Capitulo 32.

Tipo de narrador: Omnisciente.

  Tres meses han pasado desde que Dominic decidió embarcarse en su último viaje en alta mar. Este se encuentra con las manos apretadas sobre el barandal de la proa viendo cómo las olas golpean el casco del barco sumido en sus pensamientos.

—Hey, es hora de entrar —Simon lo aparta de sus pensamientos—, se aproxima una tormenta y debemos estar adentro.

Dominic ha recorrido el inmenso océano, enfrentando la furia de las tormentas, sin embargo, lo que se aproxima en los próximos meses es lo que lo tiene con el pecho ansioso, pronto tendrá que regresar y hacerse cargo de todo lo que conlleva cargar su apellido y el título de su familia.

Deberá de enfrentarse de una vez por todas a su futuro y dejar de lado la falsa apariencia que ha llevado por tantos meses, meses los cuales les ha servido para olvidar a la mujer que se le burló en la cara, pero a la que no le olvida la ofensa.

Entra con su amigo de toda la vída y caminan por el largo pasillo rumbo a su camarote, mientras que el viento comienza a agitar las olas que golpean fuerte el casco de la nave y la hace moverse de un lado a otro.

Los gritos de su capitán y los demás marineros se escuchan en lo más alto de la embarcación mientras ellos caminan y abren la puerta de su zona de descanso ya que su turno acabó.

— Falta menos para que regresemos a casa —dice su amigo mientras asegura la mesa contra la pared—, Sigues sin cambiar de opinión, ¿no es cierto?

—Ya está decidido —suelta fríamente.

—¿Aún piensas en ella? —pregunta Simon preocupado de que su amigo aún no haya superado a la mujer que lo lastimó tiempo atrás.

—No, solo me carcome la rabia y el pensar que solo faltan meses para regresar y casarme con una total desconocida.

—Sigues pensando en casarte sin amor.

—El amor no existe hermano.

—Claro que existe, ya lo sentiste una vez —le dice Simón y Dominic aprieta la mandíbula molesto— ¿Y si tu esposa se enamora de ti? ¿Y quiere llevar una vida marital de esposos?

—Si se enamora pues es muy su problema, así será más fácil follarla para tener el heredero que quiere mi familia.

—La usarás a tu conveniencia entonces, ¿Le serás fiel al menos?

—Todo depende de cuán bonita sea y de cómo se mueva en la cama.

—Esto es absurdo —le reclama Simón—. ¡Este no eres tú!, el hombre que admiraba la belleza de una mujer, así no tuviera hermosas curvas. Me juraste una vez que cuando te casaras vivirías para hacer feliz a la mujer que dormiría a tu lado y ahora... Te desconozco.

—¡Mírame bien Simón! —grita Dominic—, ¡Este soy yo ahora! ¡Y nadie me hará cambiar!

—Cómo tú digas —suelta Simón cansado de escuchar las estupideces del hombre que siempre ha considerado su hermano, pero que ahora no es consciente de su forma de pensar—, pero no cuentes conmigo.

Ambos permanecen en el camarote atentos a la tormenta, cada uno en su cama en silencio y los pensamientos vuelven a abrumar a Dominic quien se lleva el brazo a los ojos para intentar descansar mientras las olas se calman.

—————————

En tierra firme las cosas no marchan tan bien como se quisiera. Lord Chapman ha continuado con su venganza sin que el duque de Sussex se dé cuenta de sus trampas. El trabajo en el viñedo sin Phillip se ha duplicado, a pesar de contar con excelentes trabajadores no son suficientes.

   La cerca de los territorios de Essex que el conde le arrebató al duque, se ha construido en su totalidad, los impuestos a los locales de los lugareños ha aumentado y el descontento se siente en el aire, donde de vez en cuando algunos de los habitantes hacen revueltas que son eliminadas por los gendarmes del pueblo.

Por otro lado, Lord Thomas se encuentra en su despacho revisando varios documentos que no lo tienen muy contento, ya que gracias a las revueltas de los pueblerinos a tenido que gastar más de su dinero para mantener calladas a las autoridades y no le informen nada al duque de los sucesos.

   Alguien toca la puerta de su despacho:

—Adelante —dice y comienza a guardar todos los papeles en el cajón del escritorio.

La figura del hombre con la cicatriz en el rostro se abre camino dentro del despacho.

—¿Me mandó a buscar Milord? —pregunta el hombre cuando el conde le pide que se siente.

Lord Thomas abre el segundo cajón del lado izquierdo del escritorio y saca una fotografía de un grupo de hombres, donde el rostro de uno está encerrado en un círculo.

—Dave Ferrel —lo señala con el dedo—, es el contador de James. Quiero que lo sigas y estudies muy bien sus pasos.

—¿Algo en especial? —pregunta el hombre conocido en los bajos fondos de la delincuencia londinense como "Kraken".

—En uno días, debe ir a la hacienda Kensington por una gran suma de dinero. Quiero que se la quites.

—¿Y si se resiste a entregarla? —pregunta poniéndose de pie y camina hacia la licorera mientras que Lord Thomas lo sigue con la
mirada.

—Haz lo que tengas que hacer —dice sin quitarle la vista de encima—, pero que parezca un robo de los bandidos de camino.

Brunell se sirve una copa de coñac y se la lleva a la boca empinando el líquido por su garganta, bajo la mirada desaprobatoria del conde.

—Este trabajito le costará más caro, no puedo ir solo y hay muchas bocas que mantener en silencio... Usted me entiende.

—¿Cuándo he dejado de pagarte?

—Nunca.

Una sonrisa se dibuja en el rostro de Lord Thomas y con pluma en mano escribe una dirección en un trozo de papel y se la entrega a Brunell.

—Está es la dirección de la víctima. Si lo asesinas, que sea algo limpio y rápido, lo que menos queremos es que se haga un escándalo.

—Sé como hacer mi trabajo Milord, por eso siempre contrata mis servicios.

Lord Thomas se levanta y camina hacia la licorera donde Brunell intenta servirse otro trago, pero el conde lo detiene y le advierte:

—Ese coñac es demasiado costoso para que lo desperdicies... —le quita la copa apartándola del resto—, es hora de que te vayas, Juliet no tarda en llegar de la Iglesia y no quiero que te encuentre aquí.

Brunell asiente con la cabeza y se despide de Lord Thomas cuando sale y cierra la puerta a su espalda, el conde toma la copa donde el hombre de la cicatriz puso sus labios y la echó a la basura.

Una semana pasó Brunell siguiendo al hombre, antes de verlo cruzar el portón de hierro de la hacienda Kensington.

Escondido detrás de unos árboles de tronco grueso junto a un par de delincuentes de su calaña, esperaron por tres largas horas al pobre contador quien ya viene de regreso montado en su coche.

La trampa ya estaba montada en el camino: las grandes ramas de un árbol recién arrancadas, yacen sobre el suelo de tierra impidiéndole al pobre hombre continuar la travesía hacia el pueblo.

El cochero que maniobraba el coche se detuvo de repente.

—¿Qué pasa? —pregunta el contador.

—No podemos continuar señor, el camino está interrumpido.

El hombre asoma la cabeza por la ventanilla y observa las enormes ramas que obstaculizan el camino y ordena al cochero que de la vuelta sospechando que todo es una trampa ya que no ha llovido para que las ramas estén allí. El conductor aprieta las riendas e intenta dar la vuelta, sin embargo, sus intenciones se ven truncadas con la aparición de los dos hombres a caballo que se le atraviesan.

Uno de los bandidos baja de su caballo y con cuchillo en mano abre la portezuela que mantiene al contador dentro del coche y lo amenaza con el arma en la garganta, haciendo que el hombre palidezca en el acto, mientras que el otro va por el conductor.

Temiendo por su vida, levanta lentamente ambos brazos en señal de rendición y tragando grueso la saliva, siente como el cuchillo se pega a su manzana de Adan.

—No... Estoy... Armado —dijo asustado—, ¿Qué... Qué quieren?

—El dinero... Entrégame el dinero —pide el maleante..

—No... No tengo dinero —dice y el cuchillo se pega más a su piel haciéndole un corte

El pobre contador comienza a sudar muerto del susto cuando siente la sangre correr por su cuello y con los ojos totalmente abiertos, ve como frente a él aparece Brunell que lo saca del coche lanzándolo al suelo. Mira hacia un lado y siente el escalofrío recorrer su cuerpo al notar que su cochero yace en el suelo con la garganta abierta.

Rápidamente lo arrastran entre los árboles, mientras sus ayudantes sacan el coche y al difunto del camino para no levantar sospechas. Uno de ellos entra para revisar el interior y buscar el maletín con los fajos de billetes que le había entregado el duque de Sussex.

Brunell con la quijada apretada y con los ojos sombríos le levanta la cara al hombre con la punta afilada de su cuchillo y el contador traga saliva, muy asustado al ver al delincuente que le entrega el maletín.

—¡No que no tenías dinero! —le grita enojado y le lanza un puñetazo a la cara que le corta el pómulo izquierdo.

—¡Es.. Ese... Dinero, no... Es mío! —dice horrorizado al sentir el puñal sobre su pecho abriendole la piel.

—Cierto, no es tuyo —le dice el hombre con una sonrisa macabra que hace que la cicatriz se vea aún más horrorosa—. Es mío ahora.

Sin dar más demora al asunto, Brunell toma el cuchillo y lo clava varias veces en el abdomen del hombre haciéndole varias heridas mortales dejando la herida de gracia para el final, cuando atraviesa con fuerza la carne del pecho del hombre, enterrándole una puñalada certera en el corazón.

El pobre contador, abre la boca intentando tomar un poco de aire, pero ya no da para más. Brunell lo mira directamente a los ojos con el puñal ensangrentado clavado aún en el pecho del hombre y ve como en sus iris, el brillo se va perdiendo acabando con su vida en un respiro.

Fríamente saca el cuchillo y lo limpia en el saco del cuerpo inerte del contador, mientras los dos hombres cómplices de él, esperan sus órdenes.

Brunell se acerca al maletín y saca dos fajos de billetes y se los lanza a cada uno a los pies. Ellos se agachan a recogerlos mientras Kraken se levanta y los apunta con un arma que saca de su saco

—Eso los mantendrá con la boca cerrada... Si alguno de ustedes intenta siquiera decir algo, los perseguiré y los asesinaré peor que a estos imbéciles.

La amenaza pone a temblar a los hombres, pues Brunell es un hombre que no deja cabos sueltos y a la hora de vengarse es implacable.

Camina hacia un árbol y trae consigo un caballo y cuando se monta advierte:

—Rieguen las pertenencias, que parezcan bandidos de camino.

Dando las últimas órdenes fuetea al caballo y se pierde bosque adentro.

Horas más tarde, se abre la puerta del despacho de Lord Thomas y Brunell lanza el maletín con los fajos de dinero sobre el escritorio.

—El trabajo está hecho —dice y Lord Thomas toma el maletín abriéndolo y sonríe al ver el contenido.

—¿Qué hiciste con el desgraciado?

—Lo apuñalé, a él y a su cochero —dice sin un ápice de remordimiento en su voz.

Lord Thomas mueve la cabeza a los lados con la sonrisa aún en sus labios. Toma tres fajos de billetes y se los da a Brunell.

—Por tus servicios... Quédate pendiente a mi llamada, tal vez, vuelva a necesitarte.

—Cómo diga.

Mete los fajos de billetes en su chaleco y se va dejando solo a Lord Thomas quien va a la licorera y se sirve un trago de ron y enciende uno de sus puros cubanos predilectos.

Lleva el vaso a su boca y bebe un poco más de la mitad mientras aspira el humo del tabaco observando por la ventana el jardín y dice:

—Thomas Chapman dos, James Kensington cero.

Lleva el vaso a su boca y desvía la vista de nuevo al maletín con el dinero y los documentos de nuevas tierras que poseerá.

———————————

Cuatro días tarda la policía en encontrar los cuerpos sin vida del pobre contador y su cochero tirados entre la maleza del bosque, luego de que la esposa del primero denunciara su desaparición dos días después de él haber ido a la hacienda Kensington.

Dos gendarmes uniformados se apersonan en la hacienda en busca de Lord James quien está muy ocupado en la cosecha de la uva que debe empacar y exportar. Una de las empleadas de la hacienda es quien viene a buscarlo.

El duque preocupado corre a la hacienda sin preocuparse en su aspecto: sudoroso y con la camisa desabotonada hasta la mitad del pecho les pide a los gendarmes que lo acompañen a su despacho, les pide que tomen asiento frente a su escritorio y preocupado espera que le den buenas noticias, pero por las caras que traen los hombres, ve que no es nada bueno lo que dirán.

La noticia del asesinato de su fiel contador le cae como un balde de agua helada, el saber la forma vil de su muerte hace sospechar a la policía que no fue un simple robo de malhechores de camino.

—¿Entonces, puede que haya sido un ajusticiamiento?

Le pregunta Lord James preocupado y los agentes afirman.

—¿Ha tenido usted alguna desavenencia con él hoy occiso su excelencia? —pregunta el oficial más joven.

—No — responde tajante—, él y yo llevábamos un trabajo de años... ¿Por qué lo pregunta?

En ese momento lady Caroline entra al despacho dejando una bandeja con tres tazas de té y se queda disimuladamente para escuchar el resto de la conversación.

—Es que es muy sospechoso de que al hoy occiso, lo hayan asesinado justo en las afueras de su hacienda con tal alta suma de dinero y ninguno de sus empleados se haya dado cuenta.

Lord James molesto por lo que intenta decir el agente se levanta de su asiento.

—Mis tierras terminan donde el bosque es más frondoso señor y por lo que ustedes me dicen fue por esos lados que lo encontraron... ¿Me está culpando de algo acaso?

El duque no aparta los ojos de los policías en busca de algún indicio de lo que él se está imaginando, pero Lady Caroline al verlo tan alterado lo toma del hombro y pregunta preocupada:

—¿Querido, qué está pasando?

El duque piensa si contarle o no para no preocuparla, pero uno de los agentes se adelanta sembrando la angustia en ella.

—Lo lamento excelencia, pero su esposo es el principal sospechoso del asesinato del señor Ferrel.

Lady Caroline los ve estupefacta ante tal espeluznante noticia y comienza a temblar aterrada, Lord James la abraza para tratar de calmarla y observa a los dos agentes que se mantienen en su lugar.

—¡Largo de mi casa y de mis tierras! —grita bastante molesto.

Los agentes se levantan acomodando sus chalecos antes de salir del despacho y lanzan su advertencia.

—Tiene prohibido salir de sus tierras excelencia mientras se lleva a cabo la investigación.

—James... ¿Pueden encarcelarte siendo inocente? —pregunta Lady Caroline angustiada luego de que se marchan los agentes policiales.

—No tienen pruebas en mi contra querida... Puedes estar tranquila.

—¿Y si no creen en tu palabra? —pregunta presa del terror, en solo pensar que exista la posibilidad de que lo apresen por un delito no cometido.

—Tengo que hablar con el rey, lo antes posible. Me preocupa que dentro del maletín que le robaron habían documentos importantes de nuestras tierras.

—¿Quiere decir que alguien puede apoderarse de las propiedades?

Lord James asiente y sube junto a su esposa a la habitación principal a la espera de la pequeña maleta que comienza a preparar su esposa para que él pueda viajar a Londres a encontrarse con el rey.

—Advirtieron que no podías salir de nuestras tierras —dice Lady Caroline aún angustiada mientras mete en la maleta un par de camisas.

—Me iré por la noche, en un caballo, no quiero prevenir a alguien en el camino con el coche.

—Pero... Pero si encuentras a esos bandidos de camino, pueden hacerte daño.

—No iré solo mujer, llevaré conmigo a un par de guardias.

La noche cae y Lord James va camino a Londres junto a sus dos mejores guardias para encontrarse con el Rey. A primera hora de la mañana se reúnen, el duque queda más tranquilo cuando su majestad le advierte que tomará cartas en el asunto y no permitirá que se lancen falsas acusaciones en su nombre ya que James Kensington es uno de sus mejores hombres en toda la cámara de los lores y confía plenamente en él.

————————————

Mes y medio ha pasado y aún no han dado con los asesinos del señor Ferrel. El duque ha redoblado la seguridad en los alrededores de sus tierras, para evitar futuros altercados.

Lord Chapman sigue llenándose los bolsillos de dinero junto al contador que le recomendó al duque, ambos han estado malversando los fondos de Lord James para dejarlo en la ruina y cuando ya no le quede nada, exigirle a su excelencia le conceda la mano de Katherine para salvarlo de la bancarrota y así hacerla suya.

Por otro lado, en el convento las cosas no marchan como al principio. Katherine le rogó al arzobispo que la dejara en el orfanato al cuidado de los niños huérfanos y éste aprobó su petición, pero la madre superiora sigue haciéndole la vida cuadritos a la pobre Katherine.

—¡No tienes madera para esto, deberías largarte a casa con tus padres! —le grita a Katherine en su habitación, ya que ella lleva todo el día encerrada llorando por la pérdida de uno de los bebés que falleció víctima de una pulmonía.

»Se te advirtió que no te encariñaras con los huérfanos —la madre superiora toma a Katherine por el antebrazo para hacerla levantar del reclinatorio donde está de rodillas llorando, por el alma del pobre bebé indefenso muerto—, estás cosas suceden a menudo, algunos mueren, otros son adoptados y muy pocos crecen aquí y se largan.

—Son niños faltos de amor y cariño —dice Katherine entre sollozos—, yo solo les brindo un poco de afecto.

—Si vuelve a acercarse a alguno de ellos para abrazarlos hermana, la enviaré a su casa sin notificarle nada al arzobispo.

—¡No puede hacer eso! —espeta Katherine limpiándose las lágrimas molesta.

—¡Claro que puedo!, puedo alegar que la vi en actitud romántica con uno de los jardineros y no pondrá mi palabra en tela de juicio.

—¡Diré que miente y me creerá, tengo testigos de que no he interactuado con ninguno!

—Si debo mentirle al arzobispo para que la saquen del convento de una vez por todas y luego pedir perdón por mis pecados mi vida entera a Dios por hacerlo, lo haré.

«Es un monstruo», fueron las palabras que corrieron en la mente de Katherine antes de que la madre superiora saliera de su habitación.

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Cinco meses del viaje de Dominic:

A Katherine se le han concedido algunos días de permiso en el convento para ir a la hacienda a recibir a su hermano quien llega de Suiza sólo, Paul aún no tiene fecha de regreso.

Phillip es recibido en su casa con profunda alegría, sin embargo su semblante ya no es el mismo, sus ojos han dejado el brillo que tenían antes de irse. Una profunda tristeza lo embarga y es su hermana menor la primera que lo nota.

Luego del agasajo por su llegada, Katherine le pide dar un paseo por el jardín, como lo hacían antes de que ella entrara al noviciado.

—Cuéntame Phillip —la voz de Katherine es suave y su hermano la ve sorprendido al saber que su hermana se ha dado cuenta de que algo le sucede—, vamos eres mi hermano, se que algo tienes. Hemos sido confidentes siempre.

Phillip suelta el aire contenido en sus pulmones dándose por vencido.

—Estando en Suiza, me enamoré —dice aún caminando como si nada.

Katherine se detiene al lado de uno de los bancos más alejados de la casa y lo obliga a sentarse.

—Cuéntame todo —le pide a su hermano y este acepta.

—Conocí a una dama de la alta sociedad en una de las fiestas que hizo nuestro socio en su casa. Todo iba bien, hasta que su padre la prometió a un vejete para fijar alianzas comerciales.

—¿Ella te amaba? —pregunta y él asiente con la cabeza.

—Noches antes de su boda, nos encontramos en los jardines de su casa y una cosa llevó a la otra y me entregó su pureza, pero se sentía tan culpable y asustada de que su marido se diera cuenta que justo la noche antes de casarse, se quitó la vida.

Katherine lleva las manos a su boca sorprendida por lo que le dice su hermano y nota como en la mejilla de su hermano desciende una lágrima solitaria, sin pensarlo mucho lo abraza con pesar, sabiendo lo que siente Phillip.

—Le pedí que huyeramos juntos, pero ella tenía miedo de que su padre la encontrara y se negó a irse... Yo soy el culpable de su muerte Kate y no podré perdonármelo nunca.

—Tu no tienes la culpa de la decisión que ella tomó Phillip —dice con las manos en el rostro de su hermano.

—Si ella no se hubiera entregado a mi esa noche, estaría viva en estos momentos.

—Si se hubiera casado con aquel hombre viviría infeliz porque no está con el ser que amaba.

Phillip asiente aún con culpa dentro de su pecho,

» Si te entregó su pureza es porque realmente te amaba, pero más pudo el miedo a su padre que su amor hacia ti. Ella tomó la decisión, no la obligaste a hacerlo.

—Lo sé, pero no puedo evitar sentir culpa.

—Una culpa que no te pertenece hermano.

Ambos se quedan en silencio un rato, hasta que algo cruza por la mente de Phillip, quien voltea a ver a su hermana.

—¿Cómo sabes sobre la pureza de una mujer Katherine?

Ella se sonroja y baja la cabeza, pero decide decirle todo a su hermano.

—Después de lo que sucedió con Richard y Anne indagué sobre el tema y lo entendí todo, sé lo que sucede entre un hombre y una mujer. Comprendí porque tuvieron que casarse, además de que estaban enamorados.

—¿Aún estás enamorada de Richard?—pregunta y su hermana permanece en silencio temiendo así la respuesta—, Kate, no puede seguir aferrándote a un amor imposible.

—No es fácil olvidarlo.

—Lo sé, pero debes hacerlo, ese sentimiento hacia él solo te lastima. Eso quiere decir que lo que sospechábamos todos era cierto, te encerraste en el convento para olvidarlo.

Katherine se levanta del banco donde estaba sentada y confiesa.

—Decidí entrar al convento porque me duele verlos juntos.

Phillip se acerca y coloca su mano sobre el hombro de su hermana.

—Me lastima él solo pensar que después de haberme prometido su amor, la haya elegido a ella.

—Se enamoraron Kate.

—No —dice tajante—, ella se interpuso y lo sabes mejor que yo.

—Como haya sido, si él te hubiese amado como profesaba, jamás se hubiera fijado en ella.

Las verdades golpean una vez más a Katherine, sin embargo, esta vez no hay lágrimas en sus ojos, solo hay aceptación cuando asiente con la cabeza.

»Necesitaba detener las habladurías de la gente del pueblo, Richard me humilló, quedé en la boca de todos y alguien tenía que inventarse alguna excusa del porqué él se casaría con Anne.

Katherine aprieta sus manos sobre su regazo.

»No iba a permitir que me miraran con lástima, después de que ellos se casaran, por eso tomé la decisión de ir al convento y porque no puedo verlos juntos.

—Pero es algo que sucederá, vendrás a casa para las festividades, nuestros aniversarios y tendrás que si o si verlos juntos.

—Aún no estoy preparada para enfrentarme a ellos —Phillip la lleva a sus brazos y la abraza, mientras que ella se aferra a su cintura abrazándolo.

—¿Cómo van las cosas en el convento? —Phillip cambia de tema para no hacer sentir tan incómoda a su hermana.

Katherine comienza a contarle todo lo que le ha tocado vivir en los últimos meses entre el convento y el orfanato y su hermano frunce el ceño molesto por sus palabras.

—Debes salir de ahí Kate, estás sufriendo y esa madre superiora puede poner en tela de juicio tú honorabilidad.

—Nadie le va a creer, todos en el convento me conocen.

Ella se defiende, mientras que su hermano mueve la cabeza a los lados molesto.

—Ella lleva tiempo en el convento, será tu palabra contra la suya, si eso llega a suceder, ¿A quien crees que le creerán? ¡A ella!

—No puedo dejar el convento. No todavía.

—¿Que te lo impide? —pregunta preocupado su hermano. Katherine suelta el aire resignada a confesarle todo.

—Lord Thomas Chapman —Phillip arruga el ceño sin entender—. Le ha hecho varias propuestas a papá para casarse conmigo.

Phillip se levanta sorprendido y lleno de rabia.

—¡¿Estás segura?! —pregunta sin dar crédito de las palabras de su hermana y ella asiente con la cabeza— ¡Pero si ese hombre es mayor que papá, se ha vuelto loco!

—Lo mismo le dije la primera vez que me lo propuso en el matrimonio de Anne.

—¡Esto es una locura! —suelta indignado—, ¡Tienes edad para ser su hija!, papá nunca permitirá que te cases con él.

—Lo sé, y es por eso que me mantengo en el convento todavía, estoy rogándole a Dios que desista de esa idea tan absurda.

Phillip abraza a su hermana para tranquilizarla.

—Ahora estoy aquí, entre papá y yo te protegeremos, Lord Chapman se cansará de tantas negativas de nuestro padre y desistirá, entonces podrás regresar a casa.

Katherine se presiona más contra el pecho de su hermano cuando la propuesta del conde de Essex vuelven a su cabeza, ella no quiere desposar a un hombre al que no ama, que es el padre de su antiguo novio y al que aborrece.

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La investigación sobre el asesinato del señor Ferrel y su cochero no ha arrojado mayores indicios, sin embargo, a pesar de que el duque de Sussex habló con el Rey sobre lo sucedido y este le dijo que se mantuviera tranquilo, no lo está, ya que hace varios días un agente policial regresó a la hacienda haciéndole preguntas al personal que labora dentro de sus tierras.

Por otro lado el conde de Essex está haciendo de las suyas días antes del regreso de su hijo a Londres, con documentos en mano, semanas atrás se dirigió al registro y tras sobornar a uno que otro empleado, logró adueñarse de las tierras pertenecientes al duque, bajo otro nombre para no levantar sospechas.

Además se ha reunido con el alto mando de la policía para cobrar algunos favores pasados, obligando a los agentes a sembrar pruebas en contra del duque tras el asesinato de su contador y su chofer.

—Dentro de unos días será el aniversario de lady Gertrude, todos estarán concentrados en la celebración —le dice al hombre sentado frente a él en el club de caballeros—, ocupa a uno de tus subordinados para que siembre las evidencias en el despacho que tiene cerca del viñedo.

—¿Y qué hacemos con los guardias que vigilan las tierras? —pregunta el agente—. Esto es difícil de comprobar luego de tanto tiempo, donde ya se comprobó su inocencia.

—¡Reabre el caso! —dice alterado el conde—, pon alguna excusa, alega que las pruebas han sido manipuladas, que se yo. ¡No puedo decirte todo!

—Está bien, intentaré hacerlo —habla el policía mientras se levanta para irse, cuando la mano del conde lo agarra por el antebrazo deteniendo su paso.

—Lo intentaré no me sirve —advierte—, quiero hechos si no ya sabes a qué atenerte.

—¿Amenaza a la autoridad lord Chapman?

—Puedo quitarte el puesto si quiero, no lo olvides... Sin mi ayuda no hubiese llegado a ser alguien.

El hombre se zafa del agarre del conde, se arregla el saco y se va. Mientras lord Chapman no le quita la vista de encima.

—¡¿Dónde está la mujerzuela que pedí?! —grita a todo pulmón y una mujer de cabello negro como la noche se le acerca y la sienta en sus piernas.

Lord Thomas lleva una mano hacia el corset de la pelinegra y deshace el lazo frente a su pecho sacando uno de sus senos para llevárselo a la boca arremolinándolo con su lengua, mientras que la mujer intenta taparse avergonzada. Estas muestras sólo se deben dar en las habitaciones, pero el conde pasa por alto las normas del selecto club de caballeros que frecuentan los altos nobles, que esta noche afortunadamente no tiene mucha clientela.

—Vamos arriba para follarte.

El conde entra a la habitación junto a la pelinegra y sin dar tanta espera sujeta a la mujer y la lanza a la cama, se deshace de su pantalón y ropa interior, sube la falda de la mujer y con ambas manos rompe la tela que cubre el sexo de la meretriz que está de espaldas sobre el colchón. Sin mucho preámbulo y sin delicadeza alguna, entra de una estocada en el sexo de la mujer quien se queja por la violencia que ejerce lord Thomas.

Ella se aferra a las sábanas aguantando las arremetidas que el hombre sobre su cuerpo le da, un poco incómoda trata de moverse para disfrutar del acto, sin embargo el conde aprieta su mano sobre la garganta de la mujer al punto de que sus ojos comienzan a llenarse de lágrimas víctima del ahogo. Lleva sus manos a la muñeca del conde intentando zafarse del agarre y este le entierra una cachetada que la hace voltear el rostro.

—¡Pago para que me satisfagas, si no sabes hacerlo, entonces déjame moverme yo!

Arremete contra la mujer tan fuerte que ella no puede evitar que las lágrimas corran por su rostro y que un sollozo se le escape. El conde hastiado de no poder llegar al clímax se aparta molesto y va por su ropa.

—¡Quiero otra puta! ¡Tú no sirves para nada! —grita acaloradamente.

La mujer se acomoda la falda y corre hacia la puerta para salir y el conde vuelve a gritarle.

—¡Que sea rubia y de ojos azules!

Lord Chapman se refriega la cara frustrado al no poder llegar a su satisfacción sexual, ya que el rostro de cierta dama lo tiene al borde.

Una mujer rubia, de ojos claros toca la puerta y abre mostrándose frente a él con una sonrisa en el rostro.

—¿Me mandó a llamar Milord? —dice la mujer acercándose y acariciándome el pecho.

Lord Thomas la detalla con la mirada y sonríe de medio lado. Lleva su mano a la nuca de la prostituta y le pregunta:

—¿Cómo te llamas?

—Danika —responde sensualmente y el Conde niega con la cabeza.

—Está noche te llamarás Katherine.

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   Pasó por aquí para desearles a todos unas felices fiestas y un venturoso y próspero año nuevo.

   Que todas sus metas se cumplan en este nuevo año que comienza. Se les quiere ❤️

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