Capítulo 72.

William:

   Llevo horas dando vueltas en la cama y no he pegado un ojo ni un segundo.

   Por quinta vez veo el reloj de bolsillo que está sobre mi mesita de noche apuntando las dos de la mañana. Cierro los ojos e inhalo profundamente el olor a tierra mojada que entra por el ventanal. La lluvia había cesado por un par de horas, pero ahora vuelve a llover a cántaros.

   Giro mi cuerpo hacia el lado izquierdo y toco la frialdad de ese lado de la cama. Tomo su almohada y la abrazo con fuerza. Aún conserva el aroma a flores silvestres de su perfume, es un olor que me calma, que me sosiega, que me da paz y cierro los ojos recordando cada momento que vivimos en esta habitación, cada vez que nos entregamos el uno al otro, todas las veces que le dije te amo y ella me respondió de la misma manera.

«Al amanecer le dispararé a Richard en el hombro, para que suelte el arma antes de que me mate»

   No tengo otra opción. Sé que mi vida sin ella no tiene sentido, pero solo pensar en que ya no la veré me estremece el cuerpo y no puedo, soy egoísta, no le dejaré el camino libre a otro para que ella sea de ese desconocido.

«¡Es mía y de nadie más!».

   Mañana mismo comenzaré mi tarea de reconquistarla y hacer que me perdone.

   Pensando en ella, mis respiraciones se hacen más pausadas, sin prisas, con calma.

   Abro los ojos y aún estoy abrazado a su almohada, lleno de aire mis pulmones y me giro para tomar el reloj de bolsillo de la mesita y veo la hora: las cuatro de la mañana.

«Me quedé dormido una hora».

   Estiro mi cuerpo antes de levantarme ya que no podré dormir más y retiro las sábanas que me cubren. La lluvia aún cae afuera y la brisa fría que se cuela por el ventanal hace que mi cuerpo se estremezca.

   Tomo del armario un traje negro y una camisa blanca para cambiarme de ropa, después de haber ido al cuarto de baño.

   Me recojo el cabello y lo ato en una coleta frente al espejo. Algo brilla sobre la mesita de noche de Katherine y me acerco para ver qué es.

«El crucifijo que siempre lleva a la iglesia».

   Tal vez a Filipa se le olvidó tomarlo cuando vino por sus cosas, sin más, me lo cuelgo al cuello y lo escondo por debajo de mi camisa.

—Este será mi amuleto de buena suerte.

   Camino hacia el sillón donde me siento a ponerme las botas de montar ya pulidas y termino de arreglarme. Acercándome a la ventana veo que la lluvia es una tenue llovizna. Cierro el ventanal y le echo una última ojeada a la habitación jurándome a mí mismo que la próxima vez que esté aquí lo haré con mi esposa.

   Cierro la puerta, camino por el pasillo y bajo las escaleras, mis botas suenan cada vez que piso un escalón, el olor a café recién hecho inunda mis fosas nasales y saco mi reloj de bolsillo para ver la hora extrañado de que alguien ya se encuentre en la cocina.

«04:45 de la mañana».

   Llego a la primera planta y cuando giro para dirigirme a la cocina, un carraspeo proveniente de la sala llama mi atención. Desconfiado camino hacia el salón y me llevo una sorpresa.

—¿Estás listo?

   Su voz suena distinta, así se oye  cuando algo le preocupa y no es para menos, hoy puede perder a su único nieto.

—¿Qué haces aquí, abuelo?

   Lo veo de pie frente al ventanal observando cómo cae la tenue llovizna afuera.

—No creerás que iba a quedarme de brazos cruzados sabiendo que hoy te vas a enfrentar a la misma muerte.

   Su voz se entrecorta y tengo que tragar grueso el nudo que se me forma en la garganta.

—No te quiero allí abuelo, tú lugar es estar con mamá por si algo malo sucede.

   Voltea a verme con el ceño fruncido.

—¡¿Crees que podría quedarme con tu madre sabiendo que hoy podría perderte?! —espeta furioso— ¡Sé que tienes que enfrentarte a ese imbécil por defender tu honor, pero no me creas un niñato cobarde!

—No creo que seas un cobarde abuelo —mis palabras son sinceras. Mi abuelo es el hombre que más he admirado después de mi padre— Eres el hombre que quiero ser cuando llegue a tú edad.

   Noto como le empiezan a brillar los ojos por las lágrimas no derramadas y su rostro se tiñe de un color rosa pálido. Dando varios pasos, se para frente a mi y me toma de los hombros.

—Esto no tiene sentido hijo, tienes una esposa que en estos momentos está molesta y con toda razón, pero también sé que tiene un corazón bondadoso y que es cuestión de tiempo que te perdone —su voz se va volviendo cada vez más suave—. No le veo sentido a este duelo, lo sabes y me apego a tu buena puntería sabiendo que vas a hacer lo correcto para no convertirte en un asesino y mucho menos en ser quien muera en esas tierras.

—No lo mataré —le confirmo y puedo ver cómo su pecho se hincha tomando aire como si llevara rato sin hacerlo—. Estoy dispuesto a hacerle una herida en el hombro para neutralizarlo y obligarlo a bajar el arma. Nadie saldrá con los pies por delante abuelo.

—Confiaré en ti y de una vez te advierto que no te dejaré solo.

—¡De ninguna manera abuelo! —espeto— ¡No te quiero allí!

—No me retractaré y lo sabes —me dice convencido de no echarse para atrás en su decisión—. Estaré ahí a un lado esperándote para traerte a casa... Di la orden para que tú  madre tomara el primer coche en la mañana e intercediera por ti ante tu esposa.

   Niego con la cabeza.

—¡Eres un viejo terco!

—¡Somos, hijo, somos!

   Ada aparece debajo del arco de cemento con una bandeja con dos tazas de café y unos bocadillos. Baja la cabeza apenas me ve, pero no logra ocultar sus ojos de mi, los tiene hinchados y enrojecidos, tal vez pasó la noche entera llorando.

—Ada —la llamo para que me vea, pero se niega—. Regresaré te lo prometo.

   Ella levanta el rostro y veo la preocupación en su mirada.

—¿Regresarás sano y salvo? —pregunta con la voz entrecortada.

   Me acerco a ella tomándola de las mejillas para que me vea directamente a los ojos y un recuerdo de cuando era niño llega a mi mente, del día en que mi padre se embarcó en ese último viaje y murió.

"—¿Papá regresará sano y salvo? —le pregunté esa vez a ella, después de hacerle la misma pregunta a mamá ese día.

   Ella hizo lo mismo que mi madre, me sonrío y asintió con la cabeza antes de responderme:

—Regresará —afirmó—. Tu padre hará lo mejor que pueda.

   Y si regresó, pero dentro de un cajón de madera, ni siquiera pudimos verlo por última vez, ya que su cuerpo estaba descompuesto por los días en alta mar".

—Haré lo mejor que pueda.

   Sin más, sus brazos flácidos por los años rodearon mi cintura con fuerza y yo le devolví el abrazo. Inhalé su aroma dulzón y deposité un tierno beso en su coronilla.

   Un carraspeo detrás de nosotros me hizo soltarla y levantando la vista veo al par de amigos casi hermanos que me brindó la vida parados detrás de Ada.

—Ya es hora —dice Simon estoico frente a mi.

   Asiento mientras saco el reloj de mi bolsillo y veo la hora.

—Vamos hijo —me dice mi abuelo apretándome el hombro cuando se para junto a mi— Prepara el almuerzo Ada y pon un plato más en la mesa, está tarde mi nieto almuerza con su esposa en esta casa.

Tomo la caja de madera con el escudo familiar que está sobre mi escritorio verificando que estén las dos armas con sus respectivas balas dentro y se la entrego a Claus para que la lleve. Me pongo la gabardina y el sombrero porque a pesar de que la lluvia casi ha desaparecido, aún cae una pequeña llovizna.

   Mi caballo me espera justo al finalizar las escaleras de la entrada donde el mozo de cuadra me tiende las riendas y subo sobre él asegurándome de que todos ya están en sus corceles y emprendemos el trote hacia nuestro destino.

   Los cascos de nuestros caballos resuenan sobre la tierra húmeda y el lodo nos salpica las botas cuando pasamos sobre los charcos. La lluvia es un leve rocío, sin embargo, la intensa niebla que se asienta sobre el pasto nos dificulta un poco la visión del terreno haciéndonos guiar solo con las tenues luces de las lámparas que trajimos.

   Pasamos un buen tramo de árboles frondosos, donde todo está prácticamente en silencio, solo el leve ulular de los búhos escondidos en las copas de los árboles y el chasquido de las herraduras en las patas de nuestros caballos nos acompaña.

   La niebla comienza a subir hacia los árboles dificultando aún más el trayecto.

—Allí, hay un claro —Simon apunta hacia la izquierda y puedo verlo.

   Golpeo suavemente la parte trasera de mi caballo con la fusta y jalo las riendas a un lado para que se dirija a la izquierda.

   El claro aparece delante de mis ojos y veo una carreta vieja con un par de caballos comiendo del pasto.

   Llego junto a los demás y bajo de mi corcel observando a todos lados manteniéndome alerta de que no sea una emboscada como la de hace algún tiempo, pero nada se mueve.

   Nos juntamos los cuatro a la espera de Richard y sus acompañantes hasta que su voz resuena detrás de un tronco seco y hueco.

—Vaya, vaya, vaya —suelta con aires de suficiencia—, pero si ha llegado el clan en pleno... ¿Listo para ver morir a su nieto lord Ferguson?

   Dice y mi abuelo se tensa a mi lado derecho.

—Aquí nadie va a morir milord —responde mi abuelo con la firmeza de siempre en su voz.

—Pues lamento contradecirlo milord, porque cuando el sol aparezca en el horizonte, su nieto tendrá un orificio en medio del pecho o en la cabeza, dependerá de mi estado de ánimo en un rato.

   Un hombre de traje negro y polvoriento aparece detrás de unos árboles con una biblia y una botella de licor en sus manos, acompañado de otro muy bien vestido.

«El sepulturero y el juez».

—¿Ya están listos? —pregunta a trompicones por lo ebrio que está.

—Faltan mis padrinos que no deben tardar —responde Richard viendo su reloj.

   Unos minutos después, aparecen dos caballeros muy bien vestidos que palidecen al reconocer a mi abuelo.

—Su excelencia —saludan un poco nerviosos—. No sabíamos que se trataba de un familiar suyo.

—Mi único nieto, caballeros —responde serio.

—Bien, en vista de que no falta nadie más comencemos.

   El juez nos da varias indicaciones sobre el duelo antes de comenzar:

—El duelo se batirá a un solo disparo —indica—, al primero que salga herido, se dará por finalizado el encuentro... No habrá recarga de sus armas, ni ataque cuerpo a cuerpo —prosigue—. Se me ha indicado que el duelo se realizará a una herida no mortal.

—¡¿Que?! —espeta furioso Richard— ¡Eso no fue lo acordado!

—Milord, en caso de herida mortal se considerará asesinato, usted lo sabe.

   Richard lo mira con el ceño fruncido y la cara roja llena de rabia.

»¿Están las partes conformes? —pregunta fijando la vista en mi abuelo, dándome la  impresión de que él tiene las manos metidas en esto. A pesar de la molestia de Richard, yo estoy conforme—. Bien, aclarado todo, ¿Trajeron sus armas? —pregunta y Claus le acerca la caja con el sello de mi familia al igual que lo hace uno de los padrinos de Richard.

   El hombre saca las armas, las ojea y revisa que las balas estén en su lugar y que mi pistola y la de él tengan semejanzas, para que no haya nada que beneficie a uno de otro.

—Bien, viendo que está todo en regla, solo falta la firma de los testigos, por favor caballeros —apunta hacia la carreta donde está de pie el sepulturero acariciando la crin de uno de sus caballos.

   Todos firmamos el bendito documento que estipula las condiciones del duelo y al dejar la
pluma sobre el papel, levanto la vista viendo al horizonte donde el sol ya comienza a pintar el cielo de un naranja intenso anunciando el amanecer.

Con pasos seguros me detengo en medio del claro y Richard se para pegado a mi espalda. Simon se acerca con la caja donde descansan las armas de la familia y tomo la de la izquierda, asintiendo con la cabeza a mi hermano del alma indicando que todo saldrá bien y que saldré de esto victorioso.

A mi espalda escucho atento como mi contrincante carga su pistola.

«Es zurdo».

—El conteo comenzará con los doce pasos reglamentarios —indica el juez—, recuerden que el duelo es para herir al contrincante para saldar la ofensa. ¿Está claro caballeros?

—Sí.

Respondimos al unísono él y yo.

—Voy a disparar a matarte mal nacido —susurra detrás de mí, pero no tomo en cuenta sus palabras, solo me concentro en la idea de que debo ser más rápido que él para desarmarlo antes de que cumpla con su amenaza.

—¡ARMAS ARRIBA! —llevo la mano donde tengo el arma a la altura de mi hombro— ¡UNO!

Doy un paso hacia adelante, con el corazón golpeando mis costillas.

—¡DOS! –otro paso y la respiración se me acelera— ¡TRES!

Una bandada de pájaros vuelan sobre nuestras cabezas haciendo un ruido estremecedor, como si ellos supieran lo que se avecina.

—¡CUATRO! —miro con detenimiento el árbol muerto que tengo frente a mi— ¡CINCO!

El agua del charco que piso salpica mi bota y aprieto con más firmeza el mango de mi arma.

—¡SEIS!

A lo lejos puedo escuchar el galope de un caballo, pero me concentro únicamente en el conteo del juez.

—¡SIETE! —lo escucho más cerca y es más de un caballo el que se acerca.

—¡OCHO! —los murmullos comenzaron a escucharse, pero yo sigo concentrado en el conteo.

—¡NUEVE! —escucho contar al juez, pero el conteo se interrumpe de repente, sin embargo me mantengo en mi sitio, de espaldas a todos sin voltear.

Mujeres gritan a unos cuantos metros de nosotros. Las puedo escuchar claramente, pero no puedo reconocerlas, mis oídos retumban por la adrenalina del momento.

Y de repente, la reconozco, la voz de mi amada esposa llamándome me paraliza sin permitir que mueva ni un solo músculo.

—¡DIEZ! —grita nervioso el juez.

No puedo dar el siguiente paso, porque mi cabeza se voltea en dirección a la voz de Katherine. Nervioso giro mi cuerpo para intentar correr hacia ella y evitar que entre en el campo de tiro.

—¡CUIDADO! — la escucho gritar y volteo a ver a Richard quien ya tiene el arma apuntándome.

El disparo resuena en todas direcciones, haciendo que los pájaros que estaban en las copas de los árboles salieran en bandadas por el aire asustados y luego, ella cae al suelo, cuando el caballo se levanta en dos patas.

———————————————
Katherine:

No pegue un ojo en toda la noche, mis pensamientos se dirigieron únicamente a William y a lo que se avecina en unas horas.

Los truenos y relámpagos se oyen a lo lejos y la lluvia que antes arreciaba afuera, es una simple llovizna. Me aparto de la ventana cuando escucho un leve toque en mi puerta.

—Adelante —ordeno extrañada de que alguien esté despierto a esta hora.

—Tampoco puedes dormir por lo que veo —dice mi hermana.

La veo cruzarse de brazos debajo del marco de la puerta de mi habitación sin intención de irse al suyo.

—No, no puedo dormir sabiendo que en unas horas William se enfrentará a Richard.

Vuelvo mi vista de nuevo a la ventana rogándole al cielo que la lluvia vuelva a caer y así evite que esos dos se enfrenten. Me quedo un rato observando las gotas de lluvia nerviosa y como si algo me dijera que debía de impedir tal atrocidad me dispongo a caminar hacia mi guardarropa y tomo el primer vestido que veo.

—¿Qué haces? —pregunta cerrando la puerta detrás de ella.

—¡¿Que no lo ves?!, Iré a impedir esa locura.

Me pongo el vestido y busco en el fondo del guardarropa mis botas de montar y rebusco entre mis cosas mi capa roja, la que no encuentro por ningún lado, olvidando completamente que la dejé en casa de William cuando nos casamos.

Tomo la capa negra y me cubro con ella. Dando un paso hacia la puerta, la mano de Anne me detiene.

—Iré contigo.

La veo de pies a cabeza y al detener la vista en el enorme bulto de su vientre me niego rotundamente.

—No, en tu condición es contraproducente que montes a caballo y un coche alertará a todos a estas horas.

—Iré contigo, puedo montar a caballo —insiste y vuelvo a negarme.

—¡He dicho que no Anne!, no pondré en riesgo la vida de tu bebé o la tuya.

—Si no me dejas ir contigo, le diré a papá lo que piensas hacer.

Me amenaza y ni así consiento que vaya conmigo, me zafo de su agarre y salgo al pasillo cuando la veo cruzar deprisa frente a mi tocando la puerta de la habitación de nuestros padres.

Incrédula por lo que acaba de hacer, cruzo el pasillo y bajo las escalera a toda carrera, para abrir la puerta principal. El viento helado me golpea en la cara y debo alzar un poco mi vestido para correr hacia las caballerizas, donde encuentro a uno de los mozos de cuadra haciendo su ronda de vigilancia.

—¡Un caballo! —grito haciendo que el mozo dé un respingo— ¡Ensilleme un caballo, rápido!

El hombre confundido, corre hacia el cuarto donde guardan las sillas de los caballos y toma una junto a una de las mantas que cubren el lomo de los animales, volteo hacia el camino donde veo a Anne que viene junto a mis padres.

—¡Dese prisa! —ordeno alzando la voz.

El pobre mozo trae la yegua que acostumbro a montar cuando estoy en la hacienda.

—¡No, necesito un caballo más rápido!

Volteo hacia la entrada y ya papá está pisando la entrada de la caballeriza.

—¡¿A dónde crees que vas jovencita?!

La voz de papá detiene el trabajo del mozo quien venía con el caballo de Phillip.

—¡Debo detenerlos! — le digo desesperada sabiendo que me queda poco tiempo para llegar e impedirlo.

—Es peligroso que vayas allá.

Mi padre nota mi desespero y después de un largo suspiro asiente.

—¡Ensilla al caballo y tráeme el mío! —ordena y me mira— Estoy realmente molesto contigo por no confiar en mí, sabes que iría contigo.

Apenada bajo la cabeza y veo cómo el mozo termina de ensillar el caballo de mi hermano y otro de los empleados ya viene con el corcel negro de mi padre.

Solo pasó un momento de descuido, cuando escucho que mi madre le grita a mi hermana y el relincho del caballo de Phillip no se hace esperar, para cuando volteo ya Anne está sobre el caballo galopando hacia la puerta.

Por más que mi madre y mi padre la llamaron, ella no retrocedió.

—¡Maldita sea! —grita papá desesperado— ¡Apresúrate con mi caballo!

Al no tener un caballo más veloz, tuve que conformarme con la yegua de siempre y salí de las caballerizas detrás de mi padre.

La pobre yegua blanca cabalgó lo más rápido que pudo. Le di fuetazo tras fuetazo agarrandome con fuerza a las riendas.

El bosque de árboles frondosos y silencioso nos dio la bienvenida después de un largo rato de galope. El cielo ya comenzaba a pintarse de naranja dando paso al amanecer.

A unos cuantos metros de nosotros pudimos ver a Anne quien iba con el caballo de Phillip a paso acelerado.

Por más que mi padre le gritó para que se detuviera no lo hizo, ella continuó cabalgando a toda carrera.

Acercándonos un poco más reconozco las figuras de los dos hombres que están de espaldas con las armas a la altura de sus hombros.

Mi corazón se acelera y mi cuerpo comienza a temblar lleno de terror por haber llegado tarde. Grito tan alto que puedo sentir como mis cuerdas vocales se irritan con cada rugido que emito.

—¡WILLIAM! —grito, pero no me escucha.

Papá golpea el cuerpo de su caballo con la fusta adelantándose, cuando escucho al hombre de negro contar.

—¡OCHO!

Los veo dar un paso más y sabiendo que queda poco tiempo, grito con más fuerza golpeando el costado de mi yegua desesperada por llegar antes de que se den la vuelta y disparen sus armas.

«¡Dios, ayúdame a que ocurra un milagro para detenerlos!» —suplico al cielo.

—¡NUEVE!

Bajo del caballo de un solo salto y empiezo a correr desesperada cuando siento que mi yegua ya no puede dar un paso más. Lo llamo tan alto que al fin me oye y voltea a verme con preocupación.

Veo cómo baja su arma con la intención de venir a mi encuentro, pero por cosas del destino mis ojos se desvían hacia Richard y la sangre se me hiela cuando veo que se voltea y alza su arma en contra de mi marido.

—¡CUIDADO! —grito con terror y corro como si no hubiera un mañana para alcanzarlo y protegerlo de la bala que amenaza su vida.

Todo pasa tan rápido que no puedo analizar lo que sucede. El caballo de Anne se cruza en la
línea de fuego de Richard y la bala impacta sobre el cuerpo del animal quien reacciona levantando las dos patas delanteras con tanta fuerza que Anne suelta las riendas y cae al suelo.

Mis pies dejan de moverse cuando escucho un segundo disparo y desvío la mirada hacia mi marido quien tiene su arma en alto apuntando a Richard que tiene su mano derecha sobre su hombro izquierdo ensangrentado. Papá salta de su caballo y corre en auxilio de Anne que tiene los ojos cerrados y un charco de sangre comienza a formarse debajo de su cabeza.

Las lágrimas corren por mi rostro cuando empiezo a correr hasta alcanzar a mi hermana quien ya está en brazos de mi padre.

—¡Hay que sacarla de aquí! —grita desesperado al notar que mi hermana no reacciona— ¡Alguien que busque un médico!

Desesperado, papá levanta a Anne en brazos, mientras que el pánico me recorre el cuerpo cuando noto que los brazos de mi hermana caen lánguidos a sus costados, cuando él la lleva hasta la carreta y la coloca en la parte de atrás.

Subo a la carreta y coloco la cabeza ensangrentada de mi hermana sobre mis piernas preocupándome porque no reacciona por más que la llamo y la sacudo.

Papá toma las riendas de la carreta apartando al hombre que se tambalea cayéndose al suelo, las golpea tan fuerte sobre el lomo de los caballos que no tardan en relinchar.

Galopan tan rápido, que las ruedas tropiezan con cada piedra del camino tambaleando el cajón de madera y temo que nos haga volcar con cada embate.

Detrás de nosotros va William quien no aparta los ojos de mi junto a Claus y más atrás, viene Richard con lord Christian. Simon debió haberse desviado en busca del médico.

El trayecto a casa me parece una eternidad. De vez en cuando veo la cara de mi hermana quien aún no abre los ojos y le acaricio las mejillas preocupada por ella y su bebé.

—¡ABRAN LAS PUERTAS! —grita papá con desespero varias veces.

La carreta se detiene de golpe frente a las escaleras de la casa principal haciendo que caiga hacia atrás con el impulso. Papá viene por Anne y William lo ayuda a bajarla.

Mamá palidece ante la escena casi mortuoria de ver a Anne en brazos de mi padre con la camisa toda ensangrentada.

—¡Noooo, mi hija no! —grita llena de dolor acercándose al cuerpo inerte de mi hermana.

Desesperada porque reaccione la llama varias veces mientras le acaricia el rostro pálido, pero Anne aún no reacciona.

—¡Debemos subirla a la habitación! —grita con desesperación mi padre y sube los escalones de dos en dos con mi madre detrás.

Corro a la cocina exigiendo que me den toallas limpias y algo para limpiarle la herida a Anne. Cuando salgo el cuerpo de William me detiene y me toma del rostro. Las lágrimas comienzan a fluir cuando mis ojos se conectan con los suyos y lo abrazo con todas mis fuerzas.

Lloro de alegría por verlo vivo y a la vez de tristeza, por la tragedia que pudo haberse evitado si Richard tan solo hubiese escuchado la verdad.

Lo miro y veo su hombro ensangrentado , pero no puedo preocuparme por el hombre que amenazó a mi marido de muerte.

Miro a William y me suelto de su abrazo.

—Debo llevar esto arriba.

William asiente y se queda junto a su abuelo y Claus en el salón mientras que Richard permanece en el pasillo frente a las escaleras.

Al entrar a la habitación de mi hermana, el panorama no ha cambiado, ella permanece sin recobrar el sentido y mamá llora desconsolada con su mano entre las de ella.

Le acerco el frasco con las sales a papá que es el único que ahora parece sereno, o al menos eso es lo que nos hace creer. Con manos temblorosas toma el frasco y lo abre acercándoselo a la nariz a mi hermana.

—Ve al cuarto de baño y humedece unas toallas Katherine —me ordena— hay que limpiarla para ver de qué tamaño es la herida.

Asiento y mojo las toallas en el lavabo y corro de nuevo a la cama donde mamá ya tiene acurrucada a mi hermana entre sus brazos.

Con cuidado, le limpio la herida y afortunadamente es un corte no muy profundo. Vi varios de estos cuando estaba en el orfanato cuidando a los huérfanos.

Con mucho cuidado envuelvo una toalla limpia en la cabeza de Anne cuando el médico aparece en la puerta con Josephine, quien se limpia las lágrimas con un pañuelo.

—Hay demasiada gente aquí, necesito que salgan —ordena el médico. Le echo una última ojeada a mi hermana y la veo mover un poco la cabeza. Aliviada, salgo de la habitación dejando a mis padres y al galeno con ella.

El tiempo pasa tan lentamente que parece burlarse de nuestra angustia, nadie sale de la habitación de mi hermana a darnos ninguna información de lo que sucede. La agonía de no tener noticias hace que las piernas me tiemblen incontrolablemente y busco la primera silla del pasillo para sentarme frente a su puerta.

   Con los codos sobre mis rodillas y las manos cubriéndome el rostro, oro para que ella y su bebé se encuentren bien.

   Una mano cálida acaricia mi cabellera y reconociendo su habitual perfume levanto la cabeza para verlo.

—¿No hay noticias aún? —pregunta y niego cuando las lágrimas se asoman de nuevo en mis ojos.

   William me abraza y me aferro con fuerza a su cuerpo escondiendo mi rostro en el hueco entre su cuello y su hombro aspirando profundamente su aroma a roble y musgo.

   Cierro los ojos un par de minutos concentrándome en el suave roce de sus dedos en mi espalda. La puerta de la habitación de mi hermana se abre de golpe y papá sale gritando desesperado:

—¡Traigan agua caliente y toallas limpias, ahora!

   Me levanto de golpe de la silla y me paro frente a él, cuando veo que Josephine entra a la habitación.

—¿Ya despertó? —le pregunto y él me mira con la vista aterrorizada.

—Tu hermana entró en labor de parto.

   Abro los ojos sorprendida.

—¡Pero, pero si aún falta mucho!

   Josephine sale de la habitación  corriendo perdiéndose en el pasillo hacia las escaleras.

—La caída le adelantó el parto.

—Quiero entrar —le pido y se aparta dejándome el paso libre.

   La escena adentro me deja de pie helada frente a la puerta. Anne está despierta con las piernas abiertas y un charco de agua y sangre cubre las sábanas debajo de ella.

   Mamá está sentada a su espalda agarrándole los brazos.

—¡No es tiempo! —grita asustada mi hermana— ¡Aún me falta más de dos meses!

   El médico se apresura a arremangarse las mangas de la camisa y busca con la mirada alrededor de la habitación.

—¡Necesito agua! —me ordena, pero mis pies no se mueven— ¡Su excelencia, necesito agua!

   Sacudo la cabeza y corro al baño buscando un cuenco con agua y un poco de jabón para que el
galeno se lave las manos.

—¡Richard!, ¿Dónde está Richard? —pregunta Anne mirándome con verdadero desespero. 

—Creo que está abajo —respondo.

   Josephine entra con una de las mujeres de servicio trayendo toallas limpias y un cuenco con agua caliente.

—Necesito que salgan de aquí! —ordena el médico mientras mi hermana insiste en ver a Richard.

   Miro a mi madre quien no sabe que responderme y sin respuesta de su parte salgo corriendo escaleras abajo para encontrarme con él y mi padre que lo tiene agarrado por el cuello de la camisa.

—¡Lárgate de aquí escoria! —le grita papá— ¡No eres bienvenido en mis tierras!

   La cara desafiante que Richard le muestra a mi padre me da a entender que no siente ningún remordimiento por lo que sucede por su causa.

   Me paro detrás de mi padre llenándome de valor y Richard desvía la mirada hacia mi.

—Anne pregunta por ti —le digo—. Tu hijo se a adelantado.

—¡No tienes porque decirle nada Katherine —me reta papá y doy un paso atrás.

   Richard se ríe a modo de burla y mi padre no aguanta las ganas y lo golpea en el rostro haciéndolo tambalear. Claus debe intervenir deteniendo a mi padre por la espalda evitando que se vaya de nuevo contra él.

   Con la mano derecha ensangrentada se limpia la sangre del labio y mirándome con odio me responde:

—Ese bastardo no es mi hijo —mi padre se retuerce en los brazos de Claus quien lo tiene que agarrar con más fuerza—. Lo mejor que le puede pasar a ese engendro es nacer muerto.

—¡Desgraciado maldito! —espeta mi padre furioso zafandose del agarre de Claus y se va contra Richard de nuevo golpeándolo con todas sus fuerzas. La sangre del marido de mi hermana salpica con cada golpe que mi papá le impacta sobre el rostro.

   Grito asustada para que se detenga y me voy contra él tratando de agarrarlo, pero la rabia y la furia de mi padre se desatan con mas ahínco sobre la cara de Richard.
  
   Los fuertes brazos de William me apartan de mi padre y luego se va contra él para separarlos. Papá jadea lleno de rabia atrapado en las manos de mi esposo, con los ojos inyectados en sangre viendo cómo Richard escupe el líquido carmesí por la boca.

—¡LÁRGATE DE MIS TIERRAS! —le grita acalorado— ¡SI ALGO LE PASA A MI HIJA O A SU BEBÉ, TE PERSEGUIRÉ Y HARÉ QUE PAGUES!

   Un grito desgarrador se escucha en la segunda planta de la casa helándome la sangre y deteniendo todo movimiento de las personas que estamos en el salón.

—¡NOOOOOOOOOOOOO!

   Corro escaleras arriba, pero mi padre me adelanta dando pasos largos y cuando llego a la puerta de la habitación de Anne, la escena que tengo enfrente, hace que me cubra la boca y las lágrimas comienzan a formarse en mis ojos, cuando veo que mi papá yace de rodillas frente a la cama de mi hermana, donde mi madre tiene el rostro bañado en llanto.

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