VEINTIUNO: Romper el odio... y los secretos y las tragedias

✩━━✩━━✩━━✩━━✩━━✩
CAPÍTULO 21
✩━━✩━━✩━━✩━━✩━━✩

Sandy

Los secretos son como bolitas de nieve. Guardas uno y sin darte cuenta pasaste al siguiente, al siguiente y al siguiente para tapar al anterior, y cuando quieres revisar ya hay una enorme bola de secretos en tu espalda. Lo peor es cuando son secretos en apariencia inofensivos, pero notas que con el paso del tiempo, pican más, fastidian más en el pecho, como si cada día añadido los volviera más peligrosos.

No pensé que fuera gran cosa evitar que Vicky sacara el tema del beso con Mau que ella vio en el hotel, y ahora siento que le oculto una parte de mi vida por seguir besándolo sin intención de detenerme... o de contarle.

No pensé que fuera gran cosa no contarle a Mau mi secreto porque en realidad no era tan importante contarle a qué me dedico, pero ahora que toda mi familia lo supo y reaccionaron tan mal, siento que es un error garrafal querer empezar algo con él sin tenerlo al corriente de esto. Sin embargo, a la vez me da miedo decirlo y obtener una reacción negativa. Además, perdí la oportunidad en el bar por tener otras... cosas en mente, así que hay que esperar otra.

Y Addie... al pensar que lo mío con Mau quizás no era gran cosa, me fue fácil posponer una y otra vez el preguntarle, así fuera indirectamente, si sentía algo por él... pero ahora que estoy empezando a sentir algo importante por Mau, me atemoriza lo que Addie me pueda decir.

Los secretos empiezan a pesar cuando se alimentan de temores.

En mi lista de prioridades está hablar con Addie y como si el mundo conspirase a mi favor, ella me ha invitado a salir hoy, así que es el momento ideal para preguntarle.

—¿A dónde es que vamos?

Addie simplemente me escribió anoche, casi a la hora de dormir, que quería ir a un lugar nuevo y que si quería ir con ella. No me dio detalles ni yo los pedí, pero acepté de inmediato, no tenía nada qué hacer y en ese momento en mi cama me estaba mortificando el conocimiento de que le estoy ocultando lo de Mau, así que lo tomé como una señal.

—A romper todo —responde. Enarco una ceja y ella ríe. Su brazo va enganchado al mío mientras atravesamos una calle—. ¿Has escuchado de esos lugares donde manejas tu ira rompiendo cosas?

—Lo he visto en series, pero no acá en la ciudad.

—Los padres de una amiga de la universidad abrieron el suyo y ella me invitó. La inauguración oficial es dentro de una semana, así que nosotros vamos hoy en modo beta para probar todo y dar nuestra opinión.

—Que... curioso.

Addie ríe.

—Lo curioso es que los padres de ella son psicólogos y creen que esto es algo así como un desahogo terapéutico para quienes estén hartos de la vida.

—Yo no estoy harta de la vida —respondo, riendo.

—Alexa me contó del mensaje que recibiste —dice. Asiento, incómoda, detesto pensar en ello—, pensé que tal vez venir acá e imaginar que lo que vamos a romper son los huevos del que mandó ese mensaje, sería terapéutico.

Suelto una carcajada.

—Poniéndolo así...

Caminamos otro poco hasta encontrar el lugar. Es una fachada colorida, tan, pero tan colorida, que parece que el decorador no tenía idea de lo que hacía y simplemente empezó a grafitear sin sentido sobre la pared y la ventana.

En medio de la explosión de color, sin embargo, está escrito en letras preciosas «Breake the hate», alrededor hay varias imágenes de martillos, sierras, piedras y otros elementos que implican violencia dentro del contexto.

Addie se encamina a la entrada y al cruzar la puerta conmigo, suelta mi brazo. De este lado el lugar es más fascinante aún; la recepción es pequeña, pero da a tres puertas, cada una de un color distinto. A lo largo de las paredes hay pequeñas vitrinas de cristal con los mismos elementos destructivos en miniatura adentro.

Hay diversas frases esparcidas por el techo: «Más barato que la terapia, más liberador que el llanto», «Porque romper cosas es menos ilegal que romper la cara de tu ex», «el ejercicio físico libera endorfinas... moler cosas a golpes es ejercicio físico», «no intentar en casa».

Mi amiga se presenta, habla un momento con la chica del escritorio colorido y desprovisto de cosas y luego nos hacen seguir por la puerta del medio.

El pasillo es púrpura, sin esquinas cuadradas, parece más un tubo gigante y cada tanto alumbran luces blancas en su extensión. Cuando el pasillo desemboca en un lugar mucho más amplio, más parecido a una bodega que a una sala, mi boca se abre de par en par.

Es de esos lugares que son engañosos respecto al espacio, desde afuera parece una fachada modesta pero adentro es como otro universo. Lo más espectacular es la cantidad de cubículos apilados en las paredes a lo largo de tres niveles y que dejan en medio un gran patio desde donde se alcanza a ver todo el rededor.

En cada cubículo hay diversos elementos y noto que algunos están ocupados con una a cuatro personas rompiendo cosas como si no hubiera un mañana.

Lo mejor: no escuchamos mucho de la destrucción, apenas uno que otro eco de los cristales rotos o el metal siendo golpeado. Todos los cubículos están aislados de sonido.

Nos guían hacia un cubículo del nivel dos, nos dan guantes gruesos de construcción, gafas de seguridad y nos dejan a nuestra suerte.

Cuando la puerta de cristal templado —tiene mínimo dos centímetros de grosor— se cierra, miramos nuestro lugar asignado.

Hay un estante lleno de cosas disponibles para romper, asumo que todas dañadas, porque hay tostadoras y otros electrodomésticos, jarrones, teléfonos, cerámicas, accesorios de vidrio, láminas metálicas. En el otro extremo están las herramientas: dos bates, uno de madera y uno de aluminio, martillos de diversos tamaños, tubos metálicos, palas.

También hay auriculares que cancelan el sonido para el que los quiera usar. Ni Addie ni yo los tomamos.

Me he quedado absorta mirando el lugar, tanto, que pego un brinco cuando el primer golpe suena: ha sido un bate contra un jarrón blanco que se hace añicos en el suelo. Observo a Addie con el corazón en la garganta y ella se ríe.

—Vaya, eso fue liberador.

Quizás este no es el mejor lugar para sacarle temas delicados a Addie.

No obstante, su gesto feliz me anima a intentarlo, así que me acomodo bien las gafas, tomo el bate de aluminio y le doy con toda mi fuerza a una tostadora.

El impacto me hace vibrar el brazo y todo el cuerpo, pero la sensación es revitalizante.

Pienso en el mensaje obsceno en mi cuenta y de inmediato pienso en Aaron, en que nada habría pasado si él no se hubiera enterado; con su rostro en mi mente, golpeo de nuevo, la tostadora se hunde con cada golpe, cada vez más destrozada.

Pienso en los comentarios de mis tíos, golpeo de nuevo con más fuerza. En mis primas mirándome con asco, descargo el bate contra una lámpara. En la vergüenza que en su momento vi en los ojos de mi mamá y la culpa de ser la responsable de ello; golpeo más. Mi brazo empieza a doler.

Noto entonces que sobre el ruido de mis destrozos y de los de Addie a unos metros de mí, hay un grito desgarrador que viene de mi amiga.

Me detengo para mirarla. Está inmersa en su propio mundo, golpeando con un martillo enorme un trozo de metal azulado que parece una puerta vieja y maltratada de un auto. Addie tiene fuego en sus ojos, fuerza en su grito, dolor en cada parte y me pregunto si venir acá solo fue por invitación de su amiga o si Addie realmente necesitaba desahogarse. En caso de que sea lo segundo, ¿por qué?

Cuando los brazos de Addie empiezan a temblar, deja caer el martillo y logro ver unas lágrimas en sus mejillas. La descarga de ira la ha dejado cansada y reposa la espalda contra uno de los cristales que nos rodean, cierra los ojos, se quita los implementos de seguridad y suspira.

Me quito las gafas de protección para llegar hasta ella.

—¿Estás bien?

Addie abre los ojos, enrojecidos dentro de su piel clara como el papel. Niega con la cabeza, frustrada.

—No.

Y se desata en llanto. La tomo entre mis brazos, aprieto sus hombros y ella solloza sin parar.

De nuestro grupo de amigas, Addie es la más cerrada emocionalmente. Siempre tiene una actitud y una sonrisa que te dicen que todo está bien, que está disfrutando su vida, sus amores, sus estudios, sus aciertos y sus fallas, que nada puede contra ella, que es invencible. Cualquiera que no la conozca se cree todo eso y solo ve a una mujer libre y feliz.

Por culpa de eso, Addie sufre sus cosas en silencio mientras las pueda tolerar o les resta importancia mientras ella misma se lo pueda creer. Lo malo es que va acumulando y acumulando hasta que un día no puede más y explota. La Addie vulnerable e inestable sale en dos ocasiones: cuando se emborracha, o cuando sus problemas la superan, solo ahí muestra esa faceta llena de miedo, de errores y de fragilidad.

Como ahora.

Cuando logra calmarse lo suficiente para respirar con normalidad, se libera de mi abrazo, dejándose caer en el suelo, usando su pie para despejar ese espacio de escombros y trozos de todo lo que rompió.

—Cuéntame —pido.

Sé ahora que para eso me invitó a mí y no a alguna otra. Yo, que siempre sé dar consejos, suelo ser el soporte emocional de la mayoría de mis amigas. Ojalá yo fuera capaz de buscar soporte también cuando me veo sobrepasada.

Tal vez Addie y yo nos parecemos más de lo que pensamos.

—Mis papás se están divorciando —dice entonces—. A mi abuelo le diagnosticaron cáncer hace diez días. Odio mi carrera pero no tengo la cara de decirle a mis padres que no quiero seguir. Me dijeron que tengo anemia, odio mi corte de cabello y mi hamster se murió ayer.

Por un segundo quedo tan estupefacta por el bombardeo de tragedias que no reacciono. El tono de Addie ha sido monótono, como si estuviera enumerando las tareas del hogar que debe hacer el fin de semana y no situaciones que están destrozando su vida.

¿En qué momento pasó todo?

—Dios mío, Addie. ¿Cómo no nos hemos enterado de nada de esto?

Addie se encoge de hombros.

—No quería molestarlas...

—¿Pero cómo dices eso...?

—Ya sé, ya sé, no es culpa de ustedes, es mi mente la que se autosabotea. Sé que no es molestia, pero no pienso con la lógica, ¿vale? Me conocen.

Suena exhausta.

—Estamos para apoyarte. Qué mierda lo de el divorcio de tus padres, lo siento mucho, Addie.

—Supongo que lo vi venir.

—Y lo de tu abuelo...

—Eso no lo vi venir. Empieza quimios en una semana, no sé si seré capaz de verlo pasar por eso.

—Estaremos contigo para lo que necesites.

Addie sorbe la nariz, pasa las manos por sus mejillas y asiente.

—Lo sé. Las necesito ahora más que nunca. Anoche estaba en mi cama y lloré hasta dormirme, siento que el mundo se me viene encima y detesto la sensación. Quiero desaparecer por un tiempo hasta que todo esté bien de nuevo.

La abrazo una vez más porque no sé qué más decirle. Una cosa es darle consejos sobre sus no-novios, o sobre qué ropa usar en una cita, otra muy diferente es intentar siquiera dimensionar lo que implica todo lo que está pasando en su vida justo ahora.

—¿Quieres romper algo más? —pregunto luego de un rato de silencio.

Addie se ríe.

—Creo que no me da más el cuerpo. Pero, hey, la experiencia: diez de diez. Sí es terapéutico, tenemos que rankearlo con cinco estrellas.

—Siempre es bueno explotar y si se hace en este ambiente controlado, mucho mejor. ¿Quieres ir por un café?

—Por favor.

Salimos de «Break the hate» un poco más livianas de lo que entramos, aunque ha quedado más que claro que hoy no es el día de hablarle a Addie de Mau.

Tal vez mañana, me digo, intentando que eso aliviane el peso del secreto en mi espalda.

Tal vez mañana.

•••

Al regresar al apartamento, hay una cajita de cartón mediana que llegó mientras yo no estaba, dirigida hacia mí. Mi madre me la entrega con curiosidad, pero como no estoy lista para interrogatorios maternos, le sonrío con picardía y meto la caja a mi habitación, dejándola con la duda.

Ya en mi cama, la abro y encuentro un par de rosas artificiales sin tallo, un pequeño peluche de koala y una nota perfumada.

«Para la más sexy del bar ♡»

Sonrío ampliamente como tonta al imaginar a Mau comprando esto.

Le dije que no me había vestido pensando en él, pero la verdad es que sí lo tuve en mente al enfundarme en el vestido más sensual de mi armario; me alegra haber causado el impacto deseado.

Pensar en Mau me sube el humor... y un poco el calor en el cuerpo. La manera en que he empezado a quererlo y a desearlo me ha tomado por sorpresa, pero ya dejé de sentirlo como un error y creo que ese ya es un paso en la dirección correcta.

Recuerdo que hace unas noches Mau vino con la intención de que saliéramos y por culpa de mi humor decaído le dije que no. Pasamos una velada bonita comiendo chocolates y viendo una serie, pero pensándolo bien, le debo esa salida que él quería, que yo también quiero.

Me toma solo un par de minutos decidirme. Me cambio de ropa, me perfumo, tomo mi bolso y, justo cuando van a sonar las ocho de la noche, me dispongo a ir a buscar a Mau. 

✩━━✩━━✩

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top