VEINTE: Vamos a lo oscurito

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CAPÍTULO 20
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Mau

¿Es posible sentir celos de una copa de cristal?

Supongo que la respuesta es sí cuando el motivo es que Sandy pone sus labios húmedos sobre la copa cada par de minutos, mismos labios que desearía yo estar acariciando. Me pregunto si saben a las cerezas que trae su copa en el fondo.

Evité sentarme junto a Sandy cuando llegamos al bar porque en mi mente, igual que siempre que se guarda un secreto, supuse que de ese modo no levantamos sospechas; me convenzo de que estar cerca de ella nos va a delatar solo porque sí... Si alguien me estuviera prestando atención a consciencia notaría que oculto algo.

Soy pésimo para esto.

Aún así, tampoco no fue la mejor idea sentarme enfrente de ella, al otro lado de la mesa, desde donde puedo verla perfectamente sin ni siquiera intentarlo.

En la esquina de la mesa, Addie se pone de pie, con su copa llena de un líquido verdoso en alto.

—Propongo un brindis —dice, su voz fuerte. Todos alzamos nuestras copas, vasos o cervezas—. Por Vicky y Mau, que dieron un gran paso en su trabajo y no dejan de triunfar cada día. Los amamos mucho, par de seres talentosos y hermosos.

Alguna que otra risita se escucha pero a la vez todos asienten y beben sus tragos tras chocar las copas al centro.

Vicky se inclina hacia adelante y habla:

—Y otro brindis por Sandy, porque también la dio toda en la convención y sin ella no nos habría ido tan bien.

Sandy sonríe un tanto incómoda, pero devuelve el abrazo que mi hermana a su lado le da. Brindamos de nuevo, mis ojos intentando no posarse demasiados segundos seguidos en Sandy, en su rostro risueño o en su escote o en el brillo de su piel bajo las luces opacas del lugar que crean sombras que acarician su imagen cada vez que se mueve.

—Yo también quiero brindar —digo, dirigiendo la atención de todos hacia mí—. Por Alexa que mantuvo funcionando la cuenta del estudio y atendiendo todos esos mensajes. —La miro con cariño y ella me sonríe. Luego miro a Lilian, la novia de Kim—. Por Lili, que creó contenido espectacular para la publicidad. Por mi hermana... —La miro—, porque trabajar con ella es algo fantástico, admiro tu trabajo y todo lo que haces. —Vicky, haciendo honor a su papel de hermana, me saca la lengua pero me sonríe. Finalmente miro a Sandy—. Y también por Sandy, por ser parte de ese gran fin de semana.

La única aparte de ella que sabe lo que pasó entre nosotros, o más o menos lo sabe, es Vicky, y noto cómo mira a Sandy con los ojos entrecerrados, quizás preguntándose si mi comentario es por lo mismo que ella dijo —su ayuda en el stand—, o por lo que vio en el hotel. A decir verdad es una mezcla de ambas.

No sé si ellas han hablado al respecto, al menos a mí Vicky no me ha preguntado nada.

Miro a los ojos a Sandy mientras bebo mi cerveza, en sus labios baila una sonrisa que se niega a dejar salir del todo.

Pasados los brindis, la mesa se llena de conversaciones aisladas de unos con otros. Hay risas mientras cada uno come trozos de la gran bandeja de pasabocas que pedimos al llegar —papas, nachos, salchichas, tacos, entre otras cosas—. La mesa es baja y algo alejada a comparación de las sillas, así que desde mi lugar alcanzo a ver las piernas de Sandy, que aunque están enfundadas en un vestido corto negro, tienen gran parte de piel al descubierto y cada vez que ella se mueve, se levanta un poco más.

Saco mi teléfono y le envío un mensaje.

Mau: ¿te pusiste ese vestido para hacerme babear toda la noche?

Le doy envíar y noto cuando en su teléfono sobre la mesa vibra la notificación. Desbloquea la pantalla sin denotar mucho interés, sin dejar de prestar atención a lo que Vicky le dice y apenas lee el mensaje, me mira, volteando su cara con tal brusquedad que me río, aunque ladeo mi cara para otro lado, como si no fuera conmigo.

Sandy se reacomoda en su lugar, enderezando la espalda, alerta.

—Hay micrófono abierto el otro domingo —dice Samuel. Regreso mi atención a él; lleva un rato hablando de un pub del centro que le gusta y al que quiere ir—. Pensé que podría intentar subir.

A Samuel le gusta la poesía. Yo no entiendo de poesía, pero escucharlo recitar sobre la vida, sobre el amor, sobre la muerte, es una experiencia maravillosa. Suele ir a bares donde abren micrófonos ciertas noches y las personas pueden subir a recitar sus obras.

Samuel dice que la poesía lo ayuda a lidiar con la existencia. Yo creo que es algo dramático, él dice que es amor por el arte; perspectivas.

—¿Quieres que te acompañe? —pregunto.

—Sí. Siempre me siento mejor si hay una cara conocida entre los que escuchan. Es un lugar pequeño, así que no es que el público sea inmenso, pero me encantaría que fueras conmigo.

—¿Domingo, eh? Sí, está bien. Cuadro citas temprano para acabar a tiempo y vamos. ¿Tienes algo nuevo para recitar?

—Estoy trabajando en algo, conocí a alguien que me inspira. Pero si no lo acabo a tiempo, usaré uno de los que ya tengo.

—¿Conociste a alguien? —Enarco mis cejas con intención—. ¿Dónde?

—¿Sabes de esos eventos de cuenteros al aire libre del parque Cielo y Tierra? Fui a un show con unos amigos y él era el cuentero. Fui a felicitarlo cuando terminó y... y hubo chispa. Tiene una vibra tan... —Duda, buscando la palabra—, tan compatible con la mía. Me invitó un café y aunque no nos hemos visto desde ese día, hablamos a diario.

—No te encules tan rápido, Samuel —digo, preocupado ya por sus ojos soñadores que tanto conozco. Me mira con una sonrisita de labios apretados; yo suspiro—. Ya te enculaste.

—Sin comentarios —responde, risueño.

—Tu corazón sufre de Alzheimer, ¿sabes? Se le olvida qué cagadas no hay que cometer de nuevo.

—Yo prefiero verlo como un corazón resiliente que no se rinde con el amor.

—Es lo mismo —aseguro.

Samuel ríe, una carcajada limpia y refrescante que humecta con otro trago de su cóctel. Samuel es el ser más enamoradizo que conozco, es capaz de caer por una sonrisa, por un gesto, por un guiño, por un halago. Samuel se deja llevar por su corazón, así su cerebro esté atándolo para que no se lance. Con todo, es una excelente persona, así que al menos aunque sus amores no terminen en felices para siempre, él no guarda rencores.

Es como si estuviera lleno de solo arcoíris y algodón por dentro.

Mi teléfono vibra sobre la mesa y lo tomo de inmediato.

Sandy: No me vestí pensando en ti, pero si el vestido te hace babear, deberías ver lo que me puse debajo. Te vas a deshidratar.

Esta vez soy yo el que le dispara una mirada a Sandy. Cuando nuestros ojos conectan, se echa a reír, complacida de jugar conmigo.

La imagen que su mensaje me pone en la cabeza me cierra la garganta. Pienso en las fotos de la página de ropa de Alexa, cómo me obligué a dejar de mirar para limitar mi imaginación y se me acelera el corazón al saber que Sandy quiere darme esa imagen por su cuenta.

Antes de considerarlo bien, me pongo de pie, mis ojos fijos en Sandy. El rostro se me calienta, pero finjo indiferencia, hago un ademán hacia el piso de abajo, a la pista de baile y digo:

—Vamos a bailar.

No es raro, no es anormal. Es sábado en la noche, estamos celebrando y hay una pista de baile. Natural. Siempre que salimos en grupo bailamos, nadie lo ve raro, nadie le dedica un segundo pensamiento.

Al contrario, Samuel se anima también y le dice a mi hermana que vaya a bailar con él; ella acepta y juntos bajan por las escaleras solo unos segundos antes que Sandy y yo.

Estando ella delante, yo un escalón por detrás, estiro el brazo y aferro su cintura. Al ver que mi hermana y Samuel ya se metieron entre el gentío del primer piso y sabiendo que las escaleras son punto ciego para los que se quedaron en la mesa, detengo a Sandy y la acorralo contra la pared, mi pecho presionando contra el suyo.

Sandy suelta un gritito por la sorpresa y su primer reflejo es mirar tanto arriba como abajo de las escaleras, por si alguien nos está mirando. No hay nadie conocido, solo extraños subiendo y bajando, además, está oscuro y son tantos los que se mueven por acá, que incluso si alguno de nuestros amigos se asoma a las escaleras, tardarán segundos largos en dar con nosotros.

La beso, porque llevo toda la noche queriendo hacerlo. Sí sabe a cerezas y darme cuenta de eso me hace sonreír sobre sus labios.

Al principio Sandy tensa el cuerpo, pero a los pocos segundos se relaja, sube sus manos a mi cuello y se olvida de dónde estamos. No se siente tanto como un beso sino como un hambre voraz de sus labios por los míos... o de los míos por los suyos.

La penumbra nos envuelve, hay mucho ruido alrededor y siento a la gente que baja o sube cuando rozan con mi espalda, pero a la vez el mundo entero desaparece bajo mis pies cuando mis labios descienden a su cuello y ella lo estira para facilitar el acceso.

—Mau, Mau, nos van a ver —dice en voz alta, pero por el ruido me llega apenas como un susurro. Sus palabras no concuerdan con su cuerpo, que solo busca acomodarse mejor al mío, no precisamente alejarse—. Mau...

—No me importa —jadeo en su oído, ella suspira—. No me importa.

—A mí sí me importa. —Hinco suavemente los labios en la piel que une su cuello con el mentón, Sandy gime por lo bajo—. Dios mío, Mau...

—Te deseo. Me estás volviendo loco.

Sandy suelta una corta carcajada que me obliga a mirarla, cuando enarco una ceja, ella responde con toda naturalidad:

—Claro que sí.

Mis manos no se despegan de su cintura, pero tomo un momento para fruncir la frente ante su tono... ha sido ¿sarcástico? ¿burlón? Sandy intenta, al igual que yo, recuperar el aliento.

—¿Por qué el sarcasmo?

Desvía la mirada como si la hubiera atrapado haciendo algo indebido.

—No es nada.

—Dime.

Sandy ríe de nuevo, una mezcla de incomodidad y vergüenza. Tras unos segundos, se limita a blanquear los ojos, rendida.

—Eres un hombre, solo se necesita un vestido corto para volverte loco.

No ha sonado ofensivo en lo más mínimo, ni el gesto de Sandy indica que puede querer atacarme, sin embargo, algo en su tono, o en su elección de palabras, me choca en la mente con desagrado.

—¿Crees que es solo el vestido corto lo que me hace desearte?

Sandy se encoge de hombros.

—¿Qué más da? No eres el único que me mira las piernas y el escote. Y de ti no me molesta.

—¿Entonces solo soy uno más del montón entre tus admiradores?

—No dije eso. —Sandy nota por primera vez que me ha incomodado su comentario; sus manos están en mis hombros y los aferra con más fuerza para atraer mi mirada a la suya—. Oye, no quise ofender, Mau, no lo tomes así. Lo siento.

Un pensamiento intrusivo se me atraviesa en la mente: ¿y si para Sandy esto entre los dos es algo más físico que emocional?

Las pocas veces que nos hemos besado ambos hemos sentido ese deseo, lo sé, esa sensación de que no es suficiente el mero roce de nuestros labios. Sin embargo, más allá de eso, siento una gran atracción por Sandy como mujer, como persona, me gusta ella, no solo su apariencia o el placer que podamos compartir.

¿Y si solo soy diversión para ella? Dijo que no es de aventuras pasajeras, pero no insinuó nada al respecto de tener algo serio conmigo. Al contrario, solo ha buscado razones para no llevar esto a ningún lado —razones válidas, sí—, y aunque la entiendo, no me había puesto a pensar que quizás estos momentos robados es a todo a lo que ella aspira conmigo.

Tal vez para ella estoy en un punto medio: no soy una aventura pasajera, pero tampoco imagina una relación formal. ¿Quiere una amistad con derechos o algo por el estilo?

Y pensando en eso me doy cuenta de que es precisamente una relación seria lo que espero de Sandy.

—Estamos haciendo esto mal —respondo, mi cabeza demasiado revuelta entre Sandy y las cervezas que ya tomé.

—¿Qué?

Sandy luce perpleja cuando la suelto y pongo distancia entre nosotros. No puedo pensar con claridad ahora y, por ende, no puedo explicarle a Sandy lo que quiero decir. Necesito acomodar primero lo que diré, así que no será acá en una escalera en medio de un bar, donde todo parece erótico pero clandestino.

No es eso lo que quiero.

—Vamos a bailar —respondo, jalando su mano de forma amistosa—. A eso vinimos.

Casi al llegar al final de las escaleras, Sandy me detiene, apretando mi mano con fuerza. Giro a mirarla. Acá abajo el ruido es mayor, así que se inclina hacia mi oído para poder hablar.

—¿Estamos bien?

Sonrío antes de dejar un fugaz beso en sus labios y asentir.

—Tú estás perfecta.

—Mau...

—Estamos celebrando, vamos a bailar hasta desfallecer.

Sandy debe ver algo en mi gesto que la tranquiliza, así que sonríe de vuelta y continúa conmigo a la pista de baile.

Al tenerla tan cerca, su cuerpo moviéndose junto a mí, contra mí, tan unido a mí que puedo impregnarme del aroma de su perfume, me cuestiono la decisión de invitarla a bailar. Qué difícil es mantener la cabeza y el cuerpo fríos, fingir que bailar con ella es como bailar con cualquier amiga.

Y ella no ayuda. Adrede o no se mueve de una forma que me ensucia el pensamiento y me hace agradecer que esté oscuro para que nadie vea el efecto de Sandy en mi cuerpo.

—Si de algo vale... —dice Sandy mientras la envuelvo por la cintura. Está de espaldas a mí, el ritmo de la música moviéndonos de un lado a otro. Sandy debe ladear su cuello y levantarlo casi por completo para poder hacerse oír en esa posición, yo ayudo inclinando mi cabeza sobre su hombro, mis labios a milímetros de su piel—, tú también me vuelves loca.

Su voz me desarma por completo, un gruñido se me escapa sobre su clavícula. De forma casi imperceptible, Sandy agarra mis manos, que están aferradas a su cintura y me atrae más a ella, obligándome a abrazarla más fuerte, como si hubiera demasiado espacio entre nosotros.

A ojos ajenos no deja de ser un baile y risas entre amigos... o eso espero.

Pero la verdad no creo.

Sandy tampoco es muy buena en esto de guardar distancias.

—Necesito motivos para no comerte la boca acá enfrente de todos.

Sandy ríe, ya no de forma sarcástica, sino de forma sedosa, como un ronroneo.

—No me las pidas a mí, yo no puedo pensar en una ahora.

Me empujan suavemente desde la espalda y suelto a Sandy en reflejo, mirando hacia atrás. Son Addie y Alexa y Kim y Lili. Se me cierra la garganta de pensar qué tanto escucharon o vieron, o si sospechan algo, pero no parece haber sorpresa en el rostro de ninguna.

—Comparte a Mau, envidiosa —dice Alexa entre risas—, es el único hombre que bailaría con nosotras sin intención de meter mano.

—No creo ser el único —respondo a voz en grito para hacerme oír. Suelto una carcajada—. Muchos vienen solo a bailar, ten más fe.

—No, gracias, yo no me arriesgo más —declara Addie—. Ya bailé con uno y quiso besarme. Por uno pagan todos, así que ya no confío.

—Queda Samuel —dice Sandy.

—Vicky lo acaparó. Solo quiero bailar sin que me manoseen y me miren de más.

—Las desventajas de ser preciosas —digo, mirándolas—. Y hay Mau para todas, no se peleen por mí.

Ríen con ganas y de repente dejamos de ser Sandy y yo bailando para ser un grupo de amigos riendo y disfrutando la pista de baile.

Tengo cuidado de mantenerme detrás de cualquiera de ellas durante un buen rato hasta que el calor de mi cuerpo deja de ser por Sandy y pasa a ser solo por estar acá. Tengo fe en que ninguna haya mirado con atención hacia abajo, hacia a mi pantalón antes de serenarme.

No soy religioso pero vivo a punta de fe últimamente.

Reflexiono que también es algo bueno que no me dejen solo con Sandy ahora porque así, al menos, puedo sacar de mi cabeza las fantasías que la involucran a ella y su promesa de deshidratarse si logro ver lo que hay debajo del vestido.

Necesito un poco más de tiempo para serenarme.

Con fe.  

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