TREINTA Y UNO: Detonante de malas emociones

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CAPÍTULO 31
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Mau

Mirar a Samuel me produce risa porque es como ver a un conejito intentando lucir como un perro salvaje entre la manada que lo rodea. Toma el taco de billar entre sus dedos y parece que le pesara una tonelada porque ahora no sabe cómo distribuir su cuerpo; mira alrededor, a los otros jugadores, incluyéndome y al saber que es su turno, se inclina para darle a la bola.

Me sorprende que le salga bien; se ve incomodísimo, como si estuviera sosteniendo una metralleta en medio de un jardín de niños y no un palo en un billar, pero cuando tiza la punta y golpea la bola, esta sale disparada y en su movimiento logra meter dos bolas en las troneras. Parece tan sorprendido como yo, pero sonríe y rodea la mesa para lanzar de nuevo.

Dos turnos más y falla, de modo que llega hasta mí mientras los demás tienen su turno.

—Pudimos hacer otra cosa —le digo, riendo.

—Nada es más masculino que el billar y las cervezas.

—Pero tú prefieres poesía y martinis. ¿Te dio crisis de masculinidad frágil?

—Quería que estuvieras cómodo.

—¿Crees que yo tengo masculinidad frágil?

Enarco las cejas, Samuel resopla.

—Creo que te gusta el billar —aclara—, y las cervezas.

—Eso es cierto. —Tengo mi turno, logro meter tres bolas en las troneras y sigue otro de los tipos que ya estaban acá cuando llegamos—. No explica por qué decidiste invitarme.

—Soy tu amigo.

—Sí, ¿y?

—Estás deprimido.

—No estoy deprimido.

—Deprimido del corazón —enfatiza. Mi sonrisa flaquea, pero disimulo bebiendo un sorbo de mi botella—. Necesitas distracción.

De forma automática, las palabras salen de mis labios:

—Necesito a Sandy.

Su nombre en voz alta me arde, así que tomo más cerveza para aliviar la sensación. Quiero estar enojado con Sandy, quiero pensar en ella y que el rencor sea más pesado que el anhelo, que la rabia por actuar como lo hizo sea más grande que el deseo de hablar con ella y recuperarla.

Quiero, especialmente, sacármela de la cabeza... bueno, no a ella, sino a la idea de nosotros que logré hacerme por el tiempo en que fuimos algo. Solo quiero regresar a cuando Sandy era de mis mejores amigas, cuando la veía con otros ojos, unos más fraternales. Quiero volver a coquetear con ella sabiendo que todo es una broma.

Pero bueno, si hablamos de querer, lo que quiero es no estar en una situación donde un demente anónimo ataca mi lugar de trabajo porque cree que es dueño de Sandy.

—Tu turno —digo.

Samuel me observa con incredulidad por cambiar así el tema. Sé que debo hablar con él, sé que me servirá hablar con alguien y contarle todo lo que me pasa; no espero que me dé consejos, solo que escuche y me ponga una mano en el hombro. Pero aún no he bebido suficiente para eso; dentro de tres cervezas más calculo que ya podré.

Mi amigo me sigue la corriente, hace tiros, me señala cuando me toca y finalmente ganamos la ronda. Apostamos con los otros dos una ronda cerveza, así que tomamos el premio y vamos a la barra, que por fortuna no está tan atestada.

Bebo lo que queda de mi botella de un sorbo, la garganta me arde, siento el pecho lleno de gas y luego de eructar, me inclino hacia Samuel.

—Estoy jodido.

Una vez empiezo no hay vuelta atrás. Samuel se entera poco a poco de mi corta historia siendo más que amigo de Sandy y aunque me mira con compasión en varios momentos, su atención se centra mucho más en los últimos retazos de la historia: el ataque a mi estudio, el acosador de Sandy, el hecho de que se gane la vida vendiendo contenido sexual en Internet.

Me alegra ver la cara de sorpresa de Samuel, me hace sentir menos mal por lo que yo sentí al escucharlo. Incredulidad, perplejidad, confusión... cualquier sinónimo serviría.

—¿Sandy? ¿La Sandy que yo conozco hace eso?

—La misma.

—Yo sabía que modelaba para Alexa con la ropa que vende, pero de ahí a... —Samuel calla, perdiendo las palabras—. No lo hubiera esperado... bueno, quizás en retrospectiva no es tan shockeante.

—¿Qué? Yo nunca lo supuse.

—Le gustan las fotos —dice, como si fuera obvio, enumerando con sus dedos sus argumentos—. Nunca supimos en qué trabaja, pero siempre tiene dinero. Y lo siguiente lo diré sin pizca de morbo ni mala intención: Sandy es preciosa, tiene un cuerpazo muy sexy. No me sorprende que le vaya bien. Tengo un par de amigos que son modelos webcam y sé que ganan excelente, es una industria que mueve mucho dinero.

—Y muchos pervertidos —añado—. ¿No escuchaste la parte de que tiene un acosador? Si no se vendiera de esa forma...

—A ver, a ver —me interrumpe—. ¿Te molesta que tenga un acosador o te molesta el motivo por el que lo tiene?

Escucho un tinte de reproche en su voz, que me hace ponerme a la defensiva de inmediato. Enderezo la espalda.

—Todo esto es bastante jodido, Samuel, no importa desde qué lado se mire.

—Yo creo que sí importa. ¿Te molesta que Sandy haga contenido? Supongamos que es tu novia, ¿te incomoda?

Cuando un cosquilleo incómodo me baja por la columna, me doy cuenta de que eso es: sí me molesta. El qué exactamente, quiero averiguarlo; no me considero tan hombre de las cavernas como para crear pleito por lo que Sandy —o cualquier mujer— haga o no con su vida y su cuerpo. Aún así, desde que me lo dijo, el desazón de incomodidad no abandona mi existencia.

Escuchar la pregunta de Samuel me ayuda a aclarar mis pensamientos. Eso y la cerveza.

—Claro que me incomoda. Es peligroso, nunca sabes quién está de ese lado de la pantalla, exponerse así...

—Lo que le está pasando tiene más bien poco que ver con su trabajo. No sé de estadísticas pero estoy seguro de que la gran mayoría de personas acosadas no venden nada raro Online. Solo pasa. Hay gente mala dentro y fuera de Internet.

Muerdo mi labio, negando con la cabeza.

—La idea de que en este momento haya hombres mirando su cuerpo desnudo en sus teléfonos, excitándose con ella, me revuelve el estómago.

—¿Así que son celos?

Hasta en el tono de Samuel se sobreentiende lo incrédula que es esa posibilidad para ambos.

—No. Si fueran celos simplemente iría a buscar las páginas yo mismo para al menos también verla, de paso le ayudo a Sandy con su emprendimiento —digo con ironía—. No es eso.

—¿Entonces?

—Me molesta que la reduzcan a lo que vende. Esos hombres deben ver su contenido y lo pagan como si ella fuera un pedazo de carne, un mero entretenimiento. Más allá de lo que pueda sentir por Sandy, me asquea que cualquiera de mis amigas esté en esa situación, en ese escenario virtual... No sé si me explico.

No sé ni siquiera si me entiendo.

La expresión «sentimientos encontrados» nunca tuvo más lógica para mí que ahora; quiero enfadarme pero sé que no es mi posición para hacerlo, ni siquiera sé si mi enojo tiene un motivo válido.

Entonces Samuel da en el blanco:

—¿Es por Vicky? Es completamente distinto.

Vicky, mi hermana.

He evitado pensar en ello pese a que es obvio que el tema de Sandy me pone sensible respecto al tema de mi hermana, al hecho de que hace unos cuatro años tuvo una pareja a la que le mandaba fotos íntimas y al terminar la relación, él las expuso por todos los lugares que pudo; la herramienta del Internet siendo tan pesada que las fotos rodaron y rodaron hasta llegar incluso a los celulares de mis padres y al mío.

Mi hermana tuvo una crisis emocional inmensa pero oculta; seguía haciendo su día a día como si nada pero en las noches lloraba, sus lágrimas se escuchaban desde mi cuarto. Por supuesto que no ayudó que mi papá la tratara como una cualquiera y que no la bajara de puta, mucho menos que mi mamá se mantuviera callara y no defendiera nada de sus ofensas.

A ella la vieron como un pedazo de carne provocativa y fue tan horrible para todos nosotros... es inevitable que saber lo de Sandy me detone ciertas emociones.

Vicky no pudo mirarme a los ojos por meses y vivía avergonzada de su mera existencia. Y eso fue por tres fotos nada más; Sandy tiene cientos y crea videos y audios... ¿qué alcance puede tener todo eso? Hay tantas maneras en que eso puede explotarle en la cara.

—¿En qué se diferencia? Está allí en Internet, al alcance de todos, igual que mi hermana.

—Consentimiento —responde Samuel—. A Vicky le violaron la confianza con lo que ese puto hizo, ella no creó fotos para el público sino para él. No solo fueron las fotos, fue la intimidad robada lo que hizo que la pasara tan mal. Sandy hace esto voluntariamente, se dedica a esto, ella decide qué compartir, Mau, ella quiere compartirlo y monetizarlo; no está siendo forzada ni humillada. Hay una gran diferencia entre sexualizar tu propio cuerpo a voluntad, y que otros te lo sexualicen porque creen que tienen el derecho.

Me cuesta comprenderlo. Me cuesta pensar en Sandy y no recordar la angustia y dolor de Vicky cuando había fotos íntimas suyas libres en Internet. Me cuesta entender que una pueda hacerlo voluntariamente mientras la otra se vio obligada a lidiar con la humillación y el escrutinio.

—Ese hijo de puta cree que es su dueño —respondo, cambiando el camino de mis pensamientos—. El acosador. Samuel, sabe dónde vive, sabe sus redes sociales, su nombre completo. Sabe dónde trabajo yo y por relación debo pensar que conoce a sus amigas. Puede que todas estén en peligro.

—Dijiste que ya hicieron la denuncia.

—¿Y? La denuncia no es un escudo, mientras ese tipo siga suelto, debemos seguir alertas. Sandy está destrozada. No me lo quiso decir explícitamente, pero lo sé, lo vi en sus ojos cuando me contó. Está aterrada, se siente culpable, se siente atrapada en el juego de ese bastardo. Ella no dio su consentimiento para eso.

—Tampoco lo pidió, Mau. No es su culpa.

—No la culpo, me preocupo.

El vidrio de mi estudio ya está arreglado, la pintura limpiada, el suelo barrido, pero me encabrona no poder hacer absolutamente nada por Sandy.

—Es una mierda —admite Samuel—. Realmente una mierda. Voy a llamarla mañana, que sepa que cuenta conmigo... aunque no pueda hacer más por ella.

Esa impotencia en Samuel es la misma que tengo yo en el pecho... y ese deseo de acompañarla, de que sepa que no está sola.

—Nos tiene a todos. —Una idea alumbra en mi cabeza y empiezo a darle forma de inmediato—. Necesita distracción, olvidar por un rato que hay un acosador suelto tras ella.

Samuel asiente. Toma el último sorbo de su cerveza, haciendo un gesto de asco que me hace sonreír.

Hablar con él me ha despejado las ideas, me ha vaciado de tantas emociones que tenía encendidas y encerradas detrás de un escudo de hierro al punto de que me estaban ahogando por dentro, el humo saliendo por mis oídos cada vez que respiraba.

Ya me siento en la capacidad de procesar mejor la situación, de entender que el secreto de Sandy me cayó como balde de agua fría no solo por el episodio turbio que está atravesando a causa de él, sino porque me despertó recuerdos desagradables sobre mi hermana. Recuerdos, valga añadir, que no son culpa de Sandy. También me ha servido para poner las cosas en perspectiva; mirado con objetividad, el lío amoroso entre ella y yo es el menor de nuestros problemas ahora.

Necesitamos que Sandy no olvide que está acompañada. Casi once años de amistad tienen que ser más importantes y eso es lo que ella necesita ahora: amigos.

Samuel inclina su cabeza hacia mí.

—¿Qué tienes en mente?

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