Capítulo Diecisiete: El día más esperado

—Nicole... —interrumpió Mónica tomando la botella—, no creo que sea lo adecuado.

—¿Qué pasó realmente en la fiesta? —repetí ignorando la petición de mi amiga.

—Creo que —dijo Donna notando la tensión—, es hora de que nos vayamos. Se está haciendo demasiado tarde y mis padres van a matarme. Acompáñame, Nicole.

La chica se levantó y me tomó de los hombros sacándome del trance en que me había metido la pregunta. Dirigí una mirada de reproche a todos antes de salir del sótano con mi mejor amiga a un lado y después traté de hacer sonar mis pasos lo más estruendosamente posible para crear más impacto en la salida. Kevin intentó levantarse al instante pero Mónica lo detuvo para susurrarle algo en el oído, generando que nadie intentara impedir nuestra huida.

Y fue así que terminó la increíble fiesta.

Al paso que dejábamos la casa de Fred atrás, Donna intentaba cruzarse con mi mirada, pero yo hacía lo mejor por evitar el contacto.

Una vez que llegamos a su casa, se giró frente a mí y logró el cometido que había estado intentado en todo aquel tiempo.

—¿Por qué quieres saber lo que pasó en la fiesta aquel día? —preguntó la chica—. ¿No estaba bastante claro?

—Hay cosas que no me parecen lógicas o que tienen un gran vacío de información —respondí cubriendo mis manos del frío bajo la bolsa de mi sudadera—. Todo eso me hace dudar de Kevin.

—Estoy de acuerdo en que hay algo sospechoso, pero, ¿no deberías entonces dudar de todos? No solo de Kevin —dijo y yo solté una risa.

—Creí que lo odiabas —exclamé al tiempo que ella negaba con la cabeza.

—Solo temo por ti, puedo notar que el chico te vuelve loca —confesó provocando que yo me sonrojara un poco—. El punto es que, tienes que decidir un lado para el juicio. ¿Tú confías en todos ellos o no?

Suspiré al tiempo que mis ojos se escapaban a las estrellas un instante y después regresaban hacia mi amiga.

—¿Me acompañarás al juicio? —pregunté mirándola con súplica.

—Por supuesto que sí —dijo riendo—. Siempre pasas por mí, ¿te parece si ahora yo voy a tu casa?

—Claro —afirmé y la abracé antes de que entrara—. Gracias por todo, Donna.

Esperé a que su puerta se cerrara para poder regresar la mirada al cielo un instante. Vaya que era la mejor amiga del mundo. Era realmente afortunada por tenerla.

Seguí el camino hacia mi casa con el estómago hecho un caos. No quería enojarme con ellos, eran mis amigos, pero no comprendía por qué me ocultaban lo que había causado que Kevin actuara de esa forma en el baile.

Siempre había sido problemático, pero debía existir una razón todavía más fuerte para que hubiera elegido poner en riesgo, inclusive, su propio futuro.

Estiré mis brazos tratando de olvidarme del asunto cuando noté que mi madre estaba, nuevamente, esperándome en la entrada.

—¿Por qué llegas tan tarde, Nicole? —preguntó con expresión seria—. No estabas con el hijo de los Baxter, ¿cierto?

—No —respondí jugando, una vez más, a evitar las miradas—. ¿Qué te hace reaccionar así, mamá?

—¿Sabes qué hora es? —cuestionó al tiempo que ambas entrábamos a la casa para reducir el número de televidentes de nuestra pelea.

—Nunca he llegado a tiempo —expresé observando a papá sentado en la sala esperándome—. Lo que pasa es que ustedes nunca se daban cuenta.

—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó sentándose junto a papá. Yo rodeé la mesita de centro que había frente a los sillones y quedé dándoles la cara.

—No me malinterpreten, yo los quiero mucho —comencé a decir con tranquilidad—. Es solo que... nunca han llegado temprano a casa como estos días. No podían darse cuenta de lo tarde que llegaba.

Ambos parecían querer responder, pero se quedaron con mis palabras en sus mentes para después intercambiar un par de miradas.

—Jamás han pasado demasiado tiempo conmigo, disfruto mucho cuando me abren un espacio en su agenda —confesé sonriendo con pesar a mis padres.

—Nicole, no sabíamos que te sentías así —dijo mamá suavizando el tono de voz.

—Nunca habías dicho nada de esto. Siempre hablabas de que era comprensible el tiempo que invertíamos en el trabajo —comentó papá cabizbajo al tiempo que yo asentía.

—Y lo es, claro que lo es —respondí con fuerza—. Es solo que, a veces, me gustaría que me colocaran antes que su trabajo. No todo el tiempo, únicamente en ciertas ocasiones.

—Bueno, aunque eso no te exime de afrontar tus responsabilidades —dijo mamá acercándose a mí con dulzura—. Sin importar si papá o yo estamos aquí, deberías llegar a tiempo. Algo podría pasarte.

—¿Qué es "tarde" para ustedes? —pregunté sonriendo y ambos me miraron con una expresión que oscilaba entre severa y divertida—. Está bien... no más allá de las diez.

—Nosotros intentaremos hacer lo que nos dices —aclaró mamá dirigiéndome una sonrisa—. Si tú no dejas de esforzarte en tus responsabilidades.

—De eso también quería hablarles —comenté sintiendo que las manos comenzaban a sudarme—. Sé que no están de acuerdo con lo que haré después de la universidad.

—Para nada —dijo mamá contundente y papá asintió en señal de acuerdo—, también queríamos hablar contigo sobre esa decisión.

—Entonces, hablemos.

—No creemos que sea una elección que hayas tomado con la cabeza fría —dijo papá con una voz un poco más grave de lo normal—. ¿Te has puesto a pensar en lo que harás cuando seas mayor? ¿Cómo mantendrás a tus hijos con un trabajo así?

—La tía Patty vive muy bien dedicándose a lo que en verdad ama —comenté y ambos tomaron aire antes de contestar.

—Ese es un caso aislado —expresó mamá levantando el dedo índice—. Si eres abogada, podrás heredar el despacho que tu padre y yo queremos abrir.

—Pero es que no es lo que yo quiero hacer —dije casi como una niña regañada.

—A veces es necesario tomar la mejor decisión para el futuro en vez de aquella que te hace feliz —señaló mamá al tiempo que una idea aterrizaba en mi cabeza.

—¿Recuerdan la historia de cómo se conocieron? —pregunté recibiendo una afirmación como respuesta—. Mamá salía con uno de los abogados más prometedores. Papá acababa de entrar a la facultad y era el chico que nunca leía los textos encargados como tarea. Mamá eligió lo que la hacía feliz en vez de lo que le convenía y, miren, todo salió a la perfección —argumenté generando que los dos soltaran risitas.

—No sé si sentirme ofendido o alagado —expresó papá y yo me sonrojé un poco.

—No era esa mi intención —comenté apenada.

—Entiendo tu punto, Nicole —dijo mamá entre risas—. Aunque sigue sin parecerme que no estudies leyes... ¿Qué te parece si arreglamos esto con un trato?

—Es perfecto —respondí y mamá se quedó un segundo pensando.

—Ya lo tengo... Aceptaremos que estudies todo lo que quieras sobre autos, pero debes prometer que después de un año te tomarás un momento para reflexionar si te quedarás con los autos o si entrarás a la facultad de leyes —dijo ella con firmeza—. Si las cosas no van bien, entonces deberás estudiar para ser abogada sin ser una niña quejumbrosa.

—De acuerdo —respondí sonriente—. ¡Ya verán que haré cosas maravillosas!

—Lo sabemos, Nicole, lo sabemos —dijeron levantándose para abrazarme. Acababa de conseguir que me dejaran trabajar en lo que verdaderamente me apasionaba y estaba más que segura que después de aquel año, mi decisión seguiría muy firme.

—Un momento... —interrumpí separándome un poco del abrazo—. No me había dado cuenta, pero... han llegado muy temprano estos días.

Mis padres cambiaron su postura en cuanto pronuncié aquellas palabras.

—¿Hay algo que no me han dicho? —pregunté y mamá aclaró su garganta.

—El representante de grupo Asclepio se enteró de que eres alumna de la preparatoria —dijo ella con gesto preocupado—. No nos quisieron sacar del caso, por el historial, pero nos pidieron que no nos presentáramos al juicio.

—¿Por qué?

—Ellos están muy seguros de que ganarán —explicó papá abrazando a mi madre para cubrirla del frío que se sentía.

—Aseguran que ya tienen a los culpables —señaló mamá mirándome con seriedad— Hay un 99 % de probabilidad de que ganen.

—¿A quiénes culparán en el juicio? —cuestioné con interés.

—Eso no lo sabemos. No nos dejaron enterarnos. Solo tenemos conocimiento de que no será grupo Asclepio el que acusará libremente, sino que aquella empresa estuvo influyendo en la parte que presentará el gobierno local —explicó papá y yo sentí el corazón acelerando.

—Hemos vuelto temprano porque ya no hay nada que hacer en la oficina. Después del juicio, el terreno entrará en venta simbólicamente porque ya hay un comprador formado para adquirirlo en cuanto se pueda —dijo mamá suspirando—. Deben ser muy listos el sábado, muchachos.

—Estos sujetos vienen arrasando con todo —expresó papá y yo asentí.

—Tendremos cuidado, aunque, nuestra investigación también ha salido increíblemente bien —comenté con orgullo—. Ellos serán los que se llevarán la sorpresa.

—Desearíamos estar contigo cuando eso suceda —confesaron suspirando—. Nos quedaremos en la casa, esperándote.

—Yo también desearía que estuvieran conmigo —confesé abrazándolos nuevamente.

—Vimos el discurso del señor Thompson en televisión —comentó mamá acomodándose en el sillón—. ¿Tuviste algo que ver con eso?

—Totalmente —respondí sonriendo con emoción al tiempo que ellos me dirigían el mismo tipo de sonrisa—. Me iré a dormir... lamento haber llegado tan tarde —enfaticé recibiendo una respuesta afirmativa de su parte.

Después de haber arreglado todo con mis padres me dediqué a subir las escaleras hasta llegar a mi habitación. En cuanto noté que una tenue luz salía por debajo de mi puerta, supe que la tía Patty aún no se había acostado.

Empujé la puerta para encontrarla sentada sobre mi cama con mi lámpara de noche prendida.

—Hola, tía —susurré al tiempo que cerraba la puerta.

—¿Ya recibiste tu regaño? —preguntó soltando una risita.

—Por supuesto que sí —respondí dejando mi mochila roja en una de las esquinas del cuarto.

—Bueno, entonces ya estarás lista para disculpar a otros, como tus padres, seguramente, lo hicieron contigo —dijo ella inclinándose para sacar algo de la parte inferior de la cama.

—¿De qué hablas? —pregunté antes de que mi tía me mostrara una pequeña flor que había estado guardando.

—Dice que te hizo enojar —expresó ella entregándomela con una enorme sonrisa en el rostro.

—¿Quién? —cuestioné casi por obligación porque la respuesta era obvia. La tía Patty dejó ver una enorme sonrisa que me confirmaba mi sospecha—. Es que otra vez no me quiere decir la verdad.

—Nicole...

—Yo sé, yo sé que me dijiste que le diera tiempo —interrumpí mirando la flor con profundidad—. No es fácil, ¿sabes? El juicio está demasiado cerca.

—Lo entiendo —respondió suspirando—. ¿Estás nerviosa?

—Claro que sí —dije desplomándome sobre la cama—. Muero de nervios, ya quiero que llegue el juicio para deshacerme para siempre de este problema.

—¿Sabes qué fuimos a hacer tus padres y yo el día de hoy? —preguntó al tiempo que recibía una respuesta negativa por parte mía—. Estuvimos viendo departamentos, ya sabes, por si algo sale mal.

—Lo último que quiero es irme de aquí —confesé colocando una almohada sobre mi rostro—. ¿No podrían dejarme en el pueblo?

—No creo que se pueda —respondió ella riendo—. Yo sé que saldrás de esta, eres una chica muy fuerte.

—Tía... —expresé con tristeza mientras quitaba la almohada de mí—. Algo pasó hoy.

—No parece que te esté yendo muy bien, últimamente —señaló mi tía colocando mi cabello tras la oreja.

—La verdad es que no —dije riendo con amargura—. Tía Patty, el taller de Chuck fue abandonado.

—¿Qué? —cuestionó ella con sorpresa—. ¿Eso sucedió hoy?

—Sí, yo... fui al taller y no había nada. Todo estaba clausurado —expliqué provocando que ella se pasara una mano por la barbilla como si intentara descubrir un misterio—. Donna me dijo que, probablemente, haya tenido que ir a visitar a su hermana enferma, pero, me parece tan extraño que no dijera nada.

—No te angusties, querida —dijo con tranquilidad—. Seguramente tuvo una muy buena razón para irse. Mira, en este ambiente no es muy difícil encontrar a alguien, te propongo algo: Me dedicaré a encontrar el teléfono de Chuck para que puedas preguntarle qué ha pasado.

—¿Harías eso por mí? —pregunté con emoción levantándome de la cama de un brinco.

—Eso y mucho más —respondió con una risa y ambas no abrazamos.

El pequeño momento de emoción fue interrumpido por el sonido de mi celular que ahora abarcaba toda la habitación. Cuando voltee la pantalla noté que era Mónica la que estaba tratando de contactarme.

Me excusé de inmediato con mi tía y salí con sigilo de la habitación (tapando la bocina para que no se escuchara el tono de llamada) al tiempo que me dirigía al pequeño estudio de mi padre para contestar.

—¿Qué es lo que pasa? —respondí con seriedad cuando me encontré en un lugar seguro.

—Nicole, no quisiéramos que estuvieras enojada con nosotros —expresó la chica con sinceridad en la voz—. No era nuestra intención parecer hostiles contigo, es solo que hay una cosa que tal vez no debas saber.

—¿Por qué? —pregunté soltando un suspiro de desesperación.

—Porque... no queremos interceder en la manera en la que... bueno —dijo Mónica con dificultad—. Por favor, no me hagas explicarlo, es muy complicado. Quisiera que creyeras en que es lo mejor para ti.

—Eso es difícil si no sé ni siquiera de lo que hablas —expresé y ella se quedó callada por un buen rato—. Tampoco quisiera estar peleada con ustedes en estos momentos.

—Qué alivio escuchar eso —soltó Mónica con alegría.

—Lo dejaré por la paz solo si prometen que en algún punto me lo explicarán —solicité a la chica y ella aceptó de inmediato—. Gracias por llamar tan pronto.

—Es que nuestro pequeño Kevin se fue muy angustiado por todo esto —explicó con más calma.

—Yo lo sé —dije admirando la flor que aún sostenía en la mano izquierda—. ¿Él adora hacer eso, no?

—¿Qué cosa? —preguntó mi amiga.

—Jugar con mis sentimientos —dije riendo con suavidad—. Mónica, estoy un poco cansada y mis padres me matarán si me escuchan despierta.

—No te preocupes, yo lo entiendo. Hablaremos después —indicó ella y amabas nos despedimos antes de cortar la llamada.

Los nervios decidieron no abandonarme aquella noche y ni un minuto antes de que fuera el gran día. Parecía que el tiempo se había puesto de acuerdo con los latidos de mi corazón para ser rápidos y fastidiosos. Quería que todo terminara y, al mismo tiempo, que se congelara y ya no siguiera adelante. Era un sentimiento horrible.

Tan horrible como el momento en que el despertador sonó anunciando el día que tanto me había atormentado: El día del gran juicio.


Caminé hasta mi espejo para darme un vistazo antes de ducharme. Tantas cosas que estaban en juego con aquel veredicto. Sentía deseos de correr y gritar, pero lo mejor era enfrentarlo de una vez por todas.

A las nueve en punto daría inicio, así que me levanté muy temprano para comenzar a prepararme. Me vestí lo más formal que pude y bajé a desayunar para encontrar a mis padres con la tía Patty sentados en el desayunador con un montón de tostadas y panqueques. Parecía que habían preparado un festín de despedida, así que yo solo les sonreí y me senté a comer con ellos.

—Cualquier cosa que pase, puedes llamarnos al celular, Nicole —dijo mamá dando un sorbo a su café.

—Estaremos aquí en la casa por si necesitas algo —recalcó papá con gesto preocupado.

—No se angustien, tengo todo bajo control —indiqué con tranquilidad.

—Estoy segura de que Nicole podrá con ese juicio, ¿cierto, chica ruda? —expresó la tía Patty con ternura tratando de suavizar el pánico de mis padres—. Ya tiene diecisiete años, es toda una señorita.

—Yo no recuerdo que a los diecisiete años estuviera en un juicio, Patt —dijo mamá pasándose una mano por el cabello—. Lo siento... es solo que, tengo un mal presentimiento.

—No pasará nada, mamá —dije pausadamente—. Lo peor que puede pasar es que cierren la escuela para siempre, pero nadie saldrá demasiado dañado.

Con tales palabras mis padres suspiraron y la tía Patty me tomó de los hombros en señal de apoyo.

Todos seguimos desayunando hasta que el timbre de la casa sonó y yo me levanté para abrirle a Donna.

—Buenos días —saludó mi amiga al resto de la casa—. ¿Estás lista para irnos?

—Solo me falta mi mochila —dije señalando con la cabeza mi mochila roja que yacía bajo las escaleras.

—Hay que darnos prisa para poder hablar con todos antes y... —comenzó a decir Donna al tiempo que se adelantaba para levantar mi mochila, sin embargo, justo en el momento en que se agachó para tomarla, un fuerte sonido de tela rompiéndose se escuchó por todo el lugar—. Nicole... dime que no se acaba de rasgar mi falda.

Di un vistazo a la estruendosa mini falda naranja de Donna y me di cuenta de que estaba rota desde la mitad hasta el final de la misma. La chica se cubrió rápidamente al recibir mi respuesta afirmativa y ambas subimos corriendo a mi cuarto.

—No puede ser que esto me esté pasando justo ahora —dijo ella con reproche.

—Encontraré algo que pueda prestarte —expresé moviendo mis cajones a toda velocidad.

—Recuerda que no somos de la misma talla, Nicole —aclaró ella con preocupación y tomó asiento en mi sillón junto a la ventana.

Recorrí cada una de las prendas que componían mi guardarropa al tiempo que Donna se probaba y probaba pantalones y faldas que pudieran quedarle, pero ninguno parecía funcionar.

—Le diré a mamá que nos ayude —expresé con apuro al notar que ya faltaban cinco minutos para las nueve.

Bajé a toda velocidad hasta encontrar a mamá y le pedí que trajera su kit de costura para ayudar a Donna a salir del apuro. La chica me dijo que ella podría coser su falda más rápido de lo que tardaría ajustar un pantalón, así que se puso manos a la obra hasta dejar la prenda como si nada le hubiera pasado.

—¡Tenemos que correr, es tardísimo! —grité tomando de la mano a mi amiga al tiempo que salíamos de la casa.

El juicio ya había comenzado y nosotras avanzábamos como locas para poder alcanzar la alcaldía en donde se llevaría a cabo el mismo.

—¡Perdóname, Nicole! —dijo Donna casi sin aliento.

—No fue tu culpa —respondí dirigiéndole una sonrisa—. Solo fue un accidente.

—Sé que les irá bien —expresó con más tranquilidad—. Su coartada será perfecta.

—Gracias, Donna. Cuando escuchen lo que hemos rastreado, irán por Chad Pennington antes de lo que has compuesto tu falda —comenté soltando una risa.

Al escuchar lo que acababa de afirmar, Donna dejó de correr repentinamente y me clavó la mirada con sorpresa.

—¿Qué acabas de decir? —preguntó con el rostro compungido.

—Pues eso —dije deteniendo mi paso junto a ella—. Chad Pennington, ya sabes que es el culpable.

—No, no sabía el nombre del sujeto. Si hubiera sido así, te habría advertido —expresó ella con la respiración aún entrecortada.

—¿Advertirme?

—Nicole, Chad Pennington no pudo ser el que hizo todo eso en el baile —dijo ella con seguridad—. ¿Recuerdas la noche en que me salí de casa para ir a la fiesta de Chamber Olson?

—Claro que sí, cuando te castigaron —respondí sintiendo una corriente fría recorriéndome la nuca.

—Chad y sus amigos son enemigos de una de las preparatorias de la ciudad. Unas noches antes de la fiesta de Navidad de la escuela, los miembros del equipo de futbol de esa preparatoria pintaron de verde sus autos y, como venganza, decidieron ir en plena fiesta a buscar a su líder, Chad Pennington, para cobrarle lo que habían hecho —relató mi amiga con prisa—. Esa noche nos mostraron a todos el video de cómo lo perseguían... Él es inocente, el video tiene la fecha y las horas en las que ocurrió todo.

—Eso no puede ser —dije colocando mis manos sobre la cabeza—. ¡No puede ser! Kevin está a punto de decir una versión incorrecta.

—Tranquila, Nicole, a Chamber no le conviene que lo sepan. Él no hablará —expresó Donna dándome una falsa sonrisa de tranquilidad.

—Tengo que advertirle, ¡tenemos que correr! —grité con fuerza y las dos volvimos a emprender nuestra carrera hacia la alcaldía.

Sentía los latidos del corazón por todo el cuerpo, estruendosos y estresantes, invitándome a rendirme antes de llegar. Para mi fortuna, no hice caso a aquello y preferí detenerme hasta que Donna y yo cruzamos la entrada de la alcaldía.

Los elegantes carteles en color caoba nos indicaron en dónde estaba la sala de juicios y, más rápido que un relámpago, nos encontrábamos frente a las puertas de la sala.

Una de ellas, estaba entreabierta, así que las dos aprovechamos el espacio y, con todo el sigilo del mundo, buscamos a Mónica y Fred entre los espectadores

Encontramos sus afligidos rostros en las filas del centro y nos dedicamos a alcanzar los dos lugares que se encontraban a su lado.

—Chicos, tengo algo que decirles... —susurré a mis amigos, sin embargo, ellos solo me indicaron que guardara silencio y me señalaron aterrados el frente.

—Muchas gracias por compartir este video con nosotros, señor Olson —decía una elegante mujer que se encontraba en el estrado junto a Chamber y una pequeña pantalla que proyectaba la persecución de la que me había hablado mi amiga—. Supongo que con esto queda más que descartada la versión que se nos acaba de presentar. Además de resaltar, claro, que no cuenta con ninguna evidencia real, ni está respaldada por los miembros de la comunidad —señaló ella mirando a Kevin que se encontraba en las primeras filas—. Ahora, habremos de dar paso a la verdadera representante de la comunidad estudiantil... Aquella por la que la mayoría de elementos ha votado. Cito al estrado a la señorita Kimberly White.

Mi corazón sintió una puntada y Mónica, Fred, Donna y yo intercambiamos miradas aterradas.

Kimberly salió casi de la nada con el gesto realmente afectado, caminaba cabizbaja y arrastraba un poco los pies, aún con sus zapatillas de tacón alto. Tomó asiento en el lugar en el que estaba Chamber y tomó el micrófono entre las manos.

—Entonces, ¿qué ha decidido la comunidad estudiantil? —preguntó la juez que se hallaba en el centro con gesto severo.

—Todos hemos decidido —comenzó a decir Kim con la voz temblorosa—, que deseamos renunciar a la reapertura de la escuela —dijo contundente y se escuchó un pequeño murmullo en el público—. Sin embargo, no queremos que los culpables de esto queden impunes. Y es por eso que necesitamos que este juicio se ocupe para tal fin.

—¿Quiénes son esos culpables, señorita White? —cuestionó la juez inexpresiva.

—Su señoría, tenemos evidencia fuerte para poder acusar, sin temor a equivocarnos, de que el principal involucrado en todo esto fue el mismo Theodore Thompson, exdirector de la institución —dijo la chica tomando el micrófono con fuerza.

—¿Acusará a Theodore Thompson de haber introducido sustancias ilícitas a una institución educativa con menores de edad? —preguntó la juez bajando sus lentes para mirarla bien—. Debe estar muy segura de lo que dice.

—No, señoría. Yo lo acuso de haber sido el principal cómplice del delito —aclaró ella tomando un poco de aire—. Quién es el culpable de todo eso... —empezó a decir con la voz cada vez más debilitada—, es un miembro de la misma comunidad.

—Señorita White, ¿quién es? —expresó la juez con impaciencia.

—Es Kevin Baxter, su señoría. La comunidad lo acusa de haber corrompido aquel baile —dijo Kim limpiándose la lágrima que se le había escapado con increíble rapidez.

¿Cómo es que lo habían descubierto? No podían enjuiciar a Kevin, ¡no podían!

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