Capítulo 47.
William:
—Quiere plena libertad para irse a ver con aquel idiota —le digo a Simon cuando entramos en el despacho—, no debí aceptar.
La molestia crece en mi pecho.
—No digas eso, entiende que ha estado rodeada de gente toda su vida y desde que se casó contigo sólo está en compañía de Ada que tiene edad de ser su abuela.
—Lamento no poder traer a Jazmin a vivir aquí, sabes que no es correcto —le digo para que sepa mis motivos y no crea que tengo algo en su contra por ser la tapadera de Katherine.
—Entiendo y no tardaré mucho en casarme con ella —saca una pequeña caja de terciopelo del bolsillo de su saco y me muestra el anillo de compromiso—. Le pediré que sea mi esposa el próximo fin de semana.
Abrazo a mi hermano alegrándome de que al menos uno de los dos será feliz en su matrimonio.
—¿Tienes algo especial en mente para ella? —pregunto ya que Simon es un eterno enamorado y romántico.
—Si. Pero debo prepararlo en la hacienda Kensington, por eso te pido que aún no traigas a Sophy. Necesito que ella me ayude a prepararlo todo.
—Está bien. Como quieras. Cambiando el tema, hay que conseguir un capataz para las tierras y una mujer de servicio más, no quiero que Sophy siga de mucama. Claus al parecer tiene interés en ella.
—¿Claus en Sophy? —pregunta Simon sorprendido—, pero... Ella no es de su círculo, sus padres no aceptarán tal relación de un aristócrata pudiente con una simple mucama.
—Lo mismo le dije, pero dice que quiere conocerla y quiénes somos nosotros para negarnos. Así que lo tendremos seguido aquí.
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—Aquí tienes varios prospectos para capataz —dice Simon entregándome unos documentos con la información de los aspirantes casi entrada la noche—. Este —señala con el dedo—. Es uno de los mejores según sus recomendaciones. Tiene una gran cicatriz en la cara y un parche en su ojo, lo que puede hacerlo ver aterrador, pero es el mejor.
—Bueno, no me importa su aspecto, lo que importa es que trabaje y lo haga bien.
—La mujer de servicio que pediste vendrá mañana.
—El domingo iremos a casa de mi abuelo a pasar el día —le informo—, debo decírselo a Katherine para que se prepare y no vaya a meter la pata.
—Entonces vayamos a comer que ya es hora.
Entro en el comedor junto a Simon y más atrás llegan Ada y Katherine que con su aroma me tiene de los nervios cada vez que se filtra por mis fosas nasales.
«Puto aroma enloquecedor». Mi sangre se centra en lugares que no debería, cuando noto que uno de los botones de su blusa está suelto dejando ver el entremedio de sus senos.
—Tienes un botón suelto, deberías arreglarlo —le digo y debo apuntar con el cuchillo para que vea donde está. Al darse cuenta se sonroja y con las manos temblorosas comienza a abotonarselo—. El domingo pasaremos el día en casa de mi abuelo, así que estate lista temprano.
—Está bien —contesta—. Se lo que debo hacer —asiento tras su respuesta.
—Mañana vendrá una mujer a ayudar con los quehaceres de la casa —informo— Sophy se quedará solo para hacerte compañía como tú amiga, cuando llegue —noto el brillo de felicidad en sus ojos—. Claus está interesado en ella y lo apoyaré en lo que pueda —Katherine abre los ojos sorprendida—. Ada estará atenta con el resto de las mujeres de servicio para atenderte en lo que necesites.
Se levanta de repente y se viene contra mi para abrazarme con euforia sin darse cuenta de que me ha puesto los pechos en la cara y es aquí donde todo mi autocontrol se va por la borda. El miembro me aprieta los pantalones deseoso de salir y meterse entre los pliegues de mi esposa y su aroma penetra en mi nariz quedándose allí impregnado.
—¡Lo siento! Lo siento —dice apenada al darse cuenta de lo que pasó. No digo nada. Ella vuelve a su sitio y miro a Simon por el rabillo de mis ojos y está aguantándose las ganas de reírse a carcajadas.
Vuelvo la vista hacia Katherine quien tiene la mirada fija en su plato y el sonrojo le sube desde el cuello hasta las orejas. La comisura de mis labios comienza a levantarse y debo disimular cuando siento los ojos de Ada sobre mi.
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Dos días después, por la mañana el aspirante a capataz llega y entra al despacho. En verdad tiene un aspecto aterrador con esa cicatriz que le atraviesa la cara, sin contar el parche que cubre su ojo. Me inquieta saber cómo se la hizo, pero por discreción prefiero ahorrarme el comentario.
—Dice aquí que trabajo en las afueras de Londres —digo y el hombre de alrededor de los cuarenta y tantos años asiente.
—Si... Viví muchos años en Durhan, ahí me hice la cicatriz y perdí mi ojo izquierdo.
—Lo lamento. El trabajo es simple, nada de lo que no haya hecho antes. Su labor será bien remunerada si veo resultados. De más está decirle que tiene que mantener a los trabajadores en cintura, pero sin mano dura, el maltrato nunca me ha gustado.
—Está bien. ¿Cuándo comienzo?
—Antoine lo llevará a la que será su casa para que se instale. Tendrá los fines de semana libres para que pueda pasarlos con su familia —le digo—. Puede comenzar el lunes a primera hora.
Llamo a Antoine para que lo acompañe a la casa del capataz donde se hospedará a partir de ahora y ambos salen del despacho cuando se cruzan con Simon.
—¿Qué tal? ¿Entonces si lo vas a contratar?
—No lo sé, no me gusta del todo —soy sincero—. Hay algo en él que no termina de gustarme, pero tiene buenas referencias. Lo tendré a prueba por un tiempo.
—La nueva mujer de servicio se ajustó rápido ¿No crees?
—Es eficiente por lo que he podido ver, pero me gustaría que fuera Katherine quien se encargara de esas cosas. Yo no sé nada de manejar una casa.
—Pues díselo y ya.
—Lo haré hoy después del desayuno.
Cuando llego al comedor ya las mujeres están sentadas esperándonos a Simon y a mí para comer.
—Después del desayuno necesito que vayas a mi despacho, hay algunas cosas que debo comentarte.
Le digo a Katherine mientras la nueva empleada nos sirve la comida. Ella es voluptuosa, no voy a negar lo que tengo a la vista, es bonita y no tiene porte de mujer de servicio. Siento un leve roce de uno de sus pechos sobre mi hombro cuando llena mi plato y no puedo evitar fijar la vista en ella por unas milésimas de segundos y luego vuelvo la mirada al plato.
—No tengo hambre —suelta Katherine de repente e intenta levantarse, pero no se lo permito.
—Come —le ordeno—, no pasarás la mañana sin nada en el estómago.
—Dije que no tengo hambre —insiste y mi paciencia se va por el retrete.
—¡Y yo dije que no pasarás la mañana sin nada en el estómago! —digo cuando golpeo la mesa.
A regañadientes se sienta de nuevo y toma el cubierto para comenzar a comer. Después de la comida me acompaña al despacho donde le permito la entrada primero que yo y la invito a sentarse frente al escritorio, donde me siento después frente a ella.
Saco unos documentos del primer cajón de la derecha y los extiendo sobre el escritorio. Ella los toma y frunce el ceño al leer el encabezado.
—Son las cuentas que hay que pagar de la casa —le digo—, a partir de hoy quedas encargada de manejar la casa, pagarás las cuentas y el sueldo de los empleados. Enviaras por las compras que hagan falta y serás tú quien decida quién trabaja y quien no aquí.
—¿Me estás dando autoridad para hacer lo que quiera? —pregunta secamente cómo le estoy hablando yo.
—¿Eres la señora de la casa? —pregunto observando sus gestos— ¿Eres o no la señora de la casa?
—¡Lo soy! —responde con prepotencia.
—Entonces ese es tu trabajo.
—Bien, y ya que soy la señora de la casa, quisiera cambiar algunas decoraciones, son demasiado antiguas y la casa se ve muy oscura con esas cortinas.
—Eso no está en discusión —intento cortar la conversación, pero se impone a mi orden refutandola.
—¡Dices que soy la señora de la casa para algunas cosas y no para otras! —reclama y pongo los ojos en blanco— La casa necesita un aire más moderno, los ventanales son amplios y deberías dejar entrar más luz a la casa.
—La casa se queda como está, no hay forma de que cambie de parecer —suelta el aire molesta.
—¡Bien! Seguiremos viviendo en una cueva oscura y fría entonces —Se levanta de donde estaba sentada e intenta llegar a la puerta, pero la detengo cuando le advierto:
—Espero que no se vuelva a repetir lo de hoy en la mesa —voltea verme y puedo notar la rabia en sus ojos.
—¿De qué estás hablando?
—Si te digo que comas, comes, la hora de la comida se respeta —resopla de muy mal humor y se acerca de nuevo al escritorio donde aún estoy sentado.
—¿Quieres que respete las horas de las comidas? —pregunta y luego coloca ambas manos sobre el escritorio—. ¡Entonces respétame la cara!
—¿De qué demonios estás hablando?
—¡Te vi en la mesa William! —espeta furiosa— ¡Vi como le mirabas los pechos a la criada!
Apoyo la espalda en el espaldar de la silla y me cruzo de brazos.
—Yo no hice nada de eso —respondo calmado y parece que eso la enfurece aún más.
—¡No me hagas pasar por tonta William, porque no lo soy! —dice inclinándose más sobre el escritorio.
—¿Celosa Katherine? —pregunto deseando que su respuesta fuera un sí, pero estoy consciente de que eso no pasará, ya que no siente nada por mi, si no por él empleaducho aquel.
—¡Soy tu esposa, al menos de nombre lo soy! Y si quieres que esto funcione, al menos ten la decencia de no follarte a la servidumbre en la casa.
Se marcha dando un portazo que me aturde los oídos, Sigo asombrado por sus palabras.
—¡¿Pero qué demonios?! —Cierro los ojos llenándome de paciencia y llamo a Ada.
—Necesito que envíes por una decoradora para la casa y se ponga a la orden de mi esposa.
—¿Vas a dejar que cambie la decoración? —pregunta sorprendida.
—Si, si no va a andar con mala cara todos los días.
Ada se va y quedándome solo en el despacho, me acerco al ventanal aún con sus palabras haciendo eco en mi cerebro.
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Katherine:
Subo a mi habitación y cierro la puerta de un portazo con la ira hirviendo en las venas. Aún no puedo creer lo que me dijo.
—¡¿Cómo se atrevió a negarme en la cara que no le vio los pechos a la criada?!
Suspiro y me acerco al espejo de cuerpo entero y detallo mi figura sobre el vestido.
—Tengo cintura —me digo y llevo las manos a mis senos—, no son tan grandes como los de ella, pero ¿Están bien? —giró viéndome la espalda y pasó mis manos sobre mis glúteos apretando la tela sobre mis curvas y sonrío con lo que veo.
De repente me doy cuenta de la estupidez que estoy haciendo y me aparto del espejo enojada conmigo misma.
Voy a la mesita de noche, saco mi diario del cajón y comienzo a escribir en él.
"William es un estupido, mentiroso, egoísta, prepotente y sobre todo... Sobre todo insoportable".
—Ahg —digo guardando de nuevo el diario y tomo el libro de Romeo y Julieta que está sobre la mesa.
Vuelvo a abrirlo pasando por alto la dichosa dedicatoria de aquella mujer y comienzo a leerlo por enésima vez. Las horas se me pasan volando y me doy cuenta de lo tarde que es, cuando noto el sol casi sobre el ventanal afuera.
Cierro de golpe el libro marcando la página donde me quedé y salgo al pasillo para bajar hasta la cocina donde está Ada preparando el almuerzo.
—¿Puedo ayudarte? —pregunto tomando unos granos que hay sobre la mesa para escogerlos.
Ada me ve y detiene lo que está haciendo para acercarse a mi.
—¿Sabes que si no te gusta, puedes correrla cuando quieras? —su pregunta me deja descolocada—. Además, los celos no son buena compañía.
—Yo... Yo no... Yo no estaba celosa —«¿O si?»
Ella se ríe y toma mi mano haciendo que suelte los granos.
—Ayúdame a cortar esto —trae un cuenco con papas ya peladas y me lo entrega—, puedes ayudarme a cortarlas en cubos, quiero hacer un puré con ellas.
—¡Yo puedo hacerlo! —digo emocionada y me deja.
Corto las papas de un tamaño que me sea más fácil aplastarlas y comienzo hacer el puré. Siempre me ha gustado cocinar.
»En la hacienda ayudaba de vez en cuando en la cocina y mi padre adulaba mi sazón —le cuento a Ada mientras cubro el tazón del puré con un paño limpio—. Él dice que superé a mamá.
Nos reímos por un rato de algunas anécdotas de mi yo de pequeña hasta que se me revuelve la bilis cuando veo que entra la nueva muchacha de servicio a la cocina.
—El señor mandó a preguntar si ya está listo el almuerzo—su voz chillona me molesta. Y disimuladamente detallo su rostro.
Tiene una cara normal, un cuerpo no tan delgado, pero sus pechos son exageradamente grandes, siento un nudo en el estómago cuando recuerdo que en algún lado leí, que a los hombres, ese tipo de mujeres no les son indiferentes.
—Dile que ya puede venir a la mesa —dice Ada a mi lado, sacándome de mis pensamientos.
Ella se va y detallo su forma de caminar, mueve sus caderas de aquí para allá de una manera muy exagerada.
—Recuérdame que debo cambiar los uniformes de las mujeres de servicio por favor, no quiero que ande nadie mostrando sus pechos por ahí y por allá.
Ada se ríe en mi dirección y me le quedo viendo.
»¿Qué? —pregunto.
—Los celos no son buenos consejeros mi niña.
—Llevemos la comida a la mesa —cierro el tema para que no siga pensando en que estoy celosa.
Cuando llegamos al comedor ya están sentados William y Simon y la nueva mujer de servicio les está sirviendo una bebida. El estómago se me vuelve a revolver, pero intento lo más que puedo disimular que no me molesta esta mujer aquí.
Pongo el tazón con el puré sobre la mesa y me siento, pero esta vez lo hago cerca de William para no darle espacio a la mujer. Ella comienza a servir la comida llenando el plato de mi esposo primero, así va corriendo por el resto de los puestos hasta dejarme de última.
Toma el cucharón para servirme un poco de caldo y accidentalmente tropieza con mi hombro dejándolo caer sobre mi pecho irritándome la piel en el acto. Un grito de dolor sale de mi garganta y William se acerca rápidamente desabotonándome la blusa.
Instintivamente me levanto con el ardor quemándome la piel y enrojeciendola al instante.
—¡Lo lamento! ¡Mil perdones! —la escucho decir preocupada.
—¡Compresas frías! ¡Ya! —grita William y puedo notar la desesperación en sus ojos, mientras toda la piel me arde.
La mujer trae un paño húmedo frío y él lo coloca sobre mi pecho.
»Tienes que quitarte esa ropa —dice y me acompaña a mi habitación sin quitar la mano del paño húmedo sobre mi pecho.
Ada va detrás de nosotros y entra al dormitorio, a pesar de que el paño frío calma un poco, el ardor no cesa.
—Tienes que quitarte la ropa —repite.
—No voy a quitarme la ropa frente a ti —digo avergonzada.
Quita el paño húmedo de mi pecho y frunce el ceño cuando me observa y es ahí cuando a pesar del dolor me doy cuenta que solo me cubre el brasier. Avergonzada y roja como un tomate me tapo con las manos para que no me siga viendo.
—Voy a humedecer esto. Te daré tiempo para que te cambies.
Me da la espalda y se encierra en el cuarto de baño. Ada me ayuda a quitarme la ropa y trae del armario el albornoz de seda que estaba guindado.
—Ya puedes salir —digo y él sale con el paño húmedo. Intenta volverlo a colocar sobre mi y se lo arrebato de las manos.
—Puedo hacerlo —le digo y niega con un movimiento de cabeza.
—Necesito saber qué tan grave es para llamar al médico.
Ada me ve y sus ojos lo dicen todo, tragándome la vergüenza abro el albornoz para que vea hasta donde llega el enrojecimiento de mi cuerpo. Aprieta la mandíbula enfadado cuando nota que mis dos senos están lastimados.
—Ada, ve por el ungüento y colocaselo, por favor —le ordena e inmediatamente ella sale de la habitación.
Vuelvo a cerrarme el albornoz y me coloco el paño frío sobre la piel muerta de la vergüenza. Siento mi cara ardiendo, jamás nadie me había visto en brasier.
«Dios esto es incómodo». William se voltea y se para frente al ventanal viendo hacia el jardín.
—Por unos días no podrás usar ropa que se pegue a la zona enrojecida —suelta de repente y me ve por encima de su hombro—. Suspenderé la visita a casa de mi abuelo.
—No es necesario William... Ya el ardor se está calmando y con el ungüento, ya para mañana estaré mejor —miento porque aún me arde como el infierno mismo, pero necesito que me crea, necesito salir de aquí e interactuar con más personas—. Por favor, no suspendas nada, mañana estaré mejor.
Ada entra con un pequeño envase en sus manos y él se le queda viendo unos instantes y luego ve hacia el albornoz.
—Quédate así el resto del día y mañana, no te pongas otra ropa que no sea lo que llevas puesto ya veremos si estás mejor.
Asiento con la cabeza. Odio seguir sus órdenes como si fuera una niña pequeña, pero es esto o nada.
—Gracias.
—Ayúdale con el ungüento Ada y luego ven conmigo al despacho.
Sale de la habitación y suelto el aire aliviada. Bajo el albornoz por mis hombros y dejo que Ada me unte el ungüento con sumo cuidado sobre mis senos y la zona entre estos.
—Afortunadamente no llegó a tu piel más sensible sobre ellos —dice Ada—, cuando las mujeres amamantan los pezones se agrietan y se siente un dolor similar a este.
—Bueno, supongo que nunca sabré lo que se siente —Ada nota la tristeza en mi voz y después de que me cubre con el albornoz pone su mano sobre mi hombro.
—Nunca te des por vencida mi niña. William es un hombre bueno, solo que odia las mentiras y la traición. ¿Pasó algo entre ustedes?
Me remuevo en mi asiento y niego con la cabeza, cuando siento la ola de decepción que sale de su aliento.
—Descansa un rato. Vendré en un rato con algo para que comas y a colocarte el ungüento otra vez.
Cierra la puerta y me acuesto en la cama pensando en el porque no le dije a ella lo del beso de Paul. Tal vez si le hubiese contado, ella podría ayudarme a decírselo a William sin que pensara mal de mi.
———————————
William:
—Tráeme al despacho a la mujer de servicio que derramó la sopa sobre mi esposa —le pido a Antoine antes de encerrarme en el despacho.
Ver su piel lastimada me llena de rabia, ella es tan delicada y blanca que con cualquier agarre muy brusco sobre su piel puede dejar alguna marca.
«Dios vi sus pechos». Afortunadamente no fue necesario llamar al médico, la quemadura fue solo superficial y dudo mucho que se le formen algunas ampollas.
—Adelante —ordeno cuando tocan a la puerta y veo que entra la mujer de servicio con los ojos enrojecidos—. Siéntate.
—¡Por favor señor no me eche, fue un accidente! —suplica con la voz entrecortada— ¡Necesito el trabajo, tengo que mantener a mis abuelitos, son la única familia que tengo!
—Lo que hiciste pudo llegar a ser peor —mi voz autoritaria la hace estremecerse—, no quiero ni este ni otro tipo de accidente en esta casa, porque la próxima vez, te pongo de patitas en la calle —advierto y ella asiente—. A partir de ahora, sólo ayudarás en los quehaceres de la casa, que otra mujer de servicio atienda la mesa.
—Pero yo puedo servirles, sólo fue un accidente —insiste.
—¿Cuál es tu nombre?
—Ivonne, Milord —su voz cambia de tono al llamarme Milord.
—Bien Ivonne, seguirás en el comedor y ayudarás en todo lo que a la cocina concierne —ordeno y una sonrisa de lado se forma en sus labios—, pero de una vez te advierto, que si vuelve a suceder algo más, te vas, así te arrastres, te largas.
—¡Gracias mi señor, gracias! —toma mi mano y pone sus labios sobre ella dejando varios besos que me incomodan y debo apartarla para que deje de besarla.
—¡Basta, no hagas eso! Y ya vete.
Ivonne se inclina y sale del despacho dejando la puerta abierta para que Ada entre.
—La dejé descansando, ya pronto estará mejor.
—Bien. Cenaré con ella en su dormitorio esta noche y mantén vigilada a Ivonne, hay algo en ella que no me gusta.
—Si no te gusta, échala entonces —me dice y es lo que debería hacer, pero pienso en sus abuelos y lo dejo pasar.
—Estará en periodo de prueba. Ayudará en el comedor y en la cocina, así que ponla a trabajar.
—Cómo tú digas.
Sale del despacho y yo lo hago una media hora después. Camino a las caballerizas y tomo uno de mis caballos, lo mando a ensillar y cabalgo sobre él hacia el río cercano a la casa. Me quito las botas y la ropa para sumergirme en el agua fría un rato.
«Necesito aclarar mis pensamientos hacia Katherine, esto no puede continuar así».
Salgo del agua después de nadar un buen rato sacudiendo mi cabello mientras las gotas escurren por mi cuerpo. Tomo la manta extra que puse sobre el caballo para extenderla sobre la hierba y me acuesto desnudo cerrando los ojos.
Creo que me quedé dormido porque cuando abro los ojos, los rayos del sol ya no están sobre mí, sino a un lado ocultándose sobre la copa de los árboles del bosque. Miro en esa dirección y mis pensamientos se van hacia un buen día de caza entre amigos.
De pie, tomo mis pantalones dejando la ropa interior de lado y me los subo por las piernas. Un ruido a lo lejos me pone alerta, pero luego lo ignoro «pudo haber sido algún conejo, por aquí abundan». Calzo mis botas y por último me pongo la camisa. Doblo la manta, la pongo sobre el caballo y subo sobre él para irme a casa.
Subo a mi habitación entrando de una vez al cuarto de baño para asearme y luego descanso un par de horas antes de ir al dormitorio de Katherine para cenar con ella.
Antoine toca mi puerta despertándome e informando que ya la cena está lista. Salgo de mi habitación y camino hacia el lado oeste donde está la habitación de Katherine. Toco y entro luego de la voz de mando de adentro.
Ada e Ivonne, terminan de colocar los platos sobre la mesa de té y me siento frente a mi esposa luego de que ambas mujeres se van. Tomo la servilleta de tela y la coloco sobre mi regazo sin dejar de observar los gestos de Katherine.
«Está nerviosa». Nunca hemos estado solos en una habitación, está es nuestra primera vez. Comemos en silencio, ninguno de los dos se atreve a decir alguna palabra. Dejamos la mesa y cuando veo que va hacia el cuarto de baño, la detengo cuando le digo:
—¿Cómo te sientes?
—Mejor, gracias —responde sin verme.
—¿Puedo ver? —su cuerpo se tensa—. Solo quiero cerciorarme de que no van a formarse ampollas.
Suelta un suspiro y baja los hombros antes de voltearse hacia mi y abrirse el albornoz cuando está cerca. Detallo la piel con la vista y no sé si es por instinto o por ganas, pero no puedo evitar llevar mis dedos y tocar la zona que aún está enrojecida. Siento debajo de las yemas de mis dedos como su piel se eriza ante mi tacto y sus pezones comienzan a crecer.
Mi sangre fluye hacia un mismo lugar y aparto la mano antes de que mi miembro se ponga duro frente a ella.
—Se ve mejor. Cúbrete —ordeno y me aparto de ella—. Descansa. Mañana vendré a ver cómo sigues y tomaré la decisión.
—Estaré mejor, podremos ir a ver al abuelo y a Joan.
—Ya veremos.
Salgo de su habitación acomodándome la erección que si o si tenía que aparecer. «Maldita sea». Camino por el pasillo encontrándome a Ivonne que va de camino a recoger las bandejas al dormitorio de Katherine y me mira de arriba a abajo poniéndome incómodo.
Al día siguiente desayuno con mi esposa y ya el enrojecimiento de su piel, es solo una mancha rosácea. No vuelvo a tocarla aunque mis dedos quemen por hacerlo, pero no quiero que se sienta incómoda y piense que soy un depravado.
Después de la cena, le echo un último vistazo a su piel y se me muchísimo mejor.
—Prepárate para mañana temprano. Iremos a casa del abuelo —Una sonrisa se forma en sus labios y es una de las más bonitas que le he visto.
«Debo hacerla pagar por lo del compromiso, pero me es difícil hacerlo, cuando hace estas cosas tan simples».
—Gracias.
—Mañana nos inventaremos una excusa creíble para que no comiencen a preguntar. Espero que no metas la pata.
La sonrisa se borra inmediatamente de sus labios y frunce el ceño.
«Así está mejor».
Al día siguiente en el desayuno nos inventamos una buena excusa para que ellos no sospechen nada y vamos camino a la hacienda de mi abuelo quien nos recibe en la entrada principal.
Saludamos y nos dirigimos al jardín trasero donde mi abuelo preparará su tan exquisita carne de ternera asada a la leña.
Sonriendo caminamos los tres hasta que mi sonrisa se borra de repente al notar a todas las personas que están invitadas a pasar el domingo. Katherine me suelta el brazo y corre a abrazar a sus padres y mi sangre comienza a hervir cuando veo la figura masculina que viene acompañada de mi cuñado con la madera sobre sus hombros.
«Lo voy a matar».
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