CUARENTA Y CUATRO: El cascaroncito que ha quedado
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CAPÍTULO 44
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Mau
Nos han dejado entrar a la habitación de Sandy por turnos, máximo de a dos personas y como nos repartimos por privilegios de amistad, ya todas entraron y solo quedamos Samuel y yo.
Nos dan paso cerca de las dos de la tarde; hace dos días y medio que Sandy ha vuelto con nosotros pero entre la vigilia permanente de sus padres, el tiempo que ha estado sedada y las revisiones médicas, apenas vamos a verla por primera vez.
La ansiedad me dificulta respirar. Saber que está a una puerta de distancia después de tanto tiempo sin saber nada de su suerte es una sensación nueva, es esperanza, felicidad y algo de miedo mezclados.
Entramos en silencio, cuidando los pasos para no hacer ruido como si eso fuera necesario, como si estuviéramos cuidando a la habitación de que no desaparezca ante nuestros ojos y se lleve a Sandy si hacemos mucho ruido.
Está recostada en la cama y está despierta; no gira a mirarnos cuando avanzamos hacia ella. Tiene sus brazos lánguidos a ambos lados, con las palmas hacia arriba y una de sus muñecas tiene un tubo conectado.
Luce pálida, su piel como ceniza; está delgada, los huesos de su clavícula y su rostro sobresaliendo de forma extraña. Tiene su melena destrozada, sus siempre pulcras trenzas están deshilachadas, varias de ellas caídas del todo, dejando solo un retazo de cabellos desordenados.
Pese a todo es Sandy. Nuestra Sandy.
Antes de entrar me prometí lucir fuerte frente a ella, recordarle que nunca dudé de que volvería a verla, pero teniéndola ahora aquí tan cerca, todas mis emociones se desparraman a mis pies.
Ahora entiendo que sí creí que la había perdido para siempre, que considero un milagro estar mirándola; comprendo lo mucho que la eché de menos, más de lo que me atreví a admitir para mí mismo.
También comprendo, de golpe, que Sandy está destruída por dentro y que no hay nada en nuestras manos que podamos hacer para quitarle el recuerdo del último mes que vivió.
Sandy ha regresado, pero no es nuestra Sandy. Es la Sandy que ese malnacido dejó luego de tenerla en su poder.
—Estoy tan feliz de verte.
Es Samuel quien habla primero, su voz temblorosa y sus ojos inundados en lágrimas. Sandy entonces repara en él y pule un intento de sonrisa, es de esos gestos que no son falsos sino difíciles de sacar porque el cuerpo y el alma no te dan para más.
—Aquel poema sobre la importancia de vivir cada día —dice Sandy.
—¿Qué? —Samuel arruga la frente, al igual que yo.
—Tu poema, el que recitaste hace tiempo cuando fuimos a aquel café. En ese poema pensaba cuando llegabas tú a mi mente. Me daba fuerzas. De todos ustedes recordaba algo y eso me ayudaba a seguir adelante, de ti es el poema.
Cuando parpadeo, siento la mejilla húmeda, así que desvío la cara. Sandy no ha notado que estoy acá o simplemente quiere darle toda su atención primero a Samuel.
—Te eché de menos cada día —confiesa Samuel. Toma su mano con delicadeza, con miedo y la aprieta entre las suyas—. Sandy, te quiero muchísimo. No te lo digo nunca y cuando no estuviste... me prometí decirlo más seguido cuando te encontraran.
—Yo tampoco lo digo mucho —responde ella, sonriendo, cansada—. Lo damos por sentado. Te quiero, Samu.
Samuel la abraza con fuerza, tanto como se atreve por temor a romperla. Besa su mejilla, con sus dedos limpia las lágrimas de ella y luego las suyas propias. Entonces se mueve, el ángulo de visión queda justo para que Sandy me mire.
Sus ojos llegan a los míos y se suelta a llorar con más fuerza, como si antes se estuviera conteniendo. Deja ir a Samuel, estira su mano débilmente en mi dirección; mi amigo se mueve a un lado, murmura algo de que me esperará afuera y nos deja solos.
Cuando tomo la mano de Sandy, ella me jala hacia su cuerpo, incluso se incorpora más, quedando sentada, rodeando mi cuello con cuidado de no incomodar el tubo en su muñeca.
Nos quedamos así, abrazados y llorando por no sé cuánto tiempo. Sus lágrimas mojan mi cuello, las mías su camisón del hospital. Toco su cabeza, lo que queda de sus trenzas, aprieto su nuca, su espalda, necesitado de tocarla hasta que mi mente se convenza de que es real.
Sandy solloza alto, su lamento me perfora los oídos y ella se aferra a mí con más fuerza aún, tanto como su cuerpo lo permite. Me duele sentir lo delgadísima que está, lo apagada y adolorida; esta Sandy es un cascaroncito quebrado en pedazos y me mata no tener manera de repararlo.
—Pensé en ti cada día —admite con la poca voz que encuentra en su garganta. No la suelto ni un centímetro y ella sigue hablando contra mi hombro—. En lo feliz que estuve ese día en la cafetería, en que necesitaba volver para sentir eso de nuevo. Me prometí que sin importar qué me hiciera, no me iba a quitar ese deseo de volver.
No sé qué decirle. Que su ausencia fue un suplicio, que sufrí cada día, que la necesité y la pensé cada noche, que no dormí por tenerla en mi cabeza. Todo eso es cierto, pero no se lo puedo decir, porque sin importar lo duro que hubiera sido este mes para mí, no se compara en absoluto con el infierno que ella vivió. Yo apenas recibí las llamas, ella se quemó por completo.
—No dejé de orar por ti —digo al fin—. Para que regresaras a mi lado. Pensaba cada día en esa mañana, en que si te hubiera acompañado...
—Nada habría sido distinto. Posiblemente solo hubieras salido lastimado. Ese tipo no se habría detenido... —Me separo solo un poco, lo suficiente para que podamos hablar mirándonos a los ojos. Sandy muerde su labio, conteniendo más llanto y niega con la cabeza—. Lo conocías.
—¿Qué?
Rafael López, el nombre resonó y resonó en mi cabeza desde que lo escuché, pero con tantas cosas en las que pensar, lo dejé pasar. Luego nos avisaron que la rescataron y todo lo demás se borró.
—Se tatuó contigo. Era una... especie de lagarto, la cara de un largarto. Lo tenía en la espalda, arriba, en la esquina.
Me toma solo unos segundos recordarlo: ese hombre fue al estudio el mismo día que le hice el retoque al tatuaje de Sandy, entró justo después de ella. El que me preguntó si era mi novia y dijo que era bonita.
La bilis me sube por la garganta. Lo tuve cerca, charlé con él... le conté que ese domingo iríamos a Rollos & dados, algo que ya había planeado con Samuel y las demás, independientemente de si Sandy y yo éramos pareja o no. Era el plan del que hablé con Samuel para distraer a Sandy de todo el lío del acosador.
Yo se lo dije, yo...
—Sabía que estarías ahí por mi culpa.
—No...
—Se lo conté, Sandy. La ida a desayunar ya tenía varios días planeada y cuando charlo con mis clientes hablo de todo, incluyendo eso, es...
—No es tu culpa.
—Si no se lo hubiera dicho...
—Me habría tomado en otro momento —asegura ella—. Me seguía, Mau. Tenía fotos mías en todas partes: en el centro comercial con mi mamá, en la calle con mis amigas, en el estudio con Vicky, en la feria contigo. Tarde o temprano iba a suceder, no importa lo que tú o alguna de las demás hiciera.
Me pongo de pie, alejándome de ella. Mis manos van a mi cabeza, la rabia me consume por dentro.
—¡Pude haberme quedado callado y...!
—¡Basta! —grita. Dado que Sandy ha hablado apenas en murmullos, escucharla gritar me congela en mi lugar—. ¡No hagas esto! Addie no deja de decir que si hubiera llevado el bolso al baño él no habría tenido la excusa para mensajearme; Kim dice que si hubiera ido al baño con nosotras hubiéramos sido más y por ende, más difícil llevarme; Lilian dice que si no hubiera tenido que orinar nada de eso habría pasado; mis padres dicen que no debían dejarme salir de casa en absoluto... todos se culpan, ¡todos, Mau! ¡Y AHORA TÚ! No puedo con eso. ¡El único culpable es él porque estaba enfermo! ¡Todo lo que me hizo lo hubiera hecho de un modo u otro, ninguno de ustedes podía detenerlo!
Levanto mis manos en son de paz cuando escucho que la máquina que interpreta su latido empieza a sonar más y más fuerte, más veloz, igual que el tono de su voz.
—Sandy...
—¡No tienes idea de todo lo que me hizo y lo único que ustedes hacen es pensar en hipotéticos escenarios en los que no pasó! ¡Eso no me sirve, Mau, porque sí pasó, sí me dejó así como estoy ahora, sí me mató! Pensar en modos de haberlo evitado no me va a ofrecer ningún consuelo. —Su voz baja de tono—. Y la gente... los medios no dejan de decir lo afortunada que soy de haber sobrevivido, lo felices que están de encontrarme, como si estar acá en este hospital sin dejar de pensar en él fuera un premio por mi resistencia y no un castigo, una secuela que tendré que soportar toda la vida después de viajar al infierno.
»Así que solo dejen de culparse, que yo ya me he culpado a mí misma lo suficiente, ya he repasado mil decisiones distintas que de no haber tomado, no habría pasado esto. Y no me ha servido.
Sandy toma aire, pasa sus manos por sus mejillas, luce exhausta mientras se libera.
»Me destrozaron la vida, Mau, él me desgarró el alma por completo y estar acá, verlos a todos ustedes me llena de felicidad, pero ya nada va a ser capaz de opacar el dolor que me dejó estancado en el pecho como una astilla gigante.
»Yo ya estaba lista para morirme, ya me había rendido cuando llegaron los policías. Me prometí que no me quitaría las ganas de volver, pero no pude cumplir esa promesa porque no quería seguir allá ni un segundo más. Pensé que morirme era la solución, pero como no pasó, ahora tengo que aprender a vivir con esto y no sé cómo hacerlo. Siento que ya no soy yo, siento que mi cuerpo dañado solo es el empaque de lo poquito que quedó de mi alma cuando él la tomó y la despedazó a su antojo.
»He perdido la fe en mí misma, Mau. Solo me quedan ustedes para aferrarme a algo de cordura. El resto lo perdí en ese sótano.
La puerta de la habitación se abre, una enfermera mayor entra, me sonríe cordial y luego va hacia Sandy. Revisa el monitor que sigue pitando con fuerza y la mira a ella.
—¿Cómo te sientes? —Le revisa las pupilas, el suero, la presión—. Tu corazón saltó, querida.
Aprovecho la intervención de la enfermera para tomar aire y calmarme. Cada grito de Sandy ha sido más doloroso que el anterior, pero no puedo ser el que necesite consuelo ahora, debo verme entero para ella, como un apoyo, no como una carga emocional más.
—Estoy bien. No me seden más, por favor.
—Eso lo decidirá el doctor, pero por ahora no es necesario. Ya casi te traen el almuerzo, querida, vendré en un rato de nuevo.
Sandy intenta sonreír.
—Gracias. —La enfermera sale, Sandy me mira—. Vete, Mau, por fa.
—Sandy...
—No estoy enojada —dice con dulzura, lo que me obliga a creerle—. Solo estoy cansada.
La forma en la que gritó cada palabra, en que cada una se desparramó de su boca sin control, me hace pensar que todo lo que dijo lo ha tenido guardado, que no se lo ha dicho a nadie pese a que ya todas la visitaron. Fui su catarsis y una vez liberada de todo no queda sino el vacío.
Me acerco de nuevo a su cama.
—De acuerdo. —Sandy aprieta mi mano con suavidad, una sombra de sonrisa en sus labios—. Todos estamos para ti, Sandy, para acompañarte en el proceso de... de reencontrarte.
—Lo sé.
—Te quiero.
Desvía la mirada, pero pronto la regresa a mis ojos. Toma aire, el inicio de un nuevo llanto acercándose.
—Te quiero más, Mau.
—Difícilmente más —murmuro.
Esta vez sonríe con menos debilidad.
—¿Te veré más tarde?
—Tanto como me dejen entrar. Nos tomamos turnos y peleamos por ellos, ¿sabes? Eres una amiga muy solicitada, Alexa casi abre una agenda para que pidamos cita.
—Sí es algo que Alexa haría.
Me inclino sin dejar que suelte mi mano y beso su frente. Mis labios permanecen tres segundos en su piel, luego mi otra mano acaricia su mejilla antes de que retroceda un paso.
—Come tu almuerzo y descansa.
—Vale.
La miro una última vez mientras se hace un ovillo en la cama, cubriéndose con la manta azul cielo, escuchando el pitido de su propio corazón.
Cierro la puerta tras de mí, una vez en el pasillo me dejo caer al suelo contra la pared, mis manos rodean mi cara y lloro como nunca lo he hecho en mi vida.
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