Capitulo 56.
Katherine:
La fiesta de la vendimia en la hacienda de mis padres, es un evento que se hace todos los años para recoger el fruto de la vid. Dueños y empleados nos unimos en los sembradíos con sombreros tejidos y canastas en mano, acompañados por los cánticos alegres de los campesinos, augurando que la próxima vendimia sea mucho más próspera que la anterior.
A pesar de todas las vicisitudes que sufrimos en tiempos pasados, se puede decir que esta es la cosecha del renacimiento. La hacienda ha emergido después de la calamidad mucho más fuerte y todos estamos muy agradecidos con todas las personas que confiaron en mi padre y no huyeron después del incendio.
Camino junto a mi familia ansiosa hacia el enorme viñedo de la hacienda donde los empleados nos esperan en fila por cada una de las hileras copadas de uvas, el olor es delicioso, el sol brilla con intensidad dándonos a saber que será un día de mucho calor.
Llevo puesto un vestido simple como el que usan las campesinas: falda larga blanca y un blusón con volados dejando mis hombros al descubierto y mi sombrero tejido que me cubre de los rayos del sol.
Los más ancianos comienzan con sus cánticos mientras nosotros los seguimos con el coro, mientras con tijeras en mano empezamos a cortar los racimos de las uvas con cuidado para depositarlas en las canastas.
William está a unos cuantos metros de mí con Phillip, ellos junto a los hombres más fuertes se encargan de cargar hasta las carretas las canastas llenas de uvas, para luego ser llevadas a las bodegas donde se eligen los mejores racimos para el despalillado.
No puedo borrar la sonrisa de mi rostro al ver la de William. Se ve tan contento ayudando a los trabajadores. La camisa se la quitó y se metió una punta dentro del pantalón.
Algunas de las empleadas no apartan los ojos de él y nos las culpo, yo misma no puedo hacerlo.
—Estas son las últimas cestas cariño —dice mi papá feliz cuando pasa por mi lado.
Él lleva dos canastas repletas, una en cada hombro y yo llevo la mía hasta William que la recibe regalándome una sonrisa.
Deja la canasta sobre la carreta y sorpresivamente me toma de la cintura subiéndome también. Salta y se sienta a mi lado antes de que el conductor empiece su camino.
—Tu padre me dijo que fuéramos a las bodegas.
Llegamos a las bodegas donde varios empleados ya tienen gran parte de las uvas en las máquinas estrujadoras para extraer el mosto, que luego se lleva a fermentar y otra parte a macerar.
Pero a mi me gusta la parte tradicional, donde se pisan las uvas, así que con ayuda de algunos campesinos preparamos todo para enseñarle a William como lo hacían nuestros antepasados.
Luego de lavarnos los pies y recogerme el vestido hasta las rodillas, entro al lagar tomando la mano de William para que entre conmigo.
—Tienes que pisar firme —le digo y comienza a seguirme el paso.
A pesar de estar un poco resbaloso, logramos sincronizar nuestras pisadas. Su risa se oye como un eco por todo el lugar cuando comienza a carcajearse luego de resbalar y casi caer.
Por la tarde dejamos a los empleados junto a papá quien está acompañado del abuelo y el padre de Paul para supervisar el llenado de las barricas.
De camino a la casa nos encontramos a los hijos de los empleados jugando y jalo a William para que nos unamos a ellos.
—Katherine, no soy un niño —masculla, pero ante mi insistencia cede y nos unimos a los pequeños.
Pasamos un par de horas con ellos y antes de retirarnos uno de los pequeños nos invita a jugar a las escondidillas. Por andarse quejando elijo a William para que sea el encargado de encontrarnos a todos.
Me escondo detrás de un arbusto grande que está detrás del gran roble donde William se encarga de contar hasta diez y desde aquí puedo escuchar como los niños salen corriendo cuando mi esposo los encuentra.
Solo faltamos un par de niños y yo que seguimos escondidos en silencio, pero de repente, William me sorprende por la espalda y me paro corriendo apresurada para llegar primero que él al tronco, sin embargo, a pesar de mi velocidad, él me toma de la cintura y juntos caemos sobre la hierba, quedando a horcajadas sobre él y a centímetros de su boca.
El corazón se me acelera y mi boca se hace agua cuando siento su aliento entrar por mis fosas nasales. Aún mantiene las manos sobre mi cintura y su mirada se vuelve oscura de repente.
No se por cuánto tiempo nos quedamos así. Su mirada me atrapa como si no existiera nada más en el mundo que nosotros dos. Puedo jurar que siento los latidos acelerados de su corazón sobre mi pecho y la necesidad de tomar aire por la boca me avasalla.
Bajo la mirada a su boca y tiene los labios entreabiertos. No he visto algo tan seductor en toda mi vida. Su agarre en mi cintura se hace más fuerte y de un momento a otro, empiezo a sentir las mariposas revoloteandome el estómago y una sensación nerviosa sobre mi vientre.
Las risas de los niños nos sacan de nuestra pequeña burbuja y con cuidado me aparta levantándose primero para luego extenderme su mano para ayudarme a levantar.
Llegamos a la casa y después de un largo baño y charlar con Jazmin un buen rato nos encontramos todos en el gran comedor. Las copas del vino más joven de la cosecha privada de papá se sirven con la cena y a pesar de no ser una bebedora, tomo una copa para mi.
El sabor afrutado se desliza sobre mi lengua, dejando el amargor del mismo a la entrada de mi garganta, cuando el alcohol desciende hacia mi estómago.
William y yo cruzamos miradas durante la cena y no sé si es por el alcohol que he bebido o por la intensidad de sus ojos, pero siento como mi cara comienza a calentarse y mi cuerpo entra en calor.
Terminamos la cena y mi padre decide terminar la nueva botella en el salón. Me sirven un poco más de vino y William intenta quitármela de la mano, pero me niego.
—No estás acostumbrada a beber —me advierte, pero hoy necesito beber, antes de que los nervios vuelvan a atacarme cuando me vea sola con él encerrada en las cuatro paredes de nuestra habitación.
Dejo la copa de lado al sentir un pequeño mareo y para cuando intento levantarme no puedo mantener el equilibrio y es William quien viene a socorrerme.
—La llevaré arriba, creo que bebió de más —intento replicar, pero William me saca del salón y me lleva escaleras arriba hasta que llegamos al pasillo cerca de nuestra puerta.
Cuando estamos a punto de entrar, siento unos pasos detrás de nosotros, volteo y Richard me observa con la mandíbula apretada.
—¿Desde cuándo bebes? —me pregunta «molesto».
—Ese no es tu problema, cuñado —le responde William un poco irritado cuando hace énfasis en la palabra cuñado—, deberías preocuparte por tu esposa.
—Ella está descansando, el embarazo no le ha sentado muy bien.
—Con más razón deberías estar con ella y no aquí metiéndote en lo que no te corresponde.
William abre la puerta y entramos en la habitación dejando a Richard en el pasillo.
Voy hacia el cuarto de baño con mi camisón en la mano, pero con el mareo que cargo se me hace difícil desatar las cintas de la espalda de mi corset. Respiro hondo varias veces fallando en el tercer intento para aflojarlas.
Lleno mis manos con agua fría y me lavo la cara para encontrar algo de lucidez y fuerza para salir y pedirle ayuda.
—Podrías ayudarme con esto por favor —le pido llena de vergüenza y el calor vuelve a invadirme cuando lo veo solo con el pantalón y las botas puestas.
—Claro.
Le doy la espalda y agarro mi cabello en una coleta con mi mano mientras él va desatando los nudos y aflojando las cintas.
Un leve cosquilleo se me forma en el bajo vientre cuando toma el cabello de mi mano y lo pasa sobre mi hombro haciéndolo caer por mi pecho. El solo roce de sus dedos en mi piel hace que me erice de pies a cabeza, sintiendo el escalofrío que me recorre la espalda al sentirlo tan cerca.
—Ya está —dice cerca de mi oído y trago la saliva de mi boca.
—Gr...Gracias —acelero el paso otra vez hacia el cuarto de baño y tengo que poner la mano en mi pecho para calmar los latidos acelerados de mi corazón.
«Esto va a ser más difícil de lo que crei».
Salgo y me siento frente a la cómoda para peinar mi cabello. El mareo desapareció y lo veo entrar al baño. Para cuando sale ya estoy en la cama apoyada en el espaldar.
—Creo que este color no me sienta nada bien —dice apuntando hacia sus pies.
El comentario me hace gracia ya que por causa del aplastado de las uvas le quedaron las uñas coloradas.
—En un par de días se borrará —digo, lo sigo con la mirada hasta que se acerca a la cama y debo volver a tragar nerviosa cuando baja el cubrecama y la sábana de su lado.
Pero toma la almohada y la manta de la noche anterior y se va hacia el sillón.
—¿Qué haces? —pregunto.
—Voy a dormir aquí —dice acomodándose.
—Puedes dormir conmigo en la cama.
Mi boca se mueve sola y mi corazón comienza a latir acelerado de nuevo cuando me mira desde el sillón sorprendido.
»Ese sillón es muy incómodo y la cama es grande, podemos compartirla, si quieres.
—¿No te molesta que esté cerca de ti? —pregunta y sé porque lo hace.
Muevo la cabeza y aparto más hacia abajo la sabana y se lo piensa antes de levantarse y acostarse a mi lado.
Arregla la almohada y acomoda su brazo debajo de su cabeza cerrando los ojos, mientras yo me quedo mirando al techo del dosel. Lleva puesto solo el pantalón del pijama y de reojo puedo detallar la musculatura que se le dibuja en el abdomen y el brazo.
Su olor masculino invade mis fosas nasales y respiro hondo para voltearme y darle la espalda poniendo una distancia por medio entre los dos.
Poco a poco el sueño me vence quedándome dormida.
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William:
Me despierto menos adolorido que la noche anterior, trato de estirarme pero el peso de un brazo sobre mi abdomen me lo impide.
Katherine está pegada a mi cuerpo con su brazo alrededor de mi cintura. «Aún está dormida». Me sorprendió muchísimo que quisiera compartir la cama conmigo, pero no iba a desaprovechar la oportunidad, el sillón es demasiado incómodo para dormir.
Anoche estaba nervioso, no fue fácil para mi compartir la cama con ella, el olor de su perfume invadió mis fosas nasales apenas levanté las sábanas y tuve que cerrar los ojos inmediatamente después de acostarme para poder controlar mi cerebro y las sensaciones que se estaban formando en mi pelvis.
Verla dormir tan plácidamente es un sueño hecho realidad, desde que descubrí mis sentimientos por ella quise saber qué se sentía tenerla en mi cama abrazada a mi, pero sin tela de por medio.
Se remueve un poco llevando su pierna sobre mí y es todo, mi cerebro se bloquea haciendo que la erección matutina crezca un poco más.
«Demonios,¿Cómo saldré de esto?». Intento moverme hacia un lado sin tener que despertarla, pero fallo cuando la veo que entreabre los ojos somnolienta.
—Buenos días —le susurro cuando abre los ojos completamente, e inmediatamente se aleja cuando nota que está sobre mí.
—¡Lo siento, lo siento! —dice apenada y el rubor enciende sus mejillas.
—No te disculpes, fue la mejor noche que he pasado en mucho tiempo.
Soy sincero y su rostro es como un farol enrojecido que me hace gracia, pero lo disimulo para no hacerla sentir peor.
Me levanto ocultando la erección matutina y camino al cuarto de baño para asearme dejándola un rato más en la cama.
Salgo y ya está de pie envuelta en el albornoz de seda y me siento sobre el sillón para ponerme las botas de montar.
—Tu padre me invitó ayer a recorrer las tierras hoy temprano —le digo antes de que entre al cuarto de baño.
Asiente y se encierra mientras yo dejo la habitación dirigiéndome a la planta baja dónde encuentro a Simon, al duque junto a mi abuelo y a Phillip.
Caminamos a las caballerizas donde nos entregan un caballo a cada uno y no se porque volteo a la espera del hombre refinado de ojos grises que viene con su porte e ínfulas de superioridad que me enoja. «Richard».
—Buenos días —saluda, pero solo alzo el mentón para saludarlo. No me interesa entablar ningún vínculo con ese cretino.
Montamos en los caballos y galopamos hasta los terrenos más recónditos de la hacienda. Desde aquí la vista es espectacularmente hermosa.
—En tres días comienza la temporada de caza —Dice mi suegro y la emoción se le siente en la voz—. El bosque que rodea tu casa Richard es un lugar propicio para comenzar.
—¡Así es! —responde—. Tenemos variedad de especímenes que podemos llevarnos como trofeo a casa.
—Muy bien, entonces en tres días nos veremos todos allá —comenta mi abuelo—, espero que al conde de Essex no le moleste nuestra presencia, ya que la última vez que nos vimos no fue tan grata.
Veo cómo la manzana de Adán de Richard baja y sube haciéndolo tragar saliva incómodo por el comentario, cosa que no me interesa.
—Supe que abriste un club de caballeros William — me dice cuando se coloca a mi lado sobre su caballo en el camino de regreso a la casa Kensington—, tal vez me pase alguna noche por allá.
—Puedes ir cuando quieras, sólo lleva dinero.
Trato de alejarme porque no me interesa tenerlo de compañero de camino, pero insiste en entablar conversación conmigo.
—Anne está embarazada y ya no podemos tener intimidad tan frecuentemente como antes y en verdad la necesidad me está matando.
Su confesión me irrita, ya que jamás hemos sido tan cercanos como para que me confiese esa clase de cosas que además, no me importan.
—Creo que ese tipo de conversaciones no las deberías tener conmigo, ya que no somos tan cercanos —lo corto por lo sano, pero él insiste y su comentario fuera de lugar hace que me provoque agarrarlo y encuellarlo, sin embargo, me trago el enojo.
—Debes tener alguna de esas prostitutas como tú favorita, ya que debiste probarlas primero antes de contratarlas.
—No tengo que buscar fuera, lo que tengo en casa —le suelto y golpeo con mis piernas el lomo de mi caballo haciendo que este acelere su paso.
Llego a la casa junto a los demás casi a la hora del almuerzo. Subo a la habitación para refrescarme antes de bajar al comedor y no encuentro a Katherine por ningún lado.
Me siento en el sillón para ponerme las botas y una libreta sobre la mesita de noche llama mi atención. Camino hacia ella y ojeo por encima la portada. Las iniciales K.K. Llaman mi atención y la tomo abriéndola en la primera hoja.
El diario de Katherine es lo que tengo entre mis manos. Vuelvo a dejarlo en su sitio, pero la curiosidad de saber lo que tiene escrito me gana y echo un vistazo por algunas hojas leyendo por encima.
Tiene plasmadas todas sus vivencias, desde el día que Paul le confesó su amor, cuando Richard la traicionó, el beso robado que fue mi perdición y pesadilla por tanto tiempo.
Siento un vacío en el estómago y la culpa me remueve cuando leo con sus propias palabras lo que le hice aquel maldito día, donde tiré todo por la borda y me convertí en un verdadero monstruo.
Pero un pequeño rayo de esperanza se cuela dentro de mi pecho cuando leo las últimas palabras de lo que escribió en la última página: «Aún lo amo como el primer día».
—¡Dios, aún tengo esperanzas!
Dejo la libreta exactamente como la encontré y me juro a mí mismo que seré el hombre que se merece. Jamás haré algo que la haga dudar de mi amor por ella y debo comenzar con decirle toda la verdad sobre lo que sucedió con su hermana.
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Narrador Omnisciente:
Luego de que William deja a Katherine en su casa, después de salir de la hacienda Kensington tras el almuerzo. Simon y él se van hasta el club de caballeros, donde el pelinegro le muestra al moreno las instalaciones y el manejo del local en compañía de Antoine.
Mientras cada quien está entretenido en sus obligaciones, en la casa del conde de Essex se reúnen lord Thomas junto a Brunell en su despacho.
—¡Eres un verdadero imbécil! —le grita alterado el conde al hombre sentado frente a su escritorio— ¡Tenías que ser precavido, ahora lo arruinaste todo!
—No puedo ocultar tan fácil mi naturaleza Milord —se excusa el hombre de la cicatriz—, además como sabía yo que ella aparecería por esos lares.
—Ahora no podré enterarme de nada de lo que suceda en esa casa —dice lord Thomas acercándose a la licorera.
—Tenemos a Ivonne que me ha dado muy buena información —suelta Brunell levantándose para ir por un trago, el cual el conde le niega y este arruga la frente—. Dice que no duermen juntos, que nunca lo han hecho.
Lord Thomas voltea a verlo con sorpresa.
—El niño mimado duerme en una de las alas de la casa y su mujer en otra, al parecer se llevan como perros y gatos.
—Así que pueda que aún siga siendo doncella —dice lord Thomas un poco más animado—. Habla con esa amante tuya y que sea la sombra de ella, que te informe absolutamente todo a lo que concierne de Katherine y del otro imbécil —ordena mientras sirve un nuevo trago para él y otro para Brunell.
—Así será Milord.
—Dentro de poco comenzará la cacería y lo apartaré de mi camino —bebé un sorbo del líquido ambarino—. Ahora será mucho más difícil acceder hasta él ya que por tus imprudencias te echaron.
—Con dinero, puedo comprar conciencias Milord, mientras estuve allí, vi unos cuantos muertos de hambre que por un par de monedas, pueden soltar la información que necesite.
Lord Thomas abre el cajón de su escritorio y saca una pequeña bolsa con monedas y se la entrega al hombre.
—Entonces ve y compra a quien sea necesario, necesito la información lo antes posible porque quiero verlo sepultado tres metros bajo tierra y después de que esté ahí, iré por lo que me pertenece y reclamaré lo que por derecho me corresponde.
Se yergue frente al ventanal mirando a través del cristal hasta más allá del final de su jardín.
«Reclamaré cada centímetro de su cuerpo y la haré tan mía, que cada vez que me vea se arrodillará suplicándome que le folle esa boca de niñata»
Brunell se retira dejándolo solo en su despacho donde enciende uno de sus puros cubanos, la erección dentro de su pantalón se hace presente cuando cierra los ojos imaginándose el cuerpo de Katherine, aquel día que entró en la habitación donde ella yacía dormida.
Termina de fumar su habano y se arregla para salir. El aire del exterior le da en la cara antes de subirse al coche donde el cochero lo lleva al pueblo.
Entra al club recién inaugurado sin saber quien es el dueño del lugar. Un hombre alto y delgado le da la bienvenida llevándolo a una de las mesas cerca de la barra del bar, donde se sienta y pide un trago de whisky mientras observa el ambiente.
El vaso del licor ambarino se le hace entrega mientras reconoce a varios de los hombres de la nobleza con prostitutas sentadas sobre sus regazos.
—Hombres de doble moral —Murmura para sí mismo llevándose el trago a los labios.
Antoine que se dirigía hacia las escaleras para subir a la siguiente planta, lo reconoce y antes de que lord Thomas también a él, se da la espalda dirigiéndose hacia la cocina encontrándose con Filipa que está lavando unos platos.
—Necesito que me hagas un favor Filipa.
—Dígame Milord... ¿Qué necesita? —pregunta bien dispuesta.
Filipa sale de la cocina camino hacia las escaleras, lamentablemente debe pasar por el salón, donde varios de los hombres se le quedan viendo y uno en particular que casi se atraganta cuando la ve cruzar hacia las escaleras. Lord Thomas parpadea varias veces pensando que es una alucinación producto de su deseo de ver a Katherine a su merced.
Sin embargo la sigue con la mirada hasta que se pierde al final de las escaleras.
Filipa toca a la puerta de la oficina donde están Simon y William revisando unos papeles y este último la mira con molestia cuando la encuentra del otro lado.
—¿Qué haces aquí? Di órdenes estrictas de cuál era tu lugar —la reprende y está baja la cabeza apenada.
—El señor Antoine me mandó a decirle que el conde de Essex está aquí.
William se acerca a la ventana donde busca entre los caballeros al hombre y lo encuentra cerca de la barra del bar sentado y bajándose el trago de golpe por la garganta.
—Baja y agacha la mirada, no quiero que él te detalle.
Filipa asiente y hace lo que William le dice, pero a mitad del camino lord Thomas nota su presencia y va a su encuentro bloqueándole el paso hacia la cocina.
—¿Quién eres? —pregunta el conde, pero Filipa mantiene la cabeza baja y este reacciona agarrándole el brazo con fuerza— Pregunté, ¿Quién eres?
—Deixe-me —le pide Filipa en su idioma natal tratando de soltarse de su agarre nerviosa.
William los ve desde el ventanal y sin poder evitar que esté lo descubra, sale a toda prisa bajando las escaleras.
Filipa no logra mantener la cabeza gacha y la sube dejando al hombre anonadado al ver el color de sus ojos.
—Suélteme por favor —vuelve a suplicar, pero este no la suelta.
—¡Acaso no escuchó a la dama —lo enfrenta William con Simon detrás de él.
El conde lo mira incrédulo sin saber de donde salió, ya que momentos antes detalló todo el lugar y no lo vio. Filipa se remueve y logra soltarse de su agarre.
—Vete a la cocina —le ordena William sin dejar de mirar al conde y ella nerviosa se va.
—Así que este lugar es tuyo —dice el conde en modo de burla—, ¿tanto te obsesiona el no acostarte con tu mujer, que tienes a su sustituta aquí?
William aprieta los dientes tratando de controlar el enojo y no hacer un espectáculo mayor en el lugar.
—Somos clientes con membresía milord —responde Simon tratando de calmar el ambiente—, conocemos al dueño.
Lord Thomas se les ríe en la cara, se acomoda el saco y saca varias monedas del bolsillo interno de este y las deja caer sobre la mesa.
—Ahí tienen el pago más propina, díganle a su "amigo", que quiero membresía también.
William aprieta los puños sin dejar de mirar el lugar por donde se va el conde y cuando ve que Antoine sale de la cocina lo reprende cuando los tres suben a la oficina.
—¡No debiste sacarla de la cocina!
—Lo lamento mi señor, no pensé que él la notaría entre tantas mujeres.
—¿Cual es tu problema con que la vea hermano? —pregunta Simon.
—Rubia de ojos azules —responde—, además, es muy joven para trabajar aquí y ahora el conde la vio, con la obsesión que tiene con mi esposa, no dudaría ni por un segundo que viene ahora tras ella.
—Tienes razón, entonces hay que sacarla de aquí.
—Me quedaré esta noche por si se le ocurre rondar de nuevo —se ofrece William—, tú vete a casa y avísale a Katherine.
Simon se queda un par de horas más y para cuando llega a la casa Katherine ya está dormida.
Mientras tanto, en la mansión Chapman el conde se encierra en su habitación apenas llega con la imagen de la joven portuguesa en su mente.
—Es joven, no tan hermosa como Katherine, pero me servirá mientras no la tenga.
Lord Thomas va a su armario en busca de su pijama la cual se pone y se acuesta trayendo a su mente los recuerdos del cuerpo de Katherine. El miembro se le endurece y comienza a acariciarse por encima de la tela. Toma el borde de la cinturilla con ambas manos y la lleva hasta debajo de sus glúteos dejando al desnudo el órgano viril sobre su pelvis.
Se acaricia con movimientos rudos y constantes, dejando salir desde su garganta los intensos gemidos que le avasallan cada vez que lleva su mano hacia la raíz de su miembro. Sus fluidos caen sobre su abdomen, cuando alcanza su liberación dejándolo aliviado temporalmente. Ya que se fijó un nuevo objetivo y es el de tomar como suya a la portuguesa mientras le llega la hora de poseer a su tan preciado y obsesionado tormento, llamado Katherine Kensington.
La mañana siguiente llega y Katherine se levanta muy temprano con ánimos de prepararle a William un delicioso desayuno.
Baja a la cocina donde ya está instalada la cocinera desde que amaneció. Le ayuda a preparar algo suculento y nutritivo y con bandeja en mano se dirige a la habitación de su esposo.
Deja descansando la bandeja sobre la mesita al lado de la puerta y toca varias veces sin obtener respuesta desde adentro.
Observa el reloj en la pared y nota que ya es tarde para que él esté aún en su habitación y sin más, abre la puerta sorprendiéndose con lo que encuentra adentro.
Ivonne está acostada sobre la cama de William abrazada a su almohada. El golpe de decepción se apodera de su pecho, pero se va contra ella arrancándole las sábanas dejándola expuesta completamente desnuda.
Ivonne se levanta atónita tratando de buscar la sábana para cubrirse, pero Katherine llena de rabia la toma del brazo y la saca de la habitación como Dios la trajo al mundo.
—¡Te largas ahora mismo de mi casa, ramera! —grita Katherine alterada.
Ivonne forcejea con ella soltándose de su agarre y la enfrenta.
—¡No soy ninguna ramera! Soy la que le mata las ganas a tu marido —miente—, porque tú no sirves ni para satisfacerlo.
La bofetada no se hace esperar de parte de Katherine e Ivonne tiene que llevarse la mano a la mejilla debido al ardor.
—¡Eres una maldita! —Ivonne trata de venirse en su contra, pero Simon la detiene por la espalda ya que se despertó a causa de los gritos.
—¡Sácala de mi casa Simon! —exige Katherine y este a pesar del forcejeo de Ivonne, logra sacarla del pasillo.
—¿Dónde está William? —pregunta Katherine alterada a los empleados y nadie sabe nada, pero ya se imagina dónde está.
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Katherine:
Salgo de la casa con la rabia hirviendo en mis venas hacia el club de caballeros donde debe estar a esta hora. No hago caso a la insistencia del cochero de que no entre al lugar, pero lo hago de todas maneras.
El local está lleno de hombres de la alta sociedad con mujeres sentadas sobre sus regazos. Algo que me asquea, porque la gran mayoría tienen a sus esposas pulcras en casa.
Busco con la mirada al hombre que dice llamarse mi esposo y no lo encuentro por ninguna parte. Una mujer de edad avanzada, vestida con ropa no muy decente y exageradamente maquillada se me acerca.
—¿Puedo ayudarte en algo querida? —me pregunta y sigo detallando el lugar en busca del hombre que quiero ver—, si estás buscando trabajo, en estos momentos estamos llenos.
—No busco trabajo —le digo sin mirarla—. Busco a mi marido.
La mujer abre los ojos espantada ante mi confesión.
—No queremos escándalos aquí querida.
La miro y entrecierro los ojos ante su gesto de rendición.
—¿Quién es tu marido?
—Su excelencia, William Ferguson.
Abre los ojos sorprendida ante el nombre que digo y dándome a entender que lo conoce muy bien.
—El jefe está arriba en su habitación personal —me dice sin titubeos y algo comienza a carcomerme el pecho desde adentro.
«Está en su habitación personal», repite mi cerebro.
—¿Dónde está? —le pregunto y ella señala con su dedo a la primera planta, doy un par de pasos para acercarme a la escalera, pero lo que me dice a continuación me hiela la sangre plantando mis piernas al suelo.
—No está solo. Querida es mejor que te vayas a casa y esperes ahí, este no es un lugar para una dama como tú.
Y el golpe en el pecho es aún peor que el que recibí esta mañana dentro de su habitación.
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