Capítulo Dieciséis: ¿Verdad o reto?
—¿De qué hablas? —preguntó Mónica con angustia.
—Te marcaré en un rato —dije y colgué el teléfono.
Empecé a rodear el lugar con la respiración entrecortada. Trataba de buscar algo que me diera una señal de lo que estaba pasado. Y, más importante, de lo que le había pasado a Chuck.
Subí por los pedazos de ladrillo que se encontraban tirados a un costado del taller y logré alcanzar una pequeña ventana que no había sido barnizada con la pintura negra.
Asomé mi cabeza con cuidado de no resbalar y observé el taller justo como lo recordaba del día anterior. Lo único que era diferente era que todo lucía vacío y abandonado.
Bajé de mi pequeña base y seguí explorando alrededor. Sentí cómo la angustia se apoderaba de mí. No entendía qué estaba pasando, lo único que sabía es que no podía ser nada bueno.
Llegué hasta la zona en donde estaría guardado el convertible de Edward. La cortina de metal estaba cerrada, y parecía impenetrable, a pesar de que intenté levantarla de diferentes formas. Mi esperanza comenzaba a escurrirse cuando la vida se apiadó un poco de mí y algo me deslumbró.
Entrecerré los ojos para encontrar el punto del que provenía la luz y me di a la tarea de mover la tierra que rodeaba el taller con mi mano para encontrar el origen de mi única señal. Las manos me ardían debido a las raspaduras provocadas por objetos diversos que yacían en el suelo, pero al fin, después de haber chocado con más de un tornillo o tuerca, mis dedos toparon con un objeto metálico mucho más pequeño.
Uní mi dedo índice con el pulgar para sujetarlo y descubrí que había pescado una diminuta llave.
Revisé el candado que custodiaba la cortina del taller y di un pequeño salto cuando encontré que aquella coincidía perfectamente con la llave que acababa de hallar. Di la vuelta una vez que la introduje en el candado para ver ante mis ojos como este cedió y me permitió subir la cortina metálica para entrar al hogar del antiguo convertible.
Me estremecí antes de comenzar a revisar el espacio, parecía no haber sido tocado por nadie, todo seguía justo como el día anterior. Traté de entrar por el pasillo que conducía al frente del taller, pero este se encontraba cerrado y las llaves no parecían estar en ningún lugar.
Fue entonces que mi mirada chocó con el Duesenberg y algo dentro de mí me hizo sentir que yo debía acercarme. Me adelanté con el corazón latiendo a más no poder y abrí el auto con cautela. Parecía que yo esperaba que el vehículo fuera a hablar conmigo y mostrarme el secreto más profundo de todos, sin embargo, no fue así y me quedé decepcionada mirando el interior.
Solté un enorme suspiro y di un último vistazo antes de desplomarme en el asiento del conductor. Sonó un crujido procedente de la carrocería y el polvo acumulado en los asientos del Duesenberg comenzó a volar a mí alrededor.
¿Por qué cada que algo iba muy bien todo comenzaba a arruinarse?
A pesar de que el auto estaba en reparación, tenía considerables capas de polvo en algunas partes específicas. Pasé mi mano por el tablero para sacar la suciedad que había al frente cuando noté una mancha irregular en el fondo del mismo.
Estiré mi cuello lo más que pude para verla y noté que aquella forma no era otra cosa que letras. Había algo escrito en el polvo del tablero.
"Cuidado, Nicole"
Parecía una nota de Chuck, ¿por qué debía tener cuidado? Un escalofrío recorrió mi ser antes de salir del convertible. Una sensación siniestra me indicaba que, probablemente, había algo que no teníamos contemplado.
Cerré el taller, tratando de dejarlo como si nada hubiera sucedido, y me alejé lo más rápido que pude hasta la casa de Fred. Sabía que nadie estaría ahí, probablemente, todos se encontrarían con el señor Thompson, explicándole todo el plan, sin embargo, no sabía a qué otro lugar podría acudir.
Llegué al lugar deseado y tomé asiento en la banqueta. Esto estaba tomando un rumbo muy extraño.
Solté un suspiro increíble (creía que podría romper un récord por suspiros últimamente), y dejé caer mi peso sobre las manos.
Decidí permitir que el tiempo se escurriera lentamente hasta que alguien regresara, sin embargo, la espera comenzó a pesar en mis hombros y mis deseos cambiaron. Ahora quería que alguien, sin importar quien, me encontrara y me sacara de aquella angustia.
Justo cuando creía que mis peticiones al aire serían ignoradas, sentí la presencia de una persona acercándose por mi costado.
—¿Qué pasa, Nicole?, ¿estás bien? —preguntó Donna que se sentaba con tranquilidad a mi lado. Lucía un vestido de flores en fucsia y el fondo morado, mientras que en sus manos cargaba una cajita.
—No mucho —respondí con una sonrisa forzada.
—No deberías dejar que todo esto de la investigación te afecte demasiado —expresó colocando su mano sobre mi hombro.
—Es que... sé que no quieres estar involucrada, pero no tiene nada que ver con la coartada —dije mirándola con pesar.
—¿Qué sucedió?
—Cerraron el taller de Chuck —solté y ella se colocó una mano sobre la boca.
—No pude ser —dijo con gesto horrorizado—, ¿cómo te enteraste?
—Estaba cerrado cuando llegué, todo está abandonado —expliqué al tiempo que ella se quedó mirándome.
—Espera... ¿quieres decir que no estás segura de que alguien más lo haya cerrado? —preguntó recibiendo una respuesta negativa de mi parte.
—No tengo esa seguridad, pero yo conozco a Chuck. Él está totalmente entregado a su trabajo, no abandonaría todo de buenas a primeras —expliqué y ella suspiró.
—¿No dijiste que su hermana había estado enferma? —cuestionó al tiempo que yo afirmaba con la cabeza—. Bueno, pudo haberse ido de emergencia. Él no tenía tu número telefónico para poder avisar —justificó con tranquilidad, como si aquello fuera la opción más viable—. Creo que estar involucradas en todo esto nos dejó un poco paranoicas, ¿no lo crees?
—Quizá —expresé pensativa—... ¿qué es lo que traes ahí? —interrogué tratando de desviar el tema.
—Es un pedido de la pastelería, ¿quieres acompañarme a entregarlo? —dijo mi amiga admirándome—. No me gusta verte tan decaída.
—¿Para quién es? —pregunté y ella sonrió para después tomar la pequeña caja en sus manos y leer la etiqueta—. Es para Reina Bucket.
Abrí ligeramente los ojos y ella me aportó una leve sonrisa. Ambas nos levantamos y comenzamos a avanzar hacia la casa de la chica. No había visto a Reina desde nuestro encuentro en el salón Warhol y no creía que estuviéramos en términos, precisamente, amables.
Donna no sabía a ciencia cierta lo que había pasado aquel día, así que traté de disimular mi ansiedad y caminé con seguridad hasta que alcanzamos la entrada de la casa de Reina.
Todo poseía decoraciones exageradas, parecía que una fiesta de cumpleaños estaba siendo llevada a cabo en el interior, probablemente el motivo del pastel; así que en cuanto notamos la festividad, llamamos al timbre y esperamos.
—Hola, recibimos un pedido por pastel de cumpleaños —expresó Donna con una sonrisa inmensa.
Reina acababa de abrir la puerta dejando admirar el vestido rosa que lucía con mucho entusiasmo. Su mirada viajó rápidamente de Donna hacia mí, deteniéndose con malicia en mis ojos.
—Pasen por aquí —respondió con una sonrisa de medio lado.
Los niños pequeños que corrían sin cuidado por los pasillos de la casa y los inflables y globos que llenaban la vista dejaban admirar que aquella era una fiesta infantil.
Reina nos condujo hasta el inicio del jardín posterior de su casa e hizo una señal para indicar que debíamos mantenernos junto a la mesa de dulces.
—Es el cumpleaños de mi primo... esperen aquí, yo no tengo efectivo —respondió fijando su mirada nuevamente en mí al terminar la frase.
Donna y yo nos quedamos de pie mirando con incomodidad a todas las personas sonrientes que andaban de un lado a otro con gorros de fiesta, confeti en el cabello y platos de comida en las manos.
Un par de niños con globos se acercaron a nosotras y nos empujaron con impresionante fuerza para poder tomar todos los dulces posibles de la mesa de caramelos. Mi amiga mantuvo su sonrisa, porque, finalmente, eran sus clientes; sin embargo, yo fruncí mi ceño con fuerza y deseé que todo aquello terminara rápido.
—Amor, necesito que les des efectivo a las pasteleras —dijo Reina sin quitarme los ojos de encima. Cuando levanté la mirada no pude evitar abrir la boca de la impresión que me causaba ver a Dylan de la mano de la chica.
El muchacho se veía considerablemente demacrado y no proyectaba la misma emoción que la chica que abrazaba su brazo con una sonrisa de oreja a oreja. Su mirada parecía no transmitir ningún sentimiento en particular, una gran diferencia a cuando estábamos juntos.
Dylan se limitó a estirar un billete a Donna con indiferencia para después regresar al jardín sin decir una palabra ni dirigirme una sola mirada.
Noté cómo mi amiga me miraba asombrada por la actitud del chico. El billete se quedó un momento inmóvil en la mano de la chica, dejando que el tiempo transcurriera. Reina avanzó hacia nosotras y sacó diez centavos del pequeño bolso marrón que portaba.
—Parece que por primera vez no ganaste, Sadstone —susurró en mi oído antes de colocar las monedas en mi mano.
Después de eso se alejó de nosotras tomando la caja del pastel.
Ambas nos miramos con confusión antes de salir de la casa. No sabía por qué Dylan había empezado a salir con Reina tan rápidamente. Quería sentirme mal por el asunto, pero siempre recordaba que, en realidad, yo había hecho algo parecido.
—Esto no ayuda para nada en tu día, ¿cierto? —preguntó Donna y yo le sonreí.
—Me hace sentir extraña —respondí regresando mi mirada al suelo al paso que caminábamos por la avenida—. No tengo una razón específica.
—Tal vez querías a Dylan más de lo que tú pensabas —expresó la chica y yo sentí como si un rayo atravesara mi corazón.
—No lo creo, quiero decir, yo me siento diferente con Kevin. Sé que tomé la decisión correcta es solo... —dije y ella asintió
—Ya sabes mi opinión acerca de eso —expresó avanzando con más lentitud hacia la pastelería—. Sin embargo, creo que en realidad podrías haber sentido eso con Dylan porque creías que siempre se quedaría enamorado de ti.
Me quedé un segundo admirando el horizonte mientras reflexionaba acerca de lo que acababa de escuchar de mi amiga y después voltee con rapidez tratando de sacudir todo eso de mi cabeza.
—¿No quisieras invitar a tu mejor amiga a tomar un café? —pregunté soltando una risa y Donna me abrazó al tiempo que sonreía.
—Nada me gustaría más.
Las dos llegamos a la pastelería y entregamos el dinero a la madre de Donna antes de partir al Green Lab. Mientras su mamá registraba la venta, llegó a mi mente la escena que acabábamos de vivir.
No quería admitirlo, pero en realidad me había molestado bastante ver a Reina con Dylan. Donna tenía la razón. Probablemente, me había acostumbrado a ser la única en el corazón del chico.
No podía ser tan egoísta.
Donna terminó de hacer la transacción con su madre para después tomar uno de sus brillantes bolsos para ir a la cafetería. Una vez ahí, pedimos nuestros cafés preferidos y tomamos nuestra mesa para empezar a charlar.
—Donna, hay algo que no te he contado —dije y ella dejó su café a un lado para prestarme atención—. He tomado una decisión en cuanto a lo que haré al terminar la preparatoria.
—¿En serio, Nicole? —preguntó con una sonrisa—. Eso es maravilloso, ¿qué es lo que has elegido?
—Tú mejor que nadie sabe que las leyes no son para mí —expresé con seriedad y ella asintió—. Me di cuenta de que eso no es lo que quiero para mi vida.
—Yo estoy totalmente de acuerdo contigo —dijo recargando la mejilla sobre el puño—. Entonces...
—Quiero dedicarme a los autos —expresé con firmeza—. Solo que... he tenido un par de problemas con mis padres.
—Por supuesto que sí, eso ya lo veíamos venir —comentó ella—. Lo que quisiera saber es cómo lo estás tomando tú misma.
—¿A qué te refieres? —pregunté confundida dando un enorme sorbo al café.
—Te costaba mucho trabajo enfrentar a tus padres en este tema —dijo ella y yo me incliné un poco hacia atrás—. Quisiera saber cómo vas con eso.
—Es algo complicado —respondí con una pequeña risa—. Aunque, si te soy muy honesta, no es mi prioridad ahora. Tengo tantas cosas en mi cabeza que es difícil que me centre en una sola.
—Cuentas conmigo para lo que sea —expresó sonriéndome—, solo ten en cuenta que tus padres no se rendirán tan fácil.
—¿Qué es lo peor que podrían hacer? —pregunté y ambas nos quedamos mirando un segundo con terror—. ¿No crees que ellos hayan...?
—No, no lo creo —respondió Donna con inseguridad en la voz.
—Digo, hablamos de las personas que demandaron al payaso de mi fiesta de cinco años porque no se parecía suficiente al del folleto —dije y ella asintió.
—Tus padres son maravillosos, Nicole. Sabes que los quiero como si fueran mi familia —expresó desviando la mirada—. Pero, en ocasiones, ellos pueden llegar a ser un poco... temperamentales.
Enfocamos la atención a nuestros cafés tratando de olvidar el tema por completo.
No, no creía que fuera posible. Ellos no serían capaces de haber cerrado el taller de Chuck solo para que yo estudiara leyes... ¿o sí?
Después de una mañana llena de risas y anécdotas, Donna y yo nos despedimos. La acompañé hasta su casa para después regresar al mismo lugar en donde había estado esperando solitaria unas horas atrás: la casa de Fred.
Me sentía muy afortunada por haber encontrado a mi mejor amiga en ese preciso instante. Gracias a esa plática, ahora me sentía mucho mejor. Estaba lista para poder enfrentar el último paso de la investigación.
Doblé la calle que conducía a la casa del chico y para mi sorpresa encontré a Fred, Kevin y Mónica, hablando en círculo frente a la puerta de la casa.
—Hola, chicos —dije interrumpiendo la charla. Todos voltearon al mismo tiempo y me sonrieron.
—Nicole —dijo Mónica que tenía los ojos ligeramente rojos—, ¿estás lista para cumplir la última parte?
—¿Estás bien? —pregunté admirando su gesto afligido.
—Sí, sí. Creo que me estoy resfriando un poco, eso es todo —dijo dirigiéndome una sonrisa—. ¿Tú estás bien? Me preocupaste por el teléfono.
—Algo así —dije colocando mi mirada en el suelo.
—Bueno, habrá que poner al corriente a Nicole —expresó Fred abriendo su casa para que todos entráramos.
—Ya le explicamos el plan a Thompson —comenzó a decir Kevin al tiempo que bajábamos al sótano—. Le daremos tiempo para que escriba algo que pueda convencer a toda la comunidad estudiantil sobre lo mucho que ayudaría si él regresaba.
—El discurso lo dará en televisión —dijo Mónica que comenzaba a recuperar su sonrisa—. Uno de los tíos de Fred trabaja en la televisora local. Él le hizo una llamada y nos dejó ciertos minutos al aire en la emisión de la noche
—Eso es increíble. Lograremos que todos lo vean —expresé con emoción mirando de reojo a mi amiga—. ¿A qué hora será eso?
—A las nueve de la noche —respondió Fred sentándose aparatosamente—. Iremos por el señor Thompson a las ocho de la noche para guiarlo hasta donde será la grabación.
—¿Qué haremos durante todo ese tiempo? —pregunté y Mónica sonrió.
—Bueno, eso es asunto de cada quien —respondió la chica guiñándome el ojo—. Volveremos a reunirnos aquí a las siete y media para poder ir por el hombre, ¿qué les parece?
—Me parece perfecto —respondió Fred rodeando a su novia con los brazos.
—Imagino que esa es una invitación a retirarnos —expresé soltando una risa.
Sabía que, invariablemente, Kevin y yo terminaríamos pasando un rato juntos en este tiempo muerto en que Mónica y Fred se habían quedado en nuestro centro de reuniones; Dylan ya no hablaba conmigo (y ahora era novio de Reina), y Donna acababa de irse a casa.
Si mis padres me vieran en aquel momento, seguramente estaría más muerta que un hombre que se lanza desde un rascacielos. Ellos me habían prohibido rotundamente volver a ver a Kevin, pero tenerlo tan cerca, caminando por las calles del pueblo con esa carita que me fascinaba, me hacía difícil hacer caso a sus indicaciones.
—¿A dónde iremos para esperar? —preguntó él después de haber avanzado un rato.
—Diste por hecho que me quedaría contigo —señalé divertida.
—Yo sé que no desperdiciarías una oportunidad de estar con este bombón —expresó moviéndose con dramatismo.
—Claro que no —respondí con sarcasmo—. Si se te veían las ganas de que Mónica y Fred nos sacaran de su casa.
—Ya sabes que no hay nadie en este mundo a quien deteste más que a ti —dijo sonriente mientras alcanzábamos una nueva calle.
—Tengo una idea, niño —expresé mientras lo tomaba de la mano con suavidad y sentía que la adrenalina me recorría—. Llévame otra vez a tu estudio y podemos esperar ahí.
—¿Estás segura? —preguntó escudriñando los gestos de mi rostro para encontrar algún signo de mentira.
—Totalmente.
Ambos tomamos rumbo hacia el salón Warhol con las manos bien apretadas. Al tiempo que la brisa nos acariciaba y notaba un poco de sudor en la mano del chico, me di cuenta de que tal vez estaba comenzando a comprender cuál sería la decisión correcta para mí. No quería dejar que el asunto de la fiesta me impidiera estar con él, no podía, o al menos no quería.
El sol iluminaba perfecto cuando llegamos al inmueble. Afortunadamente, Reina estaba en la fiesta de su primo, impidiendo que nos encontráramos nuevamente.
Las personas que ocupaban todos los estudios de arte nos miraban con curiosidad, tratando de vislumbrar quién era aquella chica que llegaba de la mano de su líder. Después de haber esquivado tantas miradas, logramos alcanzar el estudio de Kevin para que el chico tomara sus llaves y nos permitiera el acceso.
—¿Puedo saber por qué elegiste este lugar? —preguntó al tiempo que ambos nos sentábamos en el piso.
—No lo sé, creo que es algo especial para ti, ¿no es así? —dije y él echó la cabeza para atrás.
—¿Que si es especial? —cuestionó sonriendo—. Creo que es el lugar más especial de todos.
—Fue por ello.
—Me refiero a que... debo importarte para que hayas elegido este lugar —dijo con un poco de tiento en el tono de voz.
—Claro que me importas —respondí entre risas—, a veces es un poco complicado, pero ya te lo he dicho, me gustas mucho.
—¿Entones por qué no estamos juntos? —preguntó y yo lo miré en silencio. Diablos, no podía decirle que mis padres lo consideraban una pésima influencia y que jamás me dejarían salir con él. Además de la duda que aún existía sobre la noche de la fiesta.
—Pues... ¿te parece si lo guardamos para un mejor momento? —propuse y él hizo un gesto extrañado.
—¿A qué te refieres con eso?, ¿qué mejor que ahora que te lo he preguntado? —cuestionó mirándome fijamente.
—¿Has notado que los momentos en los que podemos estar juntos son muy pocos? —expresé y él dio un saltito de sorpresa.
—¡Nicole! Deja de desviarte del tema —reclamó y yo le sonreí imitando su gesto de niño travieso.
—Tiene algo que ver, te lo prometo —respondí y él suspiró—. No quiero que este, que es uno de esos pocos momentos, se arruine por esta respuesta —expliqué y él soltó una pequeña risa—. Quiero evitar que este instante termine.
Sus ojos se clavaron un momento en los míos como si buscaran fuerza para volverse más firme.
—Eres malvada, ¿sabes? —expresó y yo levanté los hombros con desenfado.
—Mejor dime qué es eso —dije señalando un caballete que lucía particularmente hermoso debido a que el sol brillaba todavía sobre él—. No estaba la última vez que vine.
—¿Este? —preguntó acercándose con tranquilidad, como si él mismo nunca lo hubiera visto antes—. Es un proyecto en el que he estado trabajando.
—Es muy bonito —comenté admirando los detalles con los que Kevin estaba pintando una cascada de colores.
—Siento que le falta algo —confesó mientras lo admiraba.
—Kevin —exclamé y él se giró para quedar en dirección mía—, ¿me enseñarías?
—¿A pintar? —preguntó sorprendido y yo asentí.
El chico se quedó confundido frente a mí un segundo antes de levantarse. Aquella idea me había brotado de la nada. Cuando Kevin puso un pincel en mi mano comencé a creer que, probablemente, todo sería más complicado de lo planeado.
—Yo no hago una guía ni nada por el estilo —aclaró trayendo un par de pinturas y colocando en un caballete, un nuevo lienzo para mí—. Pintaremos lo que tú quieras.
Asentí con la cabeza y me quedé un tiempo observando el lienzo en blanco con el pincel en la mano. Nunca había hecho algo así, estaba un poco nerviosa por la presión de tener a Kevin a un lado, así que finalmente me rendí y giré hacia él.
—No se me ocurre nada —confesé con la voz ligeramente temblorosa.
—El arte —comenzó a decir al tiempo que tomaba otro pincel y lo sumergía en la pintura roja— tiene muchas técnicas. Como todo, tiene reglas —siguió mientras manchaba la parte superior del lienzo—, restricciones; casi siempre sugerencias. —Kevin tomó un poco de pintura azul y realizó una mancha que parecía nacer del centro de aquel color rojo que había bautizado el lienzo—. Yo siempre he creído que las mejores obras no se crean cuando se tiene la mejor técnica, sino cuando recordamos que el arte es divertido.
Kevin me mostró el pequeño avance que había tenido en el lienzo con una sonrisa y después señaló el resto de pinturas con su cabeza.
—Ahora es tu turno... Dime, ¿de qué color te sientes? —preguntó y yo solté una pequeña risa por el estilo de pregunta.
Por un momento creía que me tomaba el pelo, pero cuando deposité mi mirada en la paleta de colores, sentí una increíble atracción por el amarillo. Regresé mis ojos a él, como si le pidiera autorización para usarlo y Kevin simplemente me sonrió.
Nunca sabré explicarlo bien, pero al tiempo que el pincel se deslizaba por el lienzo, comprendía que, efectivamente, ese color tenía una conexión conmigo, algo especial.
Y pronto comencé a añadir un poco de verde en pequeñas chispitas, hasta que llené la mitad del lienzo. Cuando empecé a colocar negro en uno de los extremos, Kevin tomó su pincel y agregó detalles en morado. Los dos colores terminaron uniéndose para hacer nudos y espirales que lucían bastante interesantes.
La obra finalizada no tenía sentido para el ojo común, pero a mí me hacía sentir cosas importantes. Cada color, cada pincelada, cada detalle. Todo era parte de esa maraña de sentimientos que habían pasado de mi corazón al lienzo y que ahora yacía ante mis ojos.
—Te noto un poco triste —dijo Kevin regresando su pincel al estuche que estaba en el suelo—, ¿tiene que ver con la llamada que tuviste con Mónica?
—Kevin... Chuck cerró su taller —exclamé soltando un largo suspiro—. Pareciera que algo lo hizo huir.
—¿Cerrado? —preguntó Kevin sentándose en el piso mientras yo dejaba el resto de material en una mesita cercana—. ¿Él tenía planes de irse?
—No. Estábamos a punto de iniciar un increíble proyecto —dije y él giró los ojos como si buscara la solución en el techo—. Me parece muy extraño.
—A mí también —secundó el chico—. ¿Qué proyecto iniciarían?
—Restauraríamos un auto antiguo. Iba a ser el primer proyecto en el que la mayoría de detalles dependerían de mí —expresé y él torció la boca como si aquello lo afectara—. Kevin... tengo una sensación muy extraña, ¿sabes?
—¿A qué te refieres?
—Siento como si algo malo fuera a pasar —confesé y él abrió más la mirada—. Temo por ti en el juicio.
—No me gusta pensar demasiado en eso. Yo creo que todo saldrá bien, pero no debemos dejar que los nervios nos traicionen —dijo con voz temblorosa—. Ya verás que la escuela logrará salvarse.
—Kevin... —expresé y él se acercó a mí un poco más—. Cuando estés en la universidad, ¿te olvidarás de mí?
—¿Qué? —preguntó con una risita.
—Sí, digo, cuando todos terminemos la preparatoria y vayamos a la universidad. Cuando estés ahí, rodeado de chicas universitarias que, además, son genios del arte, ¿recordarás a esta chica de pueblo? —cuestioné y él cerró los ojos mientras sonreía.
—¿Acaso estás celosa, Sadstone? ¿De chicas que aún no conozco? —preguntó y yo desvié la mirada.
—Es solo una pregunta —dije acomodando mi cabello—, no tienes que responderla.
—Nicole —comenzó a decir pasando su pulgar por mi mejilla—, nunca me voy a olvidar de ti. Ni por la artista más talentosa de Nueva York. Ya te lo he dicho, no soy fan de la técnica y tú eres mi tipo de arte favorito. Sin técnica, eres puro corazón.
—Ya basta, Kevin —expresé apartando su mano de mi rostro—. Odio cuando te pones romántico.
—¿Por qué? —preguntó soltando una risa—. Creí que era irresistible.
—Pues es precisamente por eso —contesté al tiempo que lo abrazaba y sentía sus hermosos rizos acariciando mi rostro.
—¿Tú ya sabes qué harás cuando termines? —preguntó y yo asentí con seguridad.
—Aunque el taller no volviera a abrir, yo sé que quiero dedicarme al negocio de los autos. Quiero seguir ese camino —dije y él me sonrió—. Descubrí lo que realmente me apasiona.
—¿Lo ves? —expresó con una mirada maliciosa—. Yo no soy el que corre peligro. Tú estarás rodeada de chicos muy lindos y eso me expone, considerablemente, a ser olvidado.
—Por supuesto que no —respondí con dramatismo—. Siempre mantendré en mente que a mí me gustan los debiluchos burlones.
—¿Debilucho? —preguntó fingiendo ofensa—. ¿De cuándo a acá yo soy debilucho? —dijo al tiempo que comenzaba a hacerme cosquillas—. ¿Quién es la debilucha, ahora? —cuestionó al verme muerta de la risa recostada sobre el piso.
Se adelantó un poco a mí y siguió haciéndome cosquillas hasta que él también terminó tirado en el suelo para después quedarse inmóvil durante unos minutos, admirando cómo me partía de la risa.
—¿Cómo podría olvidarme de ti, Nicole? —preguntó al tiempo que se acercaba a mí para besarme.
Nos mantuvimos tirados en el suelo entre pinturas, bolas de papel y material para pintar que Kevin no había acomodado. Sentí cómo mi corazón encontraba un poco de paz en esos minutos en los que estuvimos abrazados sin decir demasiado y lamenté muchísimo cuando ambos notamos la hora y tuvimos que regresar a casa de Fred.
Caminamos tomados de la mano, nuevamente, por la calle, olvidando por un instante que todo lo nuestro era muy complicado, con mis padres en contra, el juicio cercano y la duda de descubrir qué futuro tendríamos. Si el juicio salía mal, yo me mudaría a la ciudad, eso era algo definitivo. Tendríamos que alejarnos abruptamente y aún no estábamos listos para eso.
—¿Encontraron en qué pasar el tiempo? —preguntó Mónica mientras nos abría la puerta de la casa de Fred.
—¿Y ustedes? —preguntó Kevin haciéndole una mueca a la chica. Fred salió del sótano con una chamarra para Mónica y una para él.
—Hay que irnos —expresó el chico con decisión y todos asentimos.
Los cuatro tomamos camino hacia la casa del señor Thompson. Una vez concluido aquello, lo único que habría que hacer era esperar el juicio.
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La morada perfectamente aliñada hizo su aparición frente a nosotros y, ahora que sabíamos que el señor Thompson estaba de nuestro lado, todos llamamos al timbre y esperamos de frente a la entrada
—Hola, muchachos —dijo el hombre abriendo la puerta. Su rostro parecía muy afligido y, una vez que entramos, pudimos admirar el desorden que reinaba en aquella casa.
—¿Está preparado? —preguntó Kevin observando los papeles que llenaban el antes impecable comedor.
—No, no, no —respondió el hombre colocando sus manos en la prominente calva—. Estoy muy confundido y estresado. No estoy seguro de que todo esto vaya a funcionar.
—¿De qué habla? —cuestionó Fred frunciendo el ceño—. Hemos planeado esto muy bien, saldrá en televisión local, ¿qué más quiere?
—Es que no es tan fácil, muchachos —expresó con aflicción—. Mi reputación terminó de la noche a la mañana y ahora se supone que debe regresar con la misma rapidez. Creo que todo esto está tomando un rumbo demasiado acelerado.
—Señor Thompson —interrumpí mirándolo con firmeza—. El juicio llegará muy pronto, tenemos que resolver esto con rapidez o no funcionará.
—Tiene que hacerlo, director. Usted es clave para recuperar la escuela —expresó Mónica suplicante.
El hombre permaneció unos instantes en silencio, como si intentara darse fuerza para continuar. Todos nos mantuvimos a la expectativa hasta que él suspiró y asintió lentamente.
—Lo haré —dijo finalmente y agarró el único bonche de hojas que no estaba arrugado o roto para tomar su abrigo y salir a la calle con nosotros.
La televisora no estaba muy lejos del centro, aunque sí estaba un poco retirada de la casa del señor Thompson. Mientras caminábamos, la temperatura comenzó a descender considerablemente, afortunadamente Mónica, Fred y el señor Thompson traían consigo prendas que los cubrirían del frío. Sin embargo, Kevin y yo solo contábamos con nuestras sudaderas ligeras que, en realidad, no eran una muy buena protección. Fue por eso que, finalmente, terminamos siendo más afortunados porque debíamos abrazarnos para conservar el calor.
El tío de Fred, un hombre aún más alto que él y de expresión severa, nos estaba esperando en la entrada de la pequeña televisora. En cuanto nos vio, se acercó para encontrarnos con paso muy firme.
—Fred —dijo con voz grave—, me alegra que hayas llegado temprano.
—Sé que tienes el tiempo apretado, tío —respondió y Mónica le sonrió.
—Hola, Mónica —dijo el hombre y nos miró a todos—. Es hora de prepararnos para la transmisión —exclamó decisivamente y el resto nos dedicamos a seguirlo.
El tío de Fred nos condujo hasta un pequeño cuarto que estaba rodeado de cámaras, y micrófonos, del otro lado de aquel espacio, yacía una sección repleta de pantallas que retransmitían la imagen de su habitación vecina.
El señor Thompson fue llevado al primer cuarto en donde se quedó leyendo su discurso en voz baja con la intención de practicar. El resto, avanzamos hacia el segundo espacio, junto al tío de Fred, para observar todo.
—Esta es la hora en la que tenemos más televidentes —explicó el tío de mi amigo, al tiempo que nos mostraba unas pantallas con gráficas referentes al público—. Él no puede escuchar lo que decimos a menos que se apriete este botón de aquí —indicó señalando un pequeño botón rojo—. ¿Están todos listos?
Asentimos al mismo tiempo y el tío de Fred apretó el botón rojo que acababa de señalar.
—Señor Thompson, le indicaré el momento en que comenzará su segmento. Le pido que se prepare y que esté atento a la luz roja que se encuentra frente a usted. Aquella indicará que estamos al aire —señaló el hombre y todos miramos al deshecho director que sudaba ríos de nerviosismo.
—Lo siento, chicos. No creo que pueda hacer esto —dijo abruptamente el hombre mezclando sus notas con las manos temblorosas—. Es que, es que... simplemente no puedo.
Nos miramos con alerta, pero parecía que nadie sabía qué hacer. El tío de Fred nos señaló que teníamos cinco minutos para salir al aire, así que el miedo empezó a flotar en la habitación.
Parecía que ya no había salida hasta que Mónica dio unos pasos adelante y presionó el pequeño botón rojo.
—Señor Thompson, ¿recuerda lo que me dijo en mi primer día de clases? —expresó la chica y el hombre negó con la cabeza—. Yo había cursado el primer año en otro estado en donde me habían acosado por ser de ascendencia latina. Tenía mucho miedo de que pasara lo mismo y no quería entrar a mi salón. Usted me dijo aquel día en su oficina: "Si hacemos caso al miedo, nunca sabremos lo maravilloso que puede resultar algo". Nunca lo olvidé. Debe hacer caso a sus palabras... ahora mismo. Nosotros creemos en usted, y todos los jóvenes dependen de que enfrente esto.
El director se quedó un momento procesando lo que acababa de escuchar y clavó la mirada en sus notas con el ceño fruncido, como si intentara concentrarse. Parecía que pasaban horas, días y semanas hasta que el tío de Fred levantó la mano para indicar los segundos que faltaban hasta que su mano bajó y una luz roja se iluminó.
Nuestros ojos se direccionaron hacia el señor Thompson y él reaccionó, sentándose totalmente erguido y acomodando su corbata junto con sus papeles antes de tomar una gran bocanada de aire para comenzar.
—Buenas noches, comunidad estudiantil —inició con aquel tono digno de un discurso de graduación—. Hoy me dirijo a ustedes para ofrecerles la más sinceras disculpas sobre lo sucedido últimamente. Entiendo que la confianza de muchos ustedes se ha roto desde que ciertos videos salieron a la luz pública. Antes que nada, me gustaría pedirles una disculpa por los mismos, fallarles como directivo de la escuela local nunca ha sido mi intención. Dedicarme a los muchachos que recibo en mi escuela es... mi vida, vaya. No estoy listo para abandonar el trabajo de mis sueños. Aquel en el que ayudo a que la escuela sea para los chicos un lugar en el que puedan encontrar refugio de la vida exterior. En donde puedan formarse, encontrar amigos y entrenarse para la vida adulta. Para poder mejorar todo aquello que a la educación local se refiera, comenzaré a explicar los puntos que mejoraré si soy restituido como director.
Los cinco escuchamos con admiración todo el discurso del señor Thompson. Las propuestas que hacía, como educación de vanguardia, descansos más prolongados entre clases y atención especial a la nutrición que ofrece la cafetería, volvían imposible rechazar las palabras del exlíder de la escuela.
De vez en cuando, el señor Thompson volteaba a mirarnos como percatándose de que todo lo que dijera tuviera sentido, a lo que siempre respondíamos con un pulgar arriba.
Cuando íbamos a la mitad de la transmisión, el tío de Fred nos señaló que los números de televidentes se habían disparado hasta el cielo. Aquella grabación estaba llegando a casi todos los habitantes del pueblo y la emoción de haber hecho un excelente trabajo comenzaba a recorrernos.
—... es por eso que no hay nada, nada que quisiera más que ser aquel que los ayude a encontrar la vocación que los acompañará durante toda la vida. Muchas gracias por este tiempo —finalizó el señor Thompson y el tío de Fred señaló que la transmisión se acababa de terminar al tiempo que la luz se apagaba.
—¡Quedó increíble, señor Thompson! —exclamé presionando el botón rojo—. ¡Lo hemos logrado!
—Con esto, no habrá alumno que se resista a tenerlo como director —expresó Kevin.
—Y con los argumentos, ni los directivos podrán oponerse —dijo Fred dejando salir una pequeña sonrisa.
El señor Thompson salió a encontrarnos y nos recibió con un abrazo. Se podía percibir la emoción en todo su ser, dicho que expedía alivio y satisfacción.
—Sin ustedes no lo hubiera logrado, chicos —expresó con la cara enrojecida—. No sé cómo agradecerles.
—Podría tratar de no hacer tan largos los castigos cuando volvamos a la escuela —propuso Kevin y todos rieron.
—Bueno, Baxter, creo que eso depende más de ti. No te metas en demasiados problemas —sentenció el señor Thompson sonriente.
Poco después de agradecer al tío de Fred por el espacio en televisión, el casi director de la escuela se despidió de nosotros remarcando que no faltaría al juicio por nada del mundo. Observamos cómo el pulcro hombre se perdía en la lejanía con una sonrisa de oreja a oreja y un caminar apresurado. Parecía que moría de ganas por llegar a su casa para poder bailar de la emoción. Cuando ya no quedó nadie más de quién despedirse, los cuatro nos miramos y suspiramos.
—Ahora, ¿qué haremos? —pregunté cruzando los brazos para evitar el frío.
—Hay que hacer algo divertido juntos... Invita a Donna y celebraremos que hemos terminado la investigación —dijo Mónica metiendo sus manos en la chamarra.
—Y dile que si trae uno de los pasteles que vende su familia lo volverá todavía mejor —comentó Fred y todos rieron. Asentí sonriendo al tiempo que tomaba mi celular para llamar a la chica.
A pesar de que ella ya no quería tener que ver con todo aquel lío de la investigación, seguía siendo parte del grupo. Todos habíamos sentido tal amistad como algo más allá de lo normal. Algo que parecía ya predestinado y que nos daba la sensación de haber sido amigos desde hacía mucho tiempo.
Donna aceptó sin dudar e indicó que llegaría en poco tiempo, solo tendría que convencer a sus padres de dejarla salir tan tarde.
—Tengo un par de refrescos en el refrigerador —indicó Fred al tiempo que avanzábamos hacia su casa—. Creo que con eso bastará.
—Suena a que tendremos una fiesta muy pequeña —dije riendo.
—Oye, las pequeñas fiestas son las mejores —comentó Mónica soltando una risita—. Nosotros somos especialistas en poder volver las pequeñas reuniones algo sensacional.
—Eso me suena a que son los expertos antisociales —dije sonriendo y mi amiga se echó a reír.
—Claro, esa es otra forma de verlo —expresó y todos sonrieron.
Una vez que llegamos a nuestro centro de reuniones, Mónica conectó la laptop de Fred a las pequeñas bocinas que yacían guardadas en un anaquel del fondo y juntos armamos una lista de reproducción que empezó a poner ambiente a nuestra celebración.
Al inicio no podía ajustarme a lo que pasaba. Nunca había estado en una fiesta con tan pocas personas, pero en cuanto vi a Donna bajando las escaleras con una pila de pequeños pasteles, comprendí que las celebraciones no tenían que estar precisamente llenas de borrachos descontrolados o de personas desconocidas que te rodeaban, en ocasiones, solamente se necesitaba de las personas que uno ama más para poder pasarla de lo mejor.
La música resultaba tan fuerte que era totalmente necesario buscar algún compañero de plática para comprender todas las palabras que este decía.
Al inicio, mi compañera era Donna que reía y bailaba al ritmo de la música con su particular alegría. Fue hasta que ella decidió acercarse a la mesa de los postres cuando Kevin caminó hacia mí con un pastel en la mano.
—¿Entonces es tu primera fiesta de cinco personas? —dijo él con una sonrisa en el rostro.
—Nunca había tenido amigos tan raros —respondí soltando una carcajada—. Además, es una fiesta que durará muy poco... Ya es demasiado tarde.
—Ay, Nicolasa, relájate por un segundo —expresó él al tiempo que Donna regresaba con un postre.
—Hola, Kevin, ¿de qué hablaban? —preguntó mirándome con duda.
—Nada en particular —respondió el chico y ella asintió con lentitud—. Oye, ¿ya sabes qué harás cuando reabran la escuela, Donna?
—Claro, yo voy a ir a la escuela de modas —respondió mi amiga rápidamente—. Ese ha sido mi plan desde el inicio.
—Bueno, tendrás mucho éxito. No he conocido a nadie que tenga un estilo como el tuyo —comentó Kevin sonriendo.
—¿Lo crees? —preguntó con emoción.
—Por supuesto, ¿lo llegas a dudar?.
—Es solo que es bueno que alguien diferente te dé su opinión sobre lo que amas —expresó Donna con una fresca sonrisa impregnada en el rostro, ya había bajado la guardia.
—¡Chicos! Vamos a jugar verdad o reto con la botella —dijo Mónica trayendo consigo una botella verde que estaba totalmente vacía—. Todos hay que ponernos en círculo.
Obedecimos a la chica de inmediato y nos colocamos en posición para poder jugar. Cada uno de nosotros lucía muy emocionado, así que no tardamos en terminar de acomodar todo para dar inicio al juego.
—Ya saben que no se vale hacer trampa en este tipo de cosas —expresó Mónica y colocó su mano sobre la botella. Esta giró y giró hasta que la punta señaló a Donna y la base a Fred.
—¿Verdad o reto? —preguntó Fred sonriente.
—Reto —dijo ella y todos comenzaron a hacer sonidos burlones.
—Alguien teme decir la verdad —dijo Mónica soltando una risa y Donna se sonrojó.
—Te reto a comer una cucharada entera de la salsa mexicana que me regaló la madre de Mónica —expresó Fred comenzando a reír.
—Claro —respondió mi amiga de inmediato.
—Iré por ella, pero te advierto que pasé como diez minutos intentando quitarme la sensación y solo le puse un par de gotas a mi comida —relató el chico riendo mientras subía las escaleras.
No pasó mucho para que regresara y le diera a mi amiga una cuchara repleta de aquel preparado color verde intenso. Donna titubeó un instante, pero en cuanto la cuchara comenzó a acercarse a su boca, no se detuvo hasta que mi amiga se tornó de un tono rojo-morado y empezó a correr por toda la habitación en busca de agua.
Todos reíamos a carcajadas, aunque Donna no podía percatarse de ello. Transcurrió un buen rato para que la chica recobrara los sentidos y pudiera continuar jugando.
—Vamos a seguir antes de que la lengua de Donna se evapore —expresó Fred y giró la botella con fuerza.
—Señorita, Sadstone, ¿verdad o reto? —preguntó Kevin que había recibido la base de la botella.
—Verdad —contesté riendo.
—¿Qué es lo más vergonzoso que te ha pasado? —preguntó el chico y yo me quedé un segundo recordando.
—Cuando tenía ocho años, quería comprarme un vestido blanco de adulta para una fiesta infantil. Como quería que me trataran como a alguien mayor, decidí juntar todos mis ahorros e ir a una tienda glamorosa por un vestido para mí —relaté con una sonrisa—. Terminé manchando el vestido en el probador con el chocolate que estaba comiendo y mi madre tuvo que venir por mí porque mis "grandes ahorros" solo constaban de tres dólares en centavos.
—Muy glamoroso, definitivamente —comentó Kevin divertido y la botella volvió a girar.
—¿Verdad o reto? —preguntó Donna a Mónica y ella hizo un gesto exagerado, como si le costara pensarlo.
—Verdad —dijo finalmente.
—¿Cuál crees que ha sido la mejor decisión de tu vida? —preguntó y Mónica sonrió con emoción.
—Definitivamente, dejar que todos nos hiciéramos amigos —expresó la chica mirándonos con cariño—. Son el mejor grupo que he tenido.
—Se supone que no tienen que ser preguntas cursis —dijo Fred en tono de broma y su novia le dio un empujón—. Démosle más emoción al juego, entonces. Quien no diga la verdad, recibirá un castigo ejemplar... Ya serán preguntas difíciles.
Todos asentimos y la boca de la botella terminó en Kevin mientras que la base apuntaba hacia mí.
—¿Verdad o reto? —pregunté y él soltó una risa.
—No le temo a la verdad, Nicolasa —expresó y yo asentí.
Me quedé un minuto pensando, reflexionando si aquello era correcto, pero al final, salió de mi boca como algo que hubiera estado guardado desde hacía mucho.
—¿Qué fue lo que realmente pasó en la fiesta? —pregunté y el gesto de todos se amargó de repente.
Era el momento de descubrirlo.
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