TREINTA Y SIETE: ¿Es así como termina todo?
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CAPÍTULO 37
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Sandy
Un jadeo tan suave que apenas es audible para mí sale desde mi garganta, que está tan reseca que duele. Termino tosiendo con dificultad.
Sacudo la cabeza, intentando recopilar información de mi situación actual. Por un segundo siento que tengo una resaca brutal, la peor de mi vida, pero a medida que mis sentidos se van despertando y conectando con el cerebro, recuerdo la realidad.
No tengo resaca, fui atacada por un demente y en este momento estoy... secuestrada.
Qué fantasiosa suena la palabra en mi cabeza, qué lejana.
Poco a poco hago recuento: estoy sobre una cama demasiado dura, tengo mis manos atadas sobre mi cabeza a las varillas del cabecero, mis pies están amarrados juntos por los tobillos. No tengo la boca cubierta, pero sí los ojos, con una tela oscura y rasposa. Siento náuseas. Hay un aroma desagradable en el aire, como a sudor, a suciedad y a moho.
—¡Ayuda!
Creo que he gritado, pero la verdad es que mi voz sale tan bajita que ni siquiera alguien en una habitación contigua lo escucharía. O eso pensaba. Pero alguien sí lo escucha, y me responde:
—Sshhh, tranquila, mi ángel, todo está bien.
Por reflejo me revuelco, como si así pudiera soltar mis extremidades y atacar o defenderme o correr. Como si al menos pudiera ver dónde está el bastardo que me trajo acá. Mi corazón está acelerado, toda mi piel erizada.
Escucho sus pasos, sé que se acerca y mi cuerpo responde llorando. Sus dedos me tocan el cuello, lo acarician despacio, mis náuseas se intensifican. Su mano está helada, áspera, temblorosa, húmeda. Con mi limitada movilidad me alejo de él, lastimando mi piel bajo las ataduras, pero él no se detiene, solo sigue subiendo hasta tocar la venda de mis ojos y bajarla.
Parpadeo frenéticamente, intentando darle sentido a lo que veo... que no es mucho.
Es una habitación oscura, no hay ventanas ni veo la puerta; hay dos bombillas en el techo, una en cada extremo, ambas amarillentas y sucias que dejan ver apenas contornos de todo lo que me rodea. Veo entonces las paredes, el miedo me atenaza con más fuerza. Cada fragmento de pared está cubierto con fotos mías. Docenas, cientos quizás, a lo mejor está cada una de las fotos que he subido a mis páginas de contenido, desde la primera hace varios años hasta las del mes pasado.
Encima de las más antiguas y puestas recientemente, están mis fotos de las cuentas personales. Fotos con mi familia, con mis amigas, con conocidos, en eventos... hay muchas fotos de Mau a mi lado, en todas su cara está tachada, rasgada o maltratada.
Me he ensimismado tanto absorbiendo las imágenes, que me sobresalto cuando el loco me pone una mano en la mejilla. Suelto un grito, me retuerzo para alejarme, pero mis ataduras lo impiden y solo logro lastimarme más y más la piel.
—¿Te gusta? —pregunta, su tono dulce y sincero me genera un asco y rechazo en el centro del estómago.
—Suéltame... —sollozo.
—Lo hice para ti —responde, ignorándome por completo. Mira sus paredes con un orgullo que raya en lo obsesivo—. Te he amado desde el momento en que te vi, luego cuando conocí tu cara... —Suspira, desviando su mirada a mi rostro—, supe que eras perfecta para mí.
—Por favor...
—Voy a hacerte tan feliz.
Su mano recorre mi mejilla, baja por mi cuello, mi clavícula. Chillo cuando llega a mi busto, cuando me mira el pecho con un ansia retorcida, un deseo animal y salvaje. Su rostro pierde el tinte de amabilidad de hace un segundo, se transforma en algo enfermizo y entonces me suelta como si hubiera tocado metal caliente.
Solo puedo llorar, suplicar, rezarle a cualquier dios que me escuche que me ayude a salir de acá.
—Debes tener hambre. —Su tono complaciente regresa—. Mi ángel, conmigo no te va a faltar nada.
—¡Déjame ir, hijo de puta!
Aprieto los dientes, veo que él hace lo mismo y temo haberme sobrepasado al punto de ponerme en peligro. Me observa con rencor, con rabia, de nuevo veo que toma un par de segundos para respirar y al calmarse, me observa condescendiente.
—Ya lo entenderás, Sandy. Ya verás que debemos estar juntos.
Se acerca con la intención de ponerme la venda en los ojos de nuevo. Sacudo la cabeza para impedírselo. Al comienzo intenta hablarme con dulzura para que coopere pero al ver que no me quedo quieta, usa su fuerza, agarrándome por el cuello e inmovilizando mi cabeza, sus uñas enterrándose en mi piel.
El dolor me obliga a detenerme.
—Eres terca como todas las mujeres —sisea con odio. Mis ojos se cubren, dejo de verlo pero no de sentirlo—. Pero tranquila, tenemos toda la vida para conocernos.
—¡AYUDA!
Esta vez sí grito con todas mis fuerzas, mi voz retumbando en las paredes. El tipo gruñe, lo escucho demasiado cerca, pero no me callo y repito mi súplica una y otra vez hasta que, con brusquedad, me tapa la boca con una cinta adhesiva.
—Qué lástima que todo tenga que ser por las malas contigo.
Se oye realmente apenado y eso me produce más asco aún.
Lloro, ahogándome en mis propias lágrimas ahora que ni siquiera puedo abrir la boca. Intento respirar profundo porque de otro modo moriré asfixiada y mi instinto de supervivencia es más fuerte. La venda y la cinta están empapadas de llanto y sudor, todo mi cuerpo está adolorido.
Escucho sus pasos alejarse, una puerta abriéndose unos segundos y luego cómo esta se cierra. Sé entonces que estoy sola, que se ha ido... pero que volverá en algún momento y yo seguiré acá, a su merced y voluntad.
Pienso en mi mamá, en mi papá, en la angustia y dolor que deben estar pasando en este momento y eso me parte el alma en mil pedazos. ¿Ya me estarán buscando? ¿Me encontrarán?
¿Cuándo llegué acá? ¿Fue hoy más temprano o estuve inconsciente más de un día?
Un pensamiento se me estampa entonces en el cerebro con todo el peso del dolor y la desesperación: ¿y si no me encuentran? ¿Y si me convierto en una víctima desaparecida más, de esas tantas que llenan estadísticas de violencia no resuelta porque jamás se sabe qué pasó con ellas?
¿Y si mis padres deben vivir lo que les queda de vida preguntándose por mí y sin una sola respuesta? ¿Y mis amigas? ¿Pasarán también sus días pensando en mí, rememorando la última vez que nos vimos y sufriendo por la incertidumbre? Sé que yo lo haría, sé que yo no podría vivir en paz si algo así le pasa a alguna de ellas.
¿Y Mau? Acababa de pedirme ser su novia oficial. Le dije que sí. Estaba feliz, ambos lo estábamos. ¿Mau también debe vivir con esto?
No puedo dejar de llorar pese a todo, cada rostro de mis seres queridos aumentando mi llanto y el dolor de mi pecho, todo sumando a cada lamento de mi cuerpo. Me duele todo, interna y externamente.
En mi último encuentro con la abogada Casandra, se me informó que tenían una descripción vaga del acosador, que trabajaban en ello, pero no había grandes pistas, ¿y si nunca dan con él? ¿ni conmigo?
¿Es así como termina mi vida?
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