TREINTA Y DOS: El comodín de las disculpas

✩━━✩━━✩━━✩━━✩━━✩
CAPÍTULO 32
✩━━✩━━✩━━✩━━✩━━✩

Sandy

Las tradiciones que adquieres mientras creces, no aquellas que ya han estado en tu familia por una eternidad, son hermosas porque todas tienen su historia detrás.

Cuando pasas demasiado tiempo con un grupo de personas empiezas a crear nuevas costumbres y reglas de convivencia, como si fueran las leyes inquebrantables de esa comunidad de la que elegiste ser parte. Una de las nuestras es «El comodín de las disculpas».

Nació cuando estábamos en el colegio y discutiamos una con otra con tanta frecuencia —por tonterías, mayormente, como tareas, exposiciones, temas para discursos— que resultaba agotador. La adolescencia es el cultivo premium del orgullo, así que dar el paso siempre era difícil si era con palabras, de modo que creamos el comodín.

Cada una de nosotras tiene un comodín que puede ser usado por cualquiera de las demás cuando desee iniciar un diálogo tras una discusión y la otra no puede negarse, cuando menos, a escuchar.

El de Vicky son unos waffles que venden en una pequeña cafetería cerca de su casa; el de Kim son las gomitas de dulce en forma de oso; el de Alexa es el postre de limón cuya receta aprendimos todas a hacer en las ventas de comida del colegio; el de Addie son los posters de sus músicos favoritos del momento —actualmente Imagine Dragons—.

Mi comodín son los cuarzos, no importa el color o la forma, no conozco sus propiedades energéticas, ni siquiera sé si creo en eso, pero me parecen preciosos y los colecciono, pegando en mi techo cada piedrita de cuarzo pequeño y exhibiendo en estanterías delgadas que mi papá construyó cerca del techo de mi habitación los grandes que me regalan o que logro comprar en cualquier salida. A mis veinticinco años, ya tengo más de medio techo y una pared llenos.

Y acá está Addie frente a mí en el marco de la puerta, sosteniendo uno color amatista en sus pálidas manos. Uno grande, bonito, sin duda hecho para decorar y no para joyería, parece sacado de alguna cueva de cuento de hadas.

Nos miramos a los ojos y nos reímos porque ella ve que en mi mano está el póster de Dan Reynolds sin camisa que iba a enrollar para ir a buscarla. Me ha ganado y ha llegado a mi casa antes de que yo pueda salir.

Addie avanza primero y me rodea el cuello en un apretado abrazo que no dudo en responder. La tensión entre nosotras se va evaporando poco a poco en ese contacto hasta que casi puedo sentir físicamente el peso que nos quitan de encima.

—Perdóname —murmuro.

—Perdóname tú a mí.

Nos soltamos y al mirarnos reímos de nuevo porque tenemos un semblante de incertidumbre que ahora que estamos juntas, resulta hasta gracioso.

—Ven, comamos algo.

La tomo de la mano para jalarla hasta la cocina. Addie camina como si fuera su propia casa, abriendo alacenas y sacando unas galletas con crema de chocolate que tenemos. A su vez, yo saco un par de refrescos de la nevera. Mi mamá entra un segundo, le sonríe a Addie, pero solo toma una manzana luego de saludarla y se va.

—No quiero que nos dediquemos a echarnos culpas, porque entonces yo salgo perdiendo —dice Addie con la boca medio llena—. Bueno, aunque si quieres reclamarme algo, te escucho, aguantaré.
—No tengo nada que reclamarte.

—Besé a Mauricio. Lo siento mucho.

Agacha la mirada, yo niego con la cabeza.

—No podrías saberlo, Addie. Yo actué mal al no contarte, tenía miedo de lastimarte. Pero no importa, ya quedó atrás.

—Te prometo que no me lastimas al estar con él, Sandy. No diré que no me sorprendió, pero en realidad... bueno, él y yo jamás tendríamos nada y cuando pienso en ustedes juntos no siento celos ni malestar, solo... felicidad porque son dos personas que amo mucho y que se merecen.

He escuchado eso de tantas bocas que llegué a pensar que escucharlo de la misma Addie sería igual de insignificante para aliviar mi culpa... pero no es así. Es mejor. Oírlo de su voz me hace darme cuenta de que en realidad no se lo terminé de creer a ninguno de los demás que lo dijeron. A Addie le creo.

—No importa, ya no tenemos nada.

—¿Por mi culpa? —Addie bebe de su jugo, sus ojos dudosos y llenos de angustia—. Lo siento, lo siento muchísimo. Ya me disculpé con Mau, él sigue enojado pero fue muy amable, al menos. Sandy, sé que fue horrible que lo haya besado, sé que es incómodo, pero te juro que no significó nada ni para él ni para mí. Jamás lo besaré de nuevo, no dejes que mi cagada te aleje de él.

Creo que Addie no está entendiendo muy bien la situación. Parpadeo, perpleja.

—No es por el beso... bueno, sí es, pero no porque lo hayas besado en sí, sino porque eso implica que dentro de ti, quizás...

—No. No siento nada por Mau.

—No podría estar con él con la idea de que cuando nos ves te sientes mal. No, Addie. Tú eres más importante.

Addie suelta una risa, pero no una divertida, sino una irónica, casi enojada. Me hace cuestionarme lo que dije, si pudo haber algo que la ofendiera a ella.

—No vamos a empezar, Sandy. Vicky me dijo que estás empecinada en que me voy a sentir mal, Mauricio me dijo lo mismo, Kim dijo que solo piensas en mí. Eso no está bien.

—Eres mi amiga.

—¡Y yo la tuya! La amistad es recíproca, ¿crees que eres la única con culpa por todo eso? ¡Yo besé al tipo con el que estabas saliendo! No importa si yo no lo sabía, si es Mau o alguien más es irrelevante; sigues siendo mi mejor amiga y me pasé de la raya, tanto, que dejé de ver la raya a mitad de camino.

—Addie, yo no te culpo...

—Y yo no te culpo a ti, pero contigo, Sandy, es como si sintieras que debes proteger a todo el mundo, pero que nadie te proteja a ti porque entonces está mal. No eres la encargada de nosotras, ni te corresponde velar por mis sentimientos sobre los tuyos.

Sus palabras son como un golpe en la boca del estómago. Cuando imaginaba a Addie enojándose conmigo, era por haberle ocultado cosas, no por querer protegerla. ¿Cómo eso tiene sentido?

—¿Y se suponía que fuera egoísta, pasando por encima tuyo?

—¡Sí! A veces tienes que ser egoísta, a veces tienes que ponerte primero. No puedes ir quitándote pedazos de ti misma para tapar las grietas de los demás, a ese paso acabarás en meros escombros sin que te des cuenta.

Como un relámpago, las palabras de Mau aquella noche en el auto me llegan frescas y claras a la memoria: «No lo sientas. Puedes romper dos corazones, pero tranquila, que el inestable de tu amiga sigue intacto».

El de Mau no, ese no quedó intacto. El mío tampoco. Sí fui egoísta, aunque no con la persona que creía. Mi comodín de disculpas debería incluir alguno para Mau, y ni siquiera dándole todo esperaría que me perdone.

—No sé hacer eso —admito—. Ponerme primero.

Addie baja la guardia un poco al ver que yo lo hago. No me había dado cuenta de que nos habíamos alejado, cada una en un extremo del mesón de la cocina, casi esponjadas como gatos entrando en combate.

—Nunca es tarde para empezar —dice, acercándose. Se ubica frente al mesón y a mi lado, con su cadera da un golpe suave a la mía. Cuando la miro, tiene un gesto pícaro en sus labios—. Y podrías empezar dándote rienda suelta con Mau.

Sonrío.

—Está tan molesto conmigo... y con justa causa.

—Pues pide perdón. Échame a mí la culpa y yo le pediré perdón de nuevo. Si quieres les hacemos una emboscada para dejarlos solos y que hablen, como hicimos con Kim y Lili.

Suelto una carcajada.

Meses atrás, por motivos completamente distintos, Lili y Kim decidieron cortar su relación cuando apenas llevaba unas semanas de haber empezado. A Kim su orgullo le impedía buscar a Lili, así que mis amigas organizaron un encuentro en el apartamento de Alexa: se encargaron de que ambas estuvieran ahí y luego las dejaron solas, sacándome incluso a mí a la fuerza del apartamento y cerrando con llave hasta que resolvieran sus problemas.

Me siento algo esperanzada; a Lili y a Kim les funcionó la emboscada. Aún así...

—No, nada de emboscadas. Puedo hablar con él, soy capaz de agachar la cabeza.

Addie enarca una de sus cejas, un gesto sugerente en sus labios.

—Estoy bien con su relación, pero no necesito los detalles morbosos.

—¡Addie!

No puedo evitar sentir un calor intenso en el rostro, lo que me hace cubrirme con las manos, sin embargo, también río, avergonzada con la imagen que el comentario de Addie ha invocado.

Y la idea de que esa imagen no me moleste.

—Lo imaginaste —se regodea—. Y te gustó.

—Cállate.

Addie se echa a reír, golpeando mi hombro con el suyo en el camino.

—¿Quieres salir? Aún es temprano. Vamos a esa pastelería bonita que nos recomendó Alexa, quiero probar.

Miro el reloj de la pared de la cocina, que tiene forma de gallinita y cada número está en un huevo. Son menos de las tres y ya planeaba pasar la tarde con Addie antes de que ella decidiera llegar acá, así que...

—Sí. Voy a ponerme zapatos. No olvides llevar tu poster.

—Dan cosa-rica Reynolds. Lo pondré en mi techo para ver su cuerpazo todas las noches antes de dormir.

—No me digas los detalles morbosos.

Addie me saca la lengua mientras salgo de la cocina, riendo a carcajadas.

Suelo pensar que si todas las personas tuvieran un comodín de disculpas con sus seres queridos, el mundo sería más bonito.

El mío, al menos, sí lo es. 

✩━━✩━━✩

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top