Capítulo 59.

Katherine:

Escuchar los gritos de Joan me levanta de golpe de la cama, con el corazón en la garganta empujo el sillón con el que bloquee la puerta y salgo al pasillo donde la encuentro hecho un mar de lágrimas y pidiendo ayuda.

—¡Dios mío! —corro a la habitación y veo a William temblando con el sudor cristalizando su cuerpo.

Me acerco para tocar su frente y está hirviendo.

—¡Tiene mucha calentura!

Quito el cubrecama y las sábanas que lo cubren para que no le dé más calor. En el orfanato nos enfrentamos varias veces a la fiebre de los niños y esto era lo que sugería el médico.

Pido que vayan por el doctor, pero lord Thomas frena mis intenciones porque aún está oscuro y debo ordenar que alguien vaya por agua. Tomo algunas toallas del cuarto de baño y le doy una a Joan.

Con la ayuda del abuelo, logramos quitarle la ropa que vestía de la cintura para abajo dejándolo completamente desnudo.

Mojo la toalla en el recipiente con agua y comienzo a frotarla por todo su cuerpo, al igual que Joan.

Continuo con la tarea, hasta que aparece en el cielo una pizca de claridad.

—¡Voy por el médico! —dice Simon y sale a toda prisa dejando la puerta medio abierta.

Por el rabillo del ojo alcanzo a ver a Anne quien entra deteniéndose en la puerta con los ojos nublados.

—Richard se fue con Simon... ¿No es mejor meterlo en la bañera? —pregunta y niego con la cabeza sin dejar mi trabajo.

—No podemos humedecer la herida.

—Pediré que traigan más agua —dice y sale de la habitación.

Si antes me asustaba la palidez de los labios de William, ahora me preocupa lo enrojecidos que están y la sequedad en ellos. Tomo una pequeña toalla y sirvo un poco de agua en un vaso, humedezco la tela y la paso sobre su boca.

El médico llega una media hora después y comienza a quitarle la venda con ayuda de Simon y el abuelo, quien no se ha despegado de él.

—Lo que me temía —comenta arrugando las cejas, mientras yo abro los ojos de par en par al ver el enrojecimiento en la herida del costado de William.

No aparto los ojos de las manos del galeno quien toma algunos frascos de su maletín y comienza a limpiar la herida de nuevo y vuelve a cubrirla con cuidado. Llena un gotero con medicina acercándolo a los labios de William vertiendo su contenido dentro de su boca.

—Está comenzando a infectarse —informa y no puedo evitar ver al abuelo quien tiene la cabeza gacha afligido ante la noticia—. Limpié la herida, pero esto no es suficiente.

—Esperemos que el cuerpo reaccione con esto —dice—, no puedo hacer nada más por él. La medicina hay que dársela cada vez que aparezca la fiebre.

—¿Hay algo más que podamos hacer por él, doctor? —pregunta Joan, pero niega.

—Solo mantener la herida lo más limpia posible y si en cuarenta y ocho horas la fiebre no cesa, no hay más que hacer.

—¡Debe haber algo doctor! —le grita desesperado lord Christian al médico agarrándolo con fuerza—, ¡Mi nieto no puede morir!

Joan se cubre el rostro llorando ante la idea y yo me niego a aceptarlo abrazándome a mi misma.

—Soy médico y mi rama es la ciencia, pero hay remedios antiguos que hacían los antepasados que pueden funcionar —indica—, no son cien por ciento efectivos, pero pueden intentarlo.

—¡Cualquier cosa con tal de salvarlo! —digo desesperada, la sola idea de perderlo me aterra.

El médico toma papel y pluma y escribe los nombres de las hierbas y cómo utilizarlas, tomo la nota con manos temblorosas y la leo. Salgo escaleras abajo rumbo a la cocina cuando las reconozco.

No tardo demasiado y camino por el pasillo hacia las escaleras con el recipiente donde llevo las hierbas tibias, pero al oír la voz de lord Thomas me escondo en la pared que está cerca.

—¡¿Que mierdas son esas de las hierbas?! —espeta furioso de repente y medio asomo la cabeza observando al médico que lo ve extrañado— ¡Acaso cree que esos menjurjes lo curarán!

El médico se suelta de su agarre y se acomoda la bata.

—Nada pierden con intentar —espeta—, he sabido de casos que con menjurjes como usted los llama y cataplasmas han logrado sobrevivir... Ahora si me disculpa, tengo más pacientes que atender.

El médico se aleja y debo esconderme un poco más cuando veo al conde que pasa cerca de mí con las manos agarrándose el cabello.

Espero a que se vaya y corro escaleras arriba entrando a la habitación con el recipiente que por fortuna aún se mantiene tibio.

Dejo lo que traigo sobre la mesita y escucho la puerta abrirse, volteo y veo a Simon que entra.

—Ayúdanos a quitarle la venda —le pido y toma el cuerpo de William con ayuda del abuelo.

Tomo el recipiente con el emplasto y pongo el cataplasma de llantén sobre la herida volviéndola a cubrir.

Esperamos un poco más de una hora. Joan lo revisa al ver que ya no tirita ni suda.

—La fiebre está cediendo —dice Joan a mi lado y puedo respirar un poco más tranquila.

—Puedes irte a descansar cariño, me quedo con él —dice Joan, pero esta vez no voy a moverme de su lado.

—Descansa, yo no voy a moverme de aquí.

Joan y el abuelo se van y me quedo con Simon quien permanece sentado sin apartar la vista de la cama dónde está William.

—Tu también deberías ir a descansar Simon, has hecho muchísimo por él y debes estar muy cansado.

—Dormiré aquí en el sillón si no te importa.

Niego con la cabeza ante su terquedad, pero dejo que se acueste.

Unas horas después vuelvo a cambiar el emplasto y con ayuda del gotero le doy una de las medicinas.

No me separo de él en lo que resta de día. Como y me aseo dentro de la habitación para no dejarlo solo, así sepa que estará bien cuidado por Joan y los demás, pero el simple hecho de que le suceda algo me aterra.

La oscuridad de la noche llega y las luces se encienden. Humedezco una toalla con agua y la paso por sus labios. Me acerco un poco a su oído donde le susurro:

—Por favor, despierta mi amor.

Hablo solo para nosotros dos y cuando me alejo veo como mueve sus ojos debajo de sus párpados.

La esperanza se siembra en mi pecho y le doy un tierno beso en los labios para que me sienta.

—No voy a ir a ningún lado sin ti, ¿Me oyes? —vuelvo a susúrrale—. Te amo William Ferguson.

Pego mi frente a la suya y me quedo unos instantes allí, cuando siento que mueve la mano que le sostengo.

Me levanto impresionada por el acto, pero vuelve a moverla y miro a su rostro donde sus ojos bailan debajo de sus párpados.

Estos se detienen mientras yo lo observo fijamente y el alma me vuelve al cuerpo cuando noto que comienza a abrirlos poco a poco.

—¡William! —lo llamo soltando el aire al mismo tiempo.

Pestañea un par de veces antes de abrir por completo sus ojos y el azul más hermoso que he podido ver en toda mi vida reaparece.

—K... Katherine —su voz suena rasposa y no puedo evitar tomar su rostro y darle un beso con fuerza en los labios.

—¡Oh William! —las lágrimas no tardan en aparecer, pero esta vez son de felicidad al verlo reaccionar al fin.

Salgo al pasillo y toco las puertas de las habitaciones de Joan y el abuelo quienes corren a verlo.

Su madre lo llena de besos y abrazo al abuelo quien tiene los latidos del corazón acelerados.

—Hijo —dice el abuelo cuando se acerca a su nieto y no puedo evitar romper en llanto con sus palabras—. Perdóname, fui yo quien casi te mata.

—Abuelo, no digas eso —habla Simon con una sonrisa de par en par en sus labios—. Bienvenido de nuevo hermano. Cuando sepas lo que te hicieron este par de mujeres vas a querer morirte.

Suelta y volteo a verlo con el ceño fruncido.

—¡Aquí no se va a morir nadie! —espeta el abuelo y Simon comienza a reírse más fuerte levantando las manos en señal de rendición.

William vuelve a cerrar los ojos por unos minutos y lo tomo de nuevo de la mano asustada.

—¿William? —lo llamo y vuelve a abrirlos.

—Tengo sed —voy por un vaso con agua y se lo acerco a los labios.

—Bebe pequeños sorbos, mi amor —le digo y sus ojos se fijan en mi rostro.

Siento como el calor sube a mis mejillas, pero ya no puedo evitar llamarlo así. La sola idea de haberlo perdido me aterró y voy a tomar esta segunda oportunidad que nos están dando para ser felices.

Bebe unos pocos sorbos y vuelvo a dejar el vaso sobre la mesita.

—Debo avisarle a los demás que despertaste —intento levantarme, pero la mano de William me detiene.

—Que vaya otro, quédate conmigo —pide y le sonrío acariciando su mejilla.

—No me voy a ir a ningún lado.

Joan sale de la habitación para dar la buena noticia, mientras Simon le cuenta todo lo sucedido desde el día de la cacería.

—Sospecho del tal Brunell —suelta Simon y yo lo veo extrañada.

—¿Brunell?, ¿Quien es ese hombre? —pregunto.

—Brunell es Conrad Spencer el antiguo capataz —mis ojos se abren de la sorpresa al escuchar a William—. Lo enviaron a la hacienda para espiarme.

—¡¿Expiarte, porque?! —la preocupación se centra en mi pecho.

—No lo sabemos —suelta Simon y quedo más sorprendida cuando cuenta lo de Ivonne.

—¡Dios santo! —un nudo se aprieta en mi estómago, pero la mano de William en la mía logra tranquilizarme un poco.

—Quiero levantarme —pide, pero me niego a que se esfuerce—, cariño necesito ir al baño.

Abro la boca y me alejo para que entre Simon y el abuelo puedan ayudarle. Se queja un poco cuando tratan de sentarlo en la cama.

—Yo que tú me cubriría primero Hermano —suelta Simon y mi rostro vuelve a sonrojarse cuando William levanta la sábana y mira por debajo.

—Pero... —dice con la sorpresa de verse desnudo.

—¿Ahora si te quieres morir? —se burla Simon.

—Creo que mejor voy por algo para que comas en la cocina.

Siento mi cara muy caliente cuando me acerco a la puerta y antes de cerrarla escucho al abuelo regañarlo.

—¡Aquí nadie se va a morir! Y tú, ¡ve por el orinal, William aún no puede levantarse!

Cierro la puerta con el calor en mi cara y toco la puerta de la habitación de mi padre.

Abre frotándose los ojos, creo que acabo de despertarlo y lo abrazo fuertemente.

—¡Despertó! —descanso mi cabeza sobre su pecho recordando lo mucho que me encanta hacer esto.

Me abraza de vuelta depositando un beso en mi coronilla.

—Sabía que iba a salir de esta cariño.

Levanto la cabeza y miro hacia un lado dentro de la habitación y veo su maleta preparada.

—¿Vas a irte? —asiente.

—Phillip y yo debemos regresar a casa. Paul debe irse a Suiza... Y ya no regresará.

Un sabor amargo se deposita en mi garganta con la noticia.

—Siento mucho que se vaya, pero es lo mejor —soy sincera—... Le escribiré una carta antes de que se vayan, ¿Podrías hacérsela llegar?

—Por supuesto cariño.

Le doy otro abrazo antes de ir a la cocina por algo para William.

Subo con la bandeja en la mano y toco la puerta. Simon abre y paso dejándola sobre la mesita de noche.

Me siento a un lado de la cama y tomo la servilleta que pongo en su regazo.

—Te traje un poco de sopa.

Pongo el plato en mi mano y meto la cuchara, soplo solo un poco antes de llevarla a su boca.

—¿Qué haces? —pregunta y el tono suave que usa hace estragos en mi piel.

—Voy a darte de comer. Te estoy cuidando.

—Puedo hacerlo solo —niego con la cabeza cuando intenta tomar el plato de mis manos.

—Quiero hacerlo —vuelvo a soplar la sopa de la cuchara y la llevo a su boca.

Mi vientre se comprime cuando lo veo abrir la boca y noto como se oscurecen sus ojos cuando llevo la cuchara cerca de mis labios para enfriarla.

—Creo que mejor nos vamos abuelo, aquí estamos sobrando —carraspea Simon detrás de nosotros, pero estamos tan concentrados el uno en el otro que no les prestamos atención.

—Come —le insisto cuando escucho la puerta abrirse y la voz de Joan resuena en la habitación.

Volteo a verla y sin querer derramo un poco de sopa sobre mi ropa.

—¡Lo lamento, pensé que estaban todos aquí!

—Acaban de irse —dice William un poco ¿molesto?—. ¿Te quemaste? —pregunta y niego con la cabeza.

—Los dejo... Buenas noches.

Joan se va luego de darle un beso a su hijo dejándonos solos de nuevo y William detiene la siguiente cucharada que le llevo a la boca.

—¿Segura de que no te quemaste? —sonrío y niego con la cabeza de nuevo.

—Come un poco más, llevas casi dos días enteros sin probar bocado.

—¿Y tú, has comido algo? —pregunta y no puedo mentirle— Entonces come conmigo.

Toma la cuchara de mi mano aunque me niego a soltarla, pero insiste y lo dejo hacer lo que quiere.

Toma la cuchara y la mete dentro del plato, luego se la lleva a la boca para enfriarla y ese simple gesto hace que el calor se deposite en partes de mi cuerpo que despertaron el día que él me tocó.

Abro la boca cuando acerca la cuchara a mis labios y mi respiración se acelera cuando lo veo tomar aire.

—Dios, dejemos el plato ahí —dice algo agitado llevando su cabeza hacia atrás.

Dejo el plato sobre la mesita y camino al armario en busca de un camisón para dormir.

—¿A dónde vas? —pregunta cuando ve que me acerco a la puerta.

—Voy por Simon para que te ayude a recostar y después me iré a dormir para que descanses.

Mueve la cabeza hacia los lados negando.

—Dijiste que no te irías a ningún lado, puedes dormir aquí conmigo.

—Temo que pueda lastimarte durante la noche.

—No lo harás cariño y si lo haces será el dolor más placentero que haya experimentado jamás.

Debo cerrar los ojos unos breves instantes para calmar lo que siento dentro de mi pecho. Este hombre me debilita.

Asiento y voy por Simon para que lo ayude a recostar mientras yo, entro al cuarto de baño a cambiarme de ropa.

Salgo y me acuesto a su lado, dejando la debida distancia entre los dos para no lastimarlo durante la noche.

William extiende su mano hacia mi.

—Ven aquí —me dice y me acerca más a él.

Descanso mi cabeza sobre su hombro y con cuidado lo abrazo para no lastimarle la herida.

El olor a sangre ya no lo siento sobre su piel. Solo noto el olor masculino que es único de él y es algo que me encanta.

—Me estaba volviendo loca el verte aquí postrado en esta cama inconsciente.

—Lo lamento —dice y me abraza un poco más fuerte.

—¡Ten cuidado con la herida! —lo reprendo y deja un beso sobre mi cabeza.

—¿Te preocupaste por mi?

—Aja... Mucho —siento como toma una respiración profunda y luego suelta el aire.

—¿Quiere decir que me perdonas Katherine?

Levanto la cara y sus ojos se clavan en los míos. Llevo mi mano que está sobre su estómago hasta su mejilla y con dulzura se la acaricio.

—No hay nada que perdonar, William. No podría imaginar mi vida sin ti... No sabes las horas amargas y llenas de angustia que pasé sin saber si sobrevivirías —mi voz se entrecorta—. Cuando mi padre y Phillip entraron contigo en brazos, sentí que algo se rompía dentro de mi.

—Lo lamento cariño —besa mi mano—. Lamento mucho haberte hecho pasado tan mal rato.

—No fue tu culpa —beso inconscientemente su pecho y noto como sus tetillas se ponen en punta y la piel se le eriza.

Los recuerdos de aquella noche regresan como flashes a mi memoria y mis pezones se endurecen.

»—Creo que deberías descansar —digo y me acurruco a su lado sin soltarlo.

Despierto acurrucada entre sus brazos y levanto la cara somnolienta para verlo dormir, pero lo descubro viéndome.

—Despertaste —afirmo y asiente dejando un tierno beso sobre mi cabeza.

—Me gusta verte dormir.

Este hombre tiene la habilidad de sonrojarme con cualquier cosa que dice. Me separo de él y me mira extrañado.

—Voy a cambiarme e ir por el emplasto y algo para que desayunes.

Hago mi aseo del día en el cuarto de baño y me cambio. Salgo y toco la puerta de la habitación de Simon para que venga a ayudar a William a levantarse mientras voy por el desayuno.

Bajo hasta mitad de la escalera y me encuentro con Camille y mi hermana quienes vienen subiendo.

—Les llevábamos el desayuno —dice.

—Voy por las hierbas para su herida, pueden entrar, está despierto.

—Bien.

Las dejo y entro a la cocina por el preparado y cuando salgo me encuentro con lord Thomas en el camino hacia las escaleras. Paso a su lado sin siquiera darle los buenos días, pero puedo sentir su mirada sobre mi espalda.

Entro a la habitación y veo a William de pie cerca de la puerta del cuarto de baño, mientras que Camile está cambiando las sábanas.

—¿Qué haces ahí de pie? —lo regaño y noto que todo su cuerpo está tenso— deberías sentarte.

Lo traigo hasta el sillón donde lo ayudo a sentar mientras que Camile termina.

—Al menos a ti te hace caso —Comenta Anne irritada—. Me ofrecí a ayudarlo a sentarse, pero se negó.

—¿Cuándo podremos irnos a casa? —pregunta William y ruedo los ojos—, necesito ver cómo van las cosas.

Parece un niño pequeño cuando refunfuña.

—Esperaremos a que el médico te revise, pero no creo que podamos irnos tan pronto —le digo y suelta el aire molesto.

Camile termina de cambiar las sábanas y asea un poco el cuarto de baño antes de marcharse junto a mi hermana.

—Vamos te ayudo a llegar a la cama.

Se apoya en mi brazo para levantarse y poco a poco lo ayudo a recostarse sobre el espaldar. Tocan a la puerta y el médico entra a revisarlo.

Nos da buenas noticias y es algo que me alegra, pero a William no le parece emocionarle la idea de que debe permanecer unos días más aquí, ya que la herida está muy reciente y debe evitar que vuelva a abrirse.

A eso del medio día, papá entra con Phillip a despedirse de ambos. Le entrego la carta que le escribí a Paul cuando William descansaba luego de la visita del médico y los abrazo prometiéndoles que iré a verlos muy pronto.

Una mujer de servicio nos trae el almuerzo y comemos sentados en la mesa. William a veces es como un niño pequeño cuando está aburrido. Sin embargo cedo a que se siente y camine un poco por la habitación.

Al día siguiente me despierto. Estiro la mano y me levanto con sobresalto al sentir el lado de William frío bajo mi mano. Lo busco por toda la habitación y no lo encuentro.

Oigo algunos quejidos desde el baño y camino hasta allí. Tiene la puerta entreabierta y me asomo quedando paralizada con la imagen de William con su miembro erecto entre sus manos.

Tiene la frente apoyada en las baldosas y su mano derecha acaricia su miembro de arriba a abajo con fuerza.

Siento como mi cara se calienta y las mariposas revolotean en mi vientre bajo.

Tiene los ojos cerrados y respira agitado haciendo ruidos guturales, que hacen que mi piel se erice.

«Dios bendito». Sigue frotándose y acelera el ritmo mientras que yo no puedo dejar de apreciar su desnudez. El miembro grande y grueso entre sus manos y los líquidos que destila, me secan la boca.

Debo obligarme a apartarme de la puerta antes de que se dé cuenta de que lo espío. Vuelvo a la habitación y voy al armario por un vestido para el día, cuando escucho que alguien toca la puerta.

—Adelante —digo y abren la puerta.

Joan aparece junto al abuelo que va bien vestido.

—Venimos a despedirnos —dice mi suegra—. Simon vendrá en un momento. ¿Dónde está mi hijo?

—Está en el baño.

Unos minutos después sale William del baño con el cabello húmedo.

Se despide de su madre y su abuelo y al entrar Simon lo envía a la hacienda para que no queden los empleados solos.

Por la tarde insiste en bajar y caminar un rato en el jardín y por más que le insisto que descanse se niega alegando que está cansado de estar en la cama.

Camino junto a él un rato y luego subimos después de la cena. Afortunadamente el conde de Essex también se retiró a su casa.

Veo que William toma su pantalón de pijama y camina hacia el baño.

—¿Qué haces? —pregunto.

—Voy a cambiarme para dormir cariño.

Le quito el pantalón de las manos.

—Te ayudo.

Le digo con firmeza al ver que iba a negarse. Lo ayudo a desabrocharse el pantalón y lo bajo hasta sus pies. Me rio por dentro al ver que no tiene vergüenza de que lo vea en ropa interior.

—Ya me viste desnudo —suelta de repente— tal vez ya no necesite el pijama para dormir.

Los colores suben a mi cara cuando desde abajo lo miro y veo sus ojos oscurecidos. Trago la saliva y lo dejo sin vestir.

Lo ayudo a acomodarse en su lado de la cama y lo cubro. Busco mi camisón e intento ir a cambiarme, pero me detiene con las palabras que suelta.

—Ya que me viste desnudo, sería igualitario que yo te viera ¿No crees?

Las mariposas vuelven a revolotear por mi vientre y entiendo lo que quiere decir. Lentamente me acerco a su lugar y le pido que me ayude con las cintas del vestido.

Sus manos se sienten tibias sobre mi espalda y sin mirarlo dejo que el vestido caiga haciéndose un charco bajo mis pies. No me atrevo a voltearme y verle la cara.

—Voltéate cariño —su voz suena tan dulce y a la vez agonizante y hago lo que pide.

Noto como sus pupilas se agrandan y sus labios se entreabren.

»—Eres absolutamente hermosa —suelta con deseo y su manzana de Adán baja y sube.

Intento tomar el camisón para ponérmelo, pero lo toma entre sus manos y niega con la cabeza.

—Quiero que duermas así —mis ojos se abren y mi boca forma una O sorprendida ante sus palabras.

Camino hacia mi lugar y me acuesto como me lo pidió con brasier y enagua. Me pega a él y la humedad se asienta en mi entrepierna cuando siento sus labios rozar los míos.

—Eres la mujer más perfecta que he visto en toda mi vida Katherine... Te amo.

No logro procesar sus palabras cuando ya sus labios están sobre los míos atacándolos con fiereza.

William ataca mi boca como un poseso hambriento. Acaricia mi labio inferior con su lengua haciendo que abra y la introduzca dentro.

Gruñe cuando mi mano va a sus abdominales acariciándolos de arriba a abajo. Siento bajo mi tacto el camino de vellos cortos que van desde su ombligo hasta su ingle.

La vergüenza no me deja ir más allá, deseosa de tomar entre mis manos lo que ya una vez acaricié, pero me detengo a mitad del camino.

—Creo que deberías descansar le digo con la voz entrecortada y él suelta el aire.

Asiente y lo ayudo de nuevo a acomodarse. Lo cubro con la sábana y noto la erección. Me acurruco a su lado y él me acaricia el brazo con su mano tan suavemente, que no tardo mucho en quedarme dormida.

La mañana me toma en un abrir y cerrar de ojos, pero aunque me parece que casi no dormí, no me siento cansada.

Abro los ojos y William aún duerme. Ruedo mi pierna un poco más arriba y siento su dureza en mi muslo. Él gruñe de repente y me quedo quieta.

—Si vas más arriba harás que me corra.

Dice y el calor se apodera de mi cuerpo. Se estira sobre la cama e intenta levantarse, pero lo detengo.

—¿Qué haces?

—Necesito ir al baño mi amor.

Pienso unos breves instantes lo que voy a decir, sin embargo lo suelto sin más ya que la curiosidad me gana.

—¿Te duele? —pregunto y me ve extrañado.

—¿Qué cosa?, ¿la herida? Solo me molesta un poco.

Niego con la cabeza y le señalo el bulto que se cierne debajo de la sábana. Se ríe a carcajadas y me apena que haber preguntado. Sube mi rostro con sus dedos y me miras

»—Es normal que amanezca así cariño. Además cada vez que te tengo cerca, no puedo evitar empalmarme.

Abro la boca sin poder decir nada y veo cómo lleva sus mano a su entrepierna.

—Puedo ayudarte si quieres —suelto sin más y me ve sorprendido.

—¿Quieres hacerlo? —pregunta y asiento con la cabeza—. Bien, si lo deseas.

—Quiero hacerlo, pero debes decirme como.

Llevo mi mano a su miembro y la cierro alrededor de su grosor.

—Aprieta un poco —hago lo que me dice—. Un poco más cariño.

Aprieto más y alcanzo a sentir sus venas en mi palma.

»—Ahora cuando estés lista, lleva tu mano arriba y abajo.

Con el pulgar acaricio el glande presionando sobre la ranura y William cierra los ojos disfrutando lo que hago. Bajo la mano acariciando arriba y abajo lentamente.

Suelta el aire pesadamente cuando acaricio sus testículos y vuelvo al miembro. Sigo acariciandolo y es un placer escucharlo gemir cuando lo rozo.

Mi entrepierna se humedece y la saliva se acumula dentro de mi boca, con él sin fin de sensaciones que me hace sentir este hombre.

—Acelera cariño —dice y ejerzo más velocidad—. Aprieta, mas fuerte.

Aprieto un poco más acelerando mis movimientos, el líquido preseminal empapa mi mano y no me asquea, más bien me llena de deseo y lujuria.

Quito la sábana para deleitarme con la mirada sobre lo que hago y suelta un gemido encantador cuando arquea un poco la espalda.

—Sigue... Así, lo estás haciendo muy bien.

«Dios este hombre me enciende el cuerpo». Sigo con mi tarea y acelero mis movimientos cuando noto que crece un poco más y su cuerpo se tensa. El líquido blanquecino que sale de la abertura sobre su glande me empapa la mano y su estómago.

Veo cómo su vientre se retrae a medida que el líquido sale y ver su cara cuando esto sucede es lo más placentero que he podido ver hasta ahora y todo gracias a mi.

Tomo la toalla que está en la mesita de noche y lo limpio para luego hacerlo con mi mano.

Toma mi rostro entre sus manos y me da un beso largo y profundo antes de soltarme.

—Te amo Katherine. Jamás me cansaré de decírtelo.

—Yo también te amo.

Ya no me da miedo decírselo, ya no hay obstáculos para hacerlo, lo amo con toda mi alma y sé que él también lo hace. A partir de ahora ya no hay muros que derribar entre nosotros.

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