Los Fantasmas Que Nunca Se Fueron
Observaba el exterior atreves del amplio ventanal de su despacho, las cortinas verdes con brocados en plata, estaban perfectamente acomodadas dejando entrar la luz taciturna de ese día nublado. Pronto comenzaría a llover, lo sabía por las nubes grises arremolinándose en el cielo y volviéndose cada vez más oscuras, además el ambiente estaba cargado de esa electricidad invisible y el olor característico antes de la tormenta.
Esos días le recuerdan a ella.
Las primeras gotas se precipitan contra el cristal y pronto mojan todo a su paso, el sigue viendo como la lluvia se vuelve más intensa, como el agua comienza a juntarse en pequeños charcos y corre haciendo pequeños canales en los laterales del camino que conducen a la entrada de su mansión.
Se odia profundamente por ser tan débil y evocar su imagen aun con anhelo. Con ese deseo sordo que le hace hervir la sangre y que provoca que se ponga duro.
Han pasado muchos años pero aun su piel la recuerda y su cuerpo clama por el calor y el cobijo de su centro húmedo y caliente, apretando su miembro.
Bufa exasperado llevándose el cigarrillo a los labios, con su mano libre se acomoda los cabellos, echando hacia atrás la cabeza mientras suelta lentamente el humo. Necesita refrescarse el calor comienza a invadirle el cuerpo como una oleada de calor sofocante.
Aprovecha que afuera llueve y decide salir. Cierra los ojos cuando las primeras gotas de agua le caen en el rostro, muy pronto esta empapado, pero el calor aun sigue dentro de su cuerpo como una llama que jamás podrá extinguirse a pesar de que ya hubieran pasado tantos años.
Huele a lluvia, tierra mojada, recuerdos y a ella.
Aun puede verla con las manos extendidas y el rostro al cielo, riendo a carcajandas como una niña, mientras gira, dejando que la lluvia la empape. Su cabello castaño se oscurece y se le pega al rostro, pero nada importa solo esa felicidad tan palpable que brota de su vitalidad.
Se dejaba arrastrar por su euforia y terminaban los dos bajo la lluvia tomados de las manos y amándose, sin importar nada, se besaban hasta quedarse sin aire en los pulmones. Aun la recuerda liviana entre sus brazos, escurriendo de agua, su aroma combinándose con el olor a lluvia.
Esos días le recuerdan a ella.
Como también lo hace los días soleados de intenso calor y el helado a vainilla; el otoño con las hojas cayendo formando alfombras de tonos marrones y ocres sobre el piso porque le recordaban los paseos por el parque que más le gustaba; la recordaba también en el intenso frio de invierno con los copos de nieve prendidos en sus rizos castaños y sus mejillas arreboladas, resaltando mas las pequeñas pecas que adornaban su nariz.
La recordaba como una maldición que no podía quitarse de encima, todo hacia que la recordara, incluso el viento crudo e inclemente le recordaba su carácter férreo; no podía beber café sin pensar en ella y sus besos con sabor a cafeína por las mañanas.
Había pensado que la semilla de odio que había sembrado en su interior después de lo ocurrido bastaría para desenterrarla poco a poco de su alma, conforme las raíces del olvido crecieran en su interior dejaría de sentir que le falta su otra mitad y volvería a ser lo que fue. Mas aun en su ausencia no llego el olvido como había imaginado.
Su recuerdo siempre le acompañaba donde fuera e hiciera lo que hiciera, estaba ahí presente como una herida que no puede cerrar y no deja de doler.
Con los años no llego el olvido, solo llego la costumbre de vivir con ese algo que nunca se puede apartar de su vida, como un fantasma que asecha en los rincones mas viejos de la casa y es tan familiar que con el tiempo dejas de pensar en ello como un tormento, sino como un mal que no se puede evitar aunque se quiera.
En esos 11 años conoció muchas mujeres, todas intrascendentes, no se había vuelto a comprometer pero ante la insistencia de su madre y con tal de que lo dejara en paz, al final lo había hecho, después de todo, ya no creía en el amor y solo necesitaba buscar un heredero para que lo dejara de fastidiar Narcisa.
“Un heredero” pensó para sus adentros y un escalofrió le recorrió la espalda.
Después de haberse mojado por algún tiempo bajo la lluvia entro de nuevo a la mansión para bañarse y ponerse ropa seca, esperaba una visita esa misma noche.
*o*O*o*
Hermione no estaba segura de que fuera una buena idea regresar a Londres, pero cuando llegaron las cartas de Hogwarts no pudo negarse a complacerlos, después de todo, sus hijos querían estudiar en la misma escuela en la que habían estudiado sus padres.
No había sido fácil hablarles del pasado, de la guerra que lucharon, de los peligros que corrieron, pero sobre todo, de aquellos motivos por los que se separaron. Fue la plática mas difícil que jamás había sostenido, pero a pesar de lo duro no quiso mentirles, por supuesto que no les conto detalles sórdidos, pues después de todo aun eran muy niños.
Solo quería que comprendieran que ambos eran humanos que habían cometido errores, que se habían amado mucho, pero que de la misma manera se habían lastimado tanto que su relación no tuvo compostura. Les prometió también que cuando fueran mayores les contaría todos los detalles que quisieran saber, pero que por ahora se tenían que conformar con saber que si crecieron sin un padre había sido en gran medida su culpa y lo lamentaba profundamente.
Scorpius y Antares sabían de antemano que su padre jamás los reconocería como hijos suyos, pues dudaba de su paternidad y en el fondo eso les entristecía, mas lo disimulaban bastante bien dado que no querían mortificar aun más a su madre.
La castaña habia hecho un gran trabajo al criar a sus hijos para que estos no cargaran con los complejos y los estigmas de ser hijos de una madre soltera, por lo contrario se mostraban orgullos de ella y del esfuerzo que siempre habia hecho por sacarlos adelante.
Los niños sabían que sería muy duro lo que se les esperaba en el colegio, mas considerando que ambos eran físicamente la viva imagen de su padre y conociendo el pasado de este, se enfrentaría a muchos complicaciones por llevar la sangre Malfoy aunque no el apellido.
*o*O*o*
Comenzaba a oscurecer, aun llovía.
Estaba de nuevo en su despacho volviendo a poner en una caja de madera todos los papeles que esa misma tarde había sacado. Eran las cartas que por casi 11 años habia recibido de ella y que se había negado en abrir hasta ese día.
Al principio eran cartas escritas con aquella fina escritura que tan bien conocía, mas conforme pasaron los años se sumaron un par de cartas con letras distintas e infantiles, con pequeños corazones sobre las “i” o acompañados de dibujos coloridos y más bien abstractos.
Contenidos en esa caja estaban las historias de dos niños que no conocía, aunque decían ser sus hijos. Había trozos de sus vidas regados en fotografías, en dibujos, en invitaciones de cumpleaños a las que nunca asistió, en pétalos de flores secas que habían perdido su aroma desde hacia varios ayeres, en un largo mechón rubio que le fue enviado como presente de cumpleaños por su “hija” junto con el primer diente que había perdido su “hijo”
Aun no podía creer que fueran sus hijos, se resistía a esa idea absurda, sin embargo, algo se removía en su interior cuando los veía sonrientes en aquellas fotos y encontraban las distintivas características de un Malfoy. Pensaba que quizás esos dos niños eran sus medios hermanos y no sus hijos como Hermione querían hacer creer.
Se aferraba con fuerzas a esa idea, cuando se dio cuenta que indiscutiblemente por las venas de esos pequeños corría la sangre Malfoy, rubios de ojos grises, con un porte indiscutible, con la dignidad innata en sus facciones. Pero también encuentra algunos rasgos de ella como los rizos en el largo cabello rubio de Antares, un par de pequeñas pecas en la afilada nariz, algo en la forma de sus labios rellenos y puede distinguir un brillo vivas e inteligente en los ojos grises de Scopiurs, algo en su expresión que le recuerda a Hermione.
Suspira, por primera vez asaltado por las dudas, esa seguridad que por tanto años había mantenido ahora se esta viniendo abajo como un frágil castillo de naipes. Su intención primera después de enterarse que Granger había regresado a Londres fue quemar aquella caja con todas las cartas sin abrir, se obligo por todos esos años a ignorarla, a arrumbar todos y cada uno de aquellos sobres en esa caja, como si con ello pudiera encerrarla también a ella, para no pensar con tanta frecuencia en cuanto la extrañaba.
Esa tarde bebiendo un par de copas, había encendido la chimenea del despacho, dispuesto a deshacerse por fin de las cartas, una por una las vería quemarse hasta convertirse en cenizas, mas cuando había tomado la primera dispuesto a lanzarla al fuego, cayo de esta un rizo dorado atado con un listoncillo azul. Con curiosidad lo sostuvo entre sus dedos, lo llevo instintivamente a su nariz para olerlo, cayendo en cuenta que en aquella caja contenía cartas de diferentes remitentes.
Llevado por un impulso abrió la primera carta, despues la segunda y ya no pudo para hasta terminar de leer la ultima. Incluso se tomo el tiempo de acomodarlas por fechas y releerlas como si estuviera armando un gran rompecabezas de las vidas de sus hijos.
Hermione fue firme siempre sosteniendo que no había duda de que fueran sus hijos, aunque comprendía que debido a lo que había pasado tuviera sus dudas le ofrecía hacer la prueba de paternidad, sin buscar absolutamente ningún beneficio que no fuera que sus pequeños tuvieran un padre aunque entre ellos dos no existiera mas nada.
En sus cartas se había atrevido a contarle la verdad. Que no había hechizado a su padre como había dicho, que de ningún modo lo había manipulado, ella había tomado la iniciativa mas fue una relación de mutuo acuerdo, que había ocurrido una sola ve estando comprometidos y por esa razón de inmediato había terminado su relación.
Le explico que si había mentido era buscando que no odiara aun mas a su padre, lo que menos deseaba es que por su culpa su relación siente tirante terminara de fracturarse de manera definitiva, sin embargo, tomando en cuenta que las cosas habían cambiado, que no se trataba solo de ella cargando con las consecuencias bien merecidas por sus actos y que aunque sabía que no merecía su perdón, al menos quería que no la odiara.
Aunque nunca contesto ninguna de sus cartas, jamás dejaron de llegar, porque ella había decidido que al menos de esa manera quería que supiera de las vidas de sus hijos.
No sabía que pensar al respecto o que sentir cuando tenía entre sus manos esas palabras de afecto de esos pequeños de los que siempre renegó, incluso recién se enteraba que habían sido gemelos. Una sonrisa espontanea surgió de sus labios cuando leyó sus nombres, eran los mismos que el mismo le había contado a Hermione que le gustaría para sus hijos y se los habia puesto respetando sus deseos.
Todo parecía tan irreal e increíble, tan confuso y fuera de este mundo que se encontraba tratando de pensar con la cabeza fría, pero le era imposible apartar de su cabeza todas esas cartas, esas fotos, esos pequeños regalos enviados para su cumpleaños, las invitaciones infantiles, las tarjetas de navidad, las postales, los besos enviados a la distancia, las promesad de pensar en el siempre.
Esos años habia tenido el tiempo suficiente para que su amargura creciera, para que sus resentimientos se fortificaran en la soledad de su mansión. Intentando odiar su recuerdo y ese maldito fantasma que siempre se negó a marcharse.
¿Qué hacer ahora? ni siquiera se sentía con fuerzas de seguir fingiendo que la odia.
Había sacado Lucius de su vida, porque incluso el se la recordada y ahora que sabia la verdad, que de ninguna manera lo había manipulado, se sentía herido y humillado. Por fin podía entender la tristeza en el rostro de su padre, era la misma tristeza reflejada en el suyo, el mismo anhelo de recuperar algo perdido de manera irremediable y el dolor que deja un amor que se marchado.
Entendía aun en contra de si mismo que su padre también la amaba ¿Cómo culparlo por ello? Cuando era tan fácil de amarla, sin embargo, le había hecho tanto daño que no se sentía capaz de perdonar la traición a ninguno de los dos.
Había pasado cerca de cinco años la última vez que lo vio, no se parecía en nada al hombre de su recuerdo. Seguía siendo sin duda y a pesar de la edad un hombre bien conservado e imponente, su cabello rubio platinado ahora mostraba algunos mechones completamente blancos en las sienes dándole un aire distinguido.
Sin cruzar palabra se miraron a los ojos sin expresión alguna, como si se midieran como los rivales que alguna vez fueron.
-Lo sabes. –Afirmo sin atisbo de culpa, por el contrario podía detectarse cierto alivio en sus palabras.
-¿Qué te enredaste con Granger cuando era mi prometida? -Pregunto con sarcasmo tensando su cuerpo y apretando con fuerza los dientes. –La amaba.
-No voy a decirte que lo siento, ni me arrepiento por ello.
-¿Cómo pudiste? –El odio acumulado en tantos años se hizo presente en su voz.
-No fue algo que planeara.
Rio sin alegría ante las palabras de su padre. –¡Mientes!
-¿Para eso me pediste que viniera? –Pregunto con simpleza, sosteniéndole la mirada.
-Necesitaba comprobar el gran bastardo egoísta que eres.
-Lo soy. –Admitió. –Siempre he sido, pero supongo que eso lo sabías desde hace mucho.
Furioso cruzo los paso que lo separaban de su padre y se detuvo a solo un palmo de distancia. Las pupilas de sus ojos grises se habían dilatado y respiraba agitadamente dispuesto a llegar a los golpes.
-Sigues sin decirme porque me pediste que viniera. –Lucius se mantenía firme sin señal alguna de contestar las agresiones de su hijo y sin intimidarse por su mirada asesina.
-Todos estos años la culpe a ella, cuando tú eras el único culpable. –Levanto el dedo señalándolo acusadoramente. –¿Por qué me odias tanto? ¿Por qué? –Había desesperación en su voz. –No te fue suficiente esto. –Le dijo mostrándole su marca de mortifago. –Querías quitarme lo único bueno que tenia para terminar de destrozarme.
-Nunca fue mi intención dañarte.
-Pero lo hiciste padre, me destrozaste de todas las maneras posibles, me convertiste en un ser despreciable, nunca se me permitió aspirar a mis propios sueños, fui solo una pieza de ajedrez en tu tablero y aun asi calle e hice cuanto me pediste para que te sintieras orgullos de mi. ¿Pero por qué robármela a ella? ¡Contesta! –Exigió.
-Me enamore de ella.
-¡Ridículo! -Se burlo.
-¿Entonces qué quieres escuchar Draco? Si no me crees que por primera vez en mi vida me enamore realmente de alguien ¿Qué esperas que te diga?
-Tú no crees en el amor, me lo repetiste hasta el cansancio, hasta que incluso yo lo creí con tanta convicción que dude de lo que yo mismo sentía.
-Sé lo que dije. –Dijo lacónico. –Y al igual que paso con muchas otras cosas me equivoque y lo admito. No esperaba enamorarme como un imbécil.
-No te creo. –Acuso dando dos pasos hacia tras incrédulo.
-Puedes pensar lo que se te antoje, la verdad es esa, te guste o no. Me enamore de Hermione al punto de no importarme nada que no fuera ella.
-Y aun así permitiste que ella cargara con toda la culpa.
-Le ofrecí ser yo quien te contara todo.
-¿Entonces?
-Hermione te encontró con otra y estaba destrozada, cuando llegaste a buscala yo estaba hablando con ella, le ofrecí contarlo todo para inicial una vida juntos, hacía varios meses que nuestra relación había terminado y fue cuando me dejo que me di cuenta que la necesitaba, que la amaba como nunca había amado a nadie.
Era duro escuchar esas palabras de su padre, no encajaban de ninguna manera con la imagen que tenia de el.
-Te odie cuando te vi con ella en la librería, fue cuando tuve que afrontar que no podía renunciar a ella aun cuando tuviera que luchar contra mi propia sangre. Pero ella me rechazo, eras tú al único que amaba y después de que fuiste tan estúpido para romper su corazón al engañarla, ella tomo la resolución de tomar para ella el peso de la culpa para que no me odies más de lo que ya lo hacías.
Draco sentía la boca seca, tuvo que servirse una copa de whisky que le quemo la garganta.
-¿Es esto lo que querías escuchar? Que eres un imbécil por dejarla ir, porque simplemente no entiendo porque después de tantos años vienes ahora a reprocharme y a culparme de todo, cuando tú mismo tienes buena parte de culpa.
-¿Yo?
-Por supuesto. Te sentiste con derecho a juzgarla por un error, cuando tu has cometido tantos en su contra que es difícil incluso contarlos.
-Precisamente tu me hablas de errores. –Bufo furioso.
Lucius sonrió de nuevo con petulancia. –Se que conoces a la perfección mi interminable lista de errores y sabes que he estado de mierda hasta el cuello, he hecho lo que he tenido que hacer para mantener con vida a tu madre y a ti, haciendo lo que se esperaba que hiciera. No espero que comprendas y puedes quejarte de lo dura que ha sido tu vida, pero piénsalo bien Draco, jamas te falto nada que quisiera, lo tuviste todo a cambio de tu colaboración con las viejas causas de la familia que ahora no son más que basura, ¡Gracias a Merlín!
El mayor de los Malfoy se había servido también una copa rebosante de licor mientras hablaba.
-Te coaccione para que te hicieras la maldita marca pensando que eso te mantendría a salvo y me equivoque. Decir que lo siento seria poco, pero justo ahora no es que importe mucho cuando me odias tanto. Aunque te aseguro que nunca podrás odiarme tanto como me odio a mi mismo por arrastrarte conmigo a esta vida de mierda.
Draco lo miro sorprendido, era lo más cercano a una disculpa que había escuchado jamás salir de la boca de su padre. Lo vio caminar hacia uno de los sillones de cuero del despacho y sentarse con expresión cansada con la copa casi vacía sosteniéndose de su mano.
-¿Ahora vas a decirme para que me has mandado llamar? –Volvió a preguntar. –Sinceramente no eres el tipo de hombre que necesite desahogarse con palabras. Por que a estas alturas y después de tanto tiempo me pediste que venga, te aseguro que sabiendo lo que sabes, lo último que querrías seria verme.
-Granger regresa a Londres, con mis hijos.
La copa resbalo de la mano de Lucius y se estrello con el piso haciéndose añicos.
-¿Tus hijos?
-Ahora sé que son míos y no tus hijos bastardos. –Le dijo tendiéndole una foto donde dos niños sonreía.
Lo miro con dureza, como jamás lo había visto antes.
-Más te vale que no te les acerques si no quieres que te mate con mis propias manos.
*o*O*o*
Estaba recostado en su cama, completamente desnudo. Ya era de madrugada, no faltaba mucho para amaneces. No había podido dormir seguía pensando en la conversación que había sostenido con su padre, aun no tomaba una decisión.
La puerta de su habitación se abrió para darle paso a una mujer, era su prometida, como tantas otras noches llegaba de improviso para pasar algunas horas de placer.
-¿Me esperabas? –Pregunto con voz seductora subiendo a la cama y caminando a gatas hasta ponerse encima del cuerpo desnudo del rubio.
El no contesto, solo sonrió y aun en las penumbras que envolvían la habitación ella supo que le estaba regalando una de sus sonrisas torcidas que tanto le encantaban de él.
Se inclino sobre el dejando que una cortina de cabello callera sobre el pecho de su amante, mientra ella se dedicaba a besar y morder, jugueteado con la punta de su lengua en el lóbulo de su oreja y sobre el tibio pulso de su cuello.
Sentándose a horcajadas se saco por arriba el camisón de seda, quedando completamente desnuda.
Era hermosa, como una Diosa griega del Olimpo, tenía una piel cremosa exquisita que contrastaba de manera increíble con la blancura de su piel, sus esbeltas formas eran delicadas, sus pechos redondos de pezones duros mostraban su excitación, una mirada lobuna destellaba en sus ojos ante la deliciosa visión de su prometido en traje de Adan.
Golosa fue saboreando la piel de mármol, depositando húmedos besos por su clavícula, bajando lento por su pecho, mientras su mano logra hacerse con el pene erecto, duro y caliente de Draco. Lo aprieta con suavidad y comienza a mover de arriba abajo, escucha como gime y se tensa bajo su toque.
Ella sigue besando, lamiendo, usando sus dientes para esparcir pequeñas marcas por la piel palida de su cuerpo, lo escucha gruñir y sonríe sin dejar de mover ritmicamente su mano que se encuentra ya un poco húmeda pues ha empezado a lubricar.
Pasa de largo de su erección para besar la parte interna de sus muslos, vuelve a subir con una calma exasperante y lo siente tensar cada musculo de su cuerpo, gimiéndose y agitándose bajo ella con anticipación.
Es cuando deja de torturarle con el fuego de su boca, al menos esas partes sensibles ya enrojecidas donde ha besado. Toma con ambas manos su pene erecto, colocando sus labios alrededor de él, comenzando a lamer suavemente esa piel aterciopelada. Lo introduce hasta el fondo de su garganta apretando los labios, succionando.
Gime con más fuerza, ronco, con la garganta seca por respirar con la boca. Ella sabe usar de manera magnifica su deliciosa boca.
Se lo saca de la boca, solo para usar su lengua y lamer la cabeza, apretándolo con sus labios, para después de nuevo llenar su boca y moverlo dentro y fuera de su boca, cada vez más rápido, cada vez más fuerte.
Lo escucha maldecir y sabe que esta cerca, sigue, se lo saca de la boca solo para exhalar sobre el haciendo que su aliento choque contra la piel extremadamente caliente, es eléctrico y lo sabe por qué gruñe de nuevo una maldición. Lo hunde de nuevo en su garganta y lo saca esta vez descubriendo un poco sus dientes, sabe que será suficiente y es cierto.
Se viene en su boca y es un deleite saber que ella es la causante.
Draco tiene demasiado en la cabeza para tener suficiente de esa distracción placentera, asi que no tarda mucho en reponerse. Los vestigios de furia palpitan aun en sus venas por todo lo que a descubierto ese día.
Ella descansa boca abajo, aun lamiéndose los labios de su placer en el borde de la cama. Así la coge desde atrás sin previo aviso, empalándola hasta el fondo, tan hondo que grita y ahora es él quien se siente poderoso.
Al final terminan rendidos. La luz del sol ya entra por la ventana, ella duerme plácidamente recargando el rostro contra el pecho de Draco, el sigue con los ojos abiertos pensando en los fantasmas que han vuelto, aunque realmente nunca se fueron del todo.
La habitación huele a sexo y a perfume francés.
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