Capítulo 54.

Katherine:

Camino por el pasillo poco iluminado saliendo del ala este, hasta mi habitación donde me encierro con la opresión que me ataca el pecho.

Decirle a William que no puedo perdonarlo, se siente como un puñado de piedras pesadas en medio del tórax, pero es que no puedo pasar por alto lo que me hizo. Sé que en parte es mi culpa, nunca debí provocarlo, insinuando que dudaba de su hombría, pero me ganó la molestia y la confusión.

Me tumbo de espaldas en la cama suspirando y pensando en la conversación que escuché en el pasillo cuando el abuelo y él hablaban en su habitación.

Debo pensar muy bien en las cláusulas que se pondrán en el nuevo documento para que él no pierda el título y yo no quede a merced de lord Thomas.

La mañana me toma en un abrir y cerrar de ojos. Casi no dormí con los pensamientos dándome vueltas en la cabeza. Me levanto para arreglarme y cuando Ada toca la puerta salgo con ella hacia el comedor donde ya está sentado el abuelo leyendo el periódico.

—Buenos días —saludo y busco mi sitio para sentarme.

—Buenos días hija. ¿William no bajará a comer? —pregunta y pasé por alto ese detalle.

No se que responder y no se porque la pregunta, si claramente sabe que no dormimos juntos. Tampoco sé porque Ada obvió ese pequeño detalle apenas me vio. Ella siempre sabe los movimientos de todos en esta casa, la veo y traga saliva sin decir nada.

—¿No vas a responderme? ¿Duermes con él y no sabes dónde está?

En ese momento recuerdo que no sabe que logré escuchar su conversación desde el pasillo y cuando abro la boca para decir la primera mentira que se me cruza por la cabeza, William aparece en compañía de Simon.

Saludan y ambos se sientan a la mesa cuando Ada se levanta camino a la cocina para ir por las bandejas con el desayuno que trae junto a Ivonne, quien no pierde la oportunidad y tropieza con sus pechos el hombro de William haciendo que se me forme un nudo en el estómago cuando él levanta su rostro para verla.

—Mil perdones Milord —la sonrisa que le da hace que apriete con más fuerza el cubierto en mi mano.

—Deberían cambiar los uniformes del personal de servicio —suelta a decir el abuelo—. Al parecer no cubren lo suficiente.

—Katherine se hará cargo de eso abuelo, no te preocupes —habla William tomando el cubierto con dificultad ya que aún permanece con las manos vendadas.

—¿Lo ayudo mi señor? —Pregunta Ivonne al ver el trabajo que le cuesta a William cortar un trozo de su comida y sin más, me acerco y lo ayudo apartando a Ivonne con mi cuerpo.

Escucho como ella resopla a mi espalda antes de irse a la cocina y le entrego el plato de nuevo a William quien me agradece sin mirarme.

—En dos semanas será la vendimia en la hacienda de tu padre, hija.

—Lo había olvidado por completo.

—Tu padre nos invitó a Joan y a mí así que, espero verlos allá.

Mis labios dibujan una sonrisa cuando recuerdo lo divertidos que son esos días de vendimia.

—Mi señora —interrumpe en el comedor Antoine—. Tiene visitas.

Lo miro extrañada.

—No espero a nadie... ¿Quién es?

—Lady Margareth Duboix —dice y sigo sin saber de quién se trata, pero el grito que pega Ada hace que todos nos estremezcamos en la mesa.

—¡La decoradora! Al fin llegó.

Terminamos de desayunar y me dirijo junto a Ada y al abuelo a la sala donde nos espera lady Duboix de espaldas observando el jardín por el ventanal.

—Buenos días —saludo y ella voltea, dejándome atónita con su elegancia.

Trae un vestido ceñido hasta la cintura, con una falda tubo con vuelos en la espalda y un enorme sombrero de medio lado con un par de plumas que sobresalen de él.

—Milady, es un placer conocerla al fin —habla en un inglés tan fluido que cualquiera podría pensar que es inglesa y no francesa—. Lamento mucho la demora, pero tenía asuntos que resolver y se me hacía imposible llegar antes.

Le presento al duque y a Ada y sin más miramientos, comienza a detallar toda la decoración de la sala. Las caras que hace dan a entender que no está para nada de acuerdo con lo que ve.

—Bien, siendo sincera Milady debo decirle que esta —hace un gesto con sus manos alrededor de todo el lugar—. Es decoración de años pasados.

—Estoy de acuerdo.

Pasamos el resto de la mañana poniéndonos de acuerdo de todo lo que quiero cambiar en toda la casa, si he de quedarme aquí hasta que la anulación se dé, al menos viviré en un lugar que esté a mi gusto.

En el comedor a la hora del almuerzo decidí decirle a William todo lo que concordé con lady Duboix y él no pone objeción alguna, cosa que en el fondo me alegra, ya que la primera vez que se lo sugerí se negó.

—Deberíamos ir al pueblo —sugiere el abuelo, que aún no se ha ido y por la hora que es dudo mucho que se vaya hoy—. Escuché que vendrá un espectáculo que recorrerá toda gran bretana.

Ante la insistencia de su abuelo, William decide acompañarnos y esperamos junto con las demás personas del pueblo sobre la acera el desfile de los artistas del circo.

Gritos, aplausos, música y algarabia es lo que se escucha desde la calle principal cuando comenzamos a ver a las distintas personas que van pasando.

Un pequeño recuerdo llega a mi mente cuando veo a un simpático payaso entregarle una flor a una joven que está cerca de mi:

—Una flor, para una hermosa flor —dice el payaso haciendo que la joven a mi lado se sonroje.

Reconozco al hombre alto de cabello negro y barba larga que pasa frente a mi y sin poder evitarlo abro los ojos sorprendida cuando él dirige su mirada hacia mi frunciendo el ceño.

«Es el mismo hombre que no me dejaba ver a la gitana del circo».

No le aparto la mirada mientras pasa con los cuchillos afilados en sus manos, haciéndolo parecer más aterrador.

El ruido de las panderetas y las monedas en sus vestuarios me hace reconocer a una de las gitanas «Kassandra», quien no luce tan alegre como la recordaba. Siento como se tensa William a mi lado, quizás él también la reconoció de aquel día cuando nos conocimos.

—¡Manclayi! —La voz de un niño me hace mirar en su dirección y lo reconozco a pesar de que está un poco más grande y su cabello más largo «Ravi».

Viene sobre el lomo de un pequeño elefante y alza su mano para saludarme. ¿Cómo puede recordarme después de tanto tiempo?

Le insisto a William y al abuelo para que nos acerquemos hasta donde está la enorme carpa del circo para saludar a Kassandra y a Ravi y terminan cediendo acompañándome.

—¡Es bueno volver a verlos! —les digo a ambos cuando los tengo enfrente.

Ravi tiene una sonrisa de oreja a oreja, muy al contrario de Kassandra quien ve de mi a William, tal vez también lo recuerde.

Les presento a mis acompañantes y charlamos por un corto tiempo ya que el hombre malhumorado de cabello negro le grita a la gitana para que se acerque a él. Ella blanquea los ojos cansada y puedo notar su incomodidad.

Antes de despedirme le digo dónde puede encontrarme y nos alejamos bajo la mirada fulminante de aquel hombre desagradable.

El abuelo se fue la mañana siguiente después del desayuno. William y Simon salieron una hora después hacia los terrenos y yo me quedé con Ada haciendo algunos arreglos al jardín.

Los días continuaron pasando donde. William y yo solo nos vemos a la hora de comer, por fortuna sus heridas han sanado completamente al igual que los moretones han desaparecido.

La noche se siente pesada. Faltan tres días para la vendimia en la hacienda de mi padre y estoy dando vueltas en la cama sin poder conciliar el sueño.

Un fuerte golpeteo proveniente del piso de abajo hace que me levante alarmada de la cama, tomo el albornoz de mi camisón y salgo agitada hasta el barandal del ala oeste donde veo el alboroto que se está formando en la entrada.

—¡No puede pasar! —grita Antoine, pero a falta de luz no puedo distinguir con quien discute— ¡Niño!

Vuelve a gritar y reconozco la voz que me llama:

—¡Manclayi! ¡Manclayi! —«Ravi».

Bajo a toda carrera las escaleras encontrándome con Kassandra y a Ravi en el pasillo, ambos agotados y con un hatillo anudado entre sus manos.

—¡Debes ayudarnos! —suplica Kassandra, dejando la tela anudada en el suelo acercándose a mi— ¡Por favor!

Miro de ella a Ravi sin saber que hacer al ver sus rostros llenos de terror.

—¡¿Qué está pasando aquí?! —la voz de William desde lo alto de la escalera hace que voltee a verlo y que Kassandra se aparte de mi.

Baja con el ceño fruncido dándole una mirada cargada de molestia a Antonie.

—Mil disculpas mi señor, pero es que escuché los golpes y vine a ver qué sucedía y por más que intenté que no entraran, él niño me pateó y no pude detenerlos.

Miro a William y sin esperar que él diga algo los llevo a la cocina haciéndolos sentar y les sirvo un poco de agua. Espero que se calmen un poco, cuando siento la presencia de mi esposo en el umbral de la puerta con los brazos cruzados y la mandíbula apretada.

—Huimos del campamento —Comienza a decir Kassandra—. Mi abuela falleció hace mucho y como no me queda más familia el jefe del clan arreglo un matrimonio entre Milosh y yo y no quiero casarme a la fuerza.

Sus ojos comienzan a nublarse y sus manos a temblar muerta del susto.

—¡Milosh es malo! —termina de decir Ravi.

—¡Por favor! Permítenos quedarnos aquí hasta que podamos ir a otro lado.

William se endereza y puedo notar su incomodidad, pero no puedo dejarlos solos cuando necesitan ayuda.

—¿Nadie se dio cuenta que se fueron? —pregunto y ambos niegan con la cabeza. La cara de Ravi me conmueve y no puedo negarme a dejarlos pasar la noche aquí—. Está bien, se quedarán aquí.

—Katherine —la voz de advertencia de William me hace mirarlo—, nos meterán en problemas y los gitanos son peligrosos.

—Necesitan ayuda William, sólo hasta que puedan irse a otro lugar —William da la espalda y se va dejándome con Antoine y los dos gitanos—. Acomodalos en una de las habitaciones de huéspedes por favor.

Antoine obedece y los lleva a una de las habitaciones del ala oeste mientras yo busco en el despacho a William.

Toco la puerta varias veces sin saber a ciencia cierta si está ahí o volvió a su habitación, cuando no obtengo respuesta, subo las escaleras y me acerco a su puerta.

Toco un par de veces antes de que me abra la puerta permitiéndome la entrada.

—Necesitan ayuda William —Le suelto antes de que comience con los reclamos—. No podía dejarlos pasar la noche a la intemperie.

—Los gitanos son peligrosos Katherine... No sabemos si es verdad lo que dice o sólo es un plan para robarnos.

—Dudo mucho que esa sea su intención, ambos están aterrados y temblorosos William —le digo—. Los voy a ayudar, no es justo para nadie que te fuercen a un matrimonio que no quieres.

William comienza a destensar los hombros acercándose a mi.

—Está bien, tienes razón, pero tenemos que tener cuidado de que nadie fuera de la casa los vea. Esos gitanos deben estar buscándolos y si alguien da con ellos aquí, nos meteremos en problemas muy serios.

—No nos va a pasar nada —le digo para que se quede tranquilo, pero lo que dice a continuación me deja con las palpitaciones aceleradas.

—No puedo permitir que te pase nada, no me lo perdonaría.

—Gracias —le sonrio y lo hace de vuelta haciendo que un cosquilleo se forme en mi estómago—. Que tengas buenas noches.

Salgo de su habitación rumbo a la mía con los nervios en la boca del estómago, tenía tiempo que no veía su sonrisa y me encanta. Cierro la puerta y me acuesto abrazando mi almohada hasta que el sueño me vence y caigo rendida.

La mañana siguiente me levanto un poco cansada por la pérdida de sueño de anoche. Apenas sube Ada le cuento lo sucedido y le pido que lleven el desayuno a la habitación donde se están quedando Ravi y Kassandra, cuidando de que nadie los vea.

Bajo al comedor para desayunar y ya me están esperando Simon y William.

—Acabo de enviar a alguien al pueblo para averiguar cómo están las cosas —me dice y le agradezco—. Pídeles que no salgan de la habitación hasta que estemos seguros que nadie los busca por estos lados.

—Se lo encargué a Ada antes de bajar —informo.

—Bien, estaré en los terrenos, estoy supervisando que las casas nuevas de los empleados queden en perfectas condiciones —avisa y una pequeña sonrisa se dibuja en mi rostro—. Si quieres ir a ver cómo está quedando todo, solo avísame y te llevo con gusto.

—Gracias —vuelvo agradecerle y cuando me fijo que está mirándome el calor sube a mis mejillas.

Terminamos de desayunar y ambos se van a los terrenos mientras que yo subo a la habitación donde están Ravi y Kassandra para que terminen de contarme lo sucedido.

Ceno sola. William aún no llega y subo a mi habitación cansada de esperarlo a que llegue.

La mañana llega con buenas noticias. Los juguetes que compré para los niños de los empleados acaban de llegar y emocionada bajo a supervisar que todo esté en orden antes de llevarlos a los terrenos.

Con la ayuda de uno de los empleados de la casa los subo a una de las carretas y me encamino hacia las viejas casas donde aún viven mientras que las nuevas no están listas.

Emocionada, pasamos el camino de árboles cuando un grito llamó mi atención.

—¡Deténgase! —le pido al cochero y con su ayuda bajo junto con Ada de la carreta cuando vuelvo a escuchar otro grito.

Camino entre los árboles y la escena me deja con los pies clavados en el suelo. El capataz tiene a uno de los empleados atado de manos alrededor del tronco de un árbol y le está dando de azotes.

Obligo a mis pies a moverse más rápido y la rabia me sube por todo el cuerpo. Veo al capataz que levanta el látigo de nuevo y lo estrella contra la espalda abierta por las heridas del hombre quien se retuerce al sentir el escozor de la punta del cuero.

Me voy en contra del brazo del capataz al ver que vuelve a levantar el látigo para golpear al
pobre infeliz deteniéndolo en el acto.

—¡¿Qué está haciendo?! —le grito cuando voltea a verme sorprendido.

—¡Patrona! —dice palideciendo en el acto cuando se ve descubierto.

—¡Suelte a ese hombre ya mismo! —exijo con el cuerpo tembloroso por la rabia— ¡¿Estos son sus métodos para controlar a los empleados?! — reclamo y él titubea antes de responder.

—Patrona, hay que ponerles mano dura, si no nunca van a obedecer.

—¡Estos no son modos para hacer que otra persona obedezca! —grito alzando mi voz con la impotencia que tengo— ¡Es usted un bárbaro! ¡Lárguese de mis tierras, ya mismo!

El capataz entrecierra el ojo hacia mi y su sola mirada me da escalofríos, pero lo disimulo muy bien delante de él.

—¡¿Qué espera para desatar al pobre hombre?! —Noto su incomodidad al tener que hacerme caso, pero no me importa.

Espero que desate al pobre hombre quien cae al suelo de rodillas, entre Ada y el cochero lo ayudan a subir a la carreta, pero antes le pido que suelte uno de los caballos y me lo entrega.

—Vaya recogiendo sus cosas, porque esto no lo pasará por alto mi esposo.

Subo al caballo y voy a un trote rápido hacia la casa. Subo los escalones de la entrada adentrándome a la casa, subiendo las escaleras del ala este de dos en dos.

No me molesto en tocar, tomo la perilla y la giro abriendo la puerta. El calor sube a mi rostro inmediatamente y siento que me pongo de todos colores sin haber advertido antes lo que me esperaba al abrir, ya que William está de pie junto a su cama como Dios lo trajo al mundo.

———————————
William:

Abro los ojos y siento el cuerpo adolorido, pasé casi todo el día de ayer ayudando a los trabajadores con las obras de las nuevas casas para los empleados.

Estiro la mano hasta alcanzar mi reloj para ver la hora. Son las nueve y treinta de la mañana, es tarde y yo sigo en la cama. Aspiro aire hasta llenar mis pulmones y me lleno de fuerza de voluntad para levantarme. Estoy apunto de ir al cuarto de baño para asearme, cuando la puerta de mi habitación se abre de repente y Katherine entra.

Me sorprende su repentina llegada y tomo lo primero que tengo a la mano para cubrirme la entrepierna bajo su mirada avergonzada.

—Puedes hacer el favor de voltearte —le digo al ver cómo su rostro cambia de colores.

—Lo lamento... Yo debí...

Tomo la bata del pijama y me cubro con ella.

—Ya estoy vestido —le digo y ella tarda en voltearse.

Río para mis adentros, cuando noto que no sabe cómo pararse frente a mi y como acaba de verme. Nunca me he avergonzado de mostrarme desnudo, así es como duermo siempre.

—¿Querías decirme algo? —le pregunto y pestañea varias veces antes de hablar.

—Si... Acabo de echar al capataz de la casa —suelta de repente y cruzo los brazos extrañado—. Fui a llevarles los juguetes a los niños de los empleados y escuché entre los árboles un grito, fui a ver qué sucedía y lo vi dándole de latigazos a uno de los empleados.

Me acerco a ella preocupado y la tomo de los brazos.

—¿Te hizo algo? —pregunto con el corazón acelerado, pero ella niega—. No debiste enfrentarlo. Déjame esto a mi.

—¡Pero lo estaba lastimando! —me reclama—. ¡Es inhumano lo que hace!

—Lo sé y yo mismo me encargaré de que se vaya de nuestras tierras.

Sale de mi habitación y tomo lo primero que encuentro para vestirme un pantalón simple, una camisa sin botones y mis botas de montar.

Salgo de casa hasta el despacho donde atiendo a los empleados y mando por el capataz quien llega unos minutos más tarde. No dejo que se siente y voy directo al grano.

—¡Recoja sus pertenencias y váyase de mis tierras Spencer —el capataz abre los ojos sorprendido e intenta excusarse.

—Pero... Patrón, ese infeliz se negó a trabajar y siempre estaba faltándome el respeto delante de los demás obreros.

—¡Esos no son modos de tratar a una persona! —espero— Le di una segunda oportunidad y no la supo aprovechar, así que recoja sus cosas y váyase.

El hombre se yergue ante mí al ver que Katherine se asoma a la puerta del despacho.

—¡¿Crees que puedes humillarme niño engreído?! Algún día te haré pagar esta ofensa.

La ira burbujea en mis venas cuando posa su mirada sobre ella.

—¡Cuidado Spencer! —le advierto— a mi mujer déjala fuera de esto.

—Ándate con cuidado niño bonito, quiero mi paga antes de largarme.

Saco la llave que traigo en el bolsillo y abro el cajón donde tengo una pequeña bolsa con monedas lanzándosela a los pies y unas cuantas ruedan por el suelo.

—Date por servido y lárgate.

Spencer se agacha a recogerlas y vuelva a mirar a Katherine con rabia, me acerco a ella y la coloco detrás de mí evitando que la siga amenazando con la mirada.

Dejo que Spencer se vaya y me aseguro con uno de los empleados que este salga lo más pronto posible de mis tierras. Dejo a Katherine en la casa y salgo junto a Simon al nuevo club que acabo de adquirir.

El rats—pits ya no está, así como el centro de apuestas clandestino que tenía lord Blased aquí. Subo hacia donde están las habitaciones de las mujeres que atienden las mesas y ya todo se ve decente y elegante.

—Mañana abriremos al público —me dice la mujer que contraté para que se hiciera cargo del atendimiento de los caballeros—. Las chicas que contraté están por llegar, aquí está la lista con sus nombres.

Veo la hoja que me entrega y hay francesas, danesas, españolas, inglesas y una de ellas, llama mi atención por su nombre «Filipa».

—Es portuguesa milord —me informa al ver que me quedé viendo el nombre—, es una rubia de ojos azules muy llamativa. Mañana podrá verla si viene a la inauguración, podría apartarla para usted si quiere.

Dice entusiasmada, pero niego con la cabeza.

—No estoy interesado, sólo ocuparé la habitación aquí cuando sea necesario nada más.

La tarde se me va entre papeles del club y supervisando los últimos detalles. Simon se marchó a visitar a su novia así que debo encargarme sólo de todo.

Llego a casa cansado, subo las escaleras del ala este para irme a mi habitación y darme un baño, pero una sombra escurridiza llama mi atención cuando la pequeña persona se esconde detrás de uno de los enormes jarrones del pasillo.

Con cuidado me acerco al lugar y ahí lo veo. El pequeño niño que vino con la gitana está agachado escondido entre el jarrón y la pared.

—¿Qué haces aquí? —le pregunto y baja la cabeza— ¿Acaso te comieron la lengua los ratones?

Niega con la cabeza avergonzado. Me agacho hasta llegar a su altura y le pregunto.

—¿Estás escondiéndote de tú madre?

—Kassandra no es mi mamá —frunzo el ceño confundido.

—¿A no?, es tu hermana entonces —afirmo y vuelve a negar confundiéndome aún más.

—Ella no es nada mío, su abuela me crió desde que yo era pequeño, nos queremos como hermanos, pero no lo somos.

—Entiendo, pero aún no me has dicho porque te escondes.

En eso escucho las voces de Katherine, Ada y Kassandra llamando al niño.

—¡Ravi!, ¡Ravi!

Con cuidado tomo la mano del niño y lo llevo hasta las escaleras donde veo a las tres mujeres desesperadas abajo.

—Creo que les dije que tenían que mantenerse fuera de la vista de los empleados.

—¡Ahí estás, niño travieso! —lo reprendió la gitana subiendo las escaleras de dos en dos—. Sabes que no podemos estar aquí afuera, vamonos.

La mujer se lo lleva casi a arrastras al ala oeste de nuevo mientras me cruzo de brazos esperando a que mi esposa suba y me dé una explicación.

—Es sólo un niño, se cansa de estar entre cuatro paredes.

—Sabes que es peligroso si alguien los ve, los gitanos están cerca de aquí, debemos ser precavidos y no meternos en este lío Katherine.

Le llamo la atención sin alzar la voz.

—Lo sé, lo siento, pero es que me da pena verlos ahí encerrados día y noche.

—No podemos hacer nada mientras su clan esté dando vueltas buscándolos.

—¿Y si los llevamos a la hacienda de mis padres?

Pregunta mientras un destello de luz se enciende en sus pupilas.

—¿Estás bromeando? —le digo sin poder creer en lo que acaba de decir.

—La hacienda es grande y queda fuera de aquí, no correrán peligro ahí —niego con la cabeza.

—Es una locura Katherine y un riesgo demasiado grande.

—Piénsalo, en la hacienda nadie sospechará, la vendimia está cerca y papá siempre contrata personas de afuera.

—No voy a consentir esto Katherine —le digo un poco cansado—, es muy peligroso, si alguien los reconoce meteremos a más personas en un gran problema.

Se cruza de brazos ante mi negativa y me hace gracia verla como arruga la boca y frunce el ceño molesta.

»No seguiré discutiendo sobre esto... Buenas noches.

La dejo en el pasillo y entro a mi habitación cansado. Me doy un baño y me acuesto desnudo cubriéndome con la sábana hasta la cadera, por breves segundos fijo la vista hacia la puerta recordando lo de esta mañana, me levanto y camino hasta el tablón de madera girando la llave para dejarla sin cerrojo. Vuelvo a la cama cubriéndome de nuevo y me quedo dormido con el brazo sobre mis ojos.

Salgo de la cama y voy al cuarto de baño para asearme apenas amanece. Antoine ya tiene mi ropa lista sobre la cama tendida.

—Buenos días mi señor —saluda y me da pena por él, pero ya sabe que debo dejar de prescindir de sus servicios..

—Antoine, sabes que no es necesario que te ocupes de mí.

—Lo sé mi señor, pero ya son tantos años que se me hizo costumbre.

—A partir de esta noche, serás mis ojos y oídos dentro del club de caballeros —le informo y abre los ojos sorprendido—. Necesito alguien de mi entera confianza allí, no quiero que se hagan cosas fuera de la ley a mis espaldas.

—Como usted ordene mi señor —dice con cierto pesar en su voz y me apena porque siempre ha sido muy servicial, pero lo necesito allá más que aquí.

—Te quedarás en una de las habitaciones principales y puedes manejarte como en casa. Tendrás mi oficina a tu disposición y un jugoso sueldo.

—Iré a empacar mis cosas —lo dejo que se marche a empacar sus cosas mientras bajo al comedor a desayunar.

Katherine llega unos minutos después que yo y no saluda «sigue molesta por lo de ayer», no le hago caso y espero a que Ivonne me sirva para empezar a comer.

—Pasaré el día en el club, averiguaré los pasos de los gitanos a ver qué tan peligroso es sacarlos de aquí.

Le aviso a Katherine después de que Ivonne regresa a la cocina. Ella no dice nada, cosa que me molesta, hemos estado "bien" estos últimos días, no entiendo porque se molesta si sabe que tengo razón.

Después de comer camino a las caballerizas por mi caballo y cabalgo hasta llegar al club. Antoine viene detrás de mí dejando el baúl con sus cosas en el suelo del salón principal. Lo presento a todos como el encargado y mi mano derecha dentro del establecimiento.

Antoine comienza a familiarizarse con su nuevo trabajo cuando mi vista se desvía a la mujer rubia que viene saliendo de la zona de la cocina con un trapo en la mano.

Es más baja que Katherine y más delgada también. Me fijo en su rostro y es casi una niña. Sin poder evitarlo salgo de mi oficina y bajo las escaleras parándome frente a ella.

—¿Eres Filipa no es así? —pregunto recordando lo que me dijo la encargada de las mujeres ayer.

—Si Milord —hace una reverencia frente a mí hablando en un perfecto inglés.

—¿Que edad tienes? —se ve muy joven para trabajar en estos lugares.

—Diecinueve Milord —contesta un poco nerviosa.

—¿Cuál es el trabajo de Filipa aquí? —pregunto a la encargada.

—Atender a los hombres y estar dispuesta a darles placer Milord —responde la mujer.

Algo me incomoda en el estómago. Algo me dice que ella sigue siendo doncella y que este no es trabajo para una niña, pues veo a mi esposa reflejada en ella.

—¿Eres doncella Filipa? —pregunto sin titubeos, no me voy por las ramas mientras ella se sonroja víctima de la vergüenza.

Asiente con la cabeza y el nudo de mi estómago se aprieta un poco más.

—A partir de ahora Filipa sólo se encargará de la limpieza cuando el club esté cerrado. Atenderá al nuevo encargado, a mi y a mi socio cuando estemos aquí —ordeno y noto como el brillo de esperanza aparece en sus ojos—. No quiero verla atendiendo a ningún cliente, madame.

La mujer asiente y vuelvo a mi oficina donde aún permanece Antoine.

—Debo ir a ver a mi abuelo —le aviso—. Te quedarás aquí, necesito conseguir un nuevo capataz con urgencia.

Salgo del club montando mi caballo en dirección a la casa de mi abuelo donde me quedo hasta tarde. Vuelvo a casa después de las seis y no veo a Katherine, ni a Ada por ninguna parte.

Camino hasta la cocina donde encuentro a Ivonne sentada en la mesa.

—Necesito que vayas a mi armario y me arregles uno de mis trajes de gala por favor.

Ella sonríe gustosa, muy dispuesta para mi gusto, pero no veo a Ada por ningún lado, subo a mi habitación delante de ella y me encierro en el cuarto de baño para asearme y arreglarme para la inauguración de esta noche.

Salgo envuelto en mi bata de baño e Ivonne me detalla de arriba abajo pasando la lengua por sus labios.

—Es una pena que la señora se pierda todo lo que tengo enfrente mi señor.

Arrugo las cejas incómodo ante su comentario.

—Cuidado Ivonne —le advierto—, no aguantaré una insolencia más de tu parte.

—Perdóneme milord.

—Y abróchate el corset—ordeno—. No se porque aún mi esposa no se hace cargo de los uniformes... Retírate que voy a vestirme.

Ivonne sale de mi habitación y segundos después entra Katherine molesta.

—¡No pienso permitir que me faltes el respeto en mi propia casa William!

La miro extrañado sin saber que le pasa.

—¿Y ahora que hice? —pregunto sin entender nada.

—¡Descarado! —grita y se va dejándome ahí sin decir nada más.

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