VEINTISEIS: Toda una vida y un desenlace
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CAPÍTULO 26
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Mau
¿En cuántas maletas cabe una vida? ¿En cuántas hojas se puede escribir un resumen de los desenlaces?
Lo primero que veo cuando me dirijo a la cocina a buscar algo para desayunar, son dos enormes maletas de viaje puestas junto a la puerta.
Lo segundo que veo es a mi hermana, sentada en el sofá, aún en pijama, su muleta a su lado y con una carta en la mano. Levanta la vista y suspira, una mezcla entre apesadumbrada y angustiada. Me tiende la nota.
Hijos.
Quiero que sepan que no soy ciega, que no he ignorado durante todos estos años la violencia de su padre. Pueden creer que sencillamente me he dejado, pero no es así.
Les dije el martes que me había quedado por amor y aunque no puedo aun explicar con palabras lo que eso significa de una manera que lo entiendan, es la verdad.
Ya no son niños, pero son jóvenes y hay muchas cosas que no entenderían.
No lo digo dudando de su inteligencia, lo digo porque yo tampoco las entiendo.
Quiero entenderlas y sé que eso implica darle un cambio a mi vida. Siempre me dije que llegaría el día en que algo me haría decir "hasta aquí se rebosa mi vaso" y podría tomar la valentía que no tengo e irme.
La verdad es que pensé que ese algo sería un encuentro cercano con la muerte, pero me di cuenta de que fueron ustedes, verte a ti, Vicky, yendo a urgencias por culpa de su padre, la idea de perderlos, de dejarlos ir.
Eso no puedo permitirlo.
Vicky, cuando me preguntaste si yo apoyaría que una pareja te maltratara, se me vino el mundo encima porque lo último que yo querría es que vivas lo que yo. Ver en ti la posibilidad de que tengas la vida que yo tuve es demasiado fuerte y doloroso como para seguir ignorándolo.
Mau, sé lo difícil que fue para ti decirme todo lo que me dijiste, quiero que sepas que no te guardo rencor porque ya he entendido que llegaste a tu límite. Tu abuela paterna también fue una mujer abusada y tus tías me han hablado de lo doloroso que era ver a su madre siendo golpeada y no hacer nada al respecto.
Tantas veces, hijos, tantas veces las escuché y pensé "pobrecitas, imagino esa impotencia y se me parte el alma", y aún así dejé que ustedes pasaran por lo mismo, estando en negación constante y tratando de defender lo indefendible.
Les pido perdón.
Hablé con mi hermana y me ofreció asilo en su casa por un tiempo. No es culpa de ustedes en absoluto, es solo que si veo a su papá yéndose, lo voy a detener y volveré a donde estaba con él.
No soy capaz de alejarme por las buenas, ¿ven que es imposible explicar lo que "por amor" significa?
Así que prefiero no verlo e intentar sanar estando alejada. Me obligo ahora a alejarme, usando el amor que les tengo a ustedes como razón para no ver atrás.
Las maletas en la puerta son de su papá. Le he dejado una carta también, pidiéndole que se vaya, aunque sería iluso de mi parte creer que me hará caso, de modo que de la manera más injusta posible, y haciendo mi peor acto como madre, les dejo la responsabilidad a ustedes de que lo saquen de ahí, o en caso contrario, se vayan y lo dejen solo.
El apartamento está a su nombre y no le voy a pedir nada, por favor, no peleen con él.
Quiero deshacerme de treinta años de lo mismo, pero no puedo hacerlo sin ayuda.
Estaré con mi hermana y cuando me sienta lista para regresar, sea para estar sola o para estar con ustedes, me contactaré. No sé cuánto tarde, no sé si podré, pero mientras escribo estas palabras, sepan que tengo toda la determinación del mundo.
Por favor no le digan a su padre dónde estoy.
Los amo con todo mi corazón, perdón por tantos años de silencio.
Mamá.
Leo la carta dos veces pero aún con todo, sigo sintiendo que estoy frente a letras chinas. No entiendo, o no quiero entender, o no puedo creerlo.
Mamá se fue a casa de mi tía... solo tenemos una tía materna —el resto de su familia son tíos—, vive a dieciocho horas de acá y únicamente la vemos en vacaciones. Tienen una buena relación al ser las únicas dos mujeres de la familia, pero nunca pensé que mamá se fuera hacia allá.
Por otro lado... ¿irse tan de repente y sin avisar? No suena como algo que mi mamá haría, y sin embargo, tras lo que pasó hace unas noches, he notado que sí parecía estar al límite de su propia estabilidad.
Miro a mi hermana, que tiene un gesto contrariado que refleja el mío.
—Se fue.
—¿Así... así de fácil? —pregunta ella, incrédula—. Llevamos años diciéndole que se aleje de él y de repente...
—Vicky, acabas de decir «años», eso no es «de repente».
—Nunca nos hizo caso. Al contrario, lo defendía y nos regañaba.
—Dice en su carta que llegó a su límite.
—Pero son tres décadas de costumbre, Mau...
—Y no quiere que haya una cuarta.
Pienso en mi mamá, que aún debe estar en el bus si realmente se fue a donde mi tía. Imagino la fortaleza, o el miedo, o la determinación que tuvo que tener para irse, para planear todo en tres días y cambiar su vida.
Estar junto a mi papá es todo lo que ella conoce, ser ama de casa es lo único que hizo con su vida... romper eso así no más... ¿cómo?
—Mau, mamá debe estar sufriendo mucho si de verdad decidió irse.
Escucho las palabras «si de verdad decidió irse» y noto que yo estoy pensando las mismas. «Si en realidad», «si lo hizo», «si»... como si fuera algo tan improbable que no parece real. Es que no parece real.
—Tienes razón. Pero se fue, Vicky. Dio el paso. Nunca lo había hecho, ni siquiera lo había contemplado.
—¿Y si se arrepiente y regresa con mi papá?
—No creo. Mamá se fue hace un par de horas físicamente, pero emocionalmente lleva años sufriendo. Creo que es definitivo.
Vicky muerde su labio y asiente, de nuevo mil contradicciones mezcladas en su cara: orgullo, miedo, dolor, felicidad.
Las palabras de mi mamá «no estoy ciega», me hacen pensar sin lugar a dudas que lleva mucho tiempo imaginando cómo sería irse, viendo los escenarios y las consecuencias, esperando la chispa de valor para hacerlo.
Insinuó en su carta que lo que Vicky dijo de una posible pareja maltratándola, y escucharme decir que nos iríamos si ella seguía a su lado, le dio esa chispa de valor, pero no creo que haya sido solo por la idea de no perdernos, pues siempre le hemos dejado claro que nuestro apoyo es incondicional, sino que también sintió que mi hermana y yo ya podíamos ver por nosotros mismos si ella se iba.
Quizás solo hasta ese martes dejó de vernos como niños indefensos que sufrirían las consecuencias de una separación. El pecho se me llena de orgullo pero también de dolor por no poder estar con ella en este momento.
Mi papá amaneció en el sofá de tres lugares de la sala, borracho de nuevo y ahí está aún, tan inconsciente que la casa se le puede caer encima y no lo notaría. Mi mamá tuvo toda la libertad para hacer sus maletas, empacar las de mi papá e irse con total discreción.
Frente al sofá, en la mesita, hay una hoja igual a la nuestra, doblada por la mitad y con el nombre de mi padre escrito en la parte de afuera. Además de eso, hay una argolla de oro puesta sobre la carta: su anillo de matrimonio.
—¿Y qué hacemos con él? —cuestiona mi hermana.
Dormido se ve indefenso. Se ve como un hombre mayor que vive con tranquilidad sus días, un padre amoroso, un esposo devoto. Dormido es la imagen sana del hombre que mamá defendió por años. Se me estruja el corazón al verlo; es mi padre después de todo, lo quiero mucho, con ese tipo de amor que mi mamá no sabe explicar y que yo no sé entender.
Se me humedecen los ojos.
—Dejar que despierte, que tenga su resaca, que lea la carta y... y esperar a ver qué pasa.
—¿Y si no se va?
Vicky leyó la carta de mamá, sabe lo que ella pidió en ese caso, pero sé que me lo pregunta para asegurarse de que estaremos juntos si llegamos a ese extremo.
—Buscamos una casita en renta de tres habitaciones y nos vamos. —Vicky me sonríe y solo ahora empieza a llorar en silencio—. Luego esperamos a que mamá regrese y le tenemos una habitación lista.
Atraigo a mi hermana y la abrazo, porque pese a que llevamos años pidiéndole a mi mamá que haga esto, ahora que está pasando se siente el peso del quiebre sobre nuestras cabezas. Vicky mantiene su pie vendado alzado, apoya todo su peso en mí.
La familia que hemos conocido desde siempre se fracciona e incluso bajo estas circunstancias, duele que así sea.
—Mi papá no cederá tan fácil.
—No. Pero ya no tiene a nadie que pueda manipular. Mamá está lejos y nosotros juntos.
—Entonces esperamos.
Miramos a papá, roncando tan fuerte que ni aunque mamá hubiera hecho ruido al irse la hubiéramos escuchado. El olor a licor emana de él, tan conocido como repugnante para nosotros. Toda una vida pasa en medio minuto dentro de mi cabeza.
No todos los días fueron malos, pero sí los suficientes como para que el dolor y el alivio que siento por lo que está pasando, se sobreponga a la compasión que pueda llegar a sentir.
Suspiro.
—Sí. Esperamos.
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