Capítulo 36.
Anne:
Los días siguientes, luego de saber toda la verdad, me encontré inquieta. Por fortuna mi suegro no volvió a hostigar a Juliet. Sin embargo, la zozobra no me dejaba en paz.
«Necesito ir a Kent».
El viernes por la mañana antes de que Richard se fuera a trabajar le pedí que viajáramos ese mismo fin de semana a la mansión. Debo advertirles a mis padres del ser tan despiadado que es mi suegro, por más mal que le hice a mi hermana, no deseo que padezca al lado de un ser tan desalmado.
El viaje a la hacienda de mi padre demoro más de lo debido ya que por la lluvia las ruedas del coche se enterraban en el lodazal haciendo que la velocidad aminorara.
Llegamos al caer la noche sin ningún contratiempo en el camino más que la tierra humedecida. Camile nos ayudó con las maletas junto a uno de los hombres de servicio. Nos instalamos en la que era mi habitación cuando vivía aquí y no pegué un ojo hasta entrada la madrugada.
El sonido del agua me despierta, restriego mis ojos observando en dirección a la puerta del cuarto de baño y veo salir a mi esposo con el albornoz azul que compramos en Horsens.
«Se ve tan atractivo con el pecho descubierto»
Me descubre observándolo y sonríe acercándose a mí para dejar un tierno beso sobre mis labios.
—Buenos días, mi amor —estiro mi cuerpo sobre la cama y le sonrío.
Vuelve a dejar otro beso en mis labios y lleva una mano al lazo que ata mi camisón. Huelo sus intenciones, pero lo detengo.
—Está semana no puede ser mi amor.
Gruñe y se aleja atándose el albornoz.
Me levanto de la cama para hacer mis necesidades y me aseo en el cuarto de baño antes de que Camile interrumpa tocando la puerta.
—Sube el desayuno a la habitación, por favor —ordena mi esposo mientras yo busco en el armario que vestido ponerme ya que el día está nublado.
Comemos e inmediatamente bajo al despacho apenas Richard cruza la puerta camino al viñedo. Toco un par de veces antes de que mi padre me dé la orden para entrar.
Tomo el pomo de la puerta jalandolo hacia abajo para abrirla y entro cerrando detrás de mí.
—Papá, buenos días. ¿Tienes unos minutos para mí?
Asiente y extiende su mano invitándome a sentarme frente a él.
—Y bien, ¿De que quieres hablarme?, ¿Qué es lo que te preocupa?
—¿Tuviste un altercado con mi suegro? —pregunto sin titubear, inclina la cabeza a un lado y entrecierra sus ojos para verme.
—Si vienes a interceder por él...
—¡No, no, no, no! —interrumpo—, quiero que evites a toda costa que él se comprometa con mi hermana.
Tensa la mandíbula y con la mirada fría me responde:
—No voy a darle la mano de tu hermana a ese hombre, nos ha faltado el respeto en nuestra casa e intenta imponerse bajo las órdenes del rey.
—¡Debes impedirlo papá! —le digo preocupada. Inclino mi cuerpo hacia adelante y estiro mis brazos para tomar sus manos.
—Anne... ¿Qué sabes? —me pregunta, pero le prometí a Juliet no revelar su secreto y no puedo faltar a mi palabra—, ¡Habla por Dios de una buena vez! —se altera y debo calmarlo.
—Él no es hombre para ella, es... Es mucho mayor que mi hermana y no la haría feliz, es un hombre violento e irrespetuoso.
—¿Te ha hecho algo?, ¿Te ha faltado el respeto alguna vez?
Sus ojos se vuelven oscuros por la molestia, pero miento para calmarlo, no quiero que le reclame a Richard y él se entere de esta conversación.
—No, pero ahora que estamos viviendo en su casa mientras la nuestra no está lista, he visto su comportamiento hostil con todo el mundo y a pesar de todo no quiero que Katherine se case con un hombre así.
Veo cómo suelta el aire por la boca y vuelvo a hablar:
»Se que hice las cosas muy mal y que cometí un grave error al entrometerme entre Richard y ella, pero tampoco soy tan desalmada para dejarla desposarse con un hombre así.
—No lo permitiré, no tienes porque preocuparte —dice mas calmado—. Además eso acabará pronto si todo sale bien.
—¿A qué te refieres?
—Tu hermana lleva semanas siendo cortejada por un noble.
Su confesión me sorprende y me deja un vacío en el estómago.
—¿Quién es? ¿Lo conozco?
—No tuviste la oportunidad, si todo sale bien con él, tendremos boda prontamente.
La sonrisa que dibuja mi padre en su rostro hace que se apriete mi pecho, conmigo nunca fue así, él siempre consintió más a Katherine que a mí y a Phillip, sin embargo me irrita en el fondo que ella haya conseguido a alguien tan pronto, eso quiere decir que no estaba tan enamorada de Richard como decía y tuve que pasar por toda la vergüenza de casarme con la boca de todos encima de mí y de mi matrimonio.
Pero, a todas estas me alivia saberlo, ya que me siento más segura ahora y no debo temer de que ella se interponga entre Richard y yo; y él llegase a pensar algún día en arrepentirse de casarse conmigo.
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Dominic:
La llegada al muelle no pudo ser más pesada. Mi viaje ha llegado a su fin. Bajo la rampa del muelle con mi mochila de viaje a la espalda, alzo la mirada al cielo y como suele ser en esta época, el cielo está gris amenazando con llover.
Miro al frente y no muy lejos visualizo el coche que me espera con mi abuelo de brazos cruzados a mi espera.
—¡Vamos hermano! —Simon me jala hacia adelante por los hombros para que camine.
—Abuelo —saludo y él me lo devuelve con un saludo militar.
—¿No vas a darle un abrazo a este anciano?
Extiende los brazos con una sonrisa en los labios y poniendo los ojos en blanco lo abrazo.
—No entiendo tus cursilerías —le digo y carcajea.
—Lo amas hermano —suelta Simon golpeándome en la espalda—. Señor, aquí está su nieto sano y salvo.
—Ven acá tú también y dame un abrazo.
Entramos al coche luego de tanta cursilería y nos movemos rumbo a la casa. Giro mi cabeza a la ventana observando el camino para evitar lo que antes de irme dispuse con mi abuelo.
Tiempo después estamos entrando por el camino empedrado de la entrada. Me bajo y apenas se acerco a la puerta se abre y veo a mi madre quien me rodea con sus brazos.
—¡Por fin llegaron! —dice viendo de mi a Simon—. Hice tu comida favorita, entren y aséense, mandaré a poner la mesa.
Observo a mi alrededor y no han cambiado nada: Las mismas cortinas, los mismos cuadros, hasta la misma alfombra que cubre la escalera principal. Subo a mi habitación y todo está igual, con la diferencia de que ahora tengo una cama mucho más grande, con dosel y cubrecama de ¿Colores alegres? Frunzo el ceño y decido no darle importancia, tengo en cuenta el porqué del cambio.
Me aseo en el cuarto de baño y me visto con un pantalón oscuro y una camisa blanca sencilla, sin tanta elegancia, me incomoda vestirme todos los días de saco y corbata.
Encuentro a Simon en el pasillo y bajamos juntos al comedor donde ya está sentado mi abuelo y mi madre sonríe con el cucharón en la mano para servirme de comer. A pesar de tener en casa empleados para hacer ese trabajo, a ella le gusta sentirse útil. Cuando papá vivía, mamá no salía de la cocina supervisando todo en cuanto a la comida.
Después de su muerte, pasó mucho tiempo para que ella volviera a ser la misma de antes y todo gracias a que mi abuelo se mudó con nosotros. Compramos una casa más grande y es aquí donde viven ellos ahora.
Comemos y me mantengo en silencio, mientras mi amigo cuenta las anécdotas de nuestro viaje. Mamá y el abuelo carcajean con una que otra de sus tonterías.
—... En el penúltimo viaje, tuvimos que regresar al puerto porque Claus salió y no llegó a tiempo para abordar el barco. Cuando llegamos estaba llorando porque lo abandonamos.
Ambos ríen con sus ocurrencias, incluyendo a la muchacha de servicio que se mantiene de pie, pero es cierto lo que dijo, fue gracioso encontrarlo allí sentado con la cara enrojecida como su cabello.
Curvo mis labios hacia arriba, pero inmediatamente borro la media sonrisa por los pensamientos que me avasallan.
—Hijo, sé que estás cansado, pero hay un tema que tratar que no puede esperar —avisa mi abuelo y asiento sabiendo lo que va a decirme—. Te espero en el despacho. Tomaré el café allá.
La muchacha de servicio asiente y siento el peso de la mirada de Simon sobre mi.
—¿Te gustó tu nueva cama? —pregunta mi madre— Tu abuelo decidió cambiarla, me pidió que le diera un nuevo aire a tu habitación.
—Si ya me imagino porque.
Me retiro del comedor y camino hacia el despacho de mi abuelo, tomo el pomo de la puerta para abrirla sin tocar. Encuentro a mi abuelo sentado en el sillón cerca de la ventana con su taza humeante de café.
Me siento en el otro sillón a la espera de lo que quiera decirme, pero se levanta rodea el escritorio mientras lo sigo con la mirada. Abre una de las gavetas, toma un puñado de sobres atados con una cinta en medio, camina hacia mí y me los entrega.
—¿Qué es esto? —pregunto extrañado.
—Sobres —responde sarcásticamente.
—Se que son sobres, pero, ¿Qué quieres que haga con ellos?
—Son tuyos, léelos, lo necesitas.
Los tomo entre mis manos y leo las iniciales de uno, frunzo el ceño y miro en dirección a mi abuelo quien se encoge de hombros.
—El de arriba está sin abrir. Ábrelo, las de abajo son tuyas.
—¿Mías? —volteo y me enoja su atrevimiento— ¡¿Qué significa esto?!
—Es lo que es, ya te dije que la última está por abrir y debes responderla, ya es tiempo de que te encargues tú de tus responsabilidades.
Vuelvo la vista a los sobres entre mis manos y niego con la cabeza.
—¿Lo hiciste tú? —asiente— ¡No voy a hacer esta mierda!
Me levanto de donde estoy sentado y dejo el montón de sobres sobre la silla.
—¡Vas a hacerlo! —espeta tajante— Ya regresaste, ahora asumes la responsabilidad de esto. Y más respeto hacia tu abuelo que a pesar de que seas un adulto aún puedo golpearte.
Suelto el aire con rabia mientras tomo asiento de nuevo. Tomo uno de los sobres con mi mano y saco el papel que trae dentro. Leo lo que está escrito y a medida que voy leyendo voy apretando la mandíbula.
—¿Se puede saber qué estupidez es esta? Yo jamás escribiría una tontería cómo está, es demasiada cursilería.
—¡Pues este que está aquí —me arranca la hoja de las manos para abanicarla frente a mi cara—, eres tú, no esté frío ser que tengo enfrente.
—Corrección... Era.
Me ve con decepción y algo se aprieta dentro de mi pecho.
—Lo sigues siendo hijo, solo que te niegas a aceptarlo.
—Me hirieron el orgullo, se burlaron de mí, ¿Cómo querías que reaccionara? ¿Con bombos y platillos?
—Ya es hora de pasar la página hijo, tienes un futuro por delante y una chica a la que conocer.
—Estabas haciendo muy buen trabajo ¿Porque no sigues tú con la tarea? — pregunto con sorna.
Mi abuelo golpea con el puño el escritorio furioso.
—¡Ya basta! —espeta furioso— ¡Vas a subir a tu habitación, leerás cada una de ellas y escribirás a cambio! —intento refutar, pero me lo impide— vas a darme la respuesta esta misma noche, porque mañana temprano sale el mensajero.
Sale del despacho dejándome solo mientras fijo la vista en la puerta que deja abierta, aprieto el puño arrugando la hoja dentro de mi mano con rabia y suelto el aire con fuerza. Simon se asoma y silva al ver el puñado de sobres en el sillón cuando entra de un todo al despacho.
—Esto es mucho por leer —dice tomando uno de los sobres y saca la hoja que contiene.
Con rabia se la arrebato de las manos y vuelvo a colocarla dentro del sobre.
—¡Son mías y son privadas! —lleva su mano al pecho fingiendo estar herido por mis palabras y golpeo su hombro escuchando cómo se queja.
—¿Desde cuando tienes secretos conmigo?
—Desde ahora —saca el labio inferior como niño pequeño y ruedo los ojos—, vete a descansar —le digo—, tengo trabajo que hacer.
—Puedo descansar aquí mientras trabajas —se acuesta a lo largo del sillón cruzando los pies encima del reposabrazos poniéndose cómodo.
Pongo los ojos en blanco y me siento en la silla principal del escritorio.
—A veces me pregunto cómo te soporto tanto.
—Porque me amas —responde con los ojos cerrados.
No se cuantas horas pasan pero debo encender la luz por falta de iluminación. Alzó la cabeza hacia la puerta cuando veo a mi madre que trae una bandeja con algo para comer. Observa el sillón y dibuja una sonrisa en sus labios al ver a mi amigo dormir con la boca abierta.
—Debería despertarlo para que coma —dice y niego.
—Déjalo, no acostumbra a comer tan tarde.
—¿Por qué no te vas a descansar? , llevas toda la tarde aquí encerrado.
—Solo respondo esto y me voy a la cama.
—¿Despertarás a Simon? —lo observo unos instantes y mis labios se levantan en una sonrisa.
—No, que duerma ahí.
Mi madre me da un suave golpe en el hombro y la abrazo dejando un beso sobre su cabeza. Se va y yo sigo con la hoja en blanco aún sin saber qué escribir. Hace unos meses atrás, no habría escrito una sino miles, pero después de lo que Charlotte me hizo, algo se cerró dentro de mí y me juré a mí mismo nunca más volverlo a abrir.
Sin embargo, leer cada palabra plasmada hace algo en la boca de mi estómago. Cada oración escrita está llena de sentimientos haciendo que me remueva en mi asiento. Tomo la pluma del portaplumas y pongo la punta sobre la hoja sin saber que debo escribir.
Tengo que confesar que el inicio me costó y tuve que desechar un par de hojas, pero después todo fue fluyendo. Tanta cursilería escrita para nada, pero era esto o nada.
Meto la hoja dentro del sobre, la sello con el sello familiar y la dejo sobre el escritorio para que mañana temprano venga el mensajero por ella.
Muevo a Simon para que se despierte y suba a su habitación, pero tiene el sueño pesado. Después de un rato luchando para que abra los ojos, desisto, camino hacia la puerta dejándolo ahí tendido.
—¿Ibas a dejarme aquí, desgraciado? —volteo y lo veo sentado
—Intente despertarte varias veces, pero mueres cuando duermes.
—Me desperté en la primera sacudida. ¿Terminaste tu trabajo? —pregunta mientras bosteza.
—Si, ya vamos arriba, mañana hay cosas que hacer.
Apago la luz y antes de cerrar la puerta tras de mi, pongo los ojos sobre el envoltorio encima del escritorio .
«Espero que con esto deje de fastidiarme».
Me levanté apenas se asomaban los rayos del sol. No pude pegar un ojo en toda la noche, me sentí incómodo sobre la cama, no es que no haya dormido antes en otras, sin embargo, esta la siento muy distinta y creo saber cual es el verdadero motivo.
—¡Vamos no seas idiota! —me regaño a mi mismo frente al espejo mientras peino mi cabello.
Lo he dejado crecer, ahora mi coleta es mucho más larga. Acomodo el saco y abotono el último botón y voy hacia la puerta para bajar a desayunar.
—Buenos días —bosteza Simon en el pasillo frente a mi y le gruño—, alguien se levantó de buen humor hoy por lo que veo.
Lo ignoro. Bajo las escaleras encontrándome a mi madre en el último escalón, la abrazo le doy un beso en la frente y me uno a ella camino al comedor del jardín. Es su lugar favorito en los días de sol.
La empleada nos sirve café y jugo junto al plato con el desayuno. Simon se frota las manos con ansias observando su comida.
—Gracias... Moría de hambre —mi madre se ríe mientras yo pongo los ojos en blanco.
Para lady Joan, Simon es como un hijo más, ya que nos conocemos desde que éramos niños. Cuando llegamos a esta ciudad, fue al primero que conocí, años más tarde llegó Claus y los pocos más que puedo considerar de mi círculo de amistades. Fuimos a todo juntos, a pesar de la diferencia en el color de nuestra piel, nunca dejamos de lado a Simon.
Mi abuelo le da una palmada suave a mi amigo en la espalda antes de sentarse frente a mi. Toma su taza de café humeante y se la lleva a la boca, saborea el líquido como si fuera el elixir que necesita para vivir. La pone sobre la mesa y tomando los cubiertos en sus manos, dice:
—El sobre ya fue enviado, espero no me hayas decepcionado.
—Todo está como lo ordenaste —digo sin molestia alguna llevando un trozo de comida a mi boca.
—¿Qué sobre? —pregunta mi madre.
—El heredero con cara ruda está enviando cartas de amor —Suelta Simon emocionado y lo miro entrecerrando los ojos.
Mi madre me mira sorprendida y mi abuelo dibuja una sonrisa de suficiencia en los labios.
—Podemos comer en paz —digo con cierta molestia— y no son cartas de amor.
—Lo que digas.
—Voy a matarte cuando estemos solos
Refunfuño y mi madre me reprende como cuando era un niño pequeño.
—Hoy te llevaré a que te familiarices con lo que tienes que hacerte cargo a partir de ahora —dice mi abuelo y un vacío aparece en la boca de mi estómago—. Quiero que duermas bien esta noche, porque mañana viajamos a Kent.
De repente he perdido el apetito. Limpio la comisura de mis labios y digo lo que tengo atascado en la garganta desde que me levanté esta mañana.
—¿Por qué el cambio de cama?
—¿No te gusta? —pregunta mi madre y tomo su mano acariciandole el dorso.
—No es eso mamá. Solo quiero saber porque el cambio si mi cama estaba bien para mi. Además no es que pase mucho tiempo aquí la verdad.
—Vivirán aquí y no está en discusión.
Veo a mi abuelo apenas suelta lo que sospechaba desde que la vi.
—¿Podemos discutirlo en el despacho? —pido con la rabia contenida y él acepta.
—Voy a terminar primero de desayunar y te veo allá.
—Yo ya terminé —digo soltando la servilleta sobre la mesa y me levanto camino al despacho.
Abro la puerta y doy un portazo al cerrarla, me acerco al ventanal apretando los puños en el vidrio mientras trato de calmar mi respiración acelerada.
Lo miro sobre el hombro cuando escucho que cierra la puerta y se sienta detrás de la gran mesa de roble.
—No voy a vivir aquí —amenazo—. He hecho todo lo que has querido, pero no vas a manipular mi vida a partir de ese día.
—Dije que no estaba en discusión hijo —su voz suena tan firme como la mía—, debo asegurarme de que la trates como se debe, es mi deber velar por ella.
—¡Ese será mi trabajo apenas suceda, no el tuyo! —espeto volteandome para verlo.
—¿Me aseguras de que la respetarás y le darás su lugar? —me quedo callado sopesando sus palabras y asiento sin decirle nada más.
—Hice todo como querías, solo te pido que me dejes vivir como quiero a partir de ese día. No quiero ni que tú ni nadie se inmiscuya en mis asuntos.
Doy varios pasos hasta encontrarme frente al escritorio y pongo las palmas sobre la madera.
—No soy un niño, al que puedas manejar, te quiero y te respeto, pero no voy a permitir que me digas que hacer. Tomaré el lugar que me corresponde y seré un caballero con ella y viviremos fuera de este techo.
Mi abuelo permanece callado como si estuviera tratando de adivinar lo que cruza por mi cabeza. Suelta el aire que contenía en sus pulmones y abre el cajón derecho del escritorio, extiende un documento frente a mí y me dice:
—Son las escrituras de la casa no muy lejos de aquí —bajo la vista para leer el nombre del propietario—. Sabía que no te iba a gustar la idea y la compré. Es tuya.
Dejo el documento donde está y lo miro.
—No entiendo porque hacer todo este show si al final sabias que no iba a aceptar.
—Solo te pruebo, porque meses atrás dijiste ciertas cosas y hoy me demuestras que sigues siendo un caballero a pesar de todo.
Aprieto los puños sobre la mesa y cierro los ojos para calmarme.
—Enséñame lo que tengo que saber, no estoy para perder el tiempo.
Me separo del escritorio y veo cómo sonríe, le doy la espalda y posa su mano sobre mi hombro cuando alcanzo la puerta.
—Tus padres y yo no criamos a un ser sin sentimientos y estoy seguro que debajo de toda esa fachada de hombre rudo y desinteresado, está el chico que siempre fuiste —me da una suave palmada en el rostro y camina frente a mi—. Vamos que se nos hace tarde.
Llegamos a casa tarde por la noche bajo un intenso aguacero. El sol que iluminaba esta mañana, por la tarde se esfumó, dejando que aparecieran las nubes grises que ahora descargan toda su furia sobre las baldosas de la entrada.
Un poco empapado subo a mi habitación para tomar un baño y cambiarme por algo más cómodo para bajar a cenar. Salgo del cuarto de baño y encuentro la ropa sobre la cama. Me visto y veo hacia un lado donde está el puñado de sobres y tomo aire cuando las palabras de mi abuelo regresan a mi mente.
Sacudo mi cabeza para dejar los pensamientos de lado y termino de acomodarme para bajar al comedor. Subo después de compartir la cena en familia, me pongo la ropa de dormir utilizando solo la parte de abajo. No acostumbro ponerme la parte superior, prefiero acostarme con el torso desnudo. Pongo mi mano sobre mi pecho cuando me acuesto y la pregunta llega a mi cabeza de repente.
«¿Cómo voy a dormir con una extraña y medio desnudo?»
—Fácil idiota —me reprendo—, solo te verá desnudo cuando vayas a follarla. No es necesario que pases la noche con ella.
Cierro los ojos a ver si el sueño llega, pero por unas largas horas moviéndome de un lado a otro no consigo dormir. Me levanto de malas en plena noche y camino hacia el balcón observando el jardín y recuerdo aquella noche donde cierta dama de largos cabellos claros deambulaba entre la hierba en la oscuridad.
«¿Se habrá casado ya?, hace tanto de eso que seguramente sí».
Sacudo mi cabeza y cierro los ojos rememorando aquellos ojos claros el día del desfile.
—¡Qué mierda te sucede! —me reclamo a mi mismo y entro a la habitación cerrando la ventana detrás de mí. Vuelvo a acostarme de mala gana con la mirada puesta sobre el dosel y un brazo debajo de mi cabeza, hasta que el sueño por fin me vence.
La mañana llega en un abrir y cerrar de ojos. Me levanto cansado y camino al cuarto de baño.
«Necesito un baño de agua fría». Antoine toca a la puerta y dejo que entre junto a la mucama para arreglar la habitación mientras me espabilo con el baño.
—Su abuelo dijo que se pusiera esto señor —me señala el traje de tres piezas sobre la cama y con la mucama afuera, suelto la bata de baño para vestirme.
—¿Te vas a quedar observándome? —le digo a mi ayudante personal y niega.
—Estaba esperando que me mandara afuera señor.
Hago el gesto con la mano para que salga y comienzo a vestirme. Al verme al espejo con el traje puesto algo comienza a removerse dentro de mi pecho. ¿Angustia, ansiedad, inquietud? No lo sé, pero cuando estamos apunto de abordar el coche mi corazón se dispara a mil por hora.
Me siento frente a mi abuelo y al lado de Simon quien pidió acompañarnos.
—No entiendo porque tienes que ir a todos lados —me quejo y pasa su brazo sobre mi hombro.
—No voy a dejar solo al señorito.
Cierro los ojos intentando dormir todo el trayecto y al parecer lo logro, la falta de sueño de estas dos noches me pasó factura en el camino.
Abro los ojos para encontrarme con unas enormes rejas negras que se abren para que podamos pasar, el camino de mármol y los arbustos que sirven como guía del camino me hacen fruncir el ceño.
«Pensé que íbamos a conocer algo del trabajo, pero creo que me equivoqué».
Observo cómo nos detenemos frente a una gran casa rodeada de flores y una escalera de mármol. Miro la cara de mi abuelo con los ojos entrecerrados y él tiene en sus labios su típica sonrisa.
—¿Qué hacemos aquí? —pregunto y se acomoda el botón del saco cuando se levanta. Lo sigo con la mirada esperando su respuesta y cuando posa su mano sobre mi hombro, confiesa:
—Vinimos a conocer a tu futura esposa.
La confesión me cae como una tonelada de cemento sobre mi ser. Siento mi cuerpo temblar y el sudor frío cristaliza mi frente.
«Llegó el día».
Lleno con aire mis pulmones y bajo del coche enfrentándome a los escalones blancos. Subo para detenerme al lado de mi abuelo y Simon se para detrás de mí, como si estuviera asegurándose de que no fuera a salir corriendo.
La figura del hombre que me crió después de la muerte de mi padre, levanta el brazo, agarra la aldaba que hace chocar contra la puerta tres veces. Las pulsaciones aceleradas regresan cuando una mujer entrada en años abre la puerta. La observo detallándola antes de entrar: baja estatura, piel oscura, no es delgada y su mirada inspira ternura.
—¡Buenos días Milord!, no lo esperábamos hoy —dice con una amplia sonrisa en sus labios dejándonos pasar—. Lord James está en el viñedo, pero pronto estará aquí para almorzar... Por favor pasen al recibidor.
La mujer nos detalla a Simon y a mi y este último le sonríe amablemente. Nos sentamos en un sillón de tres puestos apostado estratégicamente frente a un enorme ventanal donde se puede ver una gran extensión del jardín.
La figura de una mujer caminando entre los rosales llama mi atención y me acerco al ventanal para detallarla mejor.
Es rubia, de largo cabello, lleva un libro abierto entre sus manos, mientras que dos mujeres la siguen, una de piel morena a su lado hablándole y la otra con una sombrilla detrás de ella protegiéndola del sol matutino.
Tengo que colocar una mano sobre el vidrio cuando siento que estoy quedándome sin aire. Hago respiraciones cortas para tratar de calmar esto que estoy sintiendo.
«¿Que me pasa?, ¿Estaré a punto de morir?».
Una voz masculina me saca de mis pensamientos y volteo a ver al hombre rubio que saluda a mi abuelo.
—Excelencia, buenos días, no lo esperaba tan pronto —dice mientras aprieta la mano de mi abuelo.
—Para que retrasar lo inevitable —suelta mi abuelo y nos presenta a Simon y a mi ante el hombre.
Tomo la mano que me extiende y siento el apretón de más que me da, pero lo ignoro. Nos invita a pasar a su despacho donde hablamos por más de una hora. No presto mucha atención a la conversación, mi mente está en cierta damisela que vi hace un rato.
La figura de una mujer entra en el despacho y la presenta como su esposa.
—¿Todo bien hijo? —pregunta mi abuelo atrayendo mi atención.
—Si —respondo sin saber de qué estaban hablando.
—Bien —dice el caballero levantándose de su silla para que lo imitemos—, creo que llegó la hora de pasar al jardín y que se conozcan.
—Te habías tardado demasiado.
Ellos sueltan a reír con las palabras de mi abuelo y yo sigo actuando en automático: Camino porque debo hacerlo.
Salimos al jardín, donde el sonido de los pájaros se escucha claramente. La brisa fresca mueve un poco mi cabello atado en una coleta en mi nuca y debo llevar la mano a él acomodándolo.
—Sophy —llama y la mujer con la sombrilla mueve la cabeza en nuestra dirección—, tráela aquí por favor.
Veo cómo la mucama le dice algo al oído y de repente todo se mueve dentro de mi ser cuando ella voltea hacia nosotros. Una ola de calor me avasalla al ver su rostro, mis pies se plantan en el suelo sin permitirme dar un solo paso y cuando se acerca y su aroma me envuelve, la reconozco.
Toda mi sangre viaja a un mismo lugar cuando extiendo mi mano para tomar la suya y la veo hacer una reverencia frente a mi. Los recuerdos de aquella noche pasan por mi cerebro como rayos centelleantes. La tarde en el pueblo, regañandome por la injusticia en contra de la gitana, la noche del baile, la piel cosquilleando al tacto con su espalda desnuda, sus ojos sobre los míos en el acto de cuchillos.
Pero todo eso se desvanece al recordar que estaba a punto de comprometerse con aquel imbécil que se atrevió a maltratarla y despierto de mi ensoñación.
«¿Qué habrá pasado que no se casó y ahora está aquí para desposarse conmigo?».
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