30: ¡Me quitaste tanto, que hasta me quitaste el miedo!

Al día siguiente...

5 de octubre de 2023.

Facultad de Economía.

Era un nuevo día en la ciudad. El clima estaba frío, y el cielo estaba nublado.

Katia estaba en la facultad, caminando tranquilamente. Usaba sudadera celeste, pantalón de mezclilla azul y zapatos tenis blancos, además de su mochila en su espalda.

Luciano se le acercó para hablarle. Usaba una playera gris de mangas cortas, pantalón de mezclilla negro y un par de zapatos tenis blancos, además de su mochila en su espalda.

—Hola, Katia —dijo Luciano tranquilo—. Sólo quería decirte que fuiste muy valiente al decir lo que Carlos te hizo el otro día.

—Gracias, Luciano... —dijo Katia—. Pero acepto que Alan fue más valiente al contar lo que Roberta le hizo. Ahora me doy cuenta de que tengo amigos verdaderos en quienes puedo confiar.

—De verdad, todos lamentamos lo que Carlos te hizo —dijo Luciano triste—. Todavía no puedo creer que Roberta lo esté encubriendo.

—Sí, es horrible —dijo Katia tranquila—. Sólo espero que todo salga bien al final.

—Ya lo verás —dijo Luciano tranquilo—. Bueno, me tengo que ir a mi facultad.

—Y yo a mi salón. Nos vemos pronto —dijo Katia tranquila.

Katia y Luciano se despidieron. Katia fue a su salón de clases mientras que Luciano fue hacia otra facultad.

***

Mientras tanto...

Dirección de la Facultad de Economía.

Carlos estaba en la dirección de la facultad. Usaba una sudadera blanca, pantalón de mezclilla azul y zapatos tenis blancos. Estaba sentado en la mesa del director, un hombre alto y delgado, piel clara, ojos cafés y cabello corto castaño. El hombre vestía de traje gris y corbata roja. Estaba hablando muy seriamente con el joven.

—¡No nos va a quedar otra opción que explulsarte, Carlos! —dijo el director tranquilo—. No voy a solapar violadores en este lugar.

—¡No puede hacer eso, director! —gritó Carlos furioso, se levantó del escritorio—. ¡Usted no sabe quién soy! ¡Mi hermano mayor es diputado!

—¡A mí no me importa de quién seas hermano, hijo o pariente! —gritó el director enojado—. ¡No voy a solapar violadores como tú! ¡Así que estás expulsado!

—¡Le juro que todos ustedes se van a arrepentir por esto! —gritó Carlos enojado.

—¡Haz lo que quieras! ¡No nos vamos a dejar intimidar por ustedes! —gritó el director enojado.

—¡Ya veremos de qué cuero salen más correas! —gritó Carlos enojado.

Carlos tomó su mochila del suelo y se fue enojado de la dirección. El director estaba muy preocupado.

***

Afuera de la dirección.

Muchas personas estaban reunidas en la facultad, con varias pancartas en apoyo a Katia. Varias pancartas decían:

"¡Fuera violadores!"

"¡No queremos violadores en esta facultad!"

"¡Fuera Carlos Villamizar!"

Katia estaba con Matías, quien usaba una playera blanca de mangas cortas, pantalón de mezclilla negro y un par de zapatos tenis blancos, además de su mochila en su espalda.

Carlos se acercó furiosamente a los hermanos y les reclamó.

—¡Les juro que se van a arrepentir por esto, imbéciles! —gritó furioso.

—¡Ya no te tenemos miedo, Carlos! —dijo Matías enojado.

—¡Sí, vas a pagar por lo que me hiciste, Carlos! —gritó Katia enojada.

—¡Fuera, fuera, fuera! —gritaron los demás presentes al mismo tiempo.

Mucha estudiantes gritaban "¡Fuera, fuera!", hartos de los abusos que sufrían. La furia de Carlos empeoró con el pasar del tiempo.

—¡Ahora mismo van a saber quién soy yo, malditos! —gritó furioso.

Carlos se fue de la facultad, ante los gritos y abucheos de los demás estudiantes. Matías protegía a Katia en todo momento, no la dejaba sola.

***

Más tarde...

Parque de los Sauces.

Daniela y Melissa estaban en el parque de los Sauces, caminando tranquilamente.

Daniela usaba una sudadera beige, pantalón de mezclilla negro y zapatos tenis blancos.

Melissa usaba una sudadera gris, pantalón deportivo negro y zapatos tenis blancos.

—¡Caray, no puedo creer que le hayas dado una buena paliza a Roberta ayer! —dijo Melissa sorprendida.

—No fue nada, Melissa —dijo Daniela tranquila—. Andrés también hizo lo mismo, pero Luciano llegó y nos detuvo.

—Vaya, Luciano sí que es un aguafiestas —dijo Melissa burlona.

—No, no es eso. Es que nos hizo ver que no valía la pena lo que estábamos haciendo —dijo Daniela tranquila—. Ya dejaremos este asunto en manos de la justicia.

—Sí, tienes razón, Daniela —dijo Melissa tranquila—. Tal vez no hayas matado a Roberta, pero va a desear que lo hubieras hecho. Porque tarde o temprano, va a terminar tras las rejas.

—Sí, porque ya se inició un proceso de desafuero en su contra —dijo Daniela tranquila—. Y con el video que salió a la luz en las noticias, ya se va a girar una orden de aprehensión en su contra.

—Vaya, parece que Roberta ya está perdida —dijo Melissa.

De repente, una camioneta Tahoe negra llegó al lugar y se detuvo. De ella, bajaron dos hombres encapuchados de negro, se acercaron a Melissa y la sometieron.

—¡Suéltame! ¡Suéltenme ahora, por favor! —gritó Melissa asustada, mientras los encapuchados la sometían.

—¡Dejen en paz a Melissa, por favor! —gritó Melissa asustada, se lanzó contra los encapuchados para tratar de liberar a Melissa.

Pero era inútil. Los encapuchados se llevaron a Melissa a la camioneta, la cual se fue a toda velocidad. Daniela estaba sumamente asustada al ver la escena.

—¡Dios mío! ¿Por qué está pasando todo esto? —dijo asustada.

Daniela trató de buscar ayuda para salvar a Melissa.

***

Más tarde...

Casa de los Arévalo.

Luciano y Alessia estaban en la sala de su casa, sentados en el sofá y viendo las noticias en el televisor. Alessia usaba una sudadera blanca, pantalón deportivo negro y zapatos tenis blancos.

—En otras noticias, hoy salió a la luz un video que muestra a la diputada Roberta Lazcano, abusando sexualmente de un chico —dijo el presentador en el televisor—. Oye inició su proceso de desafuero, y se espera que un juez gire una orden de aprehensión en su contra. En cuanto a Carlos hermano menor del diputado Adriano Villamizar, acaban de salir a la luz, unas pruebas contundentes que demuestran que abusó sexualmente de Katia Lazcano. Ya fue expulsado de la facultad en la que estudiaba.

Los hermanos Arévalo estaban conmocionados al ver la noticia.

—¡No puedo creer lo que estoy viendo, Luciano! —dijo Alessia sorprendida.

—Yo tampoco, Alessia —dijo Luciano impactado—. Todavía no puedo creer que Carlos y Roberta sean unos monstruos.

—Es poco decir que son unos monstruos, hermano —dijo Alessia preocupada—. Me cuesta trabajo creer la clase de persona que es Carlos.

—Yo también —dijo Luciano preocupado—. Qué bueno que Daniela y Andrés no mataron a Roberta ayer. Hubieras visto cómo se puso.

—Sí, me contó Melissa anoche... —dijo Alessia.

La mamá de los Arévalo llegó a la sala y habló con sus hijos.

—¿Así que ya se enteraron de lo que pasó, chicos? —preguntó preocupada.

Los dos hermanos voltearon ese su mamá y se levantaron el sofá.

—Sí, mamá —dijo Luciano preocupado—. Todavía no puedo creer lo que está pasando.

—Lo peor es que parece que se están escondiendo —dijo Alessia.

—Lo sé, hijos —dijo la mamá preocupada—. Pero no saben cómo me indigna lo que Roberta le hizo a ese pobre chico. Y lo peor, es que parece que está escondida.

—Lo sé, mamá —dijo Luciano—. Apuesto a que Roberta prefiere morirse antes de dar la cara por lo que ha hecho.

—Sí, Luciano. Pero ya verás que va a caer muy pronto —dijo la mamá preocupada.

—Ojalá, mamá... —dijo Alessia—. Que Carlos y Roberta caigan.

—Ya verás que van a caer, Alessia. Ten paciencia —dijo la mamá preocupada.

Los hermanos Arévalo deseaban que Carlos y Roberta pagaran por todo el mal que habían hecho.

***

Más tarde...

Parque Avándaro.

Katia y Matías estaban en el parque Avándaro, caminando y platicando tranquilamente.

—Todavía no puedo creer lo que nos pasó a mí y a Alan… —susurró Katia triste.

—Lo sé, Katia —dijo Matías triste—. Ya le envié a las autoridades, unas prendas tuyas. Creo que con eso será suficiente para demostrar que Carlos te violó.

—Ojalá se haga justicia, Matías —dijo Katia triste—. ¡Te juro que no puedo dormir en paz, sabiendo que Carlos y Roberta están libres!

—Yo tampoco, Katia —dijo Matías triste—. Pero te aseguro que esta pesadilla llegará a su fin muy pronto.

—Así es —dijo Katia triste—. Yo sé que por más fuerte que sea la tormenta, esta pasará. Y al final, el sol volverá a salir.

—Tú lo has dicho, Katia —dijo Matías tranquilo.

Mientras los dos chicos caminaban, una camioneta Tahoe negra llegó al lugar y se detuvo. De ella, bajaron dos hombres encapuchados de negro, se acercaron a Katia y la sometieron, asustándola.

—¡Suéltame! ¿Qué estás haciendo? —gritó Katia asustada, mientras los encapuchados la sometían.

—¡No hagan esto, suelten a mi hermana! —gritó Matías asustado, enfrentando a los encapuchados.

Los encapuchados sometían a Katia, y Carlos estaba bajando de la camioneta. Usaba playera blanca de tirantes, short deportivo negro y zapatos tenis blancos. Se acercó a los hermanos, quienes lo miraron de reojo.

—¿De verdad creyeron que se iban a escapar de mí? —dijo burlón—. ¡Pues no! ¡Ahora mismo van a pagar por lo que hicieron!

—¡No, tú eres el que va a pagar por lo que hiciste, Carlos! —gritó Katia enojada, mientras los encapuchados la sometían.

—¿Estás ardida por lo del otro día, Katia? —dijo Carlos burlón—. ¡Te advertí que no te metieras conmigo!

—¡Eres un maldito, Carlos! —gritó Matías enojado.

—¡Y tú fuiste un idiota, Matías! —le gritó Carlos burlón—. ¡Tú y Katia cometieron un grave error al meterse conmigo! ¡Y hoy mismo lo voy a demostrar! ¡Señores, llévensela!

—¡Déjeme ir, por favor! —gritó Katia asustada, mientras los encapuchados se la llevaban.

Los encapuchados se llevaron a Katia a la camioneta negra. Carlos también entró a la camioneta, y ésta se fue a toda velocidad del lugar. Matías se quedó solo en el parque, asustado y sin saber qué hacer.

***

Más tarde...

Casa de los Villamizar.

Adriano y Roberta estaban en la sala de la casa. Adriano portaba un traje y zapatos negros, con corbata azul. Roberta estaba sentada en el sofá, aún malherida y ensangrentada. Adriano estaba de pie, caminando de un lado a otro, estaba muy preocupado.

Los acompañaba un hombre que también estaba de pie, con traje y zapatos negros, con corbata roja. Tenía 30 años de edad, era alto y delgado, con un poco de musculatura. Era de piel clara ojos color miel y cabello corto castaño.

—¿Qué tan grave es esta chingadera, Manjarrez? —preguntó Roberta enojada.

—Todo normal, Carlos puede estar tranquilo. Aún no hay pruebas que demuestren que él abusó de Katia —dijo Manjarrez, el hombre de corbata roja—. Pero tu caso, Roberta, es muy grave. Las pruebas son muy contundentes y claras. Van a congelar todas tus cuentas, y es cuestión de tiempo para que un juez gire una orden de aprehensión en tu contra.

—¿Pero qué chingados? —preguntó Roberta horrorizada.

—No lo puedo creer, Roberta —le dijo Adriano serio—. De nada sirvió haber matado a Santino —volteó hacia Manjarrez—. ¿Qué vamos a hacer, Manjarrez?

—Tú puedes quedarte tranquilo, Adriano —dijo Manjarrez tranquilo—. Pero en cuanto a Roberta, tenemos que sacarla del país lo antes posible.

—¡Mañana mismo tomaré un pinche avión para Estados Unidos! —dijo Roberta enojada.

—No es tan sencillo, Roberta —dijo Manjarrez, horrorizando otra vez a Roberta—. En cualquier momento, se puede activar una alerta con la Interpol. Hay que buscar otra forma de sacarte del país, en lo que las aguas se tranquilizan. Se avecina una tormenta.

Roberta respiró profundamente.

—Sí, Manjarrez. Debo irme del país lo antes posible… —dijo tranquila—. Pero primero quiero cobrar una deuda pendiente.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó Adriano.

—¿Todavía lo preguntas? —preguntó Roberta enojada—. ¡Quiero encargarme del pendejo de Alan!

—Está bien, pero debes ir disfrazada para que nadie te reconozca, Roberta —dijo Manjarrez tranquilo—. De lo contrario, te van a arrestar.

—Entiendo, iré disfrazada… —dijo Roberta tranquila.

A pesar de estar en peligro de ir a la cárcel, Roberta estaba dispuesta a cobrar una deuda de sangre: quería encargarse de Alan. "Si supieras que yo hice viral el video, Roberta...", pensaba.

***

Más tarde...

Casa de los Lazcano.

Matías había llegado a la casa. Estaba muy asustado por lo que le había pasado a Katia. Luciano, Andrés y Daniela estaban con él.

—¿Cómo que secuestraron a Katia? —preguntó Daniela horrorizada.

—Sí, Daniela… —dijo Matías muy preocupado—. Hace rato, vino una camioneta negra. Carlos hizo que dos encapuchados se la llevaran.

—¡Qué horror! —dijo Daniela asustada—. ¡También secuestraron a Melissa!

—¿Cómo que alguien secuestró a Melissa? —le preguntó Andrés a Daniela, muy asustado.

—Sí, fueron Carlos y sus hombres —dijo Daniela muy asustada—. Perdóname, no pude hacer nada por ella. ¡Es que los hombres de Adriano están haciendo todo lo posible por destruirnos!

—Sí, Andrés —dijo Matías asustado—. Parece que Adriano Villamizar nos está atacando con todo lo que tiene.

—No lo dudo, Adriano quiere aplastarnos a todos de una vez por todas —dijo Luciano horrorizado.

—Caray, nunca me imaginé que Adriano fuera capaz de tanto —dijo Daniela ya triste—. Ahora me doy cuenta de que nunca lo conocí realmente.

—Lo sé, Daniela… —le dijo Andrés triste—. Pero también, Carlos y Roberta son unas fichitas. Están haciendo todo lo posible por destruirnos.

—Sí, chicos —dijo Matías triste—. ¡Ahora tengo mucho miedo de lo que le pueda llegar a pasar a Katia!

—Tranquilo, Matías —dijo Daniela, se acercó a Matías—. Ya verás que todo va a estar bien. Las autoridades ya están haciendo todo lo posible por buscar a Carlos, y hacerlo pagar por lo que le hizo a Katia.

—Ojalá… —dijo Matías triste.

Mientras los jóvenes estaban platicando, alguien tocó el timbre.

—Yo abro —dijo Matías, y se acercó a la puerta para abrirla.

Un hombre de traje era quien estaba tocando el timbre. Otros dos policías estaban detrás de él.

—Buenas tardes —dijo el hombre tranquilo—. ¿Esta es la casa de los Lazcano Quintanilla?

—Sí, señor —dijo Matías amablemente.

—Somos de la fiscalía, y estamos buscando a la señorita Roberta Lazcano Quintanilla —dijo el hombre de traje—. Tenemos una orden de aprehensión en su contra.

Matías quedó sorprendido después de haber escuchado las palabras del hombre. Volteó hacia Andrés, Daniela y Luciano para decirles algo.

—¿Qué pasa? —preguntó Andrés.

—¿Qué te dijo? —preguntó Daniela.

—¿Qué pasó? —preguntó Luciano.

—Ese hombre es de la fiscalía —dijo Matías preocupado—. Dice que ya tiene una orden de aprehensión en contra de Roberta.

—¿La van a detener? —preguntó Daniela.

—Sí, Daniela —dijo Matías tranquilo—. Roberta Lazcano acaba de firmar su sentencia de muerte.

Los jóvenes estaban muy sorprendidos al saber que Roberta ya tenía una orden de aprehensión en su contra. La caída de Roberta ya estaba cerca.

De repente el celular de Andrés empezó a sonar. Andrés sacó su celular del pocillo derecho de su pantalón, se lo puso la oreja izquierda y comenzó una llamada.

—¿Bueno? —dijo tranquilo, pero se horrorizó—. ¿Cómo que vas a matar a Melissa? ¡Deja ir a mi hermana, Carlos! ¡No le hagas daño! ¡No, no cuelgues!

La llamada había terminado. Los demás chicos se acercaron a Andrés, preocupados.

—¿Qué pasó, Andrés? —preguntó Daniela preocupada.

—¡Era Carlos! ¡No sólo tiene secuestrada a Melissa! ¡La quiere matar! —dijo Andrés asustado.

—¿Qué? —dijo Daniela horrorizada.

Andrés estaba enterado de que Carlos había secuestrado a Melissa, y que planeaba matarla.

***

Más tarde...

Casa de los Ventura.

Alan estaba en la sala de la casa, con su mamá. Ambos estaban sentados en el sofá, no se apartaba de él ni un momento.

—Tranquilo, hijo. No dejaremos que Roberta te haga daño —dijo la mamá asustada.

—¡No, mamá! ¡Roberta no se va a salir con la suya! —sollozó Alan triste—. ¡Ya no le tengo miedo! ¡Por favor, perdóname por no habértelo dicho antes!

—¡Tranquilo, hijo! —sollozó la mamá asustada, abrazó a Alan—. ¡No dejaré que Roberta te haga daño! ¡No sabes cómo lamento lo que te hizo! Pero te aseguro que vamos a salir adelante.

Mientras la señora estaba consolando a Alan, alguien abrió la puerta de una patada. Dos hombres encapuchados entraron, y asustaron a madre e hijo.

—¡No nos hagan daño, por favor! —gritó la mama asustada.

Los encapuchados se acercaron y sometieron a Alan, levantándolo del sofá, él hacía todo por escapar.

—¡Suéltenme, por favor! —gritó Alan llorando.

La mamá se levantó del sofá y enfrentó a los encapuchados.

—¡Dejen en paz a mi hijo! —gritó asustada—. ¡Déjenlo en paz ahora!

Mientras la mamá estaba forcejeando con los encapuchados para liberar a Alan, una mujer que vestía de negro, y usaba peluca rosa, entró a la casa y se acercó a Alan, enfureciendo a la mamá.

—¡Hola, pendejo! —dijo burlona, mirando de reojo a Alan—. ¿Creíste que te ibas a librar de mí, pendejo asqueroso?

—¡Eres una maldita, Roberta! —gritó Alan furioso, mientras los dos encapuchados lo sometían—. ¡Ya no te tengo miedo, ahora que sé la clase de monstruo que eres! ¡Me quitaste tanto, que hasta me quitaste el miedo!

—¡Nunca debiste haberte metido conmigo, pendejo! —gritó Roberta, la mujer de negro y peluca rosa—. ¡Ahora vas a saber de lo que soy capaz, hijo de la chingada!

La mamá de Alan se acercó a Roberta y la enfrentó.

—¡Deja en paz a mi hijo, maldita violadora! —gritó furiosa.

Roberta sacó un revólver plateado de seis tiros del bolsillo derecho de su pantalón y apuntó a la señora con ella.

—¡No se me acerque, pinche vieja! ¡O la mato aquí mismo! —gritó furiosa.

—¡No lo hagas! —gritó Alan enojado—. ¡No te metas con mi mamá, o vas a sufrir las consecuencias!

—¡Me meto con quién se me dé la chingada gana, pendejo! —le gritó Roberta a Alan, le apuntó con el revólver—. ¡Me arruinaste la vida! ¡Y ahora me las vas a pagar, pinche basura! ¡Llévense a este pendejo, y a la pinche vieja!

Los dos hombres encapuchados se llevaron a Alan a su habitación, mientras que la mamá miraba con horror.

—¡No me hagan esto! —gritó Alan asustado, mientras los dos encapuchados lo sometían—. ¡Mamá, mamita!

—¡No le hagan daño a mi hijo! —gritó la mamá llorando.

Otros dos hombres encapuchados entraron a la casa y sometieron a la mamá.

—¡Suéltenme! —gritó la mamá histérica mientras trataba de zafarse de los encapuchados—. ¡Mátenme a mí, pero no toquen a mi hijo!

Los dos hombres se llevaban a la mamá de Alan, mientras ella trataba de zafarse. Roberta quería acabar con madre e hijo.

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