Capítulo Diecinueve: ¡Él es inocente!

—¿Esperaremos hasta el receso que anunciaron? —preguntó Fred revisando los alrededores nuevamente.

—Creo que, en realidad, esto no puede esperar. Necesitamos recuperar evidencia para salvar a Kevin y tenemos hasta mañana para lograrlo —exclamó Mónica con preocupación.

—¿Qué es lo que están haciendo ahora? —Donna se inclinó en dirección a la sala de juicios.

Avanzamos hasta volver a alcanzar la puerta de entrada y nos dedicamos a abrirla con toda la delicadeza que pudimos hasta que mi mejor amiga pudo introducir su oreja para escuchar lo que sucedía en la sala.

—Están hablando con más testigos —susurró la chica con cuidado—. Creo que es el turno de culpar de complicidad al señor Thompson.

—No puedo creer que estén haciendo todo esto —comentó Mónica soltando un suspiro mientras Donna volvía a cerrar la puerta.

—Es por eso que no debemos atrasarnos. Vamos a mi casa —planteé y los demás asintieron en señal de acuerdo antes de iniciar nuestro camino.

Mi mente se encontraba tan activa y confundida que me parecía irreal todo lo que sucedía. Lo que menos esperaba en el día del juicio era descubrir que Kevin era inocente.

Y, a pesar de la seriedad del asunto, no podía evitar pensar en que, el único impedimento para dejar entrar por completo al chico a mi corazón, ahora se había esfumado con increíble rapidez.

La cabeza latía a mil parar con toda esta situación avanzando con el ímpetu de un río salvaje. Miré de reojo a mis amigos, vaya, todos confiaban en que mis padres nos ayudarían, pero no estaba segura de cómo reaccionarían una vez que les hablara de todo.

Terminamos de recorrer la última calle antes de alcanzar mi casa y encontrar la puerta de entrada y, por primera vez, sentí cómo me recorría un escalofrío al sacar mis llaves del bolsillo para poder entrar a casa.

En cuanto entré, noté que el movimiento de mi familia, que había sido casi inexistente para tal instante, comenzó a agitarse al darse cuenta de que entraba con otras personas, además de que estaba llegando mucho más temprano de lo planeado.

—Nicole, ¿está todo bien? —preguntó mamá que se levantaba del desayunador con alarma.

—Bueno... —respondí dejando notar que Fred, Mónica y Donna se encontraban detrás de mí—. Necesito hablar con ustedes en privado.

—Vengan a la sala, chicos —anunció la tía Patty que estaba sentada junto a papá.

Mis amigos avanzaron hacia ella con gesto preocupado mientras yo conducía a mamá y papá hasta mi cuarto con rapidez.

En cuanto cerré la puerta pude sentir toda la presión cayendo sobre mí como un elefante que había estado flotando sobre mi cabeza todo el tiempo. Ambos me miraron con interés y yo me senté en el pequeño sillón junto a la ventana soltando un enorme suspiro.

—¿Recuerdan que me dijeron que debería tener cuidado con lo que hablaba en el juicio? —expresé mientras ambos toman asiento.

—¿Pasó algo malo? —preguntó papá inclinándose hacia mí al tiempo que yo negaba con la cabeza.

—No les había dicho, pero, es momento de que les hable a detalle de la coartada que habíamos preparado mis amigos y yo —dije y tomé un momento para recuperar fuerzas.

—¿Una coartada? —repitió mamá con incredulidad—. ¿Quieres decir que tuviste algo que ver con lo que sucedió en la noche del baile?

—No, yo no... Bueno, es que... esa noche yo salí con Kevin Baxter. Ambos nos salimos del baile y fuimos al pueblo más cercano —comencé a explicar y ambos abrieron los ojos de manera desorbitada.

—¡¿Qué?! —preguntaron al mismo tiempo mientras yo me levantaba para comenzar a dar vueltas en la habitación.

—Todo este tiempo yo creía que Kevin era el culpable de lo sucedido porque me dijo aquella vez que necesitaba escaparse de algo que había hecho. Cuando le pregunté por ello me dijo que él había hecho todo —dije y mamá hizo una mueca de disgusto.

—Yo sabía que ese muchacho era una pésima influencia, yo...

—No —la interrumpí levantando mi mano—. Ese es justo el problema, acabo de descubrir que él no hizo nada. Él se echó la culpa de alguien más para poder salvarlo de un castigo, pero ahora esa persona no quiere confesar su culpa.

—¿Ya están juzgándolo? —preguntó papá confundido—. ¿No abrieron un caso diferente?

—La juez dijo que lo iniciarían ahora y que Kevin tiene hasta mañana para poder conseguir a alguien que lo defienda —expliqué y él suspiró con fuerza—. Todo es muy extraño. La investigación que habíamos hecho fue destruida en unos instantes porque todos nuestros testigos ahora están acusando a Kevin —dije con un nudo en la garganta apretándome fuertemente—. Ellos ahora se ven tan diferentes.

—¿Quién es el verdadero culpable, hija? —cuestionó mi madre y yo la miré con intensidad antes de contestarle.

—Fue Dylan, mamá —respondí y ella se quedó helada.

—No, es que no...

—Lo sé, a mí también me costó mucho trabajo imaginarlo —confesé volviendo a ocupar mi lugar en el sillón.

—¿Por qué nos estás contando todo esto, Nicole? —preguntó papá finalmente y yo temblé un momento antes de responderle.

—Es que yo necesito de su ayuda —expresé mirándolos suplicante—. Yo quisiera que me ayudaran a comprobar que Kevin es inocente —confesé y ambos se voltearon a ver con incredulidad.

—Nicole, sabes que trabajamos para grupo Asclepio. Seguramente ellos compraron a todos los testigos. No podemos ir en contra de ellos —respondieron y yo me estremecí al escuchar sus palabras.

—Yo lo sé —dije entre dientes tratando de evitar el llanto—. Es que tengo que salvar a Kevin, él es inocente. Él no puede ir a prisión. Su madre está gravísima en el hospital y no tiene a nadie más que a él. No pueden dejarlo así. No pueden dejarlo a su suerte.

—Nicole, nos pones en una situación muy complicada —respondió papá con pesar.

—¿Por qué te es tan importante ese muchacho? —cuestionó mi madre con sorpresa en la mirada—. No es que esté mal que te preocupes por él —aclaró frunciendo el ceño—. Es que no es usual en ti que te intereses de esta manera.

—Yo... —dije dudando acerca de mi respuesta—. Creo que Kevin me interesa mucho más de lo que yo creía, o de lo que me hubiera gustado admitir. De verdad que no quiero que lo lleven a prisión.

—Pensábamos que lo odiabas con todo el corazón —comentó papá con una sonrisa en el rostro—. Siempre nos contabas de lo poco que podías soportarlo.

—Lo sé —respondí con una suave risa—. Es de esas veces que no recuerdas cómo o por qué tu concepto de alguien cambia por completo.

—¿En verdad quieres a ese chico? —preguntó mamá mirándome con un brillo particular en los ojos, sabía justo lo que estaba pensando. No podía mentirle ahora. Los necesitaba más que nunca.

—Antes de que el baile llegara yo creía que en este mundo no cabíamos los dos. Ahora no puedo imaginar un mundo sin él —respondí y ella me miró con profunda ternura unos segundos antes de acercarse a mí con rapidez para darme un abrazo.

—Mi niña —dijo al tiempo que miraba a papá con emoción—. Te estás enamorando de ese muchacho.

—Enamorar es una palabra fuerte —respondí riendo con nerviosismo—. ¿Me ayudarían?

Ambos se miraron como cuestionando lo que debían hacer ahora. Mamá y yo sonreímos ampliamente a papá y él tardó unos segundos para devolvernos la misma expresión.

—Vamos a hacerlo, de cualquier forma, podremos encontrar la manera de recuperarnos de eso, ¿no te parece, Pam? —argumentó papá y recibió una respuesta afirmativa por parte de mi madre.

—Rescataremos a tu príncipe azul —dijo mamá con tono pícaro antes de levantarnos para salir de la habitación.

Cuando bajamos las escaleras, notamos que la tía Pam tenía un rostro de asombro revelando que mis amigos ya le habían hablado de todo lo sucedido. En el momento en que los tres hicimos notar nuestra presencia en la sala, los presentes giraron su cabeza como si aguardaran por la respuesta más esperada de su vida.

—Ayudaremos a su amigo, chicos —dijo papá rompiendo la tensión de todos los presentes, incluida la tía Patty.

—¿Qué es lo que harán, Andrew? —preguntó la tía Patty mientras se levantaba para colocarse junto a mis padres.

—¿Crees que es por nada que somos los mejores abogados de toda la ciudad? —cuestionó papá con una sonrisa infantil en el rostro.

—No tienes ni la más mínima idea, ¿verdad, Andy? —dijo mi tía soltando una risa.

—Ni un poco —respondió él subiendo los hombros.

—¿Tienen algún modo de que podamos saber todos los detalles sobre su antigua investigación? —preguntó mi madre de la nada.

—En mi casa hay un pizarrón en el que está todo escrito —dijo Fred que tomaba fuertemente la mano de Mónica—. Podemos ir ahora.

—Excelente —expresó mamá con suficiencia—. Esa será nuestra línea de inicio. ¡Manos a la obra, chicos!

—Nunca entenderé por qué elegiste a mi tonto hermano, Pam —comentó la tía Patty dándole un suave empujón a papá que sonreía con ternura.

—Para mí es perfecto, Patt —respondió mamá guiñándome el ojo—. El hombre más increíble del mundo.

Donna me miró con confusión y yo solo le dije que pronto le contaría todo. Fred, Mónica, Donna, la tía Patty y yo subimos al auto de mis padres con mucha dificultad. Sentía el codo de Mónica enterrándose, mientras que Fred se quejaba de estar siendo aplastado contra la puerta del automóvil y la respiración de Donna denotaba su dificultad para conseguir oxígeno.

—¿Cómo están allá atrás? —preguntó papá que abrochaba su cinturón mientras daba un vistazo a nosotros por el retrovisor.

—Sobreviviendo, Andy. No tardes demasiado —respondió la tía Patty pegándose lo más posible a mí.

—Iniciemos esto —exclamó mamá con emoción mientras el auto avanzaba por las tranquilas calles del pueblo.

La ventana había quedado justo a mi lado, así que no dudé en dejar escapar mi mente por el paisaje urbano que me mostraba aquel camino. Tal evento me recordó al viaje que había hecho con Kevin y el resto de los chicos hacia la ciudad. Nunca se borraría de mi mente un día tan divertido.

Ahora, luchábamos por encontrar aquello que nos devolviera a nuestro Kevin. A ese chico... Diablos, ¿cómo había podido dudar de él? Si me había pedido tantas veces que yo solo confiara en lo que podía contarme. Ahora me sentía tan culpable que preferiría mil veces tomar su lugar que dejar que se lo llevaran.

¡Maldita sea! ¿Por qué Dylan no quería confesar?

Un nudo aún más fuerte que el que había experimentado en la garganta se apropió de mi estómago y dudaba si aquello era provocado por toda la situación que estaba viviendo o por el insistente codo de Mónica que no se apartaba de mí.

Justo cuando nadie podía aguantar ni un segundo más en aquel pequeño espacio, el auto giró en la calle de Fred y él señaló su casa con su brazo entumido.

Salimos prácticamente expulsados del automóvil cuando papá quitó los seguros de las puertas. El aire nos golpeó con su frescura y provocó que todos recuperáramos la movilidad de nuestros brazos y piernas con mayor rapidez.

Mis padres, los únicos que viajaron con comodidad, se colocaron en la entrada de la casa y llamaron al timbre.

—Lo siento —dijo Fred levantándose torpemente para sacar unas llaves del pantalón—. Mis padres no están. Regresarán hasta la noche.

—¿No hay problema de que estemos aquí, muchacho? —preguntó papá y él negó con la cabeza.

—De cualquier forma, le agradeceremos a Nancy y a Simon cuando los veamos —agregó mamá entrando a la casa de mi amigo seguido por el resto de magullados tripulantes.

Fred nos guio hacia el sótano que había sido cómplice del nacimiento de nuestra amistad y de la gran investigación que ahora tomaba rumbos inesperados. El chico caminó hacia el pizarrón y lo señaló con emoción.

—Aquí Kevin escribía todo lo que íbamos descubriendo —explicó el chico dando paso a que mis padres se acercaran.

—Cuanta dedicación —comentó papá observando con curiosidad las notas de Kevin.

—Lo que sabemos es que todo esto está controlado, muy probablemente por grupo Asclepio —dijo mamá con seriedad—. Todo el juicio parece vendido, no acatan ninguna de las normas de un proceso legal real. Le han dado un día a Kevin para conseguir defensa, ¿es una broma? Además, ¿por qué pusieron a Kimberly en función de abogada?

—¿Qué podemos hacer? —pregunté angustiada mientras me recargaba en uno de los sillones.

—Si ellos pueden jugar con libertad, nosotros también —expresó mamá con una sonrisa en el rostro—. No me preocupan los protocolos en este juicio... Iniciemos con él —dijo señalando el primer nombre de la investigación "Conan Bowell"—. Cuéntenos todo lo que saben sobre este chico.

—Es uno de nuestros compañeros de la escuela —comentó Donna con seguridad—. Él está enfocado en la música. Fue castigado por su madre cuando descubrió lo del baile.

—Él fue a quien encontraron con sobredosis —completó Mónica con fuerza—. A nosotros nos relató que aquella noche tuvo la sobredosis en un bar de este pueblo, no recordaba cómo es que llegó hasta la escuela.

—Esa vez hablamos con Kraken, el primo de mi jefe, él nos relató esa historia —dije mirándolos con preocupación.

—Si cambió su versión de los hechos, grupo Asclepio debió hablar con él... Tenemos que charlar con ese sujeto para descubrir si tiene información sobre Conan —explicó mamá y mi corazón dio todo un vuelco.

—¡Cómo no lo había pensado! —reclamé a mí misma golpeando mi frente—. Él nos podría dar información sobre Chuck.

—Sería el único. Parece que Chuck desapareció del mapa por lo que he logrado investigar —dijo mi tía captando la atención de todos—. Hice un par de llamadas la otra vez y nadie tiene noticia del hombre.

—Que no se diga más —expresó mamá después de que ella le tomara una fotografía al pizarrón de Kevin con su celular.

Les indiqué a mis padres cómo llegar al bar de Kraken entre explicaciones de por qué había accedido a ir a un lugar como ese. Al llegar, ellos bajaron junto a la tía Patty y nos indicaron que aguardáramos a que regresaran de entrevistar al hombre.

—Gracias por convencer a tus padres, Nicole —expresó Mónica al tiempo que todos bajábamos del auto para sentarnos en la banqueta a esperar.

—No fue nada. Yo quiero que liberen a Kevin tanto o más que ustedes —respondí mirando el suelo al tiempo que Donna sonreía.

—Sí que te gusta, ¿cierto? —preguntó Mónica soltando una risita—. Yo siempre sospeché que faltaba que se conocieran para que esto se echara a andar.

—Bueno, al parecer eres excelente prediciendo este tipo de cosas —respondí y Fred torció el gesto antes de tomar la palabra.

—Odio admitir cuando me equivoco, porque casi no sucede —dijo y su novia le dio un codazo al tiempo que soltaba una carcajada.

—Por supuesto —dijo la chica con ironía.

—El punto es que... Me equivoqué acerca de ti, Nicole —expresó el chico con una sonrisa disimulada en el rostro—. En verdad cuidarás a Kevin y ni dudar que él te idolatra como a nadie.

—Harán que me sonroje, basta —expresé con aire teatral mientras Donna se acercaba un poco a mí.

—Yo también me equivoqué, si es que estamos en el momento de las confesiones —dijo ella y todos la miraron con empatía—. Lamento mucho haber dudado de Kevin... Creo que solo me dediqué a prejuzgarlo.

—No te culpamos —respondió Fred mirando la banqueta con una sonrisa—. Es una persona fácil de prejuzgar.

—Aunque no muy común para alguien que llevó un bolso en forma de hurón a todos los bailes de primavera —comentó Mónica y todos reímos.

—Gracias por todo esto, chicos —dije al tiempo que ellos me miraban con una sonrisa—. Donna y yo nunca habíamos sido parte de un grupo de amigos tan maravilloso.

—Nosotros jamás imaginamos que podríamos llevarnos tan bien con ustedes —expresó Fred sonriendo—. Todos teníamos ideas diferentes sobre nosotros, al parecer.

—No nos vamos a separar cuando todo esto termine, ¿cierto? —pregunté y los demás negaron con la cabeza de inmediato, como si acabara de mencionar el peor de los insultos.

—¿Quién supervisará que no mates a Kevin cuando te saque de quicio? —preguntó Mónica y me solté a reír.

—Los quiero mucho, chicos —finalicé y todos nos dimos un complicado abrazo sin dejar nuestro lugar en la banqueta.

Pasó un buen rato para que se escuchara la puerta del frente del bar abrirse con fuerza. Primero atravesaron un par de personas que lucían ropas de cuero como si pertenecieran a una banda de motociclistas. Nuestras miradas perdieron ilusión en cuanto los vimos, pero recuperamos nuestro brillo cuando nos dimos cuenta de que mis padres salían justo detrás de ellos con la tía Patty muy cerca.

—Suban al auto, chicos, ahí les explicaremos todo —dijeron ellos y todos nos miramos con pesar.

—¿Es muy necesario que subamos? —pregunté estirando mi contracturada espalda—. Podemos escuchar aquí afuera.

—Tenemos que subir al auto, hay que conducir a un lugar —exclamó papá abriendo la puerta del conductor con rapidez.

—¡Vamos, muchachos! No tenemos todo el día —reclamó mamá mientras abría la puerta y el resto nos mirábamos con tristeza.

—Yo tampoco quisiera, chicos, pero en verdad tenemos que irnos —dijo la tía Patty abriendo la puerta de atrás.

El auto blanco de mis padres volvió a llenarse de personas y el motor encendió anunciando que sería hora de continuar con nuestra misión para salvar a Kevin. Mi padre aclaró su garganta con fuerza antes de comenzar a hablar, como si hubiera estado esperando ser él quien nos relatara todo.

—Ya conocimos a Kraken —exclamó papá sin quitar los ojos del camino—. Él nos dio mucha información... Ahora ya sabemos qué pasó con Chuck y su taller.

—¿Qué fue lo que pasó? —pregunté con el corazón latiendo rápidamente—. ¿Él está bien?

—No te preocupes, Nicole. Chuck está a salvo —aclaró mamá tranquilizadoramente—. El problema es que tu padre y yo teníamos sospechas correctas.

—Grupo Asclepio fue a buscarlo. Le ofrecieron atención completa a su hermana enferma si solo cerraba su taller en el pueblo —dijo papá dejándome con la boca abierta—. Kraken dice que Chuck estaba muy asustado y que no quería traicionarte, pero que su hermana volvió a ponerse grave y aquella era la única opción.

—¿Por qué grupo Asclepio quería que cerraran el taller? —preguntó Mónica exponiendo la duda de todos los demás—. No interfería para nada con sus planes, con todo lo que quieren hacer

—Lo que sucede es que su principal mensajero tenía una venganza que cobrar —dijo mamá colocando una mano sobre su frente—. Dylan estaba muy enojado contigo, Nicole. Sabía que ir al taller era muy importante para ti.

—¿Fue Dylan? —cuestioné con incredulidad—. ¿Cómo es posible?

—Bueno, es por eso que necesitábamos irnos —respondió papá acelerando un poquito en el auto—. Kraken nos relató que sus contactos le informaron que uno de los más altos ejecutivos de grupo Asclepio acababa de renunciar. Tenemos que ir con él.

—Kraken nos advirtió que Dylan no era para nada lo que parecía —comentó mamá soltando una ligera risa.

—Supongo que fue igual de sorprendente para él —dijo Donna y los demás estuvieron de acuerdo.

—Esta persona está en la ciudad, así que no tenemos demasiado tiempo para encontrarla —explicó mamá con preocupación.

El camino comenzó a hacerse demasiado largo para todos. Sentí una pequeña culpa al dejar a Kevin en aquellos momentos. Seguramente el receso iniciaría muy pronto y no encontraría a ninguno a la redonda, por lo cual, probablemente, pensaría que habíamos creído en todas las mentiras que estaban exponiendo.

Ante ese pensamiento sentí la necesidad de avisarle que no estaba solo, así que moví mi mano, como pude, hacia el bolsillo de mis pantalones para sacar mi teléfono celular.

—¿Qué es lo que haces? —se quejó Mónica al provocar que el pequeño orden que habíamos conseguido en el asiento de atrás amenazara con romperse.

—Le quiero mandar un mensaje a Kevin —respondí logrando desbloquear mi teléfono con agilidad.

—Procura no tardar —replicó ella reacomodándose lo mejor posible.

"Kevin, será difícil de explicar, pero no quiero que te preocupes para nada, nosotros tenemos una defensa para ti. Llegaremos para el juicio de mañana con todo listo."  Redacté con rapidez en la pantalla y lo envié lo más rápido que pude antes de que una curva provocara que Mónica cayera sobre mí cubriendo el acceso al bolsillo del pantalón.

Esperaba de todo corazón que él estuviera bien. Lo único que quería era tener evidencia para poder rescatarlo y volver a tenerlo junto a mí. Justo ahí era donde quería estar en ese instante.

Los árboles de la carretera me provocaron aún más recuerdos sobre el viaje que había hecho con ese chico, y pensar que aquella vez su situación familiar estaba en los peores momentos.

Mi mirada se dirigió hacia los asientos de mis padres. Noté que ambos llevaban un gesto genuinamente preocupado y sentí que, probablemente, ellos también comenzaban a entender que Kevin no era el chico que parecía ser.

Los enormes edificios que decoraban la ciudad comenzaron a hacerse notar y todos agradecimos cuando mis padres parecían buscar estacionamiento cerca de un edificio de departamentos. Cuando por fin fue encontrado y el auto detuvo la marcha, todos los que ocupábamos el asiento de atrás volvimos a salir expulsados por la claustrofobia que nos había encerrado.

Tardamos un par de minutos en volver a recuperar la circulación normal, sin embargo, una vez que lo conseguimos, nos unimos a mis padres que observaban los lujosos departamentos con un poco de angustia.

—Es el 600-B —expresó mamá sacando un pedazo de papel del bolsillo de su abrigo.

—¿Cómo entraremos, Pam? —preguntó la tía Patty y mamá se quedó un instante reflexionando.

—Síganme... tienen que actuar con mucha seguridad —dijo ella y todos nos dedicamos a seguirla hasta el pequeño escritorio en el que se encontraba el portero del edificio.

—Mi nombre es Pamela Sadstone, él es mi socio Andrew Sadstone —comenzó a decir mirando con intensidad al hombre—. Somos abogados del bufete Carson-Proffet. El señor Benjamin Barret nos citó en el departamento 600-B.

—¿Y todos ellos? —cuestionó el hombre dando un vistazo al resto de nosotros.

—No quisiera ser intrusiva —dijo mamá con fingida preocupación—. Pero esa mujer de ahí —expresó señalando a la tía Patty —, es la exesposa del señor Barret. Van a tener una charla privada con nosotros.

—¿Y los niños? —volvió a preguntar el portero y mamá nos miró un segundo antes de volver a hablar.

—Todos son hijos del señor Barret —dijo mamá y papá ahogó una pequeña risa—. Representamos a sus madres.

—¿Y decidieron venir todos en el mismo momento? —preguntó el hombre y mamá giró los ojos en señal de desesperación.

—Parece que usted quiere saber demasiado sobre la vida privada del señor Barret —exclamó mamá con fuerza—. Estoy segura de que al señor le molestará mucho saber sobre esto.

Llevó su mano al bolsillo del abrigo y sacó su teléfono celular para teclear un número y colocarlo sobre su oído.

—Sí, ¿señor Barret? —dijo mamá al teléfono—. Su portero no nos deja pasar —expresó leyendo la placa del hombre que había palidecido de un momento a otro—. Nos ha tenido aquí un buen rato, es por eso que no hemos llegado a tiempo a la reunión... ¿Reprenderlo? No lo sé... Su nombre es...

—No, señora, los dejaré pasar, por favor —suplicó el hombre abriendo una pequeña puerta de cristal que se hallaba a su lado.

—Disculpe, señor Barret, no he podido ver el gafete —dijo mamá hablando con mucha propiedad—. Lo veremos en un instante.

Ella colgó el teléfono y después lo colocó de vuelta en su abrigo antes de hacernos una seña para que nos acercáramos.

Todos pasamos cerca del portero con suficiencia después del éxito conseguido para poder entrar. Ahora solo bastaba concentrarnos en encontrar el departamento 600-B y estaríamos a un paso de la verdad.

Los hermosos y lujosos pasillos acompañaban nuestra búsqueda con sus relucientes alfombras en color borgoña y las paredes en colores pálido con dorado. Parecía, más allá de un recinto para departamentos, un magnífico palacio.

—Creo que es este, muchachos —dijo mamá colocándose frente a una bella puerta blanca que portaba un pequeño letrero en dorado que recitaba: "600-B".

Mi padre llamó a la puerta con delicadeza y se escucharon unos pasos aproximándose a la entrada con extrema tranquilidad. En el momento en que la puerta fue abierta y nosotros quedamos a la vista del inquilino, su blanquísima sonrisa desapareció entre su piel cetrina y el cabello rubio.

—¿Quiénes son ustedes? —preguntó el hombre escudriñándonos con la mirada—. ¿Cómo es que los dejaron entrar?

—Señor Barret, somos Pamela y Andrew Sadstone del bufete Carson-Proffet...

—Ya les dije que no quiero saber nada de ustedes. Quiero que esta corporación me deje en paz de una sola vez —reclamó tratando de cerrar la puerta, sin embargo, fue bloqueado por papá que sostuvo la perilla con fuerza increíble.

—No. No venimos en representación del bufete ni de grupo Asclepio —aclaró mamá mirando al señor con súplica—. Nosotros tampoco estamos de su lado. Queremos únicamente saber la verdad. Hay un inocente que será encarcelado.

—Hay muchos inocentes encarcelados —respondió con seriedad al tiempo que reflexionaba. Se quedó un segundo luchando contra la fuerza de papá, cuando se dio cuenta de que era inútil soltó un suspiro y nos miró—. Les doy diez minutos.

—Muchas gracias, señor —exclamó mamá y el hombre abrió la puerta para que todos entráramos a su lujoso y espacioso departamento.

Tomamos asiento en una sala en color verde de terciopelo que combinaba perfectamente con toda la decoración en tonos caoba. El señor Barret nos envió una mirada de desconfianza antes de sentarse cerca de nosotros con una postura autoritaria.

—¿Así que quieren saber la verdad? —dijo él suspirando—. Me imagino que vienen de ese pequeño pueblo, el de la escuela.

—Señor Barret, nosotros mismos trabajamos para grupo Asclepio. Hemos ayudado a arreglar todo para la compra de los terrenos —explicó papá y el hombre echó su cabeza para atrás.

—Claro, claro —expresó recordando—. Ustedes son los que tenían a la hija en la preparatoria. Si yo les dijera toda la verdad, ¿qué es lo que me darían a cambio?

—Usted dirá —respondió mamá con confianza y él soltó una risa.

—No tienen nada que me interese —dijo el señor Barret con una sonrisa burlona—. Lo único que quisiera ahora es recuperar las acciones que esos desgraciados me robaron.

—¿Grupo Asclepio? —preguntó mamá y él asintió con el gesto amargado.

—Me jugaron chueco —dijo el hombre volviendo a suspirar—. Ustedes no podrían con todo su poder.

—Si usted nos ayuda a evidenciarlos, su reputación bajará —explicó papá con seriedad—. Sabe cómo se manejan estas cosas. Un escándalo de este tipo nos permitiría presionarlos para devolverle sus acciones.

—Nosotros lo ayudaremos —concluyó mamá—. Recopilaremos todo lo posible para hundirlos y obtener lo que le corresponde.

—Supongo... —dijo el hombre levantándose para servirse una copa de vino—, supongo que no tengo nada que perder.

—¿Nos ayudará? —preguntó mamá y él asintió al tiempo que regresaba a su asiento.

—¿Qué es lo que saben? —cuestionó el hombre y todos nos acomodamos para comenzar a hablar.

—Sabemos que Dylan Cooper fue el que hizo que el dueño del taller de autos del pueblo se fuera a otra parte. Dicen que él era su mensajero —expresé de la nada y el hombre soltó una risa.

—Dylan Cooper —repitió el hombre casi para sí mismo mientras jugaba con su copa—. Fue todo un dolor de cabeza.

—¿Cómo fue que lo encontraron? —preguntó Mónica con timidez y el hombre dejó la copa a un lado.

—Grupo Asclepio tiene un sistema... Se buscan las mejores estrategias de crecimiento y si hay algo que estorba, simplemente... lo eliminamos —comenzó a relatar el señor Barret con tranquilidad—. Habíamos encontrado el terreno de su escuela desde hacía unos meses. Queríamos obtenerlo, pero necesitábamos que estuviera, primero, en venta.

—Por eso esperaron a que les llegara una oportunidad —completó Fred recibiendo una respuesta negativa por parte de nuestro interlocutor.

—Grupo Asclepio no espera oportunidades, las crea, niño —dijo con suficiencia antes de proseguir—. Necesitábamos un evento que dejara la escuela intacta, pero lista para ser clausurada. Fue entonces que a uno de los socios se le ocurrió hacer todo lo de la fiesta, ya saben, las drogas y todo eso. Era lo suficientemente grave para una clausura, pero no demasiado increíble para levantar sospechas. Parecía obra de un adolescente.

—¿Ustedes planearon todo? —pregunté con incredulidad al tiempo que cubría mi boca.

—Claro que sí —respondió con orgullo—. Siempre que se lleva a cabo un plan así, elegimos empleados que sean o hayan sido fieles a nosotros por mucho tiempo. Además de tener características propias de nosotros: ambición, fuerza, coraje... Hallamos a las personas perfectas para este trabajo en muy poco tiempo —dijo esperando un segundo para aumentar el dramatismo—. Los mejores médicos que tuvo el Hospital Saint Health en años. Lo hicieron encabezar nuestras listas todo el tiempo que estuvieron ahí. Dora y Steve Keller estuvieron fascinados con la idea de ser convertidos en socios si es que aceptaban ayudarnos a llevar a cabo nuestro plan. Además de todo, ellos tenían algo muy especial... Su nieto atendía la escuela preparatoria.

—¿Dylan trabajaba para ustedes? —preguntó Mónica con un notable temblor en la voz.

—Al principio sus abuelos tuvieron que convencerlo, pero, las cosas parecieron acomodarse para él cuando ese niño, Kenny, o algo parecido, aceptó la culpa —relató el hombre sin darle demasiada importancia.

—Si el terreno ya estaba a la venta sin encontrar un culpable, ¿cómo es que ahora están empeñados en culpar a Kevin? —preguntó Fred con rabia en las palabras.

—Dylan resultó ser un chico más listo de lo que creíamos —relató el hombre dando un sorbo a su copa—. Dijo que tenía un par de especificaciones extras en el plan, si no las seguíamos él nos delataría, así que lo dejamos cobrar sus propias venganzas.

—¿Pidió que encerraran a Kevin? —pregunté temblando.

—Él requería, específicamente, que Kenny Baxter...

—Es Kevin —dije sin poder creer el poco interés que tenía el hombre sobre él.

—Ese chico... tenía que terminar en prisión como fuera —completó con tranquilidad—. Además de que debíamos mandar a unas personas a que cerraran el taller de autos del pueblo.

—¿Y los testigos? —cuestionó Mónica y el señor Barret nos miró divertidos.

—Los compramos a todos. Cada uno de nosotros siempre quiere algo con todo el corazón... Fue bastante sencillo —indicó y volvió a dar un sorbo a la copa.

—Ahora Kevin podría ser encarcelado, el juicio seguirá mañana. Necesitamos evidencia para poder ayudarlo —expresó la tía Patty con seriedad.

—Si quieren evidencia —dijo el hombre levantándose de su asiento—, tengo algo que les servirá.

Salió de la habitación con elegancia para después regresar con un fólder marrón con un bonche de papeles dentro.

—Aquí están todas las firmas de Steve, Dora y Dylan —dijo extendiendo los papeles hacia mis padres—. Estaba por escrito nuestro trato. Yo siempre conservo una copia.

Mamá extendió el brazo para recibirlos, pero en el preciso instante en que iba a tomarlos, el señor Barret los quitó con un rápido movimiento y terminaron lejos de nuestro alcance.

—Antes... quisiera firmar un contrato con ustedes —expresó el hombre sentándose con los papeles en la mano—. Nadie volverá a estafarme. Quiero que quede firmado nuestro trato. Que ustedes recuperarán mis acciones.

—Señor Barret, no podemos perder demasiado tiempo —dijo mi madre con desesperación.

—Entonces no tendrán evidencia —sentenció él y mis padres se miraron entre ellos.

El señor Barret trajo una computadora para que ellos comenzaran a redactar el contrato. Las horas pasaron con el señor Barret haciendo continuas preguntas sobre las cláusulas que se estaban redactando y el resto de nosotros explotando en nervios.

La oscuridad comenzó a caer en la ciudad y las miradas angustiadas de mis amigos me hacían pensar que todos sentíamos el mismo tipo de terror de llegar tarde al juicio del siguiente día.

La tía Patty había decidido bajar a dormir al auto que había quedado estacionado en la entrada del edificio, así que en la sala solo estábamos Mónica, Fred, Donna y yo observando a mis padres escribiendo a toda velocidad mientras eran supervisados por el señor Barret, quien desechó la primera y la segunda versión del contrato.

Cuando la noche ya había entrado totalmente en la ciudad y el sueño nos estaba venciendo a todos, el señor Barret aprobó finalmente el documento y los tres firmaron cada una de las hojas que lo componía.

—Bueno, fue un placer —dijo el hombre entregando el fólder marrón que fue hojeado por mis padres rápidamente—. Si quieren salvar a su amigo, es mejor que se apresuren.

Todos lo miramos con reproche y fingimos una sonrisa al tiempo que él nos despedía en su puerta. Dejamos atrás a toda velocidad aquel palacio urbano y nos acercamos hacia donde estaba la tía Patty durmiendo.

—Vaya que hicimos bien de detectives, Pam —comentó papá mientras abríamos el auto.

—Ahora, tenemos que llegar a tiempo para el juicio —respondió mamá mirando la hora en su celular—. Dijeron que veinticuatro horas, pero, si no llegamos al inicio, seguramente se dedicarán a ponernos trabas.

—No pueden manejar así de cansados, menos si ustedes defenderán al chico —expresó la tía Patty estirándose—. Yo conduciré por ustedes.

—Perfecto, gracias, Patt —dijo Mamá sonriendo.

La tía Patty y papá quedaron al frente mientras que mi madre se cambió al asiento de atrás con nosotros. Al notar la incomodidad de ir con tan poco espacio, mi madre soltó una pequeña risa.

—Espero que ese Kevin nos dé un buen regalo la próxima cena de Navidad —comentó ella y todos rieron.

—¡Vamos a salvarlo, chicos! —gritó la tía Patty y puso en marcha el auto.

Kevin solo tendría que resistir un poco más, un poco más para que pudiéramos salvarlo.

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