QUINCE: Eso no es amor

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CAPÍTULO 15
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Mau

Trabajar por mi cuenta y tener éxito es todo lo que hago en la vida, no solo porque amo lo que hago, sino también porque tener algo en lo que enfocarme me obliga a estar fuera de casa la mayor parte del tiempo y eso a su vez hace que pueda ignorar lo que pasa con frecuencia en mi hogar a puerta cerrada.

No puedo ignorarlo siempre, por desgracia.

Es casi medianoche, el silencio de todo el lugar hace que sea muy fácil escuchar el choque de las llaves contra la cerradura de la puerta principal. El choque torpe, cabe aclarar, porque quien quiere entrar no tiene todos los sentidos ordenados como debería.

Escucho pasos adentro y sé que es mi mamá yendo a abrir la puerta, porque sabe que mi padre, en su estado, no lo conseguirá pronto.

Apenas entiendo las palabras que farfulla él. Logro captar que está pidiendo cena, mi mamá respondiéndole que está en la cocina, que solo debe calentar, él diciendo que vaya ella porque tiene que atenderlo, mi mamá accediendo.

Odio la situación. Odio el problema de alcoholismo de mi padre y el altruismo de mi madre que cree que por haber dado su voto de «en las buenas y en las malas» frente a un sacerdote, debe aguantar eso hasta el final de sus días.

Luego oigo que la voz ebria de mi padre llama a mi hermana. Escucho su puerta, vecina de la mía, abriéndose; obvio que ella también estaba escuchando atentamente, obvio que tampoco puede dormir. Salgo yo también, no porque me llamen, sino porque no voy a dejar que violente a mi hermana.

Papá está sentado en la silla del comedor, esperando la comida que mi mamá le está sirviendo en la cocina. Cuando ve a Vicky, empieza a farfullar:

—Necesito que mañana vayas a pagar la cuenta del bar.

—De acuerdo. —Vicky extiende su mano—. Dame el dinero.

—No tengo, tonta. Necesito que lo pagues tú.

Vicky se tensa, yo me acerco otro poco. Aún no me ha visto.

—No tengo dinero, papá.

—¡Cómo que no! Fueron a esa cosa de tatuajes y les quedó mucho dinero.

Llegamos ayer. No dejó pasar ni un día para ir a gastar dinero que cree que le debemos regalar.

—No tengo dinero —repite ella—, tengo gastos, ya no me queda nada.

Eso es mentira, pero Vicky y yo hicimos un acuerdo de jamás darle dinero de nuevo a papá. Si se necesita algo en la casa, ella o yo lo compramos, pero no licor, no sus borracheras, no sus deudas. Son cosas que él estando sobrio entiende, incluso pide disculpas por pedirlo, pero ebrio... ebrio es como otra persona.

—¡No me mientas! Sé que tú y tu hermano tienen dinero guardado.

—Que no es para tus borracheras —digo entonces, mi voz cortando el silencio en dos. Mi papá me mira con odio y se levanta de la silla—. De tus porquerías te encargas tú.

—No se te olvide con quién estás hablando, Mauricio, soy tu papá y me respetas.

—Yo no regalo respeto, conmigo te lo ganas.

—Mauricio, suficiente —dice mi mamá, conciliadora, poniendo el plato de comida en la mesa.

—Todo es tu culpa, mujer, tú los criaste así.

—Ya no más, Antonio, no vamos a hacer escándalo a esta hora, los vecinos...

—¡Me importan una mierda los vecinos! —grita él, como si al decirle que hiciera silencio, su reflejo fuera hacer más ruido aún—. ¡Y tú no me dices qué hacer!

De la rabia, da un manotazo al plato y termina en el piso, la porcelana rota, la comida esparcida por todo el lugar. Mi mamá se sobresalta, agacha la mirada y veo que mi padre se acerca a ella, amenazante.

De un salto llego frente a mamá y lo empujo a él.

—No la toques. —Mi padre levanta su brazo, dispuesto a darme un puñetazo, pero al mismo tiempo yo levanto el mío y alejo su mano con brusquedad. Me mira furioso—. Ya no tengo diez años, papá, ya no me voy a quedar llorando en una esquina mientras lastimas a mamá.

Mamá está llorando, Vicky se ha ubicado frente a ella también, protegiéndola. Mi papá no entiende razones e intenta pegarme de nuevo con sus puños, lo esquivo, intentando por completo no lastimarlo, solo evitarlo. Logra darme un golpe en la mejilla y por reflejo yo lo empujo tan fuerte, que cae de culo al suelo sobre los trozos de verduras de su cena; se lamenta y no se levanta.

Es un señor de más de sesenta años, no tiene los veintiocho que yo ni la fuerza que desearía.

—¡Mauricio! —solloza mi mamá, yendo a ayudarlo. Vicky se lo impide—. Victoria, suéltame.

—¡Déjalo, mamá! ¿No ves lo que hace?

—¡Es su padre! —grita, soltándose de su brazo, Vicky cede, impotente—. ¡Váyanse los dos!

Tengo el corazón acelerado, un zumbido en los oídos y un desprecio inhumano por el hombre en el suelo que no sabe ni dónde está tirado. Vicky pretende tomar de nuevo a mamá, pero yo tomo su brazo para impedirlo.

—Vamos.

—Pero...

—Vicky —digo, mi tono autoritario. Mi hermana llora en silencio pero no se resiste, yo miro a mi mamá—. Si te toca otra vez, mamá, no me voy a quedar en la habitación.

Arrastro a Vicky hacia mi habitación, escuchando de fondo el llanto de mi mamá y los resoplidos de papá intentando levantarse. Cierro la puerta cuando entramos y mi hermana se sienta en mi cama, mete su cara entre sus manos y llora de rabia.

—No entiendo cómo puede aguantar eso —escupe—, cuando éramos niños puedo entender que él nos mantenía y era necesario, pero ¿y ahora? Le hemos dicho que nos vayamos los tres y nosotros nos encargamos de todo económicamente, ¿entonces por qué?

La gente suele sorprenderse cuando me preguntan con quién vivo y respondo que con mis padres. «Pero tienes un negocio independiente», «pero podrías vivir solo y tener tu espacio», «¿no quisieras estar lejos y solo?», «ya estás más cerca de los treinta que de los veinte, ¿no te irás de la casa?».

Suelo —solemos, Vicky y yo—, sonreír y decir que somos muy apegados a mamá, exponiéndonos a que insinúen que somos unos mantenidos, parásitos que ya tan mayores exprimen a su pobre madre, o que somos niños de mami o cualquier suposición errónea.

Nunca decimos la verdad: que tenemos miedo de dejar a mamá sola con papá y que un día, quizás, la violente tanto que le quite la vida.

—Nunca va a dejarlo —respondo—. Mamá es de otra mentalidad, de otra época. Ha aguantado su violencia toda la vida, es todo lo que conoce.

—Pero no está sola, Mau. Nos tiene a nosotros.

No puedo responderle más porque no tengo más excusas; yo tampoco lo entiendo. A veces creo que es amor lo que mamá cree que la tiene atada a él, pero a la vez me pregunto cómo la dinámica que tienen ambos, una de abuso de poder y menosprecio por parte de papá, puede ser llamado amor.

No tiene sentido.

—Y no la dejaremos —digo tras un rato, cerrando la conversación.

Vicky se queda dormida en mi cama y aunque yo me acuesto a su lado, me cuesta mucho cerrar los ojos por estar pendiente con mi oído de que nada pase en la habitación del otro lado de la casa.

No hemos podido sacar a mamá de ese círculo vicioso dañino de mi papá pegándole, pidiendo disculpas al otro día y emborrachándose en la noche para pegarle de nuevo, así que solo nos queda acompañarla y protegerla en la medida de lo posible.

•••

—Sé lo que necesitas.

Samuel asiente para sí mismo, segurísimo de sus palabras. Me toma un momento encontrarles sentido, creo que es porque he estado distraído toda la mañana. En realidad he estado trabajando concentrado, pero los ratos en que él me habla, no logro concentrarme en lo que dice y me distraigo. Tengo mucho en la cabeza.

—¿Para qué?

—Estás lejos —responde—. Sé que siempre te pasa cuando tu papá hace esas cosas, por eso necesitas despejarte.

—En ese caso, lo que necesito es que mamá diga que ya es suficiente y acepte dejarlo. Pero supongo que no es eso lo que me estás ofreciendo...

Samuel aprieta los labios y niega con la cabeza. Estoy en un descanso de unos minutos mientras llega mi siguiente cita para tatuar; Samuel ha estado trabajando en el estudio desde que volvimos de la convención porque la agenda se llenó al punto que era necesario sí o sí tener a alguien extra ayudándonos. Y Samuel estaba sin trabajo, así que todo encajó perfecto.

—No, lo siento. Pero ¿qué te parece una cita con una amiga super hermosa que conozco?

Al escuchar «amiga super hermosa» Sandy se me viene a la mente, lo que me hace sonreír. Desearía tenerla conmigo justo ahora, pero sé que tenía una reunión familiar hoy. Samuel toma mi sonrisa como emoción por una cita a ciegas, pero de inmediato niego con la cabeza.

—No quiero citas a ciegas, Samuel.

—Puedo presentártela primero. Vino con una amiga hace un tiempo a tatuarse con Vicky, te vio de lejos y preguntó por ti. Le dije que estabas soltero y ahora es el momento ideal para...

—No quiero citas —repito—. Tengo mucho ahora en la cabeza, no quiero añadirle otra mujer a eso.

—¿Otra? —pregunta, sin dejar pasar ni lo más mínimo—. ¿Hay una?

—No, es una manera de decir.

Desvío la mirada, ocupándome de acomodar un poco el escritorio del estudio. Samuel guarda silencio e intento actuar con toda naturalidad, pero es mi mejor amigo, no es imbécil y me conoce.

—Hay una —confirma con toda certeza—. Estás saliendo con alguien.

—No te armes películas donde no las hay.

—¿Y quién es este amor secreto?

—Déjalo.

—Seguiré presionando hasta que me cuentes.

Lo conozco, sé que así será. Pero pienso en Sandy y en el acuerdo al que llegamos, uno que no romperé yo porque no voy a traicionar su confianza, mucho menos la oportunidad de esto que podríamos tener.

Así que no tengo de otra que dejar que Samuel insista, fingir que todo está en su cabeza y responder con toda seguridad, mintiendo:

—Presiona lo que quieras, no te puedo contar de lo que no existe. 

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