Capítulo 73.
Katherine:
El cielo se colorea de un gris opaco, es como si la naturaleza estuviera de acuerdo con el sentimiento, que tiene mi familia en este momento, ya que las nubes oscuras que se ciernen sobre nuestras cabezas, amenazan con un nuevo aguacero.
El camino al mausoleo familiar, es pesado y doloroso. Todos caminamos en silencio a pesar del llanto silencioso de mi madre y el sonido de nuestras pisadas al campo santo.
"Después del fatídico desenlace y la penosa escena en la habitación de mi hermana, papá, el hombre más fuerte que conozco se derrumbó y lloró.
Cuando lo vi de rodillas frente a la cama de mi hermana y el pequeño bulto ensangrentado en sus manos, me paralizé. No pude evitar irme en llanto al ver cómo mi hermana se aferraba al vestido de mi madre, ambas con la cara lavada por las lágrimas llenas de dolor.
Mi padre, el hombre con la mayor entereza que he visto, se derrumbó con el pequeño bebé inerte entre sus brazos.
Agarrando fuerzas de donde no tenía, di unos pasos hacia él y me agaché a su lado. Tenía la cara enrojecida y las lágrimas caían por su rostro.
Llenándome de valor, puse mi mano sobre su hombro y me miró con el dolor dibujado en sus ojos, tragué con fuerza y necesitando obtener respuestas que ya me sospechaba, pregunté:
—¿No lo logró?
Mi padre apretó con más fuerza el pequeño bulto y cerrando los ojos, bajó la cabeza e inmediatamente negó dándome la confirmación de lo temía.
Alcé la cabeza y extendí mis brazos para que me diera al bebé, tuve que insistirle varias veces, pero al final cedió.
Descubrí un poco la sábana y miré su carita, pálida, sin brillo, con los labios un poco morados. A pesar de ser tan prematuro, era hermoso. El bebé pesaba menos de un kilo y lo destapé completo para saber su sexo, el cual me lleno de pesar.
«Era un niño. El primogénito de Richard y mi hermana».
Cubrí al bebé de nuevo después de haberle besado la cabecita donde había un poco de cabello claro y miré a mi hermana quien tenía los brazos extendidos hacia mi.
—¡Por favor Katherine! —suplicó— ¡Por favor, dámelo!
Le extendí al pequeño niño y mi corazón terminó de romperse al ver como lo destapaba y lo besaba, al mismo tiempo que acariciaba su pequeña carita de ángel.
Reuniendo valor, salí de la habitación donde todos estaban a la espera de noticias. William tuvo que haber presentido todo, porque apenas me vio, se acercó a mí y me abrazó.
Lloré con el rostro pegado a su pecho aferrando mis brazos a su espalda.
—Shh, estoy aquí —sus palabras me calaron en lo más hondo y me aferré con los puños a su camisa con fuerza, para cuando logré calmarme, respiré profundamente y fijé la vista en Jazmin quien estaba a la espera al lado de su esposo.
—Hay que ir por el sacerdote —le dije—. Necesitamos que venga para que haga las exequias.
Los rostros de todos se dirigieron a mí ante la fatal noticia. Unos, se quedaron paralizados en su sitio, otros, abrían y cerraban la boca sin saber qué decir.
Lord Christian se acercó para darme el pésame y luego de su abrazo, se retiró con Simon, quien se ofreció amablemente a ir por el sacerdote a la catedral.
Recorrí con la mirada a todos los presentes una última vez y encontré a quien buscaba casi pegado al barandal de las escaleras.
Una furia incontrolable se formó en mi estómago y con zancadas apresuradas me detuve frente a él y lo abofeteé.
—¡LÁRGATE DE ESTA CASA! —espeté furiosa.
Richard se puso la mano ensangrentada en la mejilla y me miró con los ojos muy abiertos, sorprendido por mi proceder.
Jamás se esperó que actuase de esa manera, pero es lo menos que se merece.
—¡VETE DE AQUÍ! —volví a gritarle y vi cómo apretaba los puños a los lados conteniéndose para no responderme.
Su cuerpo temblaba de rabia al igual que el mío, que ya no soportaba verlo un segundo más bajo el mismo techo donde yacía muerto un ser inocente, víctima de su propio padre.
De repente, dio un paso al frente y alcé la cara para enfrentarlo sin temor.
—¿Cuál de los dos murió? —preguntó con la voz temblorosa.
—¡¿Acaso te importa?! —espeté justo cuando William se paró detrás de mí protegiéndome.
—Dime, quién de los dos falleció.
—El bebé —respondí a regañadientes, sabiendo que de un modo u otro se iba a enterar, pero no le di el gusto de saber cuál era el sexo del ser inocente que yacía envuelto en una sábana en los brazos de su devastada madre— ¡Ahora vete! —señale las escaleras— ¡Puedes irte feliz, ya que tu deseo se cumplió y espero no verte nunca jamás!
El rostro de Richard palideció y se tambaleó un poco hacia atrás ante la noticia. Sus labios se abrieron y se cerraron tantas veces sin pronunciar ninguna palabra, pero pude ver un atisbo de dolor en sus ojos y sentí alivio porque sintiera pesar, como lo estaba sintiendo mi hermana por perder al ser que con tanta ilusión esperaba y le daba la esperanza de que algún día su esposo la perdonara.
—¿Qué esperas para irte? —le pregunté.
Me dedicó una última mirada, luego se dio la vuelta y bajó las escaleras hacia la entrada donde abrió la puerta y se fue".
Papá lleva el pequeño féretro sobre el hombro, ayudado por William ya que Phillip aún no regresa y Richard tiene prohibida la entrada a la hacienda.
Anne camina por inercia aferrada a los brazos de mi madre y yo voy a su lado con Jazmin quien no se ha apartado de nosotras desde ayer, siendo tan servicial como siempre.
El sacerdote nos espera en el mausoleo con las puertas abiertas y el incienso encendido. Después de las exequias de ayer, papá volvió a tomar las riendas de la familia y se encargó de los preparativos para el sepelio del pequeño Edward, nombre que a última hora tuvo que elegir mi padre al no estar de acuerdo con que el bebé tuviese el nombre que Richard había elegido para él.
—Estamos aquí reunidos para darle el descanso eterno a este ángel del señor —Habla el sacerdote con los brazos extendidos a los lados.
Después de que el sacerdote termina con la oración fúnebre, mi padre y William depositan el pequeño féretro sobre las cuerdas que lo bajarán al hoyo donde descansará su cuerpo.
Anne cae de rodillas al ver cómo los sepultureros comienzan a descender el cajón con su bebé dentro y no puedo evitar ir a abrazarla para darle consuelo.
Abatida se aferra con fuerza a mis brazos sollozando lastimándome un poco, pero lo entiendo. siempre nos han acostumbrado a que llegado el momento debemos despedirnos de nuestros padres en un cementerio, no puedo imaginar el dolor que se puede sentir al perder a un hijo.
Inconscientemente, llevo una mano sobre mi vientre plano y algo se remueve dentro de mí ante la idea de procrear un ser vivo con mi esposo, sentir en mi cuerpo como se mueve y llegada la hora ver que no respire. Cierro los ojos y las lágrimas salen al instante cuando me aprieto más contra mi hermana.
El ataúd toca el fondo y los sepultureros comienzan a cubrirlo con la tierra. Mi hermana grita abatida por el dolor y papá debe intervenir para levantarla y llevarla contra su pecho.
—Lo siento —dice besándole la coronilla—. Lo siento tanto.
Las gotas de lluvia comienzan a caer sobre nuestras cabezas, amenazando con hacerse más fuertes, sin embargo, nadie da un paso atrás para cubrirse, todos permanecemos de pie frente al lugar donde descansa mi sobrino.
Dejadas las ofrendas florales sobre el montículo de tierra, nos damos la espalda de vuelta a la casa, afortunadamente la llovizna cesó y las nubes se van dispersando poco a poco.
Anne sube a su habitación acompañada por mi madre y Josephine mientras que mi padre y yo nos encargamos de despedir a las personas que cordialmente nos acompañaron en el sepelio.
Ya estando solo la familia en casa, me permito derrumbarme de nuevo en el sillón de la sala y llorar, saco todo el pesar, el dolor, el miedo que sentí desde que supe lo del duelo, la imagen de mi padre con Edward en los brazos inerte, la devastación de mi hermana al saber que su hijo había muerto.
Lloro sin pausa con las manos sobre mi rostro. Siento todo mi cuerpo temblar con cada sollozo y luego, el calor de unos brazos que me abrazan, consolándome, dándome su apoyo incondicional.
—Llora mi amor —susurra sobre mi cabeza—. Estoy aquí.
Mis brazos rodean su espalda y me aferro con fuerza al saco negro que viste. Meto mi rostro en el hueco de su cuello para aspirar su perfume amaderado y continuo llorando.
—No es justo —sollozo—. Era solo una criaturita inocente.
William no me dice nada, solo pasa sus manos sobre mi cabello y mi espalda de arriba abajo, con tanta calma y dulzura que podría quedarme así por horas.
«¡Dios, cómo extrañaba el calor de su cuerpo!».
Solo éramos él y yo en la sala, hasta que un carraspeo nos sacó de nuestra burbuja, me separé de él secándome las lágrimas y vi a la joven empleada que se acercó hasta donde estaba yo sentada.
—Les preparé un consomé a todos —dice con las manos entrelazadas—, los demás ya fueron avisados y están camino al comedor.
—Ya vamos —responde William por mí—, gracias.
La empleada se retira y William me tiende la mano para ayudarme a levantar del sofá. Sus pulgares rozan mis mejillas secándome el resto de las lágrimas y no puedo evitar que el calor recorra mi sangre ante su tacto.
—¿Te sientes mejor? —pregunta y me pierdo en el océano azul que son sus ojos.
Sonrie de lado, con esa risa que me debilita las rodillas sin apartar las manos de mis mejillas y cierro los ojos cuando se va acercando a mi, por instinto abro un poco los labios esperando con ansias su beso, sin embargo, me decepciono cuando su boca besa mi frente.
Abro los ojos y aún está sonriendo.
«¿Se dio cuenta que quería que me besara?».
—Vamos, debes comer un poco —dice y toma mi mano entrelazándola con la suya—, todos deben estar esperándonos ya.
Entrando al comedor se me hace un nudo en el estómago cuando veo el lugar de mi hermana vacío, William me aprieta la mano dándome ánimos cuando se da cuenta y asiento con la cabeza dando un paso al frente.
Después de la comida me siento un poco cansada, pero sabiendo que William y yo debemos hablar lo invito a dar un paseo por el jardín para que nadie nos interrumpa.
La hierba aún está húmeda y el ambiente conserva el aroma característico de la tierra mojada.
Caminamos hasta adentrarnos en el bosque y en un abrir y cerrar de ojos llegamos a la cascada que divide las tierras de mi padre y de los vecinos.
Me paro en la orilla dándole la espalda, viendo cómo cae el agua por la cascada tratando de ordenar las palabras que tengo que decirle a mi esposo, cuando siento sus manos sobre mi cintura.
El calor de sus manos me acalora en sitios imprudentes, pero no puedo evitarlo, son reacciones involuntarias de mi cuerpo cuando lo tengo cerca y tampoco quiero dejar de sentirlas. Siento su aliento cerca de mi oído y cierro los ojos ante la anticipación y mi piel se eriza.
—Katherine —mi corazón se acelera al igual que mi respiración—, sé que dijiste que no podías perdonarme—me toma con más fuerza y me gira para que lo mire—, sé que me equivoqué y dije que iba a dejarte en paz, pero soy egoísta.
Cierro los ojos cuando pega su frente con la mía y aspiro su aliento mentolado.
»Pero no puedo imaginarte con otro hombre que no sea yo.
Acaricio con ternura su mejilla derecha y pongo mi otra mano sobre su pecho, justo donde siento las palpitaciones aceleradas de su corazón. Aún permanece con los ojos cerrados.
—William —lo llamo con dulzura—, yo te amo.
Siento como su cuerpo da un respingo y comienza a mover la cabeza de lado a lado.
—Pero no puedes perdonarme, lo sé.
Su voz está llena de dolor y no puedo evitar el nudo que se forma en mi garganta.
—William, yo... —me interrumpe.
—Por favor no lo digas.
Siento su voz entrecortada y pongo ambas manos sobre su rostro.
—Mi amor... Mírame —abre los ojos y veo cómo el brillo de las lágrimas se asoma bajo sus largas pestañas negras— Yo te perdoné el mismo día que viniste a despedirte de mi.
William abre los ojos sorprendido y me aprieta ambas mejillas con fuerza sin llegar a lastimarme.
—Dímelo de nuevo, creo que escuché mal —pide y no puedo evitar sonreír ante su duda. Acaricio sus mejillas con mis pulgares sintiendo su corta barba rasposa bajo mis palmas.
—Te perdoné el mismo día que viniste a despedirte de mi.
—¡Gracias Dios! —grita con desespero y me abraza con tanta fuerza que siento como el aire no llega completamente a mis pulmones.
—William... No. Puedo. Respirar.
—¡Lo siento, lo siento!
Afloja su agarre.
—No voy a negar que me dolió cuando lo supe, pero luego, puse todo en una balanza y el amor que siento por ti pudo más —le digo con sinceridad—, pero de una vez te advierto, que si vuelve a suceder algo como esto o parecido, ya no habrá una segunda oportunidad.
Vuelve a abrazarme con fuerza y niega.
—No hay más secretos, te lo prometo.
Deja escapar el aire y lo abrazo sintiendo como los pedazos de mi corazón vuelven a unirse de nuevo.
»Entonces, ¿Ya puedo besarte de nuevo? —pregunta y pongo los ojos en blanco.
—He esperado que lo hagas desde que llegamos aquí.
Sin más me calla estampando su boca frenética contra la mía hundiéndonos en un beso lleno de ansias y deseo. Todo lo que me rodea desaparece cuando pongo mis manos sobre sus hombros y luego las llevo detrás de su nuca tomando un poco de su cabello.
Ya no oigo el sonido del agua caer por la cascada y recorrer el río, ni a los pájaros trinar, solo somos él y yo. Cuando presiona su lengua contra mis labios no evito el gemido que sale de mi garganta y profundiza más el beso.
«Dios, este hombre sabe lo que deseo».
Aprieta uno de mis pechos sobre la tela de mi vestido negro y las ganas comienzan a bajar de mi estómago hasta mi vientre. Mi entrepierna se humedece cuando empieza a deshacer el nudo frontal de mi vestido y deja tiernos besos en mi mandíbula, descendiendo hasta mi cuello.
Siento la humedad de la hierba debajo de mi cuerpo cuando me acuesta sobre ella y me estremezco. Se quita el saco y lo pone bajo mi cuerpo y vuelve a besarme con verdadera hambre de deseo y lo dejo, porque es lo mismo que yo quiero de él.
Mis senos quedan expuestos a él cuando aparta las dos tiras finas de encaje que los cubrían bajo el vestido y los ataca con destreza haciendo que mi espalda se arquee hacia arriba. Aprieto con más fuerza el nacimiento de su cabello en su nuca, cuando siento sus dientes mordisquear mi pezón rosado.
Baja su mano y la arrastra desde mi tobillo ascendiendo por toda mi pierna cubierta de nylon negro apretando en los puntos sensibles, llevándome al límite de la desesperación. Acaricia tan suave y lentamente que ansío que llegue pronto y pose su mano donde lo necesito.
La respiración se me entrecorta cuando con movimientos habilidosos logra deshacerse de mi vestido dejándome solo con las medias de nylon y la corta enagua que cubre mi sexo. Con los pulgares, llega al borde de la tela y la baja por mis piernas tan lentamente que mi vientre se tensa.
Y luego, se queda de rodillas frente a mí observándome con los ojos oscuros llenos de deseo.
—¡Hermosa! —lo dice con tanta dulzura que me siento la mujer más especial del mundo.
Pone su mano sobre mi vientre plano y una sensación extraña se acumula ahí. Me besa de nuevo en los labios con más ansias y deseo que antes. Llevo mis manos a su camisa y desabrocho cada botón descubriendo su pecho cubierto con una fina capa de vello.
Me siento sobre la hierba, mientras él vuelve a arrodillarse frente a mí y le beso el pecho desnudo, después de haber pasado mis manos por sus hombros quitándole la camisa.
Cuidadosamente y sin apartar mis ojos de los suyos me voy acostando de nuevo sobre su saco y con las manos coloco todo mi cabello sobre la hierba encima de mi cabeza, humedezco mis labios y abro mis piernas de par en par. Sus ojos se desvían inmediatamente a mi sexo y con la voz entrecortada le pido:
—Hazme el amor William.
———————————————
William.
El aliento me falta cuando la veo acostada encima de mi saco sobre la hierba húmeda después de la lluvia y su cabello rubio esparcido encima de su cabeza contrastando con el verdor de la hierba. Parece una verdadera ninfa de la naturaleza.
La observo... No, me la como con la mirada. Recorro cada centímetro de su piel desnuda y el miembro se me engrosa al punto de querer romperme los pantalones, cuando abre sus piernas dejándome ver la humedad brillosa que sale de su sexo y me pide que le haga el amor.
«Dios, ¿puede existir otra mujer más deseable que ella?"
Mi respuesta es no, no la hay porque mi mujer es única e irrepetible.
Me levanto en todo mi tamaño, con el miembro palpitándome con furia, veo su rostro enrojecido y sus labios hinchados por los besos que compartimos. Llenandome de calma, llevo mis manos al cinturón y lo desato.
Acaricio mi entrepierna por encima de la cremallera porque me duele demasiado y debo calmarla un poco antes de dejarla salir. Sus ojos ya oscuros por el deseo bajan a mis manos y sonrío al ver que pasa la lengua por su labio inferior humedeciendolo.
Me yergo con aires de grandesa porque sé que me desea tanto como yo a ella en este momento y lentamente bajo la cremallera de mi pantalón.
Veo el desespero en su rostro y cuando intenta levantarse para acelerar mi desnudez, niego con la cabeza.
—Quédate ahí mi hermosa ninfa del bosque.
Cierra los ojos y suspira. Llevo mis pulgares a cada lado de mi ropa interior y la bajo junto al pantalón de golpe. Mi miembro sale disparado hacia adelante haciendo que mi esposa abra la boca sorprendida.
Me acaricio un poco antes de arrodillarme frente a ella y posar mi mano sobre su húmedo sexo. Katherine se estremece ante mi tacto y la beso. Soy adicto a su boca, si sus besos son un delito, pues que me condenen a cadena perpetua, porque no puedo apartarme de ellos y si pudiera hacerlo, no quiero.
La beso, chupo su lengua, le muerdo el labio inferior mientras acaricio su sexo llenándola de anticipación y deseo antes de apuntar mi miembro donde lo quiere.
Rodea mis caderas con sus piernas y siento la calidez de su sexo en la punta de mi miembro. Sin aguantar más, lentamente me voy metiendo en ella haciendo que arquee la espalda y suelte el aire que contenía en sus pulmones.
—Mía —le digo cuando ya estoy todo dentro de ella.
Me quedo quieto sintiendo como sus paredes estrechas me aprietan y como un castigo para los dos, por habernos separado tanto tiempo no me muevo, solo me deleito con su calor interior.
Rio cuando noto que comienza a mover las caderas ansiosa de fricción y movimiento y le doy lo que quiere. Primero, me muevo lentamente de adentro hacia afuera. Katherine gime y sabiendo lo que quiere y sin aguantar más la lentitud de mis embates, le doy con todo lo que tengo, duro y con fuerza como a ella le gusta.
Jadeo y respiro entrecortadamente como ella.
Gime mi nombre con cada estocada certera que le doy. A pesar de que hace un poco de frío, nuestros cuerpos sudan y arden como lava ardiente.
Katherine me muerde el hombro mientras sus uñas se clavan en mis glúteos cuando siento que su interior me aprieta llegando a su clímax. Doy un par de estocadas más, antes de que mi espalda se tense y mi semilla sale disparada llenándola.
Dejo que me drene, que tome todo de mi, antes de tumbarme sobre ella sin fuerzas. Sus manos acarician mi espalda de arriba a abajo llenándome de la paz y la quietud que no había tenido en varios días.
Le lleno de besos la cara y no me canso de decirle lo mucho que la amo. Dejo que nuestras respiraciones se calmen antes de salir de ella e ir por mis ropas.
Una ráfaga de viento me estremece y me levanto buscando su ropa primero para que entre en calor rápidamente. La ayudo a vestirse y le pongo el saco sobre los hombros para cubrirla del frío que comienza a amenazar con la caída del atardecer.
Le doy un último beso antes de entrelazar nuestras manos y caminar hacia la casa de sus padres.
Al llegar a la entrada principal, me detengo y me giro de lado para verle la cara.
—¿Cuándo regresaremos a nuestra casa? —le pregunto porque aún no hemos hablado sobre eso.
—No puedo dejar la hacienda de mis padres con lo que sucedió —escucho cierto aire de tristeza en su voz cuando me responde.
—Entonces, me quedaré contigo hasta que podamos volver.
Me mira con los ojos abiertos, como si no supiera que no voy a irme y alejarme de ella de nuevo.
»Pediré a uno de los empleados que vaya por ropa para unos días y que la acomoden en tu habitación —le digo convencido de quedarme—. Espero que Filipa no haya desempacado toda la tuya porque tendrá que guardarla de nuevo.
Frunce el ceño y me mira como si yo hubiese perdido la cabeza.
—¿Filipa? —pregunta confundida.
—Si, cuando salí de la hacienda aquel día y llegue a casa, no estaban ni ella ni tus pertenencias.
—Pero... —Hay algo de duda en su voz— No he visto a Filipa desde que me fui. Ella no ha llegado aquí.
Extrañado la miro y no doy con las cuentas.
—Ese día, tuve que haberme topado con ella en el camino —le digo confundido—, pero no lo hice.
—¿Pudo haberle sucedido algo? ese día llovió a cántaros —noto la preocupación por su doncella.
—Averiguaré qué sucedió con ella, le pediré a Claus o a Simon que se encarguen de eso.
Paso un mechon de su cabello que se le escapó del moño improvisado que se hizo detrás de su oreja y se estremece bajo mi toque, me gusta saber que aún tengo ese efecto en ella, como lo tengo yo cuando es ella quien me toca.
Entramos a la casa y en el pasillo nos encontramos con Josephine que viene con una bandeja en sus manos, mira con pesar a Katherine y niega con la cabeza.
—Tu hermana no ha querido probar bocado desde ayer, debe alimentarse.
—Que le preparen otra sopa por favor nana, yo se la llevaré y haré que coma.
Mi esposa es tan amable y servicial como siempre. Admiro su gran corazón lleno de bondad que a pesar de todo, logró perdonarme y va en camino de hacerlo con su hermana, si es que ya no lo hizo.
Tomo su rostro y dejo un tierno beso en sus labios cálidos antes de escuchar un carraspeo masculino que suena detrás de nosotros.
—Lord Ferguson —me llama el duque con seriedad al quitarle una hoja diminuta del cabello a Katherine. Sus ojos inquisidores nos observan y tengo la sospecha de que sabe que algo hubo entre su hija y yo, ya que llevo la corbata sin anudar y su hija trae el cabello mal peinado y desordenado— Lo espero en mi despacho.
Me volteo hacia mi esposa y le dejo un beso en el torso de la mano.
—Cámbiate y descansa un rato —le susurro solo para que ella me escuche.
La dejo y sigo a su padre hasta el despacho al cual entramos, pero en vez de invitarme a sentar, se va directamente a la licorera para servirse un trago, sin invitarme uno.
—No eres santo de mi devoción en estos momentos William —me dice dándome la espalda y sirviéndose un nuevo trago—. Debería ser yo quien te hubiese retado a un duelo a muerte por haberte burlado de mis dos hijas.
—Ya le expliqué que yo no sabía que Anne era su hija, se presentó con otro nombre ante mi.
Voy a defenderme de sus acusaciones, me vale que sea el padre de la mujer que amo.
—Sin embargo, tú también te presentaste con otro nombre ante ella, ¿No es así? —pregunta, pero esta vez se gira y me ve a la cara.
—Lo hice —no miento—, pero estaba dispuesto a decirle toda la verdad el día que regresé de mi viaje, justo cuando me enteré que se había casado con el que era el prometido de su hermana.
—¿Puedes jurar que no volviste a tocar a mi hija después de eso?
—¡Por supuesto! —le aseguro para que no tenga dudas de mi palabra— Jamás tocaría a una mujer casada. Además, por mi mente jamás pasará engañar a la mujer que amo.
—Voy a darte una última oportunidad William, porque me di cuenta que mi hija ya te ha perdonado y no voy a ser quien se interponga en su vida —me habla con firmeza—, pero si vuelvo a saber que lastimas a Katherine de nuevo —saca un arma del primer cajón de su escritorio y me apunta directamente al pecho y me paro firme ante él— seré yo quien te ponga una bala en el cuerpo y no quedará un atisbo de vida en ti.
—No volverá a tener ninguna queja sobre mí, se lo prometo.
Asiente sin decir nada más. Se tumba en la silla detrás de su escritorio y noto su semblante cansado, para él no debe ser nada fácil enfrentarse a todo lo que ha sucedido estos días y la tendrá peor, porque las habladurías corren como el agua del río y ya media nobleza debe de haberse enterado de todo.
—Esta carta me llegó esta mañana —me extiende un sobre el que abro extrañado.
—¿Qué tengo que ver yo con esto? —pregunto, porque en realidad no me interesa la petición de divorcio de Anne y Richard.
—Lee más abajo —me dice y mi mandíbula se aprieta al ver la siguiente petición.
—¡No! —alzo la voz— Yo nunca hice tal idiotez, nunca pedí la anulación de mi matrimonio con Katherine.
Golpeo con mis puños la madera de su escritorio haciendo que todo sobre él tiemble.
—La petición la introdujo Richard.
«Maldito bastardo».
»He conseguido una copia del documento —dice—, sin embargo, me llegó demasiado tarde y ya está en manos de los superiores, es sólo cuestión de tiempo para que esa anulación se lleve a cabo.
—¡Maldito seas Richard Chapman! —grito enojado— ¿Algo se puede hacer para detener esto?
—Solo alguien con mucha influencia puede hacerlo —me dice sabiendo a quién debo acudir—, pero debes ir con él, tienes que dar tus argumentos y tratar de convencerlos de anular la petición.
—No puedo dejar a Katherine desprotegida —le digo sabiendo que Lord Chapman y su hijo andan al acecho.
—Ella se quedará aquí, estará bien en la hacienda mientras regresan.
Lady Caroline nos interrumpe, tiene el rostro hinchado por las lágrimas y me apena que estén pasando por tanto pesar.
—La cena será servida en unos minutos —dice y vuelve a irse.
Lord James se levanta de su silla y antes de cruzar la puerta me dice:
—Espero que esta noche duermas en la habitación de invitados, creo que ya tuvieron suficiente la tarde de hoy.
No soy una persona que se avergüence, pero ahora siento mi cara arder.
Katherine llega un poco tarde a la cena y noto algo de brillo en sus ojos cuando ve a su madre y siente y ella respira aliviada.
—Después de comer un poco se quedó dormida —anuncia y su padre asiente—. Josephine está con ella.
Después de la cena y haber ido con los caballeros al salón para tomar un digestivo, veo hacia la entrada donde pasa mi esposa y suelta un bostezo.
—Buenas noches caballeros —dice y me acerco a ella bajo la mirada de su padre, recordando su amenaza, le doy un beso en la mano y le susurro:
—Deja tu puerta abierta.
Nadie me va a decir que no duerma con mi esposa. Un día sin ella, es como un año sin sentir su calor.
⭐️⭐️⭐️⭐️⭐️⭐️⭐️⭐️⭐️⭐️⭐️⭐️
Recuerden dejar su voto si les gustó el capítulo.
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