezó a guardar las latas.

—¿Por qué tus padres debían ser abogados? —preguntó soltando una risa.

—Si todo resulta muy mal, al menos ellos podrán sacarnos —respondí al tiempo que nos alejábamos de la biblioteca—. ¿Tienes un plan "B"?

—Claro que tengo un plan "B" —respondió el chico señalándome el mini súper—. ¿Lista para los problemas?

Kevin entró al mini súper y comenzó a tomar bolsas al azar para tirarlas al suelo. El dependiente acomodaba algunos estantes que se encontraban en la zona de la caja a espaldas de la mercancía y, aunque no se podía apreciar su rostro, él no parecía inmutarse con el desorden que estaba causando Kevin.

Entré pocos segundos después y empecé a abrir bolsas de gomitas para tirarlas sobre el pasillo de refrescos.

Ambos estábamos sorprendidos por la indiferencia del chico, pero aquello solo fomentaba que nuestro pequeño saqueo aumentara su intensidad.

Tomamos un par de refrescos y los abrimos para comenzar a verter su contenido por los pasillos. Subimos y bajamos, gritamos y pateamos estantes, pero el dependiente parecía no hacer caso. Seguía perdido en los estantes que acomodaba.

La desesperación de haber estado tanto tiempo intentando llamar su atención se apoderó de mí y me hizo tomar un par de chicles y arrojarlos cerca de él.

En ese preciso momento, el chico se volteó y se pudo admirar que traía un par de audífonos blancos bloqueando su audición. Al darse cuenta de todo el desorden que habíamos hecho, se quitó los auriculares y me miró con furia.

—¡¿Qué demonios hiciste en mi tienda?! —preguntó tomando mi muñeca. En ese momento Kevin se aproximó a la caja y dejó lucir un gesto de sorpresa—. ¿Kevin?

—Robert, ¿qué haces aquí? —preguntó acercándose para saludarlo.

—Trabajo aquí, hermano —respondió sonriendo—. ¿Tú qué diablos haces aquí?

—Destruyendo tu tienda, al parecer —dijo apenado y su amigo le puso una mano en el hombro.

—En realidad no es mi tienda —justificó riendo—. El dueño no se molestará si digo que fueron unos vándalos encapuchados. Váyanse ahora porque no tarda en llegar y si los ve es capaz de demandarlos.

—Gracias, amigo —expresó Kevin y ambos salimos de la tienda.

—Bueno, ahora quién fue el que arruinó el plan —reclamé y él se llevó las manos a la cabeza.

—Esto está tardando más tiempo del que yo esperaba —dijo y me entregó uno de los dos pequeños bates que tenía guardados en la mochila—. Tendremos que esforzarnos más... Vamos a esa casa.

Nos colamos por la cerca de una casa poco iluminada. Una pequeña lucecilla se alcanzaba a ver en una de las habitaciones, así que asumimos que no estaba totalmente deshabitada.

Kevin tomó el bate que le correspondía y comenzó a golpear el buzón. Yo lo seguí de inmediato y ambos terminamos tirando el buzón del poste que lo sostenía. El estruendo fue tal que las luces de la casa comenzaron a prenderse una tras otra, marcando el camino del dueño de la casa que se acercaba a la entrada.

—Háganos el favor de llamar a la policía o seguiremos con sus gnomos de jardín —indicó Kevin deslumbrado por la lámpara gigante que nos alumbraba.

—A quien llamaré es a sus padres por este comportamiento —dijo una voz de mujer al tiempo que bajaba la lámpara y dejaba ver su rostro.

—¿Señora Simmons? —preguntamos al unísono.

Ella era la encargada de la cafetería de la escuela, aquella que nos alimentó todos los días durante años.

—Claro que soy yo. Llamaré de inmediato a sus padres para...

—¡No! —respondimos ambos.

—¿Por qué vinieron aquí a tirar mi buzón, pequeños rufianes? —cuestionó ella con gesto de molestia.

—Señora Simmons, nosotros lo repararemos por usted —propuse con cautela—, pero, por favor, no llame a nuestros padres.

La mujer se quedó un momento reflexionando, aceptó el trato después de haberlo pensado. Kevin y yo fuimos provistos de clavos y martillos para regresar el buzón a su lugar.

Pasamos un buen rato tratando de reparar el daño causado y, cuando la señora Simmons terminó de supervisarnos, pudimos regresar a nuestra misión original.

Aquello no estaba saliendo demasiado bien, seguimos tratando de que nos arrestaran por un buen rato, pero algo siempre salía mal y lográbamos zafarnos de la comisaría.

Cuando ya no podíamos más y la oscuridad estaba apoderándose demasiado del pueblo, ambos nos sentamos en la banqueta mirando al suelo.

—No puedo creerlo —dije con molestia.

—¿Qué cosa?

—Que esté aquí contigo —respondí mientras una gota de agua golpeaba mi nariz.

—No entiendo —expresó Kevin mirándome.

—Ya te lo he dicho, eres un chico de lo peor y no puedo creer que esté aquí varada contigo porque decidí hacerle caso a tu grandiosa idea —reclamé levantándome con fuerza. En ese momento, un montón de gotitas de agua comenzaron a rodearnos suavemente— Y para colmo está comenzando a llover.

—Oye, yo no te obligué a nada —respondió el chico levantándose conmigo—. Tú sola aceptaste el trato desde el inicio.

—Sí, como si no me hubieras obligado con tus extraños juegos —dije y la lluvia comenzó a caer con toda la fuerza, fría y despiadada.

—¡Yo nunca he hecho nada! ¿Por qué siempre te alteras? —preguntó Kevin alzando la voz.

—¡Porque tus ideas siempre son las peores!

—¡Al menos soy al único al que le interesa la investigación!

—Eso no lo sabes, Kevin. A Donna le interesa, a mí me interesa, pero solo te la pasas viviendo en tu pequeño mundito sin interesarte por los demás —reclamé dando una patada a la banqueta.

—¿Por qué siempre te enojas cuando te quedas sin buenos argumentos? —preguntó sobándose el brazo.

—¡Porque eres muy irritante! —respondí mientras me alejaba corriendo.

—¡Yo no soy irritante, tú eres la persona que siempre me cambia todo! —dijo al tiempo que me alcanzaba.

—¿Cuándo he cambiado algo para ti? —pregunté mientras el agua escurría por mi rostro.

—¡Tú no lo sabes, Nicole! La que vive en su pequeño mundito eres tú —reclamó enérgico. Para ese punto, los vecinos comenzaban a asomarse por las ventanas, llamados por el escándalo que causábamos con la pelea.

—¡Cállate, Kevin! ¡No sabes nada de mí! —grité y lo empujé.

—¡Deja de agredirme! —reclamó el chico al tiempo que comenzaba a lanzar las latas de pintura vacías que traía aún en la mochila para defenderse—. ¡Tú eres la que no me conoce!

—Como si quisiera conocerte, Baxter, ¡ya basta! —reclamé recogiendo las latas y regresándoselas de un golpe—. No tengo el más mínimo interés en ti, ¡te odio!

—¡No me importa que me odies, yo no te necesito para la investigación! —dijo mientras el agua viajaba por sus rizos deshechos.

—¡¿Entonces para qué demonios me invitaste, Kevin?! —dije quitándole su mochila para sacar uno de los bates—. ¡Nadie me quería aquí! —grité golpeando la banqueta nuevamente, como si se tratara de un entrenamiento—. ¡Ni Fred, ni Mónica, y al inicio, ni siquiera Dylan! ¡Tú me arrastraste aquí!

—¡Claro! ¡Tenía que salir tu noviecito entre todo esto!

—¡Él es mil veces mejor que tú! —exclamé meciendo el bate entre mis manos.

—¿Para qué tomaste eso? —dijo alejándose ligeramente.

—¡Lo tomé para que entiendas que te odio y que ya no quiero verte! —expresé comenzando a golpear su mochila con el bate—. ¡No tienes derecho a criticar a Dylan!

—¡No he hablado mal de él!

—¡Maldita sea, Kevin! ¡¿Por qué me metiste en todo esto?! —concluí lanzándome a su espalda mientras el chico comenzaba a girar tratando de liberarse de mí.

Los gritos y los jaloneos ya habían atraído a todas las casas de la redonda, pero no nos detuvimos hasta que caí de Kevin y él me levantó con suavidad.

—¡¿Quieres saber por qué te traje?! ¡¿Por qué odio tanto a Dylan?! —gritó tomando mi rostro entre sus manos—. ¡Es porque me gustas, me gustas mucho! Parecía obvio, ¿no?

—¿Qué? —pregunté confundida quitando sus manos de mí.

—Que tú me gustas. Yo... por eso te besé, porque... Nicole, ¿yo no te gusto, verdad? —preguntó al notar que lo miraba extrañada—. Yo no te gusto —concluyó con una sonrisa amarga al tiempo que limpiaba las gotas de lluvia de mi rostro—. Lo siento... Fui un tonto.

En ese momento las luces rojas y azules que habíamos admirado al inicio de la noche regresaron y envolvieron toda la calle.

—Jovencitos —dijo un oficial que se cubría de la lluvia con su gorra—, están perturbando el orden público. Les voy a pedir que suban a la patrulla de inmediato.

Ambos nos dedicamos una última mirada antes de subir al asiento trasero de la patrulla. Podía leer la tristeza en los ojos de Kevin. Lo observé con discreción en nuestro viaje hacia la comisaría, sin embargo, él no volteó ni una sola vez y mantuvo su mirada en el camino solamente.

Cuando llegamos, el oficial abrió una de las pequeñas celdas que se encontraban vacías y nos pidió que entráramos.

—Necesitamos llamar a sus padres —argumentó colocándose frente a nosotros con una libreta. Kevin se acercó al hombre con semblante preocupado y asintió—. Díctenme los teléfonos y yo los comunicaré.

Mientras recitaba el número de mi casa, noté que Kevin estaba más que nervioso. Sus manos temblaban y su rostro se notaba afligido. Jamás lo había visto así, él siempre lucía desenfadado y muy tranquilo. Él era el chico que bromeaba sobre cualquier cosa, que se burlaba de cualquier situación.

Era perturbador notarlo tan angustiado.

Cuando él dictó su teléfono, noté que su tono de voz se quebraba de vez en vez y sus manos dejaban sudor en los barrotes, o tal vez era lo empapados que estábamos por la lluvia.

El oficial se retiró y dijo que regresaría por nosotros para que habláramos con nuestros padres.

—¿Estás bien? —pregunté preocupada y él levantó los hombros.

—No es por ti, Nicole. No te preocupes —dijo volteando con fingida tranquilidad—. No creí que fueran a llamar a nuestros padres.

—¿No habías venido antes? —interrogué y él negó.

—A veces puedo voltear un poco las historias —respondió riendo de manera forzada—. Había venido antes, pero no por mí. También es la primera vez que me arrestan.

—¿Estarás en muchos problemas? —cuestioné tratando de recuperar el buen humor.

—Yo no soy el que me preocupa —dijo con pesar y después se levantó para comenzar a dar vueltas por la celda.

El oficial no tardó mucho en volver para abrir la puerta y conducirnos hacia una pequeña oficina.

Los estantes desordenados y el café derramado en el escritorio contrastaban con el brillante y limpio teléfono negro que esperaba por nosotros. Kevin y yo tomamos asiento en una banca que se encontraba justo a un lado del teléfono y el oficial se sentó frente a nosotros para abrir su libreta.

—He hablado con ambas casas y están preocupados, muchachos —dijo el hombre mientras marcaba por el teléfono—. Quieren escuchar que están bien... Kevin Baxter. Tu casa es la primera.

Pude notar como la respiración de Kevin se aceleraba, su rostro se puso pálido y las manos le temblaron débilmente.

No sabía si lo correcto era pedir que me regresaran a la celda en lo que Kevin hablaba con su familia, pero quería saber con tantas ganas qué sucedía que preferí quedarme sentada en la banca y escuchar todo.

—¿Mamá? —susurró con dulzura—... Lo sé, lo sé y lo siento mucho... ¿Estás bien? Mami, no es necesario que vengas, yo puedo solucionarlo... Entiendo. —La voz del chico se notaba tranquilizadora y muy queda, estaba segura de que Sara Baxter no podía imaginar la maraña de nervios que era Kevin en persona—. Mamá... ¿Él lo sabe?

Cuando escuché esa pregunta voltee a mirar de reojo al chico. Sus puños se habían cerrado con fuerza al escuchar la respuesta de su madre y una pequeña lágrima se le escapó.

—Yo... Lo lamento tanto —dijo tratando de retener el llanto—. Mami, te veré mañana, ¿sí? Te amo muchísimo.

El chico colgó el teléfono y yo me levanté para tomar mi turno. Kevin le pidió al oficial un momento para ir al baño y salió de la sala, escoltado por el hombre.

—¿Mamá? —pregunté al tomar el teléfono.

—Nicole, ¿estás bien, amor? —interrogó ella con preocupación, se podía escuchar los pasos de papá detrás. Él siempre se ponía a caminar cuando algo lo angustiaba.

—Sí, y quiero decir que lo siento... Fue por una buena causa —expliqué y ambos suspiraron de alivio.

—No importa la causa, Nicole. Estás en muchos problemas —expresó ella mucho más tranquila—. El oficial nos dijo que tendrán que pasar la noche en la celda. Mañana iremos a sacarte temprano.

—De acuerdo, acepto que no estuvo bien —dije con una sonrisa—. Mañana podrán regañarme todo lo que quieran.

—Dalo por hecho —contestó mamá riendo suavemente.

Ambas colgamos y yo salí de la pequeña oficina. Por un momento creí que Kevin se fugaría, es algo que él haría, pero cuando voltee hacia la celda, lo encontré sentado en el piso.

El oficial me abrió la puerta de barrotes y se fue a sentar en el escritorio. Todos estuvimos en silencio, hasta que la hora de cerrar llegó y el oficial apagó las luces para retirarse a su hogar.

—¿Todo bien en casa, Kevin? —pregunté y él volteó a verme.

—La verdad no me gusta hablar de eso —respondió con tranquilidad y tomó una gran bocanada de aire, como si hubiera decidido abandonar toda la amargura que lo había invadido para volver a ser el Kevin de antes—. Tenemos que encontrar esas placas.

—¿Cómo saldremos? —cuestioné admirando la cerradura.

—Afortunadamente, esa es una experiencia que sí pude adquirir —rio y se fue hacia el fondo de la celda. Escondido en uno de los rincones había un pequeño fierro que Kevin tomó—. Solo hace falta un par de vueltas —dijo introduciendo el fierro en la cerradura.

La puerta de la celda se abrió y después se movió para usar la misma técnica en mi propia celda, ambos salimos hacia las oficinas. La sala de cámaras era un espacio abierto, así que simplemente tomamos asiento en las sillas que daban frente a las pantallas e introdujimos la fecha del baile en el sistema.

Tardó un segundo, pero las seis pantallas cambiaron la transmisión a todos los puntos de la ciudad en la fecha que introdujimos.

Ambos detectamos la escuela y esperamos a que llegara el momento en que el Mustang negro apareciera.

—Gracias por ayudarme, aunque no te guste —dijo Kevin mientras observábamos las pantallas.

—Estaba enojada, Kevin —expliqué sintiendo un poco de remordimiento—. No es verdad lo que dije. Realmente sí disfruto estar aquí. Disculpa si fui muy cruel.

—Yo también quiero pedirte una disculpa, por lo que dije antes de que llegara la patrulla —expresó tranquilo—. No quería incomodarte.

—No pasa nada, yo entiendo que ambos no tuvimos un buen momento —dije tomando su hombro.

—Entonces estamos bien —contestó sonriendo.

En ese momento el auto apareció en la pantalla y ambos nos levantamos para ver mejor. Kevin detuvo la grabación y obtuvimos las placas.

—Vamos a la base de datos principal, así sabremos de quién es el auto —sugirió Kevin y ambos nos dirigimos hacia una brillante computadora blanca.

Tecleamos la placa que acabábamos de obtener y un nombre salió en la pantalla: "Chad Pennington". La sorpresa nos invadió, en especial, cuando descubrimos que las placas eran de la ciudad y no del pueblo.

¿Quién era Chad Pennington?

Cerramos todos los sistemas y regresamos a nuestras celdas. Parecía que ahora teníamos todo para poder culpar a alguien que no fuera Kevin.

Casi concluíamos el caso y eso me emocionaba. El juicio estaba a la vuelta de la esquina.

Nos quedamos dormidos en el suelo de la celda, a la mañana siguiente sentía los estragos de haber estado recostada sobre el piso tanto tiempo. Sin embargo, la emoción de avanzar en la investigación aún estaba conmigo.

No pasó mucho tiempo para que el oficial abriera la comisaría y mis padres entraran detrás de él.

Les dirigí una sonrisa de arrepentimiento y ambos solo giraron los ojos. Sabían que yo no sería capaz de hacer algo demasiado malo y cuando el oficial les explicó a detalle las razones para capturarme, se tranquilizaron aún más.

El oficial les dio unos documentos a mis padres y los dos se pusieron a leer a detalle todo antes de firmarlo. Ya casi terminaban con mi trámite de liberación cuando la puerta de la comisaría se abrió y ante nosotros se presentó la mismísima Sara Baxter.

El cabello enmarañado le cubría la cara como siempre y el suéter tejido que portaba se notaba roído y sucio. Entró a la comisaría con los brazos cruzados con fuerza y la postura encorvada. Parecía como si temiera que cualquiera de nosotros fuéramos a atacarla en el instante menos esperado.

—Sara —saludó mamá dejando los papeles que firmaba de lado—. Hace mucho que no te veíamos.

La mano de mi madre se estiró con fuerza frente a la mujer. Ella dudó unos instantes y después estiró su huesuda y temblorosa mano para estrecharla débilmente con la de mi madre.

—¿Cómo has estado? —preguntó papá sonriente—. Bueno, además de con dolores de cabeza por estos pequeños traviesos.

Sara se colocó más cabello sobre su cara y no rio ante la broma de papá. Cuando sus ojos toparon con los de Kevin, cruzó aún más los brazos y caminó rápidamente hacia la celda.

—Mi amor, mi Kevin, ¿estás bien? —preguntó en susurros. El chico la abrazó a través de los barrotes y yo solo me quedé observando la escena en el fondo de la celda.

—Sí, mamá, ¿tú estás bien? —respondió con preocupación el chico.

—Eso no importa, bebé... No importa. Hay que regresar a casa, mi niño —expresó con prisa—. Nos quedan veinte minutos, amor. Solo veinte.

—Mamá...

—Señora Baxter —interrumpió el oficial extendiéndole un fólder con documentos—, necesito que firme todos estos formatos. Cuando termine podrá irse con su hijo.

La mujer tomó los documentos y mis padres se apresuraron a concluir nuestro trámite.

—Sara... —comenzó a susurrar el oficial a la madre de Kevin—. ¿Has pensado en lo que te dije la última vez?

—Nicole, es hora de irnos —expuso papá con firmeza y el policía se levantó para abrirme la celda.

—Gracias por venir, señores Sadstone —agradeció el hombre al tiempo que yo me aproximaba a mis padres—. Y espero que esto no se vuelva a repetir, señorita Nicole.

—Para nada —respondí y volteé para despedirme con la mano de Kevin.

Él solo me dedicó una tranquila sonrisa y después su atención regresó a su madre.

Algo malo pasaba con él y yo quería saber qué era. No para enterarme de su vida como un chisme en revista de espectáculos, sino porque yo lo apreciaba como el amigo que había sido para mí en este tiempo.

Quería ayudarlo, pero para lograrlo, debía descubrir qué pasaba en casa de Kevin.

Sin pensarlo dos veces, saqué mi celular para escribir un mensaje en el camino a mi hogar.

"Necesito hablar contigo, ¿nos podemos ver mañana a las seis en tu casa?"

No pasó mucho para que una respuesta llegara a mi pantalla y una sonrisa me invadió cuando noté que era justo lo que necesitaba.

"Perfecto... yo necesito pedirte algo".

Esta vez averiguaría lo que pasaba. Y no tenía idea de lo que él fuera a pedirme, pero mañana, a las seis de la tarde, Fred Cooper me tendría que dar muchas respuestas.

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