Capítulo 75
Narrador omnisciente:
La salida de la ciudad de William se dio casi al mediodía.
Montado junto a su abuelo en el coche no puede evitar recordar las palabras dichas por Penelope unas horas atrás mientras observa por la ventana.
«¿Seré capaz de empuñar un arma y matarlo?»
Lord Christian fija la mirada en su nieto quien desde que entró en el coche ha permanecido callado
—¿Pasa algo hijo? —le pregunta y su nieto sacude la cabeza retirando la vista de la pequeña ventanilla del coche.
—Solo pensaba.
—¿Y se puede saber en qué pensabas?
William duda unos segundos antes de hablarle a su abuelo de nuevo.
—¿Crees que Vincent se atreva a pelear por lo que no le pertenece?
—Vincent es igual a su difunta madre hijo —confiesa—. Georgina nunca tuvo otro papel en la vida de mi primo que el de su amante. Era una mujer codiciosa, mi primo siempre le consintió sus caprichos hasta que quedó en la ruina y ella lo abandonó llevándose al niño con ella. Fue su perdición, el resto de la historia ya la sabes.
William asiente trayendo a su memoria la vez que llegó su abuelo a casa de su padre dando la noticia del suicidio de su primo, tras su fallecimiento, su esposa, enloqueció yendo a parar a un manicomio donde años después, ella también murió.
—Vincent tiene todas las de perder, su padre perdió el título un par de años después de su nacimiento.
—Tiene el apoyo de la reina, de algún modo logró conseguirlo.
Responde William y Lord Christian posa su mano sobre el hombro de su nieto intentando que este deje de preocuparse.
—El que tenga el apoyo de la reina, no hará ninguna diferencia.
William asiente y vuelve su vista a la ventanilla sin apartar la preocupación de su mente.
***
Tras largas horas de camino al fin llegan a la hacienda Kensington cuando el sol comienza a pintar el cielo de un naranja oscuro. Las grandes puertas de metal se abren de par en par dándoles la bienvenida. El lazo negro que indicaba el luto por el pequeño fallecido, ya no está.
El coche se detiene justo al inicio de las escaleras de la entrada a la mansión. William baja primero y las puertas de la casa se abren dejando a la vista el cuerpo de Josephine quien los espera con los brazos cruzados mirando con recelo al esposo de su niña Katherine.
—Caballeros —saluda ella haciendo una corta reverencia con su cabeza.
—Milady —saluda el anciano haciendo un gesto con su sombrero.
Josephine los hace pasar al salón donde los invita a sentarse.
—Iré por mi niña Katherine y por James —avisa sin apartar los ojos de William—. La cena estará lista pronto, imagino que se quedarán a comer.
—Nada como una buena cena en casa de mi amigo —dice lord Christian después de acomodarse sin desparpajo sobre el sillón. Josephine lo observa y le da una media sonrisa antes de retirarse.
***
Estando todos sentados a la mesa en la hora de la cena, lord Christian se dirige a Anne quien decidió bajar a comer.
—Me alegra mucho verte Anne —le dice y ella le da una sonrisa por cortesía.
Anne de vez en cuando les echa una mirada disimulada a William y a su hermana, viendo cómo interactúan con discreción delante de su padre, sin decir una palabra.
Luego de la cena, los hombres se reúnen como es costumbre en el pequeño salón para beber un digestivo y fumar.
William sigue con la mirada a su esposa cuando pasa por el pasillo hacia la entrada de la casa con su manto de la iglesia puesto sobre la cabeza.
Con pasos apresurados, pero disimulados se acerca a ella.
—¿A dónde vas? —pregunta confundido al ver la hora en su reloj de bolsillo.
—Vamos a la capilla a rezar un poco.
William le acaricia con dulzura el rostro, justo cuando alguien carraspea detrás de él haciendo que este voltee y vea a Anne que viene en compañía de su madre y Josephine.
—No se tarden mucho —le dice a su esposa antes de mirar a las demás damas.
Al terminar la hora de oración por el eterno descanso de sus difuntos, las damas se preparan para irse de nuevo a la mansión. Como ha sido todos estos días, lady Caroline se adelanta junto a Josephine dejando a Katherine y a Anne atrás, quienes son las encargadas de apagar las enormes velas de la capilla.
Katherine está absorta apagando las llamas de las velas de su lado del lampadario cuando Anne la saca de su concentración.
—Ya deberías regresar a tu casa —suelta de la nada sin mirarla, haciendo que su hermana voltee a verla sorprendida—. Ya no tiene caso que sigas aquí.
—Anne, yo.
—Tu tienes una vida y un esposo que te adora y al que amas Katherine —Anne voltea a verla—. Y es tiempo que continúes con tu vida, no puedes estar todo el tiempo dejando de vivir por temor a lastimarme.
Katherine agacha la cabeza apenada porque su hermana tiene razón.
»Cometí errores y los estoy pagando con creces, créeme —Los ojos de Anne se nublan—. Ya perdí todo lo que tenía, no voy a permitir que tú hagas lo mismo. Vete con tu marido y se feliz.
Katherine asiente y Anne le da una media sonrisa.
—Vas a seguir adelante Anne, aún eres joven y bonita, quizás más adelante, encuentres a alguien más que...
Anne mueve la cabeza antes de interrumpirla.
—Nadie querrá a una perdida como yo.
—Anne, tú no...
—Richard solicitó el divorcio por adulterio, así que todos pensarán que soy una mujerzuela —se encoge de hombros—, me quedaré aquí unos meses y luego me marcharé.
Katherine la mira con asombro
»Tal vez me vaya a Suiza con Phillip o con Paul.
—¿Con Paul? —Katherine le pregunta sin creer lo que acaba de decir su hermana.
—Si —confirma su hermana—, hace unos días recibí una carta de él dándome sus condolencias y palabras de aliento—. Al parecer su socio tiene una hija de nuestra edad, no está muy bien de salud y necesita de alguien que la atienda. Estoy dispuesta a hacerlo.
—¡¿Tu, ayudando a alguien?! —los ojos de Katherine se abren de par en par incrédula por las palabras de su hermana, quien ríe sin que la sonrisa le llegue a los ojos.
—Si, aunque te parezca imposible, quiero recomponer mi vida y qué mejor manera que ayudar a alguien que lo necesita.
—Me alegro mucho por ti Anne.
Katherine sin pensarlo, se va a los brazos de su hermana quien la abraza con sinceridad.
—Vamos, William debe estar preguntándose dónde está su esposa.
Katherine entra junto a su hermana a la casa cruzando por el pasillo que da al pequeño salón donde aún permanecen los hombres charlando antes de dar la hora de dormir.
Sonriente, Katherine se acerca a su marido y le pide que baje un poco la cabeza para decirle algo al oído:
—Deja la puerta de tu habitación abierta esta noche.
Posa su mano sobre el pecho de su marido y con una sonrisa coqueta se despide de él dejando un casto beso sobre su mejilla.
William la mira sorprendido y no disimula la sonrisa alentadora que se dibuja en sus labios ante el descaro de su esposa. La sigue con la mirada hasta que desaparece en una esquina del arco de piedra. Unos segundos después, su vista se cruza con la de Anne quien le sonríe y este asiente sabiendo que su cuñada tuvo algo que ver ante el atrevimiento de su mujer y ella se va por el mismo camino que acaba de cruzar su hermana.
—¿Pasa algo hijo? —pregunta su abuelo sacándolo de sus pensamientos.
—No, nada, de repente me dio mucho sueño —le dice a su abuelo posando una mano sobre el hombro de este—. Deberías hacer lo mismo e irte a dormir.
***
Un ansioso William camina de aquí para allá dentro de su habitación antes de que las luces de la mansión sean apagadas.
Impaciente revisa su reloj de bolsillo cada cinco minutos y de rato en rato, asoma la cabeza por la puerta para confirmar si ya están apagadas.
Suspira cuando sigilosamente cierra la puerta de su habitación al notar que Josephine camina por el pasillo trayendo consigo una pequeña lámpara que ilumina la alfombra por donde pisa, mientras va apagando las luces.
Con la respiración agitada por la impaciencia, se desata el albornoz que cubre su desnudez y se acuesta sobre la cama tomando la sábana para cubrir únicamente su masculinidad.
Cómodo con la espalda recargada en el espaldar de la cama y sin apartar los ojos de la puerta espera desesperado por que está se abra y aparezca la mujer que le roba los sueños y los suspiros a cada instante.
William estira su brazo hacia la mesita de noche, tomando su reloj para volver a mirar la hora, sintiendo que los minutos pasan como si fueran una eternidad y ella no aparece.
Son casi las diez de la noche. El silencio, es ensordecedor, solo el sonido de la estridulación que hacen los grillos contra sus alas se cuela por la ventana.
—Voy a ir por ella —dice decidido ya que ella no da signos de aparecerse en su puerta.
Toma la sábana alzándola para levantarse e ir por Katherine, pero el sonido del pomo de la puerta lo alerta y sabiendo que es ella, vuelve a apoyar su espalda sobre el cabecero y se cubre la entrepierna.
Katherine aparece entre las sombras con el cabello suelto y un albornoz de seda que cubre su cuerpo. William la observa con detenimiento cuando ella entra y cierra la puerta con pestillo, se lleva el índice a los labios indicándole que haga silencio y él se queda quieto como cuando se le da la orden a un niño pequeño.
Su esposa da algunos pasos hacia adelante, con calma, sin premura, acercándose un poco a la cama donde William yace con la espalda recostada al espaldar y con una inminente erección que se endurece más cuándo Katherine lleva sus manos al lazo que ata el albornoz y lo desata haciéndolo caer al suelo, cuando lo desliza detrás de ella dejándola completamente desnuda frente al hombre que despierta en ella los más banales deseos carnales.
William hace un intento de levantarse e ir por ella, ya que la anticipación y la vista del cuerpo desnudo que tiene enfrente lo tienen palpitando en una zona de la que jamás se le podría decir a una dama de sociedad, aunque él varias veces se lo ha hecho saber a su mujer, pero ella mueve la cabeza negándole las intenciones, lo que hace que él vuelva a su lugar, sin embargo, como todo un lobo que desea comerse a su presa, se quita la sábana del cuerpo exponiéndose completamente para que vea como lo tiene.
Katherine al ver la enorme erección de su marido, se lame los labios y lo mira con deseo, con ansia, con lujuria, sentimientos que hacen que sus ojos azules se oscurezcan ante el solo pensamiento de tenerlo entre sus piernas presionando su húmedo sexo.
Aunque está ansiosa porque él la posea y haga con su cuerpo lo que el de ella clama, camina con lentitud hacia su marido, moviendo sus curvilíneas caderas de una manera sensual, como si su cuerpo hablase conectándose con el de su marido.
La manzana de Adán de William se mueve al sentir como se hunde el colchón a sus pies cuando Katherine coloca la primera rodilla sobre él.
William se remueve inquieto con las palmas de las manos ardiendo de deseo por tocarla, ponerla sobre la cama y darle todo el placer que le pide con sus ojos, pero se contiene, armándose de toda su fuerza de voluntad dejando que esta vez sea ella quien tenga el control, al menos, unos breves instantes o hasta que su cuerpo se lo permita.
Una sonrisa traviesa se dibuja en los labios de una descarada Katherine cuando ve a su marido con las pupilas dilatadas y los labios entreabiertos buscando algo de aire cuando ella comienza a acariciarle los muslos con sus manos.
La punta del miembro de su marido brilla con el líquido preseminal y la muy descarada lo acaricia con el pulgar humedeciendo su dedo para después llevárselo a la boca y lamerlo, haciendo que William sin poder evitarlo suelte un gemido.
—¡Dios, vas a matarme! —susurra él, haciendo que ella se carcajee por lo bajo.
—Te extrañé todos estos días.
Le responde antes de comenzar a besar el cuerpo definido de su marido, con besos tiernos, mordiscos suaves y caricias de sus manos. Se sienta a horcajadas sobre él, presionando su sexo caliente encima de la prominente ereccion de su marido.
Ataca sus labios con tantas ansias, que es como si con eso lograra conseguir su último aliento para sobrevivir y William solo se deja llevar, permitiendo que sea ella quien domine la situación hasta que sus deseos varoniles llegan a su límite y la toma de la cintura volteándola, dejándola con el estómago sobre la cama.
—De manos y rodillas, ¡Ahora! —exige y ella sonríe haciendo lo que él le ordena.
Como toda una descarada, echa los glúteos hacia atrás y abre más las piernas para que él pueda ver el brillo que cubre su sexo por la excitación de la anticipación.
—Voy a llenarte y voy a embestirte tanto, que vas a rogar que pare.
Katherine se sonroja ante la imagen que se dibuja en su cerebro y comienza a mover las caderas con ansia cuando siente el primer dedo de William frotar su botón de placer.
—William —gime deseosa— Por favor.
—¿Qué es lo que quieres mi amor? —se burla apresurando los movimientos de su dedo, presionando con más fuerza el lugar donde tiene las sensibles terminaciones nerviosas su mujer.
—Hazme el amor William —suplica llevando los glúteos hacia atrás tratando de rozar el miembro endurecido y adolorido de su marido—, Te necesito dentro de mi.
—Tus deseos son órdenes cariño.
Dicho esto, William toma su miembro con una mano y lo frota un par de veces antes de llevarlo al sexo húmedo y ansioso de Katherine. Cuando lo coloca en su entrada, ella se remueve lujuriosa y él la agarra de la cintura con ambas manos, para que de una estocada él entre hasta el fondo.
Un gemido alegre sale de los labios de Katherine cuando William comienza a embestirla con ferocidad, dentro y fuera, dentro y fuera.
—Si vieras la hermosa vista que tengo de ti desde aquí atrás mi amor— le dice sin despegar los ojos del lugar donde su miembro se pierde dentro de ella mientras la embiste— Te deseo tanto.
Lleva una mano hacia arriba para tomar uno de los pezones rosados y endurecidos de Katherine haciéndola estremecer cuando lo pellizca.
—¡Más! —pide ella—, por favor.
William la complace y lleva de nuevo la mano hacia abajo para masajear su botón de placer, haciendo que ella convulsione al llegar a su orgasmo, cuando William siente su miembro apretado dentro de ella, embiste con más fuerza y tras dos estocadas más, sucumbe ante su propio clímax y se derrama dentro de ella.
—Katherine —jadea, mientras las paredes húmedas del sexo de ella le exprimen hasta la última gota.
Con las rodillas sin fuerzas, Katherine cae sobre el colchón y más atrás, el peso de William cae sobre su espalda haciéndola reír.
Así permanecen los dos cuerpos, sudorosos, jadeantes, uno sobre otro mientras bajan del éxtasis vivido, hasta que William logra incorporarse y con besos sutiles se desliza por la espalda de su mujer y le da una palmada en los glúteos haciendo que ella de un respingo sorprendida y lo mire.
Una pícara sonrisa se dibuja en los labios de su marido y ella lo imita segundos después, para luego abrazarse contra su cintura y descansar su cabeza sobre su pecho.
—Te amo —le susurra William justo cuando le alza el rostro para ver su cara sonrojada.
—Yo también te amo William.
—Hasta más allá de la muerte lo haré —responde él.
Saciados y cansados de entregarse en cuerpo y alma por tercera vez en lo que va de noche, caen rendidos sobre la cama. El aroma a sexo y entrega mutua invade el aire de la habitación donde el par de amantes desenfrenaron su mutuo deseo.
***
El trinar de los pájaros anuncia un nuevo amanecer y el despertar de los miembros de la familia no se hace esperar, sin embargo, Katherine permanece acurrucada en los brazos de William aún dormida, mientras que su marido intenta despertarla con besos sutiles en el rostro.
No es que a William le importe mucho si sus suegros se enteran de que han pasado la noche juntos, puesto que lord James y lady Caroline no son tontos y se dan cuenta a la hora del desayuno que ninguno de los dos ha bajado a desayunar, sin embargo, a lord Ferguson le extraña que a su nieto se le peguen las sábanas ya que siempre ha sido un hombre madrugador.
Por el contrario, Katherine siempre ha sido una joven a la que le gusta dormir hasta tarde o así era antes, antes de entrar al convento, puesto que allí la hacían despertar sin que el sol se asomase en el horizonte. Sin embargo, estos últimos días, se ha visto más cansada y somnolienta, quizás debido a todo el ajetreo acontecido.
Mientras que los dos amantes, permanecen dentro de su idilio amoroso, en la mesa lord James observa su reloj de bolsillo y gruñe molesto, tras las miradas llenas de picardía que se dan entre su esposa y su hija Anne quien hoy amaneció con mejor semblante después del fatídico final que tuvo su bebé.
—¡Esto es inaceptable! —espeta el dueño de la casa y las dos mujeres no pueden contener las carcajadas.
Sin embargo, él tampoco puede evitar la medio sonrisa que se le dibuja en los labios cuando observa a su mejor amigo de reojo que también intenta contener la risa.
»¡Dios, siempre imaginé que esto sería obra de Phillip no de mi hija menor!
—Es normal querido —suelta lady Caroline tras limpiarse una lágrima—, se están reconciliando.
Lord James se cubre el rostro con ambas manos ante las alegres palabras de su esposa.
—Bien —dice antes de levantarse de la mesa—, si no bajan antes del almuerzo, que alguien vaya por ellos... ¡Dios, ni en mis tiempos se habían visto estas cosas!
***
Mientras que en la hacienda de los duques de Kensington todo ahora es paz y armonía, en Essex no todo es color de rosa. Lady Juliet permanece encerrada en las cuatro paredes de su habitación siendo atendida exclusivamente por una de las mucamas que a pesar de la insistencia de la dama no la ha dejado salir.
Richard se apega al alcohol ahogando la pena de la muerte de su hijo y culpando a William de su fatal desenlace.
—Milady insiste en que la deje salir Milord —le informa la mucama con la bandeja del almuerzo que le subió a lady Juliet intacta.
—No —dice tajante—, no saldrá de allí hasta que yo lo disponga.
—Como usted ordene Milord.
La mucama se retira dejando a Richard solo en su despacho con un vaso de whisky en la mano, cuando la puerta se abre de golpe apareciendo su padre y este le arrebata de golpe el trago y lo estampa contra la pared de mal humor.
—¡Te dije que dejarás de beber! —le espeta— Te necesito en tus cinco sentidos.
—¿Qué quiere ahora padre? —le pregunta con hastío.
—El malnacido regresó —la noticia hace que Richard lo vea con los ojos bien abiertos—. Lo vieron cruzar las puertas de la hacienda de James ayer por la tarde, así que es hora de acelerar nuestro plan.
Y como si lo hubiera decretado, su plan dio inicio al día siguiente cuando William al fin pudo regresar a su casa junto a su esposa después de haber almorzado con sus suegros.
—Debo reunirme con Antoine en el club, ¿Estarás bien sola mientras regreso? —le pregunta William a Katherine luego de haberse descompensado en el coche de camino a casa— Ada se quedará contigo, ya mañana buscaremos una dama de compañía para ti.
Katherine asiente y se recuesta en la cama cerrando los ojos.
»Necesito que estés al pendiente de ella Ada —le pide a la mujer que ayudó a su madre a criarlo—, su madre me dijo que ha perdido el apetito y que no ha dormido muy bien, después de la muerte del bebé de su hermana.
—Estaré al pendiente, puedes irte mi niño.
William le echa una última mirada a su esposa quien ya está quedándose dormida y sale de la habitación para encontrarse en la primera planta con Simon quien lo espera para irse juntos al club de caballeros.
***
Las puertas del club se abren de par en par y todos los ojos de los hombres que allí se encuentran se posan sobre el par de caballeros que acaban de entrar.
—Buenas noches mi señor, bienvenidos —dice Antonie feliz de verlos.
—Vamos —dice William—. Terminemos las cuentas, debo volver a casa, Katherine no se siente bien.
Los tres caballeros suben a la segunda planta donde se encierran en la oficina por un buen rato, hasta que el estruendo de unos cristales rompiéndose los hacen abrir la puerta hasta asomarse por el barandal hacia abajo.
—¡Caballero debe pagar! —reclama el cantinero al hombre rubio de traje impecable que se tambalea de un lado a otro.
—¡No voy a pagar por algo que va a ser mío al fin y al cabo! —espeta.
William aprieta la mandíbula cuando lo reconoce y baja las escaleras pisando de dos en dos los escalones y a zancadas largas se detiene frente al rubio.
—¡¿Qué crees que estás haciendo aquí Vincent?!
Vicent lo mira con rabia y lo señala antes de gritarle.
—¡Tu rata asquerosa!, ¡dile a tu lacayo que me sirva un nuevo trago!
—Señor, el caballero ya debe mucho y ha bebido demasiado —se defiende el cantinero.
—¡Sírvele a tu jefe imbécil! — espeta Vincent haciendo que la paciencia de William se agote.
William lo toma del brazo para llevarlo a rastras hacia la puerta, pero a pesar de que Vincent está borracho logra zafarse del agarre de su primo.
—¡Suéltame! —espeta furioso bajo la mirada de todos— ¡No vas a sacarme de lo que pronto será mío!
Vincent extiende los brazos como si fuera el amo y señor de todo mientras una risa macabra sale de su garganta.
»¡Todo esto será mío, el día que la anulación de tu matrimonio con la hermosa Katherine salga! —grita y las murmuraciones no se hacen esperar. Vincent le dirige una mirada amenazante a su primo— ¡Todo lo que te pertenece será mío, incluyéndola a ella!
William no se contiene más y lo golpea con fuerza en el rostro haciendo que este caiga hacia atrás llevándose con él una silla y una mesa que caen al suelo. El ruido de cristales rotos resuenan por todo el lugar antes de que el pelinegro se vaya de nuevo contra su primo.
Vincent se levanta a trompicones con una sonrisa de oreja a oreja viendo como su primo es sujetado por Simon.
—¡Katherine será mia, la reina me la ofreció a mi primero!
—¡Antes de que le pongas un dedo encima te mato!
Vincent se ríe a carcajada suelta mientras que William se retuerce en el agarre de Simon y Antoine que se une para ayudar a sostenerlo.
Las murmuraciones de los clientes y algunos empleados se escuchan por doquier lo que aprovecha el acompañante de Vincent para sujetarlo e intentar sacarlo del club pues su tarea ya está hecha, pero el rubio insiste en atacar a su primo.
—¡¿Me estás amenazando primo?! —pregunta cínicamente delante de todos.
—¡No te atrevas a buscar a mi mujer maldito bastardo! —grita William con la furia expresada en su ojos—. ¡Si me entero que te acercas un centímetro a mis tierras, te mato!
—¡Ya lo oyeron todos! —grita el acompañante de Vincent— ¡Mi amigo acaba de ser amenazado por este caballero!
—¡Cálmate hermano! —le susurra Simon a William al ver cómo todos cuchichean entre ellos— Esto no es bueno.
William respira tratando de calmarse, pero el aire de confianza y seguridad del hombre ebrio frente a él lo saca de sus casillas.
—¡Sáquenlo de aquí y no le permitan más la entrada!
Tras decir esas palabras, William logra safarce del agarre de Simon y sube las escaleras de nuevo a la oficina.
—¡Bebidas para todos, la casa invita! —grita Simon y todos gritan con algarabía mientras que la música vuelve a llenar el lugar— Llévate a tu amigo y no vuelvan por aquí.
Tras la advertencia de Simon al amigo de Vincent, este se lo lleva y lo acompaña al lugar donde el joven rubio se hospeda. Después de acomodarlo en su habitación, ojea todo el lugar y luego sale para dirigirse al bar de mala muerte donde lo espera Brunell sentado con una prostituta sentada en sus piernas.
—El trabajo ya está hecho señor —le informa—. La amenaza se dio más rápido de lo que pensé.
Brunell asiente y de un empujón quita a la mujer de sus pierna y le ordena que se vaya.
—¿Hubo testigos?
—El lugar estaba terriblemente lleno hoy.
—Bien —con una sonrisa en los labios Brunell le ordena—. En dos días lo llevas a las afueras de las tierras del principito, manipúlalo como hasta ahora, que lo vean rondando para que no queden dudas de quién lo hizo.
—Está bien, ese idiota confía en mi con los ojos cerrados.
—Bien por ti.
—Quiero su reloj y las cosas de valor que están en su habitación —pide el hombre y Brunell sonríe de medio lado.
—Como quieras, yo tendré algo mejor.
***
Dos días pasaron y el lacayo de Brunell cumplió con su orden, Vincent rondaba las tierras de William sin ningún tipo de cautela. Fue visto por varios de los empleados de su hacienda lo que hizo que el pelinegro redoblara la seguridad en sus límites.
Por otro lado, Katherine ya se sentía un poco mejor, sin embargo continuaba con mucha somnolencia lo que preocupaba mucho a su marido. Sin embargo, ella lo atribuía a todos los días que estuvo bajo un estrés excesivo justo antes y después del duelo donde murió su sobrino.
***
La noche estaba fría y húmeda. Una llovizna fuerte caía sobre las calles de Folkestone. Vincent quien se tambaleaba debido a la embriaguez que tenía, iba riendo de algún chiste que le contaba su ahora fiel acompañante, pero al pasar por una calle poco iluminada cercana al club de caballeros de William, este fiel amigo, lo empujó con fuerza haciéndolo caer en medio de un callejón sin salida.
—¡Pero... Pero!, ¿Qué te sucede? —preguntó desconcertado al ver la actitud algo sospechosa de su amigo.
El filo de una navaja bien afilada brilló bajo una tenue luz que poco iluminaba algunos sitios del callejón, donde las ratas se escondieron tras el sonido de las bolsas que estaban en el piso cuando Vincent se arrastraba hacia atrás tratando de huir de su amigo, quien lo apuntaba con el arma que blandía en su mano derecha.
—No es nada personal amigo, pero para esto me pagaron.
El hombre se acercó a paso lento a Vincent a quien del susto se le fue toda la embriaguez al instante cuando después de arrastrarse por el suelo huyendo de su amigo se vio pegado a la pared sin escapatoria ninguna.
El hombre tomó a Vincent de la camisa y lo obligó a levantarse y pegándose a él sin ningún ápice de arrepentimiento le propinó una puñala en el estómago.
Los ojos del atacado se abrieron con el dolor punzante de otra puñalada cerca del lugar de la primera y el atacante lo soltó haciéndolo caer de rodillas con la mano sobre las heridas.
Vincent abrió la boca intentando tomar aire, justo en el momento que la sangre empezó a salirle por la comisura de los labios.
Tosió ahogándose con su propia sangre mientras la camisa que llevaba puesta se manchó con el líquido carmesí.
Unos pasos se escucharon a lo lejos y Vincent con los ojos empañados de lágrimas por el dolor logró levantar un poco la vista y notó un par de botas negras desgastadas que se detuvieron frente a él.
El hombre lo agarró de la coronilla por el cabello y lo hizo alzar la mirada y este se espantó al ver al hombre con el parche en el ojo quien se agachó hasta estar a la altura del rubio.
—Fuiste muy confiado —le dijo a Vincent quien no apartó la vista del rostro desfigurado que tenía enfrente—. Dime Vincent, ¿Todos los principitos son así de idiotas?
Vincent tosió de nuevo y algo de su sangre le salpicó el rostro a Brunell molestándolo
—¡Imbecil! —le gritó y lo lanzó hacia atrás cayendo de espalda en el suelo—. Hay que evitar que se desangre aquí, debemos llevarlo a la bodega, que se muera allá.
El cómplice de Brunell tomó a Vincent al que la tez se le estaba tornando grisácea y lo arrastró fuera del callejón con rumbo al club de caballeros donde ya se estaba dando a cabo la segunda parte del plan.
***
Las puertas del club estaban siendo cerradas por Antoine cuando una mujer irrumpió por detrás de él haciendo que las llaves que tenía en su mano cayeran al suelo.
—¡Ayúdame Antoine! —gritó con premura haciendo que Antoine volteara sorprendido.
—¡Lady Olivia! —dijo sorprendido cuando ella lo agarró por los brazos.
—¡Ayúdame por favor, los hombres de mi marido me persiguen!
Antoine miró detrás de ella y a lo lejos vio a dos hombres que buscaban algo con demasiado afán, toda una artimaña para engañar al pobre hombre y hacerlo olvidar que debía cerrar la puerta con llave. Olivia volvió a sacudirlo para que él la mirara de nuevo.
»¡Por favor Antoine, te lo suplico!, ¡Ayúdame, escondeme!
Después de tanto suplicarle Antoine asintió y la tomó del brazo llevándola hacia la puerta de su vivienda y haciéndola pasar.
Brunell que ya estaba esperando escondido al final de la calle, se acercó a la puerta del club y con ayuda de su cuchillo logró abrír la puerta, le hizo señas a su cómplice quien trajo a Vincent ya casi sin fuerzas para poder caminar y lo arrastraron dentro hasta la bodega donde lo tiraron en un rincón al fondo donde nadie podría verlo a simple vista.
Mientras Olivia hacía su parte del plan entreteniendo a Antoine en su casa fingiendo un ataque de nervios, Brunell y su secuaz arreglaban todo para que pareciera un asesinato.
Vincent se desangraba de a poco, sin fuerzas, veía como el par de hombres revolvían el lugar para que pareciera que hubo antes un forcejeo entre el rubio y su atacante y para darle más realismo Brunell golpeó con saña al pobre moribundo en el rostro un par de veces.
Con impaciencia esperaron a que Vincent diera su último aliento hasta que su pecho dejó de moverse y sus brazos cayeron lánguidos a los lados dando la señal de haber muerto.
—Verifica que su corazón ya no lata —ordenó el hombre de la cicatriz y su cómplice le hizo señas al no encontrar ningún indicio de vida en el pobre hombre que jamás pensó que su destino acabara de esa manera.
»—Bien, vámonos, ya nuestro trabajo está hecho.
Mientras que los dos hombres salían del lugar dejando hecha su fechoría, en la mansión de William y Katherine ambos duermen plácidamente sin sospechar el futuro negro que se cierne sobre sus cabezas.
⭐️⭐️⭐️⭐️⭐️⭐️⭐️⭐️⭐️⭐️
Capítulo largo para compensar la ausencia.
Espero les haya gustado y no olviden dejar su voto.
❤️❤️❤️
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