Capitulo 57.
ADVERTÊNCIA:
Capítulo no apto para sensibles.
Katherine:
Obligo a mis piernas a moverse hasta la puerta y con todo el peso de mil yunques sobre mis hombros subo de nuevo al coche donde el cochero avanza hasta la casa.
Entro en mi habitación tumbándome en la cama llorando con algo que se rompe dentro de mi. La pena, el dolor, el desamor y la traición se apoderan de todo mi ser y lloro no sé por cuánto tiempo hasta quedarme dormida.
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William:
La desvelada de anoche me pasó factura, ya que caí en la cama de mi habitación privada como un roble. Despierto somnoliento todavía y estiro mi brazo para tomar el reloj para ver la hora. Me levanto de golpe al ver que ya es más de mediodía.
—¡Demonios! Cómo pude dormir tanto.
Entro en el cuarto de baño para hacer mis necesidades y asearme para después tomar lo primero que tengo en el ropero. Dejé hace días ropa de cambio, ya que sabía que algunas noches debía quedarme por aquí.
Salgo de la habitación rumbo a la oficina donde no encuentro a Antoine, pero al salir camino a las escaleras él viene subiendo pálido.
—¡Mi señor! —grita medio alterado.
Le hecho una ojeada al club donde ya varios hombres están disfrutando de los placeres de la libertad que aquí se le da y no noto por encima que algo extraño haya ocurrido.
—¿Qué pasa, porque estás así?
—La señora... —lo tomo de los brazos fuertemente.
—La señora ¿Que? —pregunto desesperado. Tan solo pensar que le pudo haber ocurrido algo me aterra—¡Habla de una maldita vez! —me exaspera su silencio.
Lo aparto para bajar e ir por el coche para irme a casa, pero un escalofrío me recorre el cuerpo cuando decide hablar.
—La señora estuvo aquí buscándolo —volteo a verlo atónito—, habló con Priscila y...
Corro escaleras abajo en busca de la mujer y la encuentro en la cocina. La manzana que iba a llevarse a la boca queda a mitad del camino cuando la enfrento.
—¡¿Mi esposa estuvo aquí?! —la zarandeo— ¡¿Qué le dijiste?!
—Calma jefe —dice un poco nerviosa—. Si, estuvo aquí y preguntó por usted.
—¿Qué le dijiste? ¡Habla ya por un demonio!
—Le dije que estaba en su habitación... Ella tenía la intención de subir, pero tuve que detenerla, uno de los hombres ya le tenía la vista encima y si la dejaba subir... Pues no me hacía responsable de nada.
—¿Qué le dijiste? —vuelvo a preguntar con los dientes apretados temiendo a la respuesta.
—Que usted no estaba solo.
—¡Maldición!
Llevo las manos a mi cabeza agarrándome el cabello impotente sin saber que hacer.
—¡Jefe, no podía dejarla subir! Usted bien sabe que este no es lugar para una mujer tan refinada como ella y con tantos nobles aquí, cualquiera podría reconocerla.
—¡Pero le mentiste!, ¡Bien sabes que no llevé a nadie a mi dormitorio!
Salgo del club desesperado subiéndome al coche. Pensando en que le estaría pasando por esa cabeza a Katherine después de lo que Priscila le dijo.
—¡Por Dios, todo iba tan bien entre nosotros! —golpeo con el puño la puerta del coche ante la impotencia que siento—, como voy a hacer ahora para que me crea.
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Brunell:
Estoy en la bodega clandestina fumándome un habano de los que le robé al jefe sin que se diera cuenta, mientras veo como uno de mis hombres, golpea teniendo atado de pies y manos a una silla, a uno de los mal vivientes que se atrevieron a robarme queriendo verme la cara de idiota.
El otro de los rateros está encadenado a un grillete atado a una cadena sujeta del techo. Tiene golpes en la cara y las uñas ya se las arrancó casi todas.
—¿Dónde está mi dinero, pedazo de basura? —le hablo mientras suelto el humo del habano sobre su cara.
—Yo... No lo sé... Yo... Yo no le he robado nada.
Me separo de él y con una mano doy la orden para que le arranque el resto de las uñas al que tiene en la silla.
—Cortale las manos para que aprenda.
Camino hacia la pequeña oficina ubicada en el segundo piso y el grito de dolor que se oye como un eco por todo el lugar, es un deleite para mis oídos.
Cierro la puerta, camino al minibar llenando un vaso con ron decente y lo llevo a mi boca cuando escucho el primer toque.
—Pase —ordeno y dejo el vaso en el minibar cuando veo que entra Ivonne con maleta en mano.
La rabia me inunda el pecho cuando empieza a relatarme lo sucedido y sin más le doy una bofetada que la hace caer al suelo.
—¡Eres estupida! —le grito viendo cómo el hilo de sangre le corre por la barbilla— ¡¿Que mierdas le voy a decir al jefe ahora?!
—Lo siento, lo siento —dice mientras se levanta del suelo y se limpia la sangre de la boca—. Pensé que ya que se acerca la cacería, podría meterme en su cama y seducirlo antes de que lo maten, pero no apareció en toda la noche...
—¡Por una follada arriesgaste el trabajo de tanto tiempo! —Estoy furioso así que, la agarro con fuerza y le estrello el pecho contra el escritorio colocándome detrás de ella subiéndole la falda con rabia.
—¡Brunell! —grita cuando se huele mis intenciones.
—¡Quieres que te follen maldita ramera! —rompo su enagua dejando su culo expuesto— ¡Te voy a follar tan duro, que no vas a poder caminar!
Bajo el cierre de mis pantalones y los llevo hasta las rodillas. Separo sus piernas con fuerza pateándole los pies para que se abra para mi y sin más preámbulo ni placer, me entierro de golpe dentro de ella haciéndola gritar.
Entro y salgo con fuerza bruta, mientras ella solloza y grita mi nombre pidiendo que pare. Le agarro las manos inclinándome hacia adelante dejándola completamente a mi merced.
—¡Gime ramera! —me entierro todo dentro de ella— ¡Esto es lo que querías! ¡No lo disfrutas, porque soy yo quien te folla y no el niño mimado que ya es un cadáver!
Me entierro tan dentro de ella que mis testículos chocan contra su clítoris hinchado, no la dejo, no permito que lo disfrute, este es un castigo por desobedecerme, por hacer lo que se le da la maldita gana arruinando todo lo que por tanto tiempo trabajé.
Eyaculo dentro de ella y cuando baja mi excitación, saco el miembro dejándola caer al suelo adolorida.
—Ahora ve a limpiarte —le ordeno mientras solloza— y te vas de nuevo a la hacienda y si es necesario que te pongas de rodillas para que te perdonen, lo haces, porque necesito información de dentro de la maldita casa.
Se levanta tambaleándose y cojeando un poco metiéndose en el cuarto de baño, voy a la licorera y no me preocupo en servirme en un vaso el ron, sino que lo tomo directamente de la botella.
Sale del cuarto de baño con los ojos enrojecidos y la halo del cabello para amenazarla, llevándola al vidrio de la ventana desde el cual se puede ver hacia abajo, donde está mi hombre torturando al infeliz que grita de dolor.
—Si no te quieres ver en el puesto de ese desgraciado, es mejor que me traigas la información que quiero.
La suelto y me mira con odio, pero no me importa, cuando quiero algo, lo consigo al precio que sea.
Vuelvo abajo cuando la veo cruzar la puerta que da a la calle y el hombre que tengo torturando al otro, arranca el hacha del posa manos de la silla donde lo tiene atado. La sangre gotea en el filo y la mano del infeliz cae al suelo.
Su grito es ensordecedor y la sangre sale a chorros de su muñeca.
Esta pálido, camino a la chimenea y saco el fierro caliente de esta y me acerco al infeliz clavándoselo en la herida.
Vuelve a gritar de dolor mientras su cuerpo se estremece, pero hago más presión y separo el fierro de su piel ya ennegrecida.
Llora y suplica que lo deje ir, pero no voy a hacerlo hasta saber dónde tiene lo mío. Busco en la mesa el gancho con punta punzante acercándolo a su ojo derecho y los cierra con fuerza sabiendo lo que se viene.
El otro hombre que aún permanece atado a la cadena que desciende del techo, se revuelca al ver la cercanía del instrumento al ojo de su amigo y grita despavorido.
—¡El dinero lo tiene Jackson London! —confiesa—. ¡Él fue el que te robó, nosotros le advertimos que no lo hiciera!
Lo miro con los ojos entrecerrados y me acerco a él con el gancho clavándolo en su cuello amenazándolo.
—Morirás peor que este imbecil si me estás mintiendo.
Mueve la casa a los lados desesperado.
—¡No miento, búscalo y lo comprobarás tú mismo!
Hago una señal con la cabeza a mi hombre quien se va a lavar las manos y sale por la puerta con la gabardina hasta los pies puesta.
Una hora más tarde llega un mensajero de los míos con un trozo de papel en la mano el cual me entrega:
"Bosque de Epping en dos días, al amanecer... Arréglalo todo".
Arrugo la pequeña hoja y sonrío al ver lo que se avecina.
—Te llegó la hora niño mimado —me digo. Subo de nuevo las escaleras entrando a mi oficina y tomo la botella que dejé a medias, la levanto hacia la ventana dejando que la luz del sol ilumine el líquido ambarino.
—Falta poco para hacerme de la dama, porque ni de mierda se la voy a entregar al jefe intacta, primero la pruebo yo y luego se la entrego si se me da la gana —llevo la botella a mis labios dándome un largo trago—. La follaré sobre tu tumba William, verás desde el infierno lo que hace un verdadero hombre.
Vuelvo a alzar la botella brindando conmigo mismo y después de darle un último trago la golpeo sobre la mesa sin romperla.
—Dulce elixir que saborearé dentro de poco —busco el armario que tengo oculto detrás de la pared falsa. Saco mi cuchillo predilecto y el arma para limpiarla, no quiero que falle a la hora de disparar la bala que le va a atravesar el corazón al maldito que se atrevió a echarme como un perro de sus tierras.
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William:
Nunca había tenido tantos nervios como ahora, saber que Priscila le dijo mentiras a Katherine y que ella pudo creerle me enoja.
—¡Maldita sea!
Me desespera no poder llegar más rápido a casa, necesito decirle la verdad. Necesito hacer que me crea. Desde que le juré fidelidad en el altar no he tenido ojos para ninguna otra mujer, a ninguna he mirado con deseo como lo hago con ella, solo ella es quien enciende el fuego de mi cuerpo, el que quiero que Katherine aplaque con sus labios.
Entramos a la propiedad y de camino encuentro a Simon montado en su caballo yendo hacia la salida.
—¡Detente! —le grito al cochero quien detiene los caballos intempestivamente.
Salgo del coche haciéndole señas con las manos a mi amigo para que se detenga. Este que nota mi presencia se detiene y salta del caballo.
—¡¿Katherine está en la casa?! —pregunto nervioso temiendo que haya huido a casa de sus padres.
—Hermano —la cara de Simon es indescifrable, haciendo que mi corazón palpite en mi garganta muerto de miedo—. Ella encontró a Ivonne en tu cama desnuda.
—¡Maldita sea! —grito ante la impotencia que recorre mi cuerpo— ¡¿Que hacía esa mujer en mi cama?!
Simon me echa todo el cuento desde el principio. Solo de pensar que esa mujer se atrevió a amenazarla con lastimarla hace que la sangre me hierva.
—William necesito que me contestes con la verdad —Simon me mira con seriedad— ¿Le has sido infiel a tu esposa con esa mujer?
—La simple pregunta me ofende Simon. Me conoces muy bien y sabes que no sería capaz de hacerlo.
Soy sincero y él más que nadie en el mundo lo sabe.
—Entonces ve y cuéntale todo, desde que llegó, está encerrada en su habitación. Ada abrió hace un par de horas y estaba dormida.
Tomo el caballo de Simon para llegar más rápido a la entrada, pero escucho una voz a mi espalda que me irrita sobremanera.
—Mi señor —volteo y la veo ahí de pie cerca del coche en el que llegué—. La señora me echó de la casa sin ningún motivo.
Su cara comienza a llenarse de lágrimas y la bilis se me revuelve al recordar lo que intentó hacer unas horas atrás. La agarro fuertemente de los brazos y su frente se arruga por el dolor que siente ante mi agarre.
—¡¿Que mierdas hacías en mi habitación?! —espeto furioso.
—¡Lo estaba esperando mi señor!
—¡¿Desnuda en mi cama?!
—¡Solo quería llenar el vacío y que pasara una buena noche, ya que su esposa no lo atiende como se debe!
Mi paciencia llega al límite, me olvido de que es una mujer y la lanzo al suelo.
—¡Jamás te di a entender nada! —le grito en la cara mientras está en el piso.
La voz de advertencia de Simón detrás de mí no me frena. Estoy tan lleno de rabia por la situación que ha provocado que no me importa nada.
—¡Lo que haga o no con mi mujer es cosa mía, nunca te di razones para que te metieras en mi cama! —No me importa que el cochero me escuche. La agarro del brazo y la arrastró hasta la puerta donde la lanzo al camino— ¡No vuelvas a aparecerte por mis tierras —la amenazo—. Porque olvídaré que soy un caballero y tú una mujer.
—¡Me va a matar si no me deja volver a la casa! —grita y volteo a verla cuando de rodillas me agarra una pierna evitando que me mueva.
Trato de zafarme, pero se abraza con ambos brazos a mi pierna y llora desconsolada.
—Si no deja que me quede en su casa, Brunell va a asesinarme... Por favor, se lo suplico, juro que jamás haré algo así de nuevo.
—¿Quién es Brunell? —pregunta Simon.
—¡Que nos importa quien sea! —le espeto a mi mejor amigo— ¡Que la mate, no me importa!
—¡William! —me reprende, pero es que tengo tanta rabia que no me importa lo que le pase a ella.
—Por favor mi señor... Se lo suplico.
Repite las palabras miles de veces y Simon se apiada de ella, pero yo no.
—¿Quién es Brunell? —vuelve a preguntar mi amigo y la respuesta de ella me deja helado.
—Era el capataz de sus tierras mi señor, fue enviado aquí para vigilarlo.
Me voy contra ella y la agarro de nuevo.
—¡¿Quien lo envió?! —exijo—. Dime ¿Quién le ordenó que me vigilara?
Mi cabeza comienza a trabajar pensando en los enemigos que puedo tener, lord Chapman, Vincent?
—Lo único que sé es que lo llama jefe... No se quien es, nunca lo he visto.
—William, tiene miedo —Simon vuelve a hablarme y no debería importarme lo que le suceda a esta infeliz después de lo que hizo, pero mi conciencia no me dejaría tranquilo.
Respiro profundo tratando de tranquilizarme, pero el simple hecho de saber que tenía al enemigo dentro de mis tierras me preocupa.
—Escóndete por hoy en algún lugar y mañana antes del amanecer acércate al club que está en el pueblo... Antoine te dará dinero para que te pierdas.
—¡Él me encontrará! —la voz y la quijada le tiemblan llena de pavor—. Él tiene mucha gente trabajando a su servicio.
—Sal del país, te daremos dinero suficiente para eso, pero no te quiero volver a ver en mi vida, ni te quiero cerca de mi esposa.
Se va resignada después de que se da cuenta que no logrará nada más conmigo. Dejo a Simon y subo al caballo para llegar a la casa con mil cosas en la cabeza, pero la principal se encuentra dentro de las paredes que estoy alcanzando a ver ahora.
Salto del caballo y subo las escaleras de la entrada lo más rápido que puedo. Abro la puerta desesperado y cuando pongo un pie en la escalera del ala oeste Ada me grita:
—Ya despertó, está en el cuarto de baño.
Subo las escaleras de dos en dos y hasta de tres en tres y corro hasta llegar a su puerta. Tomo el pomo y antes de bajarlo debo respirar hondo varias veces para calmarme y enfrentarla, para decirle la verdad y rogarle así sea de rodillas si no llega a creerme.
Cierro la puerta con cuidado detrás de mí y no la veo «aún no ha salido», me cruzo de brazos y la espero pegado a la madera con el temblor que cruza mi cuerpo y el desespero en mi pecho. La puerta del cuarto de baño se abre y me ve, al principio se sorprende, pero después su mirada se vuelve fría y su cuerpo se yergue hacia mí con toda la rabia que siente por mi en estos momentos.
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Katherine:
Despierto sin ánimo de levantarme de la cama, pero las necesidades fisiológicas me obligan a hacerlo. Cuando salgo encuentro al hombre que no quiero volver a ver en mi vida de pie en mi habitación, con la espalda apoyada en la puerta cerrada y de brazos cruzados.
—¡Vete, no quiero verte! —le grito llena de rabia.
—Katherine, yo...
—¡Vete! —espeto furiosa— ¡Vete a revolcar con cuánta ramera se te pare enfrente! ¡Por eso fue qué abriste ese lugar!
Las lágrimas no puedo evitarlas ya que soy presa de mi propio dolor, pensar que yo no le provoco nada y que otras si, me lastima. Él se viene contra mí y me toma con fuerza de los brazos llevándome contra la pared, sin hacerme daño.
—No estaba con nadie —dice calmado y eso me altera más—. Priscila te dijo eso para que salieras del lugar.
«No le creo».
—Jamás he estado con alguien desde que nos casamos —confiesa y mis ojos se cruzan con los de él cuando lo veo sorprendida—. Escúchame bien cariño, nunca he estado con ninguna otra mujer después de nuestro matrimonio, jamás he deseado a otra como te deseo a ti, son tus besos los que anhelo, perderme en el aroma de tu piel.
Mis piernas comienzan a flaquear temblorosas como las ramas jóvenes de los árboles en el viento.
—Es dentro de ti que quiero perderme y me muero cada día más, porque te hice la promesa de no volver a tocarte y esto me está volviendo loco... —mi pulso se acelera— No sabes lo tortuoso que es tenerte tan cerca y no poder hacerte mía como deseo. Perderme en el valle de tus piernas y hacerte gemir mi nombre con cada embestida que muero por darte.
Los colores suben a mi rostro y mi cuerpo se acalora cuando siento su aliento cerca de mi oído.
—No sabes lo que me excita tenerte aqui tan cerca, el dulce aroma de tu piel me enloquece y lo que más deseo en este momento es lanzarte sobre esa cama y hacerte mi mujer tantas veces pueda hasta que amanezca y mucho más después de que el sol salga... hacerte completamente mía, cariño.
Debo entreabrir mi boca por la falta de oxígeno en mis pulmones, porque William comienza a besarme desde el lóbulo de mi oreja con dulces y tiernos besos, descendiendo provocativamente por mi cuello hasta mi clavícula. Debo plantar bien los pies en el suelo para no desfallecer, ya que la vista se me nubla con el sin fin de sensaciones que me hace sentir este hombre.
—Quiero tocar tus pechos y prenderme de ellos hasta dejarlos tan sensibles que no puedas ni tocarlos sin recordarme.
Aprieta uno de mis senos y un sonido despierta en mi garganta.
—Quiero acariciarte, rozar mis manos sobre tus muslos —lo hace mientras mi mente empieza a nublarse e inconscientemente llevo mis manos hacia su pecho sintiendo los latidos acelerados de su corazón— Quiero sentir la humedad de tu sexo sobre mi mano y hacerte estremecer con cada toque.
Su mano sube por la parte interna de mis muslos y me abro para él, no soy dueña de mi cuerpo, en estos momentos me desconozco a mi misma, quiero sentirlo, quiero que me haga todo lo que dice susurrándome al oído.
Su mano sigue subiendo mientras me besa y acaricia uno de mis senos. Siento como mi entrepierna se humedece cada vez más con su cercanía. Sube un poco más y siento su mano tomando el borde de mi corta enagua. Toca mi vello pubico recién cortado y la respiración se me acelera.
—William... —su nombre es lo primero que sale de mi boca.
—Vamos cariño, sométete a mí, entrégate de una vez, que muero por perderme entre tus piernas.
Pega su cuerpo más al mío haciendo que sienta su miembro duro sobre mi vientre, ya no pienso, no puedo asimilar lo que sucede. Con cuidado deja de apretar mi seno y con su mano toma la mía y la lleva hasta la cremallera de su pantalón
—Toma, siente como me tienes en este momento cariño —dice con aquella voz gutural que me enloquece. Aprieta mi mano contra la dureza de su miembro y trago forzosamente la saliva que se forma dentro de mi boca—... Todo esto es por ti... Solo por ti.
Siento como su mano desciende un poco más entre mis piernas y él solo toque hace que mi cuerpo se estremezca haciendo gritar su nombre una vez más
—¡William!
—Así es cariño, soy yo quien te hace estremecer.
Su voz enloquece mis sentidos, sigue apretando mi mano contra su miembro y me suelta un instante. Escucho como baja la cremallera de su pantalón y adentra mi mano haciendo que toque la piel de su entrepierna, grande y gruesa. Siento la humedad que desprende sobre la palma de mi mano y no siento asco.
Puedo sentir en mi tacto las venas que se le marcan a lo largo del falo, lo froto de abajo hacia arriba y gime en mi oído.
—Lo estás haciendo muy bien cariño.
Uno de sus dedos invade mi sexo palpitante y me aferro con un brazo a su cuello para no caer al suelo. Me abro más, víctima del deseo para que pueda adentrarse en mi centro y acelero el movimento de mi mano sobre su miembro.
Vuelve a gruñir deliciosamente en mi oído cuando siento la incomodidad de su dedo dentro de mi.
«Oh dulce sensación que aunque incómoda no quiero que pare».
Entra y sale de mi con cuidado y lentamente haciendo más tortuosas la necesidad de volver a sentir mi cuerpo estremecerse por su tacto. Lleva su mano libre de nuevo sobre la mía haciéndome acelerar las caricias sobre él al mismo tiempo que lo hace con su dedo dentro de mi.
La saliva se me vuelve a formar en la boca y el estremecimiento de mi cuerpo hace que descanse mi frente sobre su pecho. Mil terminaciones nerviosas despiertan algo que jamás había sentido en mi vida y deseo más, mucho más de esto.
Un líquido caliente se derrama sobre la mano que tengo sobre su miembro, al mismo tiempo que siento como comprime la pelvis.
—Soy sólo tuyo mi amor. Lo juro. —su voz gutural me alborota los sentidos.
Desearía no sentir miedo y entregarme por completo a él sin barreras, sin sentirme fuera de su vida, pero algo dentro de mi me dice que me aleje.
Quisiera abrazarlo y decirle de todas las formas que existen que lo amo, que creo en cada una de sus palabras, pero los hechos dicen lo contrario.
Lo aparto de mi sin violencia y me mira desconcertado intentado tomarme la cara, pero me alejo.
—Todo lo que te he dicho es verdad —dice a mi espalda y siento que su voz ha cambiado—, ya no sé qué más hacer para que me creas, pero tampoco voy a rogarte para que lo hagas.
Sale de mi habitación dando un portazo y cierro los ojos con el ruido que hace la puerta.
Camino al cuarto de baño para lavarme y no por asco, porque nunca había hecho algo como esto. Miro mis manos recordando lo que hice y el rubor se me sube a la cara recordando donde estaba su mano y todo lo que me hizo sentir.
Paso el resto del día encerrada en mi habitación, ni siquiera salgo para cenar, porque el apetito lo perdí desde que salí en la mañana de la casa.
El silencio de la noche me arropa en mi habitación y paso casi toda la madrugada en vela, pensando en todo lo que William me dijo, me abrazo a la almohada repitiéndole a mi cerebro que le crea como lo hace mi corazón, pero él es terco y necio y sigue frenándome para que no abandone esta cama y corra a sus brazos.
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William:
Tenerla tan cerca, poder tocarla, meterme dentro de ella y sentir como sus paredes se apretaban y se estremecía a causa de mi tacto, fue algo que nunca había sentido con ninguna mujer.
Ella es una diosa de carne y hueso. Escucharla gemir mi nombre y que se deshiciera en mi mano fue lo más placentero que he podido experimentar alguna vez en la vida.
Dejar que me tocara y derramarme en su mano sin que ella sintiera asco de lo que provoca en mí, despertó el instinto animal que llevo dentro. Deseaba lanzarla a la cama, besarla, hacerme dueño de cada centímetro de su cuerpo, como ella lo es del mío, pero me apartó de su lado sin decir una palabra.
—¡Maldita sea! —golpeo la cama sintiéndome culpable y lleno de impotencia—, ¿Cómo es posible que siga desconfiando de mí?
Doy mil vueltas en la cama sin poder conciliar el sueño ni una sola vez en toda la noche. Me abrí a ella, le dije todo lo que me hacía sentir y no me creyó.
Me levanto para arreglarme apenas salen los primeros rayos del sol, ya que hoy emprenderemos el viaje a la casa de Richard. Mañana comienza la temporada de caza y esta noche se celebrará una cena para la inauguración.
Desayuno en mi habitación sin ánimo alguno de tener que verle la cara al imbécil de mi cuñado y a la mujer que en parte tuvo la culpa de todo el trato que le di a mi esposa, porque si, estoy consciente de que yo soy el mayor culpable, porque sabía la clase de mujer que es Anne y sin embargo preferí creerle en vez de dudar de su palabra.
Ahora llega con lamentos y quiere reivindicarse porque será madre y desea ser la mejor persona para su futuro hijo. Mentiras tras mentiras.
Sin embargo, me importa un bledo lo que haga con su vida, simplemente me apena que sea una persona tan superficial.
—Mira que envidiar a su propia hermana.
Tenía en mente contarle todo lo sucedido a Katherine con su hermana, pero si no me creyó anoche, ¿Que me garantiza que pueda creer, que no siento más que lástima por su hermana?
Dejamos la hacienda los tres en el mismo coche, Simon se sienta frente a mi, mientras que Katherine toma el asiento a mi lado. Observo el trayecto por la ventana sin emitir ninguna palabra, mientras mi amigo habla y habla mareándome con sus conversaciones sin sentido.
La propiedad amurallada nos recibe y a lo lejos alcanzo a ver a Richard quien nos espera en la entrada.
—Bienvenidos —saluda con su típica sonrisa llena de hipocresía dirigida a mí y a Simon.
La rabia comienza a invadirme cuando lo veo besar la mano de mi esposa por más tiempo de lo normal, pero trato de ignorar la incomodidad que me embarga.
La cena comienza sirviéndose los mejores vinos y los más exquisitos platillos. La velada se extiende hasta la sala donde los hombres que iniciarán la cacería charlan de las distintas estrategias que utilizan para cazar al mejor espécimen.
Lord Chapman no aparta la mirada de odio de mi y prefiero ignorarlo como la escoria viviente que es. Está junto a su hijo y varios de sus allegados bebiendo y fumando habanos importados.
La nube de humo se concentra en el aire y prefiero retirarme a mi habitación donde ya Katherine está dormida de un lado de la cama, dejando el espacio suficiente para mí a su lado.
Miro el sillón que está cerca del ropero, pero no voy a pasar una mala noche, así que decido ir a cambiarme y bajar las sábanas para acostarme en el lugar que me pertenece. «Junto a mi esposa».
—————-
El primer día de caza comienza al amanecer. En silencio para no despertar a Katherine me visto, poniéndome mi pantalón de montar, las botas, la camisa y el saco largo para protegerme del frío.
Salgo de la habitación encontrándome con los demás hombres en el lugar donde preparamos las armas y las trampas que serán colocadas en los sitios estratégicos donde presumimos que huirán nuestras presas. Preparo lo mío junto a Simon, mientras que Phillip lo hace junto a su padre y Richard al lado del suyo.
Mi abuelo revisa minuciosamente todo lo que llevo y no sé porque siento que algo extraño está por suceder. Me siento inquieto desde que me levanté.
—Ten cuidado hijo —dice el abuelo y asiento asegurándole que lo haré, sin embargo el nerviosismo no desaparece de sus ojos.
Monto en el caballo que se me asignó, un pura sangre negro como la noche, apenas sentí su cuerpo bajo mis piernas sabía que es un corcel poderoso, fuerte y veloz, no tanto como el mío, pero sé que puedo manejarlo.
El corazón se me acelera cuando el hombre que va al frente lleva la corneta a su boca y suelta el aire con fuerza a través de ella, haciendo que los perros salgan a toda carrera y mi caballo se levanta en dos patas haciendo que tenga que agarrarme con fuerza para no caer.
La niebla aún cubre la hierba bajo las patas de mi caballo. Los arbustos están cubiertos con una fina capa de gotas de lluvia, haciendo que el olor a tierra húmeda se meta por mis fosas nasales.
Los ladridos de los perros que van a metros de distancia comienzan a oírse y agito las piernas para que mi caballo acelere el paso. Corro junto a Simon que se mantiene a mi lado junto a Phillip mientras los demás están dispersos por el lugar.
—Un ciervo —susurra Phillip y los tres bajamos de nuestros caballos haciendo el menor ruido posible para no asustarlo.
Saco mi arma que está detrás de mi espalda con mucho cuidado, veo al ciervo a metros comiendo del pasto que está en el suelo, sin saber que está siendo cazado por mi.
Mis pasos son lentos al igual que mi respiración, voy acercándome lentamente cuidando de no pisar ninguna rama que pueda ahuyentarlo. Sin embargo, alguien del otro lado hace ruido, logrando que el enorme animal levante las orejas y quite el hocico del suelo poniéndose alerta.
—Demonios —Susurro muy bajo y llevo el dedo índice a mis labios para indicar que hagan silencio mis acompañantes.
Levanto el arma y apunto llevando mi dedo lentamente hacia el disparador. La pisada sobre una rama vuelve a poner alerta al animal y lo auyenta haciéndonos perder al majestuoso animal.
—¡Corrió hacia la izquierda! —grita Simon acelerando el paso hasta su caballo.
Monto el mío y cuando estoy a punto de hacerlo mover, un disparo resuena por el lugar haciendo que las aves salgan de la copa de los árboles.
El ardor debajo de mis costillas es inaguantable lo que hace que lleve mi mano al lugar, donde la humedad comienza a mojar mi camisa. Saco la mano para ver porque me siento mojado y el color carmesí que tiñe mi palma, hace que abra mis ojos de par en par.
—¡William! —levanto la cara mirando en dirección a mi hermano, pero su imagen se vuelve borrosa y su voz llamándome se escucha lejana. El dolor en mis costillas se intensifica y la vista se me torna negra cuando siento el golpe de mi cuerpo, cuando caigo al suelo.
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