Capítulo 19
Taehyung estaba corriendo con una alegre y singular sonrisa cuadrada decorando su infantil rostro.
Siempre disfrutaba del momento en el que terminaba con sus deberes y podía salir a jugar con sus amigos. A él le querían mucho, y es que ¿cómo no querer al risueño niño que se interesaba por todos y que vivía en aquella casa enorme particularmente alejada de las demás?
—La traes —dijo con una risita, alcanzando el hombro de uno de sus amigos, y arrancó a correr en la dirección contraria.
—¡La lleva Namjoon! ¡La lleva Namjoon! —exclamó Irene, una de las dos únicas niñas del grupo.
Varios gritaron mientras salían disparados lejos del moreno, de modo que él no pudiera alcanzarles. Taehyung sintió entonces un empujón que le hizo trastabillar y perder el equilibrio, todos se detuvieron cuando descubrieron al pequeño castaño sentado en el suelo, con raspaduras en las rodillas, de las que había comenzado a brotar sangre. Sus amigos se alarmaron y le preguntaron escandalizados si se encontraba bien, Taehyung no lloró.
—Lo siento mucho, TaeTae —se disculpó Jimin, siendo que había sido él quien le empujó sin intención—. Te juro que fue sin querer. —El pelinegro se veía desesperado mientras miraba sus heridas, enteramente a la vista debido a sus pantalones cortos, y el menor le sonrió de una manera tranquilizadora.
—No te preocupes —le dijo, sabía que su amigo decía la verdad, estaba seguro de que no lo había hecho a propósito, podía verlo en sus ojos y tal vez también un poquito más allá. Se levantó con cuidado, apoyándose con ambas manos en el frío suelo de cemento—. Iré a casa ahora —informó y se despidió de ellos, aunque todos le siguieron para asegurarse de que podía llegar solo a su hogar, que de igual forma no estaba nada lejos de la parte donde habían estado jugando.
Cruzó el jardín y entró, la puerta estaba abierta, su madre la dejaba así a espera de su llegada, y ella no tardó en correr hasta él al ver que caminaba con algo de dificultad.
—Por Dios, ¿estás bien, cariño? —le preguntó, hincándose frente a él para examinar sus rodillas.
—Sí, fue un accidente. —Young Mi se incorporó y tiró de su mano con delicadeza para guiarlo hasta el sofá, pidiéndole que se sentara ahí mientras ella buscaba el botiquín.
Taehyung solo tenía seis años, pero era el niño más jodidamente valiente que ella conocía y no porque fuera su hijo, sino porque él de verdad se lo demostraba cada día. En situaciones como esas, el castaño siempre conservaba la calma, ella solía desesperarse cuando veía que se lastimaba, pero él la tranquilizaba, como si le doliera más su preocupación que el mismo golpe.
Se arrodilló para limpiar sus heridas con delicadeza antes de proseguir a cubrirlas con vendas. Miró los ojos marrones de su hijo y supo de inmediato lo que estaba pasando por su cabeza, le sonrió con dulzura y acarició su mejilla.
—Es para que no vuelva a pasar, cielo —le dijo, el pequeño asintió y no añadió nada más, sabía que cuando amaneciera ya no habría rastro de esas raspaduras, como había pasado cada vez que se caía por andar corriendo, pero entendía perfectamente que su madre quisiera evitar que volviera a ocurrir, siempre cuidaba mucho de él.
Una fría mañana de noviembre, cinco años después, Taehyung se levantó sin necesidad de que Young Mi fuera a despertarle. Se dirigió al baño dentro de su habitación y cualquier rastro de sueño desapareció de su sistema cuando se topó de frente con su reflejo en el espejo. Su madre le encontró así cuando cruzó la puerta para informarle que era hora de prepararse para ir a clases. Se acercó a él, observando con sorpresa el aura de pureza que estaba envolviendo a su hijo, y acarició los mechones anaranjados de su cabello, como si estuviera tocando algo tan imposible como las nubes.
Taehyung clavó sus ojos marrones en los amorosos de ella, preguntándole con una mirada llena de temor qué era lo que estaba sucediendo con él, y la señora Kim le sonrió.
—Ah, ¿por qué estás mirándome de esa manera? —le preguntó con afecto—. No te preocupes, cariño. Esto es solo una demostración de lo especial que eres, no son muchos niños los que tienen capacidades tan lindas como las tuyas... Por eso, Tae, es mejor que lo mantengamos en secreto por ahora, ¿está bien? —Él asintió, estaba asustado, sabía que las personas le mirarían raro si se enteraran, sabía que tenía algo dentro que no era normal, algo que tenía que esconder.
Se subió al auto del señor Park cuando éste llegó a recogerle un rato después, Gong Yoo le miró con diversión debido al gorro de lana que cubría su cabeza y al hecho de que se encogió en el asiento del copiloto con los brazos cruzados sobre su pecho nada más sentarse.
—¿De verdad tienes tanto frío? —le preguntó el hombre con una sonrisa ladeada, Taehyung le miró entonces y el chófer supo de inmediato que algo estaba pasándole.
—Señor Park —llamó—. Usted cree que... umh, ¿soy raro?
—Oh, bueno, un poco sí.
—No, es en serio —insistió, notando la diversión en sus expresiones—. Como si algo estuviera mal conmigo, como si... no fuera normal.
—¿Por qué estás preguntando eso de repente? No deberías hablar así, eres mucho mejor que un niño normal promedio, muchacho. —El menor no respondió, volvió a encogerse en su lugar y Gong Yoo encendió el motor para arrancar el auto, cuestionándose durante todo el camino a qué se debía esa actitud, le preocupaba ese chico. Tendría que hablar con Young Mi más tarde.
Las cosas no mejoraron a partir de ese día para Taehyung. Sintió la necesidad de distanciarse de las personas en el colegio cuando comenzó a ser demasiado consciente de que podía saber cosas de la gente sin necesidad de que se las dijeran, y de que podía percibir sus intenciones y emociones con tan solo una atenta mirada. Su padre había comenzado a mirarle por sobre el hombro y se dirigía a él a secas y solo cuando era estrictamente necesario. Su madre, entre tanto, seguía endulzando su vida con palabras de consuelo, recordándole que es que él era demasiado bueno para toda esa gente que se creía más que los demás.
Un día después de clases, salió de su habitación con la idea de buscar un vaso de jugo para refrescarse antes de continuar con sus deberes, pero se vio interrumpido cuando se cruzó de frente con Jin Young, su padre le lanzó una mirada despectiva antes de esquivarle y continuar su camino. Él había comenzado a mirarle así desde hace unos tres años, cuando había comenzado el dilema con los colores de su cabello. Taehyung se mordió el labio inferior, queriendo evitar el impulso de hablarle, pero finalmente no pudo contra él. Dio media vuelta, mirando su espalda.
—Papá —llamó, Jin Young dejó de caminar y tardó un poco en girarse levemente para mirarlo—. Tú... ¿estás bien? —preguntó, sintiéndose repentinamente acojonado. El hombre frunció el ceño y se dispuso a voltearse por completo para observarle de frente.
—¿Eso qué significa? —cuestionó para sorpresa del muchacho.
—Umh, solo que... siento que... No sé, me preocupa, es todo —balbuceó, Jin Young se acercó varios pasos a su hijo, deteniéndose solo cuando sus ojos se desviaron hasta los cabellos grises del muchacho. Taehyung tenía ya catorce años y él había perdido la cuenta de la cantidad de colores de pelo que le había visto. Sus músculos se tensaron y se arrepintió de haberse acercado tanto, estaba por retroceder de nuevo cuando la voz cautelosa del menor se le adelantó—. Por qué... ¿Por qué tu alma se siente tan oscura? Yo... me asusta. Esos pensamientos raros de vez en cuando... —musitó, sin poder detenerse. Su padre no lo tomó nada bien. Se alejó mientras le miraba como si se tratara de una escoria, de algo que está realmente mal.
—Eres un... un maldito fenómeno —le espetó, Taehyung sintió sus palabras como una dolorosa puñalada y se vio obligado a retroceder un paso, notoriamente afectado.
—¿Qué has dicho? —Young Mi apareció de detrás de su hijo, mirando a su marido con las cejas fruncidas y la mandíbula tensa.
—Lo que escuchaste. Ya no lo soporto más, me voy. No viviré en la misma casa que esta... que esta cosa —escupió, mirando una última vez al peligris, antes de pasar por el lado de los dos y bajar las escaleras a toda velocidad.
La señora Kim cerró los ojos por unos segundos, intentando soportar el balde de agua helada que acababa de arrojarle encima con sus palabras, se acercó a Taehyung para abrazarlo con fuerza, conteniendo su propio dolor para ayudar a su hijo a apaciguar el suyo, él se permitió entregarse por completo al llanto mientras se acurrucaba en el pecho de su madre.
Young Mi se tomó la molestia de sacar todas las cosas de Jin Young a la calle después de eso. Taehyung, entre tanto, era consolado por Yuri en la cocina. Su madre la había contratado hace tres años, cuando su padre comenzó a comportarse de una manera tremendamente susceptible y se molestaba porque no encontraba la casa tan ordenada como le gustaría al llegar en la noche. A su mujer no le quedaba mucho tiempo para encargarse de esas cosas por lo bien que le estaba yendo en la empresa, donde estaba comenzando a haber mucho movimiento.
Yuri siempre había tratado muy bien al menor, ella y Young Mi se conocían de prácticamente toda la vida, como con el señor Park, y nunca se había comportado indiferente con el muchacho a pesar de sus evidentes capacidades. Taehyung sabía que ella había perdido un hijo, al parecer había sido durante el embarazo, y supuso que tal vez por eso le quería a él como a uno, porque tenía ese amor de madre que no cualquiera puede comprender.
—No llores, Taehyunggie —pidió, acariciando sus cabellos grisáceos—. Tienes a tu mamá y dejarte solo es lo último que haría.
La adolescencia cubrió a Taehyung con un manto de belleza casi angelical, era inevitable que el muchacho atrajera miradas mientras caminaba por los pasillos a sus respectivas clases. La buena proporción de su cuerpo, además de su bien formada mandíbula y rasgos delicados, le habían vuelto la razón de los suspiros de sus compañeras y el amigo que muchos de sus compañeros querían tener. Pero él seguía sin hablar más de lo necesario con nadie, evitando hacer contacto visual siendo que lo que veía en lo profundo de las almas de muchos realmente le asustaba a veces.
Una mañana de sus quince años, Taehyung fue interceptado por dos de sus compañeros en el pasillo, él los conocía, Yoongi y Hoseok, dos agradables chicos de su clase, pero dos chicos más que podrían terminar juzgándole al fin y al cabo. Se encogió en su lugar repentinamente intimidado cuando ellos se detuvieron en frente suyo, abrazó con fuerza sus libros contra su pecho y llevó una mano por instinto hacia su gorro, asegurándose de que estuviera cubriendo todo su cabello.
—Hey, Taehyung-ah —le dijo el muchacho castaño, al que parecía gustarle un montón sonreír—. Le dije a Yoongi hyung que no era capaz de darte un beso y él dijo que sí.
—¿Q-qué? —preguntó con los ojos muy abiertos. El pelinegro de pálida piel se encogió de hombros.
—Eres algo bonito —respondió con simpleza—. Así que, con permiso —añadió, antes de tirar de la camisa del uniforme del menor y acabar con el espacio en una acción rápida. Taehyung le sintió mover los labios torpemente, era evidente que el chico tampoco tenía idea de lo que estaba haciendo. Apretó los parpados con fuerza y se quedó completamente quieto incluso cuando Yoongi ya se había separado, solo entonces abrió los ojos—. Ya está, ¿lo ves? Te dije que podía hacer cualquier cosa —le dijo a su amigo, pero él estaba demasiado entretenido mirando el interesante mechón de cabello color menta que se había escapado del gorro del sorprendido muchacho.
—Vaya, que lindo color de cabello, mis papás no me dejarían teñírmelo así ni en tres años —alagó y, contrario a lo que esperaba, Taehyung le miró como si lo que acababa de decir estuviera realmente mal.
—Lo siento —musitó, antes de apresurarse en correr lejos de ellos.
—¿Huh? —masculló confundido Hoseok.
Ese mismo día, Taehyung tenía la clase más odiada de su horario: educación física. Había descubierto que hacer deporte le gustaba mucho, pero su problema era más bien con el profesor. Había algo en el señor Kang que no estaba bien, algo oscuro que chocaba con las energías del pelimenta y le revolvía el estómago. Algo en la manera en la que miraba a sus compañeras, en lo que percibía dentro de su alma a veces y que le generaba miedo y asco en partes iguales.
Los ojos marrones del menor escudriñaron la forma en la que deslizaba las manos por los brazos de una de sus compañeras, Minzy, mientras decía enseñarle la manera correcta de sostener el bate de béisbol. Pudo percibir también la incomodidad en la muchacha, quien asentía a su explicación.
Taehyung pudo haber sobrellevado la clase, de no ser porque el profesor había decidido acercarse a él. Estaban todos esparcidos en la cancha practicando lo que les había enseñado anteriormente, mientras el señor Kang se paseaba comprobando que estuvieran bien.
—Kim —llamó, avanzando hacia el lugar en el que el muchacho se encontraba—, estás cometiendo algunos errores. —El menor le observó con los ojos muy abiertos caminar en su dirección, sintiendo su corazón comenzar a latir con fuerza mientras un nudo se formaba en su garganta y en la boca de su estómago, gritándole que no le permitiera acercarse más. Advirtió la lengua de su profesor relamiendo sus labios de una manera casi imperceptible y los ojos del hombre se pasearon por todo el cuerpo de su estudiante.
«Lindo»
Taehyung no pudo soportarlo, soltó el bate de béisbol cuando sintió los dedos del señor Kang rozando su brazo y el pesado objeto cayó con un estruendo al suelo, llamando la atención de todos sus compañeros. Taehyung negó con la cabeza antes de abandonar la cancha de inmediato, con todos esos ojos clavados en su nuca, juzgándole.
Corrió agradeciendo mentalmente que el profesor les hubiese sacado del colegio para la clase y recorrió las calles con las lágrimas abriéndose camino por sus mejillas. Se dejó caer en un callejón, rindiéndose ante el llanto. Su pecho dolía. ¿Por qué no podía ser normal? ¿Por qué tenía que ser diferente? ¿Por qué él? ¿Por qué tenía que renunciar a sus amigos y a sus deseos solo porque le había tocado a él la mala fortuna de no encajar, de no pertenecer a ningún lado? ¿Por qué no podía resfriarse como los niños normales? ¿Por qué su maldito cabello tenía que cambiar de color? ¿Por qué sus jodidas heridas físicas sanaban tan rápido y su alma seguía tan destrozada?
Taehyung caminó a casa ese día, aunque estaba a casi treinta minutos de distancia. Entró por el jardín trasero, porque su estúpido instinto le dijo que no se acercara por la entrada principal y, de nuevo, él jodidamente no se había equivocado.
Su padre estaba ahí, hablando con su madre en la puerta, lo supo desde antes de verlos y antes incluso de escucharles. Reconocía la familiar oscuridad del alma de Jin Young, la que siempre conseguía asustarle, y percibía la aglomeración de sentimientos encontrados que estaba experimentando Young Mi y que le hicieron sentir ofuscado.
—No está bien que estés sola con él. —Le escuchó decir al hombre, seguido del suspiro cansado de la señora Kim—. Podría hacerte daño, por favor escucha, hemos tenido un maldito demonio.
Todas sus defensas cayeron tras la frase salida de los labios del hombre que, al fin y al cabo, también le había dado la vida. Él había intentado probarse a sí mismo que era fuerte, pero era obvio que todo eso era más de lo que podía soportar. Era demasiado peso para sus hombros de niño, demasiadas lágrimas para sus débiles pestañas y demasiado dolor para un corazón tan frágil y puro.
Fue en ese momento en el que Taehyung supo que su vida no estaba justificada. Todos rechazaban su existencia y sabía que sería de esa manera siempre, además estaba él, rechazándose a sí mismo también. No pertenecía a ese estúpido mundo, su padre ya le había dejado muy en claro que odiaba su vida, y su madre, quien estaba sacando a Jin Young a patadas de su casa mientras le insultaba, estaba sufriendo demasiado por quererle y protegerle. No tenía sentido sufrir y hacer sufrir a los demás. Tal vez estaría bien hacerse a un lado, desaparecer, descansar.
—Voy a salvarte —le decía, siendo arrastrado por el rencor de su ex mujer hasta la salida—. Voy a salvarte de él, lo prometo.
Young Mi se dejó caer al suelo de rodillas cuando finalmente Jin Young se había ido, ocultó su rostro con ambas manos mientras su espalda se movía al compás de su desesperado llanto. Su hijo, unos metros más allá, se rindió de nuevo ante las lágrimas al ver su dolor. Sintió la necesidad de acercarse para consolarla, pero decidió que podía hacer algo mejor por ella. Decidió que sería él quien la salvaría de sí mismo.
Se escabulló al interior de la casa, aprovechando que su madre no le veía, y corrió escaleras arriba para encerrarse en su habitación. Estaba tan lleno del sufrimiento de Young Mi y del suyo propio, que no se percató de que Yuri le descubrió fuera del colegio en horario escolar y que le siguió al saber que algo le pasaba.
Se quitó el gorro de un brusco tirón cuando cerró la puerta y sus cabellos color menta cayeron descuidadamente sobre su frente. Buscó en las gavetas de su escritorio los materiales que tenía de repuesto, siendo que había dejado su mochila en el colegio, y sus temblorosos dedos se cerraron firmes alrededor del bisturí amarillo.
Sus piernas cedieron ante el peso de tanto dolor y sus rodillas se quejaron cuando impactaron contra el suelo. Deslizó el filo con fuerza por sus antebrazos, con las lágrimas escurriéndose por sus mejillas a una velocidad vertiginosa, la misma con la que la sangre hacía el recorrido hasta las blancas baldosas de mármol. Ese día Taehyung lloró como nunca en sus quince años, recordando todas las miradas despectivas que había recibido a lo largo de su vida, las palabras malintencionadas de los pocos que habían descubierto sobre sus extrañas capacidades, los momentos en los que rechazó invitaciones a trabajos grupales y las veces en las que no pudo corresponder sonrisas en los pasillos. Recordó la maldad que había sido obligado a conocer directamente de los corazones de las personas y los abrazos y consuelos llenos de dulzura que siempre le había brindado su madre. Ya no quería que ella sufriera por amarle, ni que dejara de lado su propia vida para intentar arreglar el desastre que era la de él.
—Por Dios. —Yuri entró a la habitación y corrió para arrebatarle el bisturí, escandalizada por toda la sangre que brotaba por montones de la piel del muchacho, imagen que sabía que le perseguiría por mucho, mucho tiempo.
Le abrazó con fuerza, intentando contenerlo, mientras que el cuerpo del menor se sacudía violentamente debido a los espasmos causados por el llanto, las lágrimas no tardaron en nublar su visión también. Dolía, el alma herida de ese niño dolía.
Yuri limpió sus cortes y los vendó. Taehyung, en cambio, se encargó de cubrir sus brazos con una sudadera hasta que desaparecieran por completo al día siguiente y no quedara ninguna cicatriz que pudiera llegar a testificar lo que había estado tan cerca de hacer.
—Yuri, no se lo diga a mi mamá, por favor —le suplicó, con esos ojos marrones que podían perfectamente contener lo mejor del universo entero.
—No lo haré, solo si prometes que nunca volverás a hacer algo como esto —le respondió ella, de modo que ese secreto jamás salió de ninguno de los dos.
Durante un anochecer de sus dieciséis años, Young Mi fue a su habitación como acostumbraba a hacer cada vez que llegaba de la empresa. Ella se había vuelto casi adicta al trabajo, estaba empecinada en reunir mucho dinero para que pudieran irse juntos a un lugar lejos de la ciudad, donde nadie se interesara por ellos y donde no tuvieran que esforzarse por encajar. A Taehyung en realidad le gustaba mucho esa idea, y esa noche la recibió con un nuevo retrato y un nuevo color de cabello. Había descubierto un refugio en el arte cuando decidió unirse anónimamente a un club en su colegio, era una manera de escapar de la realidad que tanto le atormentaba y se aferraría a él hasta el final de sus días, de modo que nadie le quitara lo único que sentía que de verdad podía hacer bien. Además, creía haber descubierto con él la forma de controlar los cambiantes colores de sus cabellos, como si por fin pudiera tener el control de su supuesto don.
Se recostaron en la cama, hacía un tiempo había descubierto que podía dar tranquilidad a su madre con tan solo abrazarla y era eso lo que valoraba de todas las cosas que su cuerpo era capaz de hacer sin su permiso. Cuando estaban juntos solo eran ellos dos, no había espacio para nadie o nada más, ni siquiera para el miedo o el dolor.
—Tae. —Young Mi estaba acariciando los cabellos ahora azabaches de su hijo, mientras él tenía la cabeza sobre su pecho y abrazaba su cintura, construyendo una burbuja de paz a su alrededor donde nadie que pretendiera lastimarla podría siquiera rozarla—. Eres lo más valioso que tengo, lo sabes, ¿cierto? —Taehyung no respondió. Sí lo sabía, pero tenía miedo de que al decirlo en voz alta eso dejara de ser cierto—. Eres un ser precioso, tu corazón está lleno de cosas buenas y eso es lo que te hace tan especial. No es tu cabello, cielo, eres tú. Así que... incluso si yo ya no estoy, no permitas que nadie nunca te haga creer lo contrario.
El menor se movió de donde estaba para mirarla, dando la vuelta en el colchón y quedando acostado bocabajo. Young Mi le sonrió, con ojos llenos de ese maternal amor que nadie nunca podría igualar.
—Quiero que lo tengas tan jodidamente claro para que el día en el que yo me muera, ningún idiota venga a convencerte de que no eres lo mejor que el planeta ha tenido el privilegio de sostener sobre él.
—Mamá... —comenzó, queriendo decirle que se detuviera, que no quería escucharle hablar de esa manera, que sus palabras dolían como no podía imaginarse, pero ella se le adelantó.
—Es que... —Los marrones ojos de Young Mi, tan parecidos a los suyos, se mostraron brillantes por las lágrimas que, de pronto, estaba esforzándose por retener—. Me asusta tanto que te cambien, cariño —confesó—. No quiero que dejes de ser tú por más marchita que esté la humanidad. No quiero que dejes de brillar como una estrella que cayó del cielo debido a lo mucho que la deseé. Porque es que eso es lo que eres... así que... por favor, manda a la mierda a quienquiera que se atreva a decir lo opuesto.
Para ese punto, las mejillas de la señora Kim ya tenían el evidente rastro de humedad de las cristalinas gotas que el menor, en esa ocasión, no tenía la certeza de si eran de dolor o de amor.
—Encontrarás a alguien que sabrá valorar todo lo que hay en ti, que te amará sin condiciones, sin conveniencias y sin temores, y cuando lo hagas lo sabrás. Sabrás que es la persona indicada porque tu alma se sentirá plena en su presencia, del mismo modo en el que me siento yo viéndote creer, madurar y volverte cada día más etéreo. Estoy tan orgullosa de ti, mi amor.
Y fue en ese momento en el que Taehyung supo que, tal vez, sí tenía sentido vivir, que la justificación de su existencia era ella, que si para algo había terminado en ese estúpido mundo era para hacer feliz a su madre y nada más le importaba. Su padre lo había intentado, pero es que nunca conseguiría separarlos. Porque ese lazo madre-hijo que había entre ambos era irrompible y era lo que les mantendría vivos.
Ya no más existir sin motivos, no más vivir sufriendo, no más pálpitos dolorosos. Se complementarían, como habían hecho siempre.
Sin embargo, la realidad se negaba a dejarles las cosas tan fáciles y, cuando salieron de esa burbuja y regresaron al verdadero mundo, volvieron a resultar heridos, volvieron a ser prisioneros de las lágrimas. Porque un auto había estado malditamente cerca de llevarse por delante la razón de vida de Young Mi y no había estado ni jodidamente cerca de ser un accidente. Porque la sensibilidad de Taehyung le advirtió que estaba en peligro y, desde entonces, salir era exponerse.
La señora Kim, presa del pánico, le encerró en la casa y le matriculó en clases virtuales, de modo que no tuviera que volver a la preparatoria y así el menor tampoco volvería a experimentar el rechazo por su pecado de ser acendrado, real. Sin embargo, las cosas no mejoraron y, pronto, incluso recibir la visita del repartidor le atemorizaba.
Cerró las puertas y desapareció por un tiempo, antes de volver frente a las cámaras, presa del dolor, para anunciar que había perdido a su hijo en un trágico accidente de tránsito que no había dejado ningún sospechoso y que, desde entonces, no quería micrófonos cerca de sus labios, no quería flashes disparándose frente a su rostro, no quería volver a aparecer en la portada de ninguna revista de negocios. No quería volver a tener el foco sobre ella y contrató empleados de servicio para no dar paso a sospechas sobre lo que pasaba en el interior de su casa.
A muchos les sentó mal la noticia, a los amigos con los que el muchacho tanto había jugado en su infancia y quienes nunca olvidaron su nombre, a los dos muchachos a los que se les ocurrió apostar su primer beso en el colegio, a las niñas agradecidas que sabían que él había tenido que ver con que cambiaran al docente de educación física, a los profesores que conocían sobre su talento para dibujar y le habían motivado a continuar. Taehyung tenía a su alrededor a tantas personas que le habrían aceptado como era, pero nunca pudo verlo porque su miedo siempre fue mayor a todo eso.
Estaba convencido de que era un maldito desastre, de que todos los que supieran sobre sus capacidades iban a temerle y rechazarle. Se había creído eso de que era un fenómeno y de que el mundo estaría mejor si ya no estuviera, y se había apropiado tanto de ese pensamiento que incluso había llegado a olvidar que no provenía de él.
A su madre nunca le mostró nada de eso, para ella siempre tenía auténticas sonrisas reservadas. No iba a desmoronarse ante Young Mi, porque se aseguraría de que ella disfrutara de su presencia, ella sí.
Ella, que no dejó de patear el trasero de Jin Young cuando él siguió apareciéndose, proponiéndole una mejor vida ahora que el fenómeno de su hijo no estaba. Ella, que siguió acariciando sus cabellos para ayudarle a dormir, aunque el tiempo pasara y Taehyung dejara cada vez más lejos la niñez. Ella, que conservaba la dulzura en su mirada cada vez que posaba los ojos en su hijo, como si fuera la primera vez, siempre como la primera vez. Ella, que lloraba cada madrugada por la situación en la que le tenía, porque estaba segura de que manteniéndole encerrado solo le hacía más daño, pero sabía que si le dejaba volar lo romperían. Ella, porque todo su miedo y sufrimiento la hicieron la madre más valiente y humana.
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