Capítulo 77.
William:
Ya no sé ni qué hora es, o si es de día o de noche, mi celda está completamente aislada de las otras y no hay ni un miserable orificio donde pueda ver la luz del sol. Las antorchas del pasillo están encendidas todo el tiempo y en el suelo húmedo no puedo ver ningún atisbo de luz solar.
Me siento como un animal enjaulado sin saber qué hacer, ni cómo actuar dentro de estas cuatro paredes, solo alcanzo a escuchar a lo lejos los gritos de algunos de los reos que deben de ser torturados por los carceleros.
Impaciente, me levanto de la cama de piedra que solo es amortiguada con un simple colchón fino todo raído y sucio, ni siquiera tengo una maldita sábana para cubrirme del implacable frío que se cuela por las paredes de piedra y donde se filtra una línea de agua, sabrá Dios de donde proviene, por su apestoso olor, diría que de alguna letrina.
Me pego a los barrotes y levanto las manos aferrándome a ellos aunque mis muñecas ya se sienten pesadas y adoloridas por los grilletes que ya me tienen en carne viva la piel.
—¡Esto es inhumano! —grito lleno de frustración y coraje, aunque sé que nadie puede escucharme.
Suelto el fierro y me siento de nuevo sobre la improvisada cama, necesito comer o beber un simple vaso con agua, tengo la boca seca y el estómago me cruje, ya que llevo no sé cuantas horas sin probar un bocado.
—¡Guarden silencio! —escucho como un susurro a lo lejos y me pongo atento.
El ruido de unas ruedas se escuchan cada vez más cerca y me levanto quedándome de pie junto a mi cama esperando hasta que el sonido se detiene frente a mi celda. Un hombre mayor, con las ropas deshilachadas se detiene frente a las rejas que me separan del frío pasillo, lo observo detenidamente, a pesar de su aspecto maltrecho y su ropa, se ven limpias sus manos.
Toma un tazón del carrito que pareciera que se fuera a desarmar en cualquier momento y lo pasa por la pequeña rendija que está cerca del suelo.
—Tenga su excelencia —dice y toma un vaso pasándolo por el mismo lugar.
Al principio me niego a acercarme, el tazón está lleno de una especie de masa viscosa blanca que no se ve para nada apetitosa.
»—Es avena, excelencia, está buena, yo mismo la hice.
Me acerco y tomo el tazón y huelo el contenido desconfiando de la palabra del anciano que debe ser un poco mayor que mi abuelo, pero a pesar del aspecto de la avena huele muy bien haciendo que mi estómago cruja de nuevo necesitando alimento.
—Le recomiendo que la coma, porque es lo único que se me ha ordenado servirle y una vez al día.
Cojo la cuchara y con ella tomo solo un poco de avena para probarla y cuando la saboreo, es como si un instinto animal se apoderara de mí, porque comienzo a comer con desespero, como si de eso dependiera mi vida y así es tristemente.
Trago el nudo que se forma en mi garganta con el vado con agua al pensar en mi futuro y cuando termino dejo todo en el suelo donde lo puso el anciano.
—Gracias —le digo cuando veo una pequeña sonrisa en sus labios— ¿Qué día es?
—Miércoles, ya casi es mediodía.
—Miércoles, llevo aquí un día y medio y ya me parecen años.
El anciano saca un pequeño reloj, viejo con el cristal quebrado y lo estira hacia mi, lo miro extrañado y el hombre insiste en que lo tome.
—Guárdelo debajo del colchón, para que pueda ver las horas —lo tomo a duras penas porque sé que a él le hace más falta, pero me lo guardo en el bolsillo de mi bata—. Mañana vendré a traerle más comida y tendrá una ración extra.
Le agradezco al hombre y veo cómo se va alejando por el pasillo con el carrito destartalado haciendo un ruido estruendoso con las ruedas de metal.
Guardo el reloj debajo del colchón como me indicó el anciano y me acuesto para tratar de descansar un poco ahora que tengo el estómago un poco más calmado.
***
En la noche no pude pegar un ojo, de vez en cuando observaba la hora en el reloj y tiritaba con el frío, la fina ropa que traigo no me cubre lo suficiente como para entrar en calor.
Miro una vez más el reloj, son las ocho y cuarto de la mañana. Al parecer anoche llovió porque el frío se intensificó y un pequeño riachuelo de agua corre desde la pared de roca y el suelo, yendo a parar por el pasillo.
El ruido de unos zapatos que avanzan apresurados por el pasillo me hacen levantar de la cama con la mirada atenta en los barrotes de la celda. El destello del cabello rubio como los rayos del sol se detiene en frente de los fierros y sus manos se aferran con fuerza en ellos.
—¡William! —dice con la voz entrecortada y veo sus ojos azules llenos de lágrimas.
—Katherine.
Me acerco lo más que puedo a los barrotes y aprieto sus manos debajo de las mías con fuerza. Como puedo tomo su rostro y le beso los labios, tantas veces como me es posible ya que Laos grilletes me maltratan las muñecas. Sin embargo, no me importa, porque mi rayo de luz está aquí frente a mi, pálida, ojerosa, pero a pesar de eso sigue siendo tan hermosa como cuando la conocí.
—¡Por Dios! —dice aterrorizada al ver el estado en el que me encuentro— ¡¿Cómo pueden mantenerte aquí?!, ¡Esto es inhumano!
—¿Cómo llegaste hasta aquí?
—Tuve que sobornar a unos cuantos guardias —dice y noto su desespero al ver mis muñecas en carne viva—, Alguien tiene que curar estas heridas.
Veo cómo sube un poco la falda de su vestido y rasga con fuerza la tela que lleva debajo de esta, con verdadero desespero la divide en dos piezas y como puede las desliza por debajo de los grilletes para tapar las heridas.
Llora en silencio y cuando termina le limpio las mejillas con mis pulgares, pero en el intento le ensucio el rostro y aparto mis manos con rapidez.
—Lo siento, te ensucie sin querer.
Ella niega con la cabeza y toma mi mano para ponerla de nuevo sobre su mejilla.
—No puedes seguir aquí —dice entre sollozos—el abuelo está arriba tratando de hablar con el comandante. De repente noto que a su lado hay una cesta que no había visto antes y retira el mantel que la cubría—. Te traje algo de ropa, un par de zapatos porque estos desalmados te trajeron descalzo y una manta para que te arropes por las noches.
Mientras habla va pasando las cosas por las rendijas entre los barrotes y las voy amontonando sobre mis manos.
—También traje algo de fruta y panecillos, ahora hay menos, porque en la entrada el carcelero me robó el resto.
Oigo la molestia en su voz y no puedo evitar reírme porque suena como una chiquilla cuando sus padres la descubren en una travesura.
—No importa —le digo dejando todo sobre mi cama— ¿Cómo te has sentido? —preguntó al ver lo pálida que está—, ¿Ya te ha visto el médico?
—Aún no regresa, pero el abuelo mandó por uno al otro pueblo, esperemos que llegue pronto.
Asiento con preocupación, pero un destello viene a mi mente y la miro con asombro mientras ella me observa con el ceño fruncido.
—Katherine, no estarás... —sacó mi mano y tocó su vientre plano sobre las capas de tela que la cubren— Tienes náuseas, mareos, sueño todo el tiempo.
Siento sus manos sobre la mía y sus ojos se abren tan grandes que puedo jurar que veo como sus pupilas brillan con asombro.
—William —titubea—, no lo había pensado.
La palma de mi mano me quema tan solo pensar de que existe la posibilidad que lleve a mi hijo en su vientre y mi corazón salta de alegría.
—Mi amor —digo lleno de alegría—, ¿No has manchado la cama en estas semanas?
Pregunto ya que después de que supo de lo Anne se fue a donde sus padres y ella niega llenandose sus ojos con nuevas lágrimas.
»¡Dios mío, si estás embarazada, seré el hombre más feliz del mundo! —grito y la tomo del rostro para estamparle besos en los labios lleno de felicidad. Sin embargo, el gozo que siento se esfuma inmediatamente al recordar el lugar en donde estoy y del que no sé si llegaré a salir algún día— Necesito salir de aquí cuanto antes, si estás embarazada quiero estar presente.
Fijo mis manos sobre sus mejillas con fuerza, pero sin lastimarla bajo su mirada atenta en mis ojos.
»No quiero que mi hijo nazca estando yo en una triste celda maloliente. Mi heredero no tendrá un padre presidiario y mucho menos acusado injustamente de un asesinato que no cometió.
—El abuelo está haciendo todo lo que puede por sacarte —me dice aferrando sus manos a mi rostro—. Simon y Claus ayudan también, pero no han encontrado ninguna pista para demostrar que es una vil trampa en tu contra.
Nos miramos en silencio unos instantes, pero la voz del carcelero la hace dar un respingo.
—¡Su tiempo acabó, excelencia! —dice en voz alta sin llegar a ser un grito.
Katherine acaricia mi rostro por última vez y yo beso la palma de sus manos justo antes de que las saque de entre los barrotes. Veo cómo se agacha y toma la cesta que trajo aferrándose a ella con fuerza y voltea a ver al carcelero.
—Le agradecería que pudiera llevarlo a darse un baño y que le vean las heridas de las muñecas.
—Excelencia, le recuerdo que esto no es una posada y su esposo es un reo más.
—Y los reos también tienen derecho a un baño y hacer atendidas sus heridas.
Suelta con desagrado y el hombre increíblemente asiente, sin embargo, Katherine lleva una mano al bolsillo de la falda de su vestido y toma un par de monedas de oro y se las entrega al hombre.
»Atiéndalo como es debido y tendrá más de estas.
El carcelero las toma y las guarda en su pantalón.
—No tendrá una atención de primera, eso se lo aseguro porque el comandante estrictamente ordenó que se le tratara como una escoria Milady, pero a pesar de eso, le he enviado al anciano con comida, para mantenerlo alimentado una vez al día.
Katherine asiente y veo que el hombre la acompaña hasta el final del pasillo y minutos después este regresa parándose frente a los barrotes.
»Cuando el comandante y sus hombres se descuiden, lo vendré a buscar y lo llevaré para que se asee y enviaré al anciano con algo para tratar sus heridas.
Le agradezco al hombre que aunque sea por unas cuantas monedas de oro se que al menos hará mi estancia aquí un poco más llevadera.
***
Como dos horas más tarde, el carcelero vino y me llevó a asearme con agua fría, a pesar de estar tiritando por lo helada que estaba lo agradecí porque necesitaba darme un baño. Estoy agradecido de que Katherine me haya traído ropa abrigada y zapatos los que me pongo antes de regresar a la horrible celda donde a propósito me encerró el comandante.
Me siento sobre el fino colchón que apenas y evita que la frialdad de la roca donde está puesto llegue a mi espalda y comienzo a pensar en el futuro que me espera si sigo encerrado aquí, ya que de nueva cuenta le prohibieron a mi abuelo que me visitara.
La idea de que mi mujer espere a mi heredero me hincha el pecho de felicidad, pero no puedo permitir que sea el hijo de un presidiario. La rabia me consume al darme cuenta de las cosas y me levanto de golpe de la cama con una sola idea en la cabeza.
—Debo salir de aquí como sea.
——————————
Lord Ferguson:
Golpeo el borde del coche antes de subirme en el, la impotencia de saber que mi nieto sigue encerrado en ese calabozo tan deprimente me llena de frustración y rabia.
El maldito comandante no me permitió verlo de nuevo, aunque me queda la satisfacción de que mi nieta logró hacerlo así sea sobornando a los subalternos que por unas cuantas monedas, sé que venderían su alma al mismísimo diablo.
Descargo mi furia en contra del coche antes de que Katherine salga y me vea abatido y rendido, por más título y conocidos que tengo no he podido hacer que ninguno ponga las manos en el fuego por mi nieto, aunque saben que él es inocente, nadie se atreve a desafiar a la Reina ya que Vincent era de su agrado y vea ya a saber Dios cómo se lo ganó ese canalla.
Katherine entra en el coche con ayuda del cochero y se sienta frente a mi con los ojos enrojecidos e hinchados, a leguas se nota que ha llorado y la entiendo, ver al amor de su vida, en ese lugar donde no hay ni un ápice de humanidad, me aprieta el pecho, por eso no quería que ella viniera, pero esta mujer es terca como una mula y cuando me subí al coche en casa, ya ella estaba instalada dentro.
Afortunadamente a Joan si pude persuadirla para que no viniera, me bastó yo para cargar con todo el peso de lo que esto trae consigo.
El coche comienza a moverse y tras caer una rueda en un pequeño bache que hace que este se mueva de más, noto como Katherine se aferra con ambas manos a su vientre y un nudo se forma en mi estómago.
—¿Estás bien? —pregunto y ella asiente con la cabeza sin apartar las manos— ¿No has experimentado mareos, náuseas? —vuelvo a preguntar imaginándome que está embarazada.
—Las náuseas típicas que se pueden sentir en un lugar donde inhumanamente tienen a William, ese lugar es nauseabundo, huele a excremento, abuelo no podemos permitir que siga ahí.
Sus ojos se nublan víctima de las lágrimas y aprieto la empuñadura de mi bastón con fuerza por la impotencia que me corroe las venas.
—Estoy haciendo lo humanamente posible para sacarlo de ahí, pero mis amigos a pesar de saber que William es inocente no quieren enfrentarse a la furia de la Reina si ella decidiera interferir, ya que Vincent era su protegido.
Ella asiente resignada y maldigo para mis adentros cuando tengo que apartar la vista de sus ojos entristecidos.
Al llegar a casa de William me encuentro con James y Caroline esperándome en la sala.
—Tenemos que reunirnos en el despacho — le digo a mi amigo después de saludarlos y James sale conmigo de la sala.
En el despacho me sirvo un whisky doble y me lo bebo de un trago para servirme otro igual, justo cuando estoy llevándome el segundo a la boca James me lo impide.
—Con calma, ebrio no vas a solucionar nada - dejo el trago en el minibar y me dejo caer en el sofá cansado.
—No sé cómo solucionar esto —le digo desanimado—. William tiene todo en su contra, los testigos rindieron declaración y mintieron dando más peso a su situación.
—¿Antoine, ya salió? — pregunta y asiento.
—Justo antes de que llegara a la comandancia, lo envié a su casa para que se aseara y descansara. Por la tarde debe estar aquí para reunirnos con el abogado.
—Tengo a un hombre siguiendo a lord Thomas y otro a Richard —suelta y levanto la cabeza para verlo caminar hasta el minibar y servirse un trago—. Supongo que son ellos los que le tendieron la trampa a mi yerno —me entrega el vaso que me había servido y toma un sorbo del suyo—. Mañana por la mañana tendremos noticias.
—¿Desde cuándo tienes gente siguiéndolos?
—Justo cuando me enteré de todo. Lord Thomas no anda en buenas compañías, supe que tiene varios negocios ilícitos, además, sospecho de que fue él quien me arrebató las tierras hace un tiempo.
—Sobre eso, dije que iba a ayudarte a esclarecer el asunto, sin embargo, mis hombres no han sabido nada.
James asiente y bebe su trago.
—Tendremos que comprar algunas conciencias para descubrir todo y así poder encarcelarlo a él y a su hijo, no creo que lord Thomas actúe solo en esto.
—Tenía esa sospecha y ahora que lo dices, tiene sentido, ese hombre es un cobarde y si tiene negocios ilícitos, algunos bandidos deben de estar trabajando para él.
—Envié una carta urgente a Phillip para que se una a nosotros, tiene muchos contactos foráneos que pueden servirnos.
—¿No es peligroso que regrese debido a la situación en la que se encuentra?
Pregunto sabiendo que tuvo que huir para salvar a su prometida, ya que el clan donde ella creció y del que huyó no han dejado de buscarla a ella ni al niño.
—No, el clan de ella ya no está aquí, desviamos la pista hacia América, cuando todo esto se aclare se él regresará a Suiza, donde se encontrará con Anne que partió ayer hacia allá.
No me sorprende la noticia de la ida de Anne, para ella fue lo mejor ya que el anuncio de su divorcio no tardará mucho en publicarse al igual que la anulación del matrimonio de Katherine y William.
—Las habladurías no cesarán en un tiempo en nuestras casas cuando se sepa lo del divorcio y la anulación del matrimonio de mis nietos.
—Es lo que menos me preocupa en este momento, además, siempre pueden volver a casarse —acota para tranquilizarme, pero es en vano.
—Claro, pero en la clandestinidad —digo con cierta molestia—. Como si su amor estuviera prohibido y fuera repudiado por la sociedad.
—Claus y Sophy tuvieron que huir a Escocía para casarse Cristhian y no veo que sean repudiados por ninguno de nosotros, solo por el padre de él que es un idiota.
—Eso no puedo discutirlo porque lo es.
El día pasa en un santiamén mientras estamos reunidos todos con mi abogado y Antoine que parece un alma en pena, ojeroso y delgado, los días sin alimento le pasaron factura. Al verlo se me hace un nudo en la garganta pensando que mi nieto podría estar pasando por esta misma situación si Katherine no hubiera sobornado a ese guardia esta mañana para que la dejara pasar el saco con la ropa y algo de alimentos para él.
El color naranja comienza a colorear el cielo dándole paso al anochecer cuando entran Claus y Simon al despacho. Mis ojos ya no aguantan leer un documento más buscando pistas para demostrar la inocencia de mi nieto, sin embargo lo que han averiguado la caballeros que crecieron junto a William no me traen ninguna esperanza de que podamos liberarlo pronto.
—Nadie quiere hablar, es como si alguien los tuviera amenazados a todos.
La impotencia de Simon se nota hasta en su manera de vestir, no es que siempre se haya vestido de punta en blanco, no, él es como William, le gusta lo sencillo, pero ahora, se ve desaliñado, ojeroso, la falta de sueño nos está afectando a todos y lo noto cuando echo un vistazo a los hombres que me acompañan desde más temprano y a estos dos últimos.
Suelto un suspiro lleno de cansancio y me levanto de la silla de detrás del escritorio de roble y marmol y les digo:
—Caballeros, esto ha sido todo por hoy, es mejor que vayan a descansar, mañana me espera un día largo.
James me mira y se levanta también.
—¿Jugaremos nuestra última carta? —me pregunta y temiendo yo mismo por mi respuesta asiento.
—Mañana tendremos una audiencia con el Rey.
—Llevaremos a Caroline, la tía Gertrude y ella eran muy amigas, intentaremos convencerla de que se ponga de nuestro lado, por la vieja amistad que tuvieron.
—Vayan, descansen y Simon... —lo detengo antes de que salga del despacho—, si para mañana no viene el médico a ver a mi nieta, busca en el pueblo más cercano, no puede ser que ese hombre tarde tanto en venir.
Simon asiente y sale junto a Claus, a mi abogado y a Antoine. Estando solo en el despacho, volteo hacia la ventana mirando cómo el cielo se oscurece y mis pensamientos se van de nuevo hacia mi nieto.
—¿Que vamos a hacer si no conseguimos la aprobación del Rey y la Reina no quiere interceder por mi yerno?
Veo el reflejo de James a través del cristal del ventanal, está de brazos cruzados apoyado en el marco de la puerta.
—Tendremos que seguir los otros caminos entonces —le digo seguro de lo que todo esto conlleva.
—Bien —responde mi amigo—. Traje cosas de valor, con eso debería ser suficiente para comprar algunas conciencias más.
Asiento con un ligero movimiento de cabeza, sin embargo, algo me dice que la visita de mañana no va a traer nada positivo para William y en este momento estoy temiendo por la vida de mi nieto, porque si resulta que nuestras sospechas son ciertas, el desgraciado de Chapman y su hijo buscarán asesinar a mi nieto en la cárcel.
***
Como lo sospechábamos, la visita al palacio fue una pérdida de tiempo, el Rey solo nos atendió diez minutos y no quiso darnos su palabra ante la situación de mi nieto, sin embargo no todo estuvo perdido, Caroline pudo reunirse con la Reina y a pesar de que ella sentía un cariño especial por Vincent, nos dio su palabra de averiguar cuándo sería el juicio de William para que estuviésemos preparados.
La cámara de los lores se mantiene en total silencio y al ser James y yo los involucrados no nos han tomado en cuenta en la últimas reuniones, sospecho que aquí también tiene las manos metidas lord Thomas a pesar de no ser un miembro tan influyente dentro de esta, aún mantiene amistades de peso ahí.
Tras dejar a Caroline en casa de William y Katherine, vamos camino a la comandancia a ver si puedo hablar con mi nieto.
El olor nauseabundo del pasillo de los calabozos me revuelve el estómago. El carcelero que nos acompaña, espanta con uno de sus pies a un grupo de ratas que se encuentra en un rincón peleando por un mendrugo de pan rancio que debió de haber tirado uno de los reos.
El ruido de un carrito siendo arrastrado por un anciano llama mi atención unos instantes, le veo la cara y tiene un ojo amoratado, me pregunto quien se habrá atrevido a golpear a un hombre de tan avanzada edad, el anciano apenas me ve me reconoce y palidece en el acto, entrecierro los ojos al notar el nerviosismo de él cuando pasa junto a mi e intento ir más rápido hacia la celda donde está William y la encuentro vacía.
Me tenso y miro de reojo al carcelero a mi lado quien mueve su manzana de Adán tragando saliva.
—¿Dónde está mi nieto? —le pregunto con la voz tensa y el niega con nerviosismo a mi lado.
—No... No lo sé... Mi guar... Mi guardia acaba de empezar.
Doy la vuelta y a zancadas camino lo más rápido que puedo seguido del carcelero que grita mi nombre sin descanso, pero no le hago caso, necesito saber de mi nieto. Subo las escaleras encontrándome a pocos pasos del despacho del comandante y abro la puerta sin tocar antes para encontrarlo con los pantalones abajo embistiendo a una mujer por atrás que tiene su torso pegado al mugriento escritorio con el vestido hasta la cintura.
La infeliz pareja se separa de golpe y miro hacia un lado cuando el comandante se gira hacia mi con el miembro afuera tratando de subirse los pantalones.
—¡Pero, es que acaso no le enseñaron a tocar la maldita puerta! —grita el hombre rabioso subiéndose la cremallera, mientras que la mujer sonrojada se acomoda las faldas del vestido— ¡Hoy no hay visitas para ti! —le grita a la mujer que no debe tener más de treinta y tantos.
La mujer se le arrodilla suplicándole que le permita ver a su marido en el calabozo y la bilis se me revuelve al saber la clase de alimaña es la que nos brinda la supuesta seguridad al pueblo y las artimañas que debe armar para conseguir lo que quiere.
Clavo las palmas con rabia sobre el escritorio cuando veo que él se sienta del otro lado y le exijo saber dónde está William.
El hombre me sonríe con aires de grandeza y se cruza de brazos haciendo que pierda la paciencia.
—¡¿Dónde está mi nieto?! —vuelvo a preguntar.
—Se lo llevaron bien temprano en la mañana, tenía que presentarse ante el juez que dictara su sentencia.
Lo miro y no le creo ni una de sus palabras.
—¡Miente!
—¡¿Para que otra cosa lo sacaría de su celda?!—habla con un tono de burla que me irrita.
—Voy a averiguar por mis propios medios donde está —le advierto— Si me entero que le a tocado un solo cabello...
—¡Aquí la autoridad soy yo! —me interrumpe— Acaso cree que voy a sacarlo de su celda para que dé un paseo... Fue llevado ante el juez.
—Volveré por la tarde y espero pasar a verlo —exijo con autoridad, pero ese imbécil se ríe y su risa me revuelve el estómago.
—El reo estará castigado, nadie autorizó que le pasaran comida de afuera.
El muy maldito se dio cuenta.
»Incomunicado por tres días —confirma y no me queda de otra que salir de ahí con los puños apretados, sin poder hacer nada.
Ya afuera con el sol en lo más alto camino lleno de rabia hasta mi coche cuando escucho que alguien me sisea muy bajo entre los arbustos.
—Psst... Psst —volteó y veo al anciano que llevaba el carrito en el calabozo.
Con cautela me acerco al hombre y logro detallar bien su ojo amoratado.
»Es usted el abuelo del caballero de cabellera larga, ¿No es cierto?
—Lo soy —digo y veo como voltea a todos lados nervioso.
—Su nieto fue llevado ante el juez esta mañana apenas apuntaba el sol por el oriente, de ahí lo trajeron y lo encerraron en un calabozo de castigo porque le encontraron algunas frutas entre el colchón la piedra de su celda —aprieto la mandíbula con rabia—. Yo lo he estado alimentando con un tazón de avena de mas.
Vuelve a mirar hacia los lados y carraspea antes de volver a hablar.
»Se dicen muchas cosas en la comandancia, no es nada bueno para su nieto —lo miro atento a sus palabras—. El carcelero de hace un rato, vio como anoche un caballero de buen porte y otro con un parche en el ojo se reunieron con el comandante.
—¿Escuchó algo de lo que hablaban? —el hombre palidece y traga saliva.
—Escuchó algo de un motín y que alguien debería morir. Siento que es su nieto Milord.
Quedo estático al escucharlo decir esas palabras, ya nuestras sospechas están claras, quieren deshacerse de él a como dé lugar.
—¡Malditos! —gruñó de impotencia y rabia a la vez—. Voy ahora mismo a enfrentarlos.
Intento dar un paso, pero el anciano me detiene nervioso.
—¡No Milord!, si lo hace al carcelero y a mi nos fusilaran y nos echaran a una fosa común... Yo, yo no tengo familia, pero el carcelero si.
Ir por esos malnacidos y enfrentarlos o quedarme callado para salvar dos vidas que no me importan más que mi nieto, pero saber que puedo dejar a una mujer viuda e hijos huérfanos, eso no puedo tenerlo en mi conciencia.
Sin embargo, en esa posición estoy poniendo a mi nieta y a su hijo si es que en verdad está embarazada.
—La revuelta no será ahora Milord, esperarán a que dicten sentencia, su nieto estará a salvo por ahora... El carcelero y o estaremos al pendiente de él.
No estoy del todo tranquilo, pero algo me dice que confíe en el anciano y en el carcelero. Meto una mano en mi bolsillo sacando unas cuantas monedas y se las extiendo, el anciano niega y con su mano rechaza la mía.
—No lo hago por dinero Milord, a leguas se nota que su nieto es inocente, pero podría entregárselas al carcelero la próxima vez que lo vea, tiene un hijo en cama.
—Está bien, pueden contar conmigo para lo que necesiten, solo manténganme al tanto de mi nieto.
Salgo de ahí con la impotencia hirviendo en el pecho y miro a James que me estudia atentamente sin decirme nada.
—William está en un calabozo de castigo por tres días, le encontraron la comida que Katherine le entregó.
—No podemos decirle nada a ella, cómo está, se culpará —asiento.
—Eso no es todo, si el juez lo declara culpable, inventaran un motín en la cárcel para asesinarlo.
La cara de James se enrojece y veo que sus nudillos se ponen blancos.
»Lord Thomas está detrás de todo esto —finalizo y no me da tiempo de reaccionar cuando veo que el puño de James se estrella contra la ventanilla haciendo añicos el cristal.
—¡ESE MALDITO HIJO DE PUTA!
James arde en cólera, lo he visto furioso, pero nunca tan encolerizado como ahora, tanto que hasta me sorprendo yo mismo.
—Tendremos que armar un plan para atraparlos.
—Déjamelo a mí —pide entre dientes—, ese malnacido y yo tenemos una gran deuda.
Sacude el puño con el que rompió la ventanilla y salpica el coche con su sangre. Saca un pañuelo de su traje y lo envuelve sobre la herida que se hizo con el Cristal.
»Está sangre no es nada para lo que derramarán los Chapman. Lo juro.
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