TRECE: Puro éxito y señales del destino

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CAPÍTULO 13
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Mau

Aunque mi concentración está casi por completo en el cuello que estoy tatuando, por el rabillo del ojo también estoy pendiente de Sandy, que tiene mi teléfono frente a su rostro y habla animadamente a la cámara, subiendo contenido a la cuenta de Instagram del estudio.

—¡... recuerden que si tienen un trabajo previo hecho por nosotros, recibirán un descuento durante la convención! Estamos en el stand 310-c, cerca de la puerta D oriental. Nos quedan los últimos espacios para mañana, especialidad en acuarelas y blackwork.

Nuestra asistencia a la convención no habría sido tan estupenda como hasta ahora de no ser por Sandy. Vicky y yo tatuamos, pero ella habla con la gente, les sonríe, les asesora, sabe tanto como nosotros y responde todo con una confianza que convence a cualquiera de agendar una cita con «Línea de Tinta». Entre ella y Alexa se han encargado de las redes sociales y cada vez que entro, hay más gente en nuestra comunidad.

Cuando Sandy termina su video, deja el celular a un lado y toma asiento en la silla tras su mostrador. Vistazos fugaces son todo lo que me permito y parece que ella no lo nota. Entonces veo que Rubenn se acerca desde su stand con un vaso plástico en su mano y se lo deja a Sandy en frente.

—Batido de frutas —anuncia con entusiasmo. Sandy se endereza y lo recibe sonriente—, para la mejor empleada de nuestro stand vecino.

—Es perfecto —dice Sandy—, tengo mucho calor acá, se necesita más ventilación.

—Te traería un ventilador para ti sola si lo tuviera.

No puedo evitar reír entre dientes al escucharlo. Ayer me molestaba su coquetería, su forma de hablarle y la forma de Sandy de responderle, pero luego de lo que pasó anoche... ya no puede enojarme. No cuando sé que Sandy es capaz de derretirse en mis brazos de la forma en que lo hizo; estoy seguro de que un batido de frutas no puede competir con eso.

—¿Falta mucho? —pregunta mi cliente, casi jadeando.

Es un hecho confirmado que los hombres son más sensibles al dolor que la mayoría de mujeres y este joven en especial se ha quejado más de lo normal. No he dicho nada por respeto y porque es normal, pero no puedo evitar burlarme un poquito. Su tatuaje tiene menos de quince centímetros de diámetro y es básicamente puras líneas, poco relleno.

—Unos quince minutos, no te preocupes.

—Leí que en el cuello es donde más duele —se justifica.

—Varía de persona a persona, pero en general, las partes más sensibles son las que tienen hueso directamente debajo, como la clavícula o las costillas.

El joven suelta un mmmm sin abrir los labios y continúo tatuándolo en silencio. Rubenn ya se ha ido, lo que de todas formas me alegra. Sandy está hablando con un par de chicas que se han acercado a preguntar y cotizar algo que le muestran en sus teléfonos.

Termino con el joven, él agradece, pide que le tomemos seis fotos del tatuaje para sus redes sociales y tras pagar, se va. Salgo y me encuentro a Sandy despidiendo a las dos chicas, luego se sienta, exhausta.

—¿Estás bien? —pregunto.

Se sobresalta al escucharme llegar, pero se recupera pronto.

—Solo un poco de dolor de cabeza. Siento como si tuviera resaca, pero no bebí ni una gota de alcohol ayer.

—Tengo ese efecto en las mujeres —afirmo.

Sandy voltea a mirarme, primero escandalizada por sacar el tema, luego entrecierra sus ojos en reproche; eso es algo que no cambia ni cambiará nunca: Sandy con una mirada que casi es un regaño luego de que le tiro un piropo o comentario indecente a ella o alguna de nuestras amigas.

Ella blanqueando los ojos ante todo lo que digo es su lenguaje del amor.

—No empieces.

—Mejor te traigo un batido de frutas —digo, imitando la voz de Rubenn, la forma en que enfatiza más las eses y a veces omite las erres al final; eso la hace reír—, o te traigo un ventilador personal si quieres.

Sandy agarra lo que tiene más cerca —un bolígrafo— y me lo lanza; lo atrapo al vuelo, riendo.

—No seas malo, Mauricio.

—Uy, usaste mi nombre completo, esto es en serio.

Sandy, fiel a su costumbre, blanquea los ojos.

Un niño, de no más de ocho años, llega al mostrador de Sandy y habla:

—Buenas tardes, quiero un tatuaje.

Ha gritado y noto que se ha puesto en puntas, como si quisiera verse más grande. Es un niño gordito, de cabello negro y piel tan blanca como el papel; miro a su alrededor inmediato pero no veo adultos que parezcan ir con él.

Sandy le sonríe.

—Hola. ¿Cómo te llamas?

—Azael. Quiero un tatuaje, por favor, pero no de esos de sticker, sino uno de verdad.

Del final del pasillo llega una mujer joven y delgada corriendo, se agacha junto a Azael y lo reprende por salir huyendo.

—Vas a matarme de una angustia, hijo. —Tras ella llega un hombre grandote y algo mayor que la mujer, toma también al niño y suspira aliviado—. No puedes salir corriendo.

—Mamá, estoy negociando —dice con todo el aplomo.

Sonrío. Qué bonita actitud tiene. Sus dos padres tienen los brazos repletos de tatuajes, algunos de ellos cubiertos con protectores por estar recién hechos.

—¿Ah, sí? —pregunta el padre, con ese tono de condescendencia orgullosa que tienen los padres cuando sus hijos se oyen más adultos de lo que son—. ¿Y qué negociabas?

—Quiere un tatuaje que no sea sticker —intervengo.

El niño me mira.

—¿Eres el tatuador?

—Sí. ¿Qué quieres tatuarte?

Me he agachado para estar a su altura. El niño saca un papelito arrugado de su bolsillo y me muestra un dibujo: es una sencilla concha de mar. Asiento.

—Es porque mi mejor amiga se llama Mar y le gustan las conchitas.

—Pero no quieres uno que sea sticker —respondo, como corroborando.

El niño asiente con vehemencia.

—De acuerdo. Podemos hacer uno temporal si quieres, no puedo hacerte uno permanente.

Frunce el entrecejo como si le hubiera dado la peor noticia de su vida.

—¿Por qué?

—Porque los tatuajes no crecen contigo, campeón. Si te hago esta conchita ahora, cuando estés grande como tu papá, va a ser diminuta porque el cuerpo crece pero la tinta no. ¿Entiendes?

—Azael, no molestes más al señor —dice su mamá, apenada.

—No se preocupe, no molesta. —Miro al niño—. ¿Qué dices? ¿Te interesa?

Suspira, resignado.

—Bueno, ¿cuánto me durará?

—Una semana, más o menos. A tu amiga le gustará.

—Está bien.

—Necesito el permiso de tus padres.

Azael voltea a ver a ambos, pero con solo mirarlos, sé que su papá dirá que sí de inmediato. Se nota en el gesto de amor y orgullo con que lo mira. El niño me da el dibujo y lo paso pronto a mi teléfono, luego lo mando a la impresora que instalamos junto a Sandy. Cuando sale, lo recorto y le digo a Azael que entre a mi cubículo.

El niño se emociona al ver mi silla, al ver que me pongo guantes y que trato con tanta seriedad su primer tatuaje. Adhiero el papel con cinta a la piel de su antebrazo, luego tomo un algodón, lo empapo en acetona y presiono varias veces sobre el papel.

Lo dejo secar unos segundos y lo retiro. La tinta se ha transferido perfectamente. El niño me mira emocionado.

—¡Tengo un tatuaje!

—Dile a tu mamá si tiene un poco de polvo compacto de cara y te pones un poco encima para sellarlo, así durará más, ¿de acuerdo?

La mamá está a su lado, así que ha escuchado todo. La volteo a mirar y me sonríe agradecida, feliz cuando Azael se vuelve hacia ella con una sonrisa radiante en los labios.

—¡Papá! —grita Azael luego de mostrar su piel a su mamá. Sale corriendo hacia el mostrador, donde el hombre grandote lo espera, mientras mira nuestro catálogo—. ¡Papá! ¡Es el dibujo de Mar!

El hombre levanta al niño en sus brazos y le halaga el tatuaje. Luego me mira.

—Muchas gracias. ¿Cuánto te pago?

—Nada, no se preocupe.

El hombre asiente, agradecido. Luego señala el catálogo.

—¿Son tuyos todos?

—Más o menos la mitad. Los coloridos son mayormente de mi hermana.

La mujer sale también y mira el catálogo, al tiempo que su esposo le dice:

—Mira, es así el que quieres. —Señala uno de los trabajos de Vicky—. Ese es el estilo que buscas, ¿no?

—Sí. —La mujer me mira—. Desde ayer he buscado este estilo acá, pero hay poco y no me ha convencido. ¿Aún tienen citas?

Miro a Sandy.

—Depende de qué diseño quieras. Para acuarelas tengo espacio hoy a las siete o mañana a mediodía, y ya sabiendo el diseño te digo cuánto tardaría la tatuadora.

—¿Y para este estilo? —pregunta el hombre a Sandy, señalando un blackwork que hice el año pasado—. ¿Hay citas?

—En este momento Mau tiene un par de horas libres, si te interesa. O si quieres mañana tengo a eso de las cinco de la tarde.

—Parece que encontramos nuestro stand, mi cielo —dice el hombre a su mujer, que asiente, convencida.

Ambos deciden tatuarse acá y entre Vicky y yo los atendemos con toda la amabilidad del mundo, gozando de plasmar sus ideas que son maravillosas, sin saber ni por un segundo que esta pareja tiene una gran influencia en redes sociales y en el mundo del tatuaje, que hablarán excelente de nuestro stand, de nuestro trabajo y que gracias a eso, todas las citas de acá al final de la convención, se llenarán en menos de dos horas.

Y no solo eso, sino que al volver al hotel en la noche, Alexa nos informa que nuestras redes explotaron luego de la recomendación de esa pareja, que la solicitud de citas se ha disparado y que tenemos agenda llena por los próximos cuatro meses.

De todas las posibilidades de éxito que imaginé al obtener un lugar en la convención, la que ha resultado es el mejor de los casos posibles.

•••

Luego del fin de semana más activo de mi vida desde que empecé a tatuar, me alegra volver a casa. Todo ha sido perfecto, las ganancias fueron inesperadas y nuestro trabajo se ha posicionado mucho más ahora con esta experiencia.

—Estoy exhausta —dice Vicky, con una sonrisota en la cara. Recuesta su cabeza en Sandy y ella la envuelve con su brazo—. ¡Amé cada segundo!

—Mis amigos los exitosos empresarios —comenta Sandy con cariño—. Ya no son solo tatuadores, son los tatuadores. Los mejores de la ciudad.

—Necesitamos celebrar —digo—. El fin de semana, salgamos todos.

—Acepto —dice mi hermana—. Quiero embriagarme.

Sandy se ríe, negando con la cabeza.

Estamos en la sala de abordaje del aeropuerto, Vicky ya ha tomado su somnífero y si le sumamos su cansancio, no será difícil que quede inconsciente apenas entre al avión. De nuevo tengo el pensamiento de que la envidio; a mí los nervios no me dejan dormir y odio los medicamentos.

De pronto pasan varias cosas al tiempo: la aerolínea avisa que el vuelo se sobrevendió y no hay espacio para todos; ofrecen una compensación para aquellos que deban quedarse por seis horas —lo que tarda el siguiente avión con asientos libres en salir— y dicen que tienen solo algunos asientos para despegar ahora.

Vicky se lanza al mostrador para tomar uno de esos asientos y aborda luego de sonreír en disculpa al decirnos que su cuerpo no aguantaría tantas horas acá sin hacer nada.

Sandy y yo nos quedamos en el aeropuerto, con seis horas por delante y a solas. Miro sus ojos, que muestran tanta duda como imagino que muestran los míos. Si esto no es una señal del destino de que tenemos que hablar y aclarar las cosas antes de dejar esta ciudad, no sé qué lo sea.

—Fantástico —murmura Sandy, casi resignada, sonriendo débilmente.

Pese a todo, no puedo evitar sonreír ampliamente. Empujo su hombro con el mío, hasta que ella ríe también.

—Sí que lo es. 

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Gracias por leer ♥

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