VEINTICUATRO: Disculpas repetidas, errores eternos
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CAPÍTULO 24
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Mau
Convencerme a cada segundo del día de que lo que pasó con Sandy no debería ser tan importante, no ayuda a que me duela menos.
He llegado a pensar que el amor es de esas emociones sigilosas que se cuelan tan lentamente y en un silencio tan profundo en el corazón, que cuando te das cuenta ya tiene invadido cada parte del cuerpo. No lo ves venir, a lo mejor por eso la gente le huye o le teme, porque cuando te agarra no te suelta aunque te sacudas con violencia.
Yo no le huí ni le temí porque llegué a pensar que era tan fácil como respirar; si empezar a querer a Sandy resultaba tan sencillo, tan natural, ¿por qué debía preocuparme? Bueno, ya sé por qué. Dejar de quererla es lo más complicado.
Me pregunto si lo que pasó es definitivo, si incluso nuestra amistad se ha terminado y pienso en que ese era precisamente el temor de Sandy hace unas semanas, lo que la obligaba a no arriesgarse. Me pregunto si se está diciendo en este momento a sí misma «te lo dije» y recriminándose por todo esto.
Echándose la culpa, porque para eso Sandy es experta.
Me repito que no es el fin del mundo, porque no lo es, nadie se ha muerto de una decepción amorosa... al menos no alguien que yo conozca.
Además, me ayuda que no solo hay tristeza sino enojo, una parte pequeña contra mí por haberme dejado llevar tanto aún sabiendo que Sandy desde el comienzo dijo que yo no era una prioridad, pero una parte más grande contra ella por dejar ir algo que la hacía feliz y de paso, lastimarme en el proceso por una razón tan estúpida.
Eso de «soldado advertido no muere en guerra» es pura mierda; por más que te adviertan, el corazón se lacera con la misma fuerza si quedas en medio del tiroteo. La guerra, como el amor, no deja a nadie intacto.
La campanilla de la entrada del estudio suena, escucho a Samuel saludando a la persona que entra y, tan solo un minuto después, Addie entra en la pequeña habitación de descanso donde me encuentro.
Quisiera poder evitarlo, pero no puedo, así que blanqueo los ojos al verla, fastidiado. No solo por lo que pasó con Sandy, si no el motivo por el que pasó, por esa costumbre de Addie de tomar lo que quiere sin importarle nadie más que ella misma.
Addie ha sido amiga nuestra el mismo tiempo que Sandy y la he querido tanto como a las demás, a veces un poco más, es cierto, sin embargo, aunque entre nosotros siempre hubo un gusto mutuo, ha sido imposible ignorar a lo largo de los años que ella no brinda estabilidad emocional a nadie, por lo que más allá de coqueteos directos, no pasó más entre nosotros.
Lo que ella ofrece nunca sería suficiente para mí, del mismo modo que Addie no recibiría lo que yo tengo para dar. Siempre estuve bien con eso y, tácitamente, ella también... o eso creía.
Qué fácil es ignorar los defectos de los amigos... hasta que estos te escupen en la cara.
—Hola, Mau.
—Addie.
En su mente mi recelo se debe solo al beso que me quitó cuando le dije que salía con alguien más, pero lo que más me molesta es que no le puedo reclamar la consecuencia real de sus errores: que por su culpa Sandy se alejó.
Noto en la postura de Addie que viene con la guardia baja, algo encorvada y con la mirada más que todo en el suelo. El día en que me besó se despidió con un simple blanqueo de ojos, como si mi excusa de estar saliendo con alguien para no seguirle el beso, fuera un inconveniente menor e insignificante; si la conozco bien, hoy me dirá que lo siente mucho, que no era su intención sobrepasarse y que no sabe por qué hace lo que hace.
Mi respuesta siempre es que no se preocupe, que todos pasamos por malas rachas, que las malas decisiones son errores que debemos reflexionar, no torturarnos por ello.
Pero hoy no.
Hoy estoy furioso y quiero que se sienta culpable y mal por lo que ha hecho. Puede que también sea en parte mi culpa, porque en las veces anteriores he minimizado por completo sus acciones, las he normalizado, llevado por mi cariño hacia ella como amigo y por el flechazo ciego que tenía.
—Mau, quiero disculparme contigo por lo de la vez pasada...
No puedo reclamar por lo de Sandy, pero sí por esto, así que no me corto:
—¿Para qué? ¿Para que dentro de un par de semanas hagas lo mismo y me pidas de nuevo disculpas? No es así como el arrepentimiento funciona.
El ácido de mis palabras me es ajeno y pesado. Sé que ella lo nota, sé que está pensando que nunca me había visto realmente enojado, que nunca le había hablado así ni a ella ni a nadie. Que le sorprende.
Una oleada de culpa me recorre por la satisfacción que me genera saber que se siente herida. Que yo la hiero.
—Sé que fui imprudente, no sé por qué lo hice...
Y ahí está.
—De acuerdo. Te disculpo, ¿algo más?
—Sandy nos dijo que está saliendo contigo —suelta.
Levanto el mentón con brusquedad, sorprendido, perdiendo por un segundo toda rabia iracunda, toda concentración. Addie me sostiene la mirada, avergonzada pero determinada a no flaquear.
No sé cuánto tiempo pasamos en silencio hasta que respondo:
—Estaba —enfatizo—. En pasado.
—No me dijiste que tú y ella...
—Fue Sandy la que no quiso decirlo y yo lo respeté. —Se me encoge el corazón en el pecho al mencionar su nombre, mis manos empiezan a temblar y siento cómo se acumula el veneno en mi boca, amargo y dañino—. ¿Y sabes por qué? Por ti. Porque Sandy tiene en su cabeza que sientes algo por mí, algo real y no esa necesidad de tenerme cerca cuando te sientes hundida en la mierda. Sandy prefirió dejar ir lo que teníamos por algo imaginario que tú alimentaste al besarme.
Addie muerde su labio inferior con fuerza, cada palabra que escucha la inclina un poco hacia atrás, como si las sílabas la golpearan físicamente.
Cierro los ojos unos segundos para tomar aire y serenarme. Este no soy yo, no puedo lastimarla tanto y luego sentirme bien al respecto; es mi rabia y mi dolor hablando pero no voy a sacar nada por este camino.
—Si hubiera sabido, Mau, yo no habría...
Mi tono se calma, pero todo mi resentimiento sigue borboteando entre mis labios.
—¿Y si hubiera sido otra mujer? Supongamos que no era Sandy, sino otra con quien salía, Addie. No te importó que te dijera que había alguien y si solo te sientes culpable porque ese alguien es amiga tuya, no está bien. No puedes usar así a las personas y luego disfrazarlo de «no sé por qué lo hice». Te quiero y eso no ha cambiado, pero esto me sobrepasa.
—Te enamoraste de Sandy... —murmura, no como una pregunta.
Me enoja que lo diga, ¿qué diferencia hace eso? ¿qué le importa a ella eso?
Desvío la mirada, pero no le respondo.
—Acepto tus disculpas —digo a cambio—. En serio, de corazón te disculpo y no quiero que nuestra amistad se acabe acá. Pero sí necesito espacio, Addie, necesito tiempo.
—Siempre pensé que algún día tú y yo... —Se calla, luego suspira.
—Lo sé.
Quizás en otra dimensión hay un Mau y una Addie que terminan juntos y felices por siempre, quizás hay una versión de nosotros que no se quedó en coqueteos desde la adolescencia e impulsos imprudentes, no lo sé, pero en esta dimensión y ahora que sé lo que es estar con alguien y desear cada parte de su corazón, de su cuerpo y de su alma, ya no podría conformarme con menos.
Antes de que pueda negarme, Addie se ha acercado y me ha abrazado. Sus brazos, delgados y largos, me rodean la cintura y por el cúmulo de emociones, le correspondo el abrazo.
—Te daré tu espacio, lo prometo —murmura contra mi pecho, el nudo en su garganta sonoro—. Mau, Sandy te merece y tú la mereces a ella.
Me sorprendo de sus palabras y debo tragar saliva para desaparecer el nudo de mi garganta.
—Sandy nunca haría nada que lastime a cualquiera de sus amigas.
—Arreglaré esto —murmura—. Hablaré con ella, me alejaré de ambos si lo necesitan, no me interpondré...
—No lo hagas. Sandy no escucha razones, Addie, lo nuestro ya no va a pasar.
Hay un silencio, noto que Addie está llorando y quisiera preguntarle por qué, cuál de todos los motivos que son merecedores de llanto en todo esto está usando su corazón para producir lágrimas. No lo hago; no quiero que me interese.
Si ha de sufrir, que sufra en silencio, como he tenido que hacer yo.
—Lo siento mucho.
Alejo a Addie con suavidad para que me suelte, ella no se resiste. No me mira ni una sola vez más y sale por donde ha entrado.
Samuel entra nada más Addie se va, me mira con intensidad, sé que queriendo preguntar qué me pasa. Lleva días mirándome así, pero una sola vez le dije —con seriedad real— que no quería hablar al respecto y él lo ha respetado.
Lo quiero porque su personalidad chispeante e insistente tiene su límite donde yo pongo los míos.
—¿Quieres hablar? —pregunta, cauteloso.
—Hoy es lo del micrófono abierto, ¿sí? —pregunto a cambio.
Salir con él me distraerá lo suficiente y, a lo mejor, si tomo una que otra copa, seré capaz de hablar y desahogarme con mi amigo.
Samuel suspira.
—Sí. ¿Aún quieres ir?
—Claro que sí, te dije que iría. Quiero escuchar lo que has escrito.
Sonríe, aunque débilmente.
—Super. Tu última cita de hoy es a las cuatro, así que creo que podemos irnos a eso de las seis.
—¿Y mi hermana?
—Tiene cita hasta las ocho, pero una de sus amigas vendrá a acompañarla.
Pienso fugazmente que Addie dijo que Sandy les había contado lo de nosotros; les, en plural, así que quizás mi hermana también lo sabe. Explicaría por qué desde ayer ha evitado hablar o cruzarse conmigo; he estado lo suficientemente disperso y desanimado como para no querer indagar en por qué me ignora. En realidad quisiera que todo el mundo lo hiciera.
¿Estará enojada porque tuve algo con su amiga? ¿Porque se lo oculté? ¿Sandy le pidió no hablarme al respecto? Sacudo la cabeza, no queriendo llenarme con más preocupaciones. Tendré que hablar con Vicky después, un problema por día.
—Entonces así quedamos.
Samuel me mira fijamente unos segundos más. Se reclina contra el marco de la entrada y murmura:
—Sabes que estoy acá si necesitas lo que sea, Mau.
—Gracias, bro... dame tiempo.
Eso es prácticamente admitir que sí lo necesito... solo que no ahora. No puedo derrumbarme a mitad del día, cuando aún tengo clientes que atender. Samuel lo entiende y se encoge de hombros, asintiendo, viendo esto como un pequeño triunfo.
—El que necesites.
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