Capítulo 30.

Anne

—Te ves hermosa —dice pegando su cuerpo contra el mío, dejando que sienta su erección en mi vientre.

Posa sus labios sobre los mios en un beso suave, pero a la misma vez deseoso haciendo que mi respiración se acelere.

A mi mente vienen las últimas palabras de Eleanor al despedirnos

«Está será tu prueba de fuego primita, debes hacerte la que no sabes nada y dejar que sea él quien tome el control, de lo contrario se dará cuenta».

Siento como su lengua recorre el borde de mis labios pidiendo permiso para entrar en mi boca y abro para que entre, mientras ladea la cabeza profundizando el beso.

Arrastra mi cuerpo hacia la cama y me acuesta en ella con mucho cuidado, mientras se aparta para quitarse el chaleco que trae y la camisa.

Veo atentamente todo lo que hace y bajo la vista recorriendo su torso desnudo, fijándome en el camino de vellos finos que va desde su ombligo hasta perderse dentro de su pantalón.

—He esperado tanto este momento mi amor —dice casi en un susurro y mi pecho se acelera aún más cuando se posa sobre mí aún con el pantalón puesto.

Comienza a atacar mis labios de nuevo y rodeo su cuello con mis brazos, mientras me besa sutilmente. Inconscientemente llegan a mi cabeza los recuerdos de los besos de Dominic y no puedo evitar compararlos. Mientras estos son suaves y lentos, los de él eran fuertes y salvajes. «No sé cuáles me envuelven más».

Se adentra en mi boca y su lengua comienza una lucha con la mía. Su mano viaja hacia mi pierna izquierda haciéndome flexionar la rodilla para acariciarme el muslo por encima del camisón. Su toque es sutil y delicado haciendo que la piel donde acaricia con su palma arda.

Baja dejando suaves besos por mi cuello pegando más su erección a mi entrepierna haciendo que está se humedezca con el simple roce, «debo controlar mis sensaciones, de lo contrario se dará cuenta».

Poniéndose de rodillas, lleva sus manos a mi pecho deshaciendo el nudo del camisón dejando mis senos expuestos y mi corazón late tan fuerte que puedo jurar que lo oigo en mis oídos.

Baja su boca a los pezones endurecidos, dejando cortos besos en ellos antes de devorarlos y chuparlos, mi espalda se arquea con el placer que me corre por las venas.

Roza mi entrepierna con su mano avivando el calor que recorre la zona con su simple toque y finjo vergüenza, pero me mira y sonríe.

—Relájate, esto es normal, ya pasamos por esto, solo que esta vez si estoy sobrio.

   «Dios, si él supiera».

Hago lo que me dice y tomo una bocanada de aire llenando mis pulmones de oxígeno y lo dejo hacerme lo que quiere. Mi cuerpo parece una hoguera al sentir como frota en círculos mi botón de placer. El primer orgasmo se libera en mi interior y entierro las uñas en su espalda mientras mis espasmos bajan su intensidad.

   Termina de desnudarme y cubro mi pecho con mis manos mientras él se aparta bajándose de la cama y se quita el pantalón junto con la ropa interior, dejando a la vista su erección la cual frota de arriba abajo frente a mi.

Es tan excitante verlo hacer eso.

—¿Te gusta lo que ves mi amor? —pregunta en un tono más grueso en su voz— Esto es lo que provocas en mí —sigue acariciándose lentamente haciendo  que el calor en mis venas me prenda más, antes de subirse sobre mí de nuevo para besarme.

Me besa con necesidad, sus besos ahora son más intensos. Pega su pelvis más a mi vientre y siento su dureza contra mi entrepierna. Baja su mano y de nuevo comienza con la tortura placentera de frotar su dedo contra mi botón de placer haciendo que surjan las ganas de tenerlo dentro.

La humedad de mi interior ya corre entre mis muslos y él se da cuenta. Toma el miembro erecto con su mano posicionándolo en mi entrada, frotándolo sobre mí aumentando las ganas desesperadas de sentirlo dentro, estoy deseosa de que me embista, pero debo fingir que estoy nerviosa y aprieto mis manos sobre su espalda.

—Tranquila, esto ya no debe doler tanto, de igual manera seré cuidadoso mi amor.

Su voz en mi oído y su glande haciendo presión al entrar nublan mi mente y aprieto más mi agarre a su espalda mientras llevo mi cabeza hacia atrás disfrutando del momento.

Lo escucho jadear mientras introduce solo la punta e inconscientemente subo la cadera  para introducirlo un poco más. Lo escucho reír por lo bajo y sale de mi para después embestirme de un solo golpe haciendo que suelte un gemido.

«Al fin»

Se queda dentro sin moverse unos breves instantes mientras me acoplo a su tamaño. Luego entra y sale de mí en un vaivén delicioso. Nuestros cuerpos bailan a un mismo ritmo, suave y placentero hasta que comienza a embestir más fuerte, mis gemidos se acompasan con sus sonidos guturales y una corriente me recorre con la llegada del orgasmo que me toma para después de unas embestidas derramarse dentro de mi canal.

Se acuesta a mi lado llevando mi cuerpo sudoroso al suyo abrazándome y dejando cortos besos en mi boca.

—Exquisita —dice aún sin recuperar totalmente el aliento y lo abrazo dejando un tierno beso en su pecho. Fue corto, pero placentero. Luego de un rato de sus caricias sobre mi espalda, el sueño me gana y me quedo dormida.

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Richard.

Me levanto muy temprano y voy a asearme al cuarto de baño, salgo me siento en el sillón que está frente a la cama para verla dormir desnuda solo con la sábana que la cubre de la cintura para abajo.

Mientras le hacía el amor por la noche, llegaron a mi mente, recuerdos vagos del día que la hice mia por primera vez.

Recuerdo haber llegado a la mansión y verla con el camisón negro de encaje que resaltaba su apetitoso busto que anoche saboreé como quise, también cuando la pegué contra la pared y la besé llevando mi mano a su entrepierna, cada vez que lo recuerdo siento un cosquilleo en ella.

Pero después de eso, no recuerdo nada más y es tan frustrante no poder recordar si la forcé, si fui sutil o un animal en celo con ella. Veo cómo se remueve en la cama buscándome y me acerco acostándome a su lado.

—Buenos días mi amor, ¿Cómo amaneciste? ¿Te duele algo?

—Buenos días, ¿Que hacías tan lejos de mí? —dice con una sonrisa en su rostro.

—Te observaba dormir, ¿Tienes hambre?

—De ti —dice y eso es como un interruptor que enciende mis ganas por entrar en ella de nuevo.

Así que sin más le doy lo que pide sin medirme. Sus gemidos en mi oído diciendo mi nombre me hinchan el pecho de satisfacción. Ella es como lo imaginé, una hoguera en la cama donde estoy dispuesto a quemarme para siempre.

Pasamos el resto del día en la cama, entregándonos como dos amantes desaforados, no le he visto ni un ápice de dolor o queja cada vez que entro en ella y es tan inusual sabiendo que solo la penetré aquella vez hasta ahora, pero que sé yo, los cuerpos femeninos son tan distintos, tal vez ya la acople a mi o la humedezco tanto que impide que le duela.

Nos levantamos apenas comienza a atardecer ya que él hambre resuena en nuestros estómagos, me doy un baño antes que ella para bajar y ordenar todo lo de la cena con Camile que nos atiende y camino al comedor a esperarla para comer.

Su perfume inunda mis fosas nasales cuando siento que esta cerca y me planta un beso en los labios para después sentarse junto a mí en la mesa.

Cenamos charlando del viaje de nuestra luna de miel, ella está tan ilusionada que habla y habla sin dejarme decir algo, pero la escucho atentamente. Amo el sonido de su voz.

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Pasamos la semana en la cabaña antes de irnos a nuestro viaje, comiendo y haciendo el amor, es una insaciable, no me equivoque al elegirla, en el fondo sabía que a pesar de que intentaría amoldar a Katherine para que fuera complaciente, al final me aburriría de ella, ya que fue criada con delicadeza, en cambio Anne, se puede notar que es de las mujeres que les gusta lo prohibido y eso me gusta, es fogosa, ardiente y no se cohibe a la hora del sexo.

—A veces me pregunto —le hablo— ¿Donde aprendiste tanto sobre el sexo mi amor? — ella me mira mientras tiene la cabeza entre mis muslos con mi miembro en su boca.

—En los libros prohibidos y con la servidumbre esposo —dice y lame mi glande haciendo que eche la cabeza hacia atrás.

«Esto se siente tan bien».

La tomó del cabello follandole la boca con todas mis ganas mientras ella succiona, chupa y lame de manera exquisita para ser la segunda vez que lo hace en lo que llevamos de casados.

El calor de su boca me tiene al borde del derrame. La aparto sutilmente y la traigo hacia arriba sentandola a horcajadas sobre mis muslos para penetrarla suavemente, pero se deja caer de golpe sobre mi miembro enterrándoselo todo, arquea su espalda mientras la acaricio y comienza a cabalgarme cual amazona sobre un pura sangre.

Tomo uno de sus pechos y lo llevo a mi boca para morderlo y lamerlo muerto del desespero mientras sus jugos me mojan. Siento como se  contrae víctima del orgasmo al pronunciar mi nombre en su boca y aumento las embestidas para alcanzar mi propio derrame inmediatamente después de ella.

La dejo sobre mí unos minutos sin dejar que mi semilla se derrame fuera de ella. No es que quiera hijos en este momento, pero muero por ver a un chiquillo recorrer los rincones de nuestra casa en unos años más.

La recuesto de espaldas para salir de ella lentamente y disfrutar de su canal lo más que puedo antes de levantarme, darme un baño antes de volver a la cama y encontrarla profundamente dormida. Traigo su cuerpo hacia mí abrazándola hasta que mis párpados comienzan a hacerse pesados por el cansancio y quedarme dormido.

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La mañana siguiente llega en un abrir y cerrar de ojos. Reviso que todo esté en orden dentro del coche mientras espero a mi amada esposa para irnos al muelle para embarcarnos en nuestra luna de miel.

—Pasaremos unos meses maravillosos mi amor —le digo apenas la veo cruzando la puerta de entrada con un vestido fresco y floreado—, me tomé el atrevimiento de enviarles un mensaje a nuestros padres esta mañana informándoles de nuestra partida.

Ella asiente emocionada y me abraza antes de darme un tierno beso en los labios. La ayudo a subir al coche y entro detrás de ella dando la orden de partida.

El olor a sal se respira en el aire apenas entramos al puerto para embarcarnos en uno de los barcos más modernos de la época rumbo a nuestra primera parada.

—Serán unos meses maravillosos querido esposo —dice emocionada con las manos sobre el barandal del barco.

—Así es —confirmó apoyando los brazos al lado de los de ella rodeándola con mi cuerpo—, meses conociendo el mundo y haciendo el amor.

Su piel se eriza cuando le dejo un casto beso detrás de la oreja y esto me enciende como flama en una hoguera.

—Vamos al camarote —le susurró al oído y ella niega con una sonrisa.

—Déjame ver como nos alejamos primero del puerto, ya después seré toda tuya.

Asiento y me quedo junto a ella viendo cómo el puerto y lo poco que puede verse de la ciudad se hacen pequeños frente a nuestros ojos. Cuando sólo vemos mar a nuestro alrededor, la tomo de las manos y la llevo a nuestro camarote cerrando la puerta a mi espalda, dejando que ella camine hacia la cama llevándose las manos al vestido el cual deja caer a sus pies dejándome mudo al ver su cuerpo desnudo frente a mí.

—Nunca voy a cansarme de verte desnuda, tu cuerpo me tiene adicto a ti —digo acercándome a ella lentamente como un lobo de cacería.

Suelta una pequeña sonrisa mientras deja que la tome de la cintura acercándola a mi cuerpo para besarla mientras ella empieza a quitarme la ropa.

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Katherine.

Ha pasado una semana de aquel domingo donde tuve que despedirme de mi hermano y Paul después del matrimonio de mi hermana; afortunadamente luego de tanto insistirle a mis padres logré que me permitieran regresar al convento el lunes ya que por la ida de Phillip y Anne estaban tristes y no quería dejar a mis padres solos ese dia. Tuve que decirle la verdad a mi madre y a pesar de su negativa por dejarme regresar entendió que era lo mejor para sanar mi herido corazón.

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Ha pasado un mes desde el matrimonio. Mis días en el convento van bien dentro de todo, a pesar de que hay días en los que la madre superiora me hace la vida un poco difícil como hoy que me ha quitado el desayuno solo por que si, alegando que no tengo la madera y la vocación necesaria para consagrar mi vida a Dios y es que se me hace difícil al ver tantos niños del orfanato faltos de cariño y amor de una madre que me he encariñado con ellos.

   —No le demuestre tanto afecto a los niños —me regaña—, luego alguien los adopta y se niegan a irse con sus padres por su culpa.

   Asiento sin decir una palabra y tiene razón, la semana pasada lloré por tres días, luego de que adoptaron a un tierno niño del orfanato que se sentaba junto a mí en el jardín escuchando mis lecturas, nos habíamos encariñado tanto uno con otro, que cuando vinieron por él, se abrazó a mis piernas y con lágrimas en los ojos se negaba a irse con sus nuevos padres.

—Lo lamento madre superiora, pero es que los veo tan faltos de afecto, que me da mucha tristeza el solo pensar que alguien pueda abandonar a unos seres tan hermosos.

—Usted no debería estar aquí, hermana —me dice y me le quedo viendo—, siempre he sabido que no tiene madera para esto.

—No sé de lo que me habla.

—Que usted no tiene vocación de servicio a Dios.

—Claro que la tengo —miento nerviosa—, el simple hecho de que me encariñe con los niños, no le da razón para decir lo que dice.

—Veremos si con el tiempo logra engañarme hermana, lastimosamente no soy yo quien toma la decisión de quien se queda y quién se va, por que si así fuera, desde el primer día estuviera fuera.

   Aprieto mis puños dentro del hábito mientras la veo alejarse adentrándose en el ala del convento. Respiro profundamente tratando de calmar mi rabia y vuelvo la vista a los niños que juegan en el jardín. 

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   Lord Thomas.

   Ha pasado un mes desde el matrimonio de mi hijo y afortunadamente el duque cumplió con su palabra de entregar la dote de su hija apenas se casaron.

   Las tierras en Essex están dando sus frutos, todo se mantiene en secreto, los impuestos están siendo cobrados y Brunell ha sabido mantener a los pueblerinos al margen sembrando terror en ellos si intentan abrir la boca.

   Estoy en mi despacho esperando a que él hombre con el rostro desfigurado aparezca para darle nuevas órdenes. Juliet se atraviesa en mi campo de visión entregándome un pequeño sobre que coloca en el escritorio y sale rápidamente huyendo de mí.

   No la he tocado más desde aquel día, por las noches escucho cuando cierra con llave su puerta al pasar por el pasillo, pero no me importa, ya ella no me llena, ahora sólo puedo pensar en cierta jovencita con hábito que no veo la hora en que mi ayudante dentro del convento la convenza de abandonar tan absurda idea, mientras tanto, me haré con todas las propiedades de su padre ilícitamente y utilizarlas en modo de chantaje contra él si no ceden ante mi petición de mano.

   Pedí la mano de Katherine a los duques a días después del casamiento de nuestros hijos y se me fue negado rotundamente. Llevo el puro cubano a mis labios cuando alguien toca la puerta de mi despacho y por la hora de mi reloj de bolsillo, sé quién es.

—Adelante —digo soltando la nube de humo que tenía en la boca.

   Abren la puerta y es el hombre con la cara cortada que estaba esperando, a pesar de llevar un parche sobre su ojo, no evita que sienta asco al ver el resto de su cicatriz que se marca desde su sien hasta la barbilla.

—Buen día Milord, ¿Para qué soy bueno?

   Saco la fotografía de una de las gavetas de mi escritorio y se la entrego a Kraken, El círculo dibujado sobre la cabeza del hombre lo pone en la mira de mi siguiente movimiento en contra del duque.

—Este es su contador, necesito que lo vigiles —ordeno—, esta semana irá a la hacienda por una buena cantidad de dinero y quiero que lo interceptes.

—¿Viaja sólo?

—Siempre lleva a alguien con él para cuidarlo por los bandidos de camino, así que no puedes ir sólo tú.

—Bien y ¿Si se resiste a entregar el dinero? —pregunta cómo si no supiera ya la respuesta.

—Haz lo que tengas que hacer, pero que quede como si lo hubieran hecho los bandidos... Ahora vete, no quiero que mi cuñada te vea.

   Asiente y se va por la cocina como siempre lo hace.

—Otro golpe en tu contra James, veremos cuanto te dura la negativa de aceptar la propuesta de matrimonio hacia la niñata.

   Hablo para mi sirviéndome un trago de mi coñac favorito, cierro los ojos al llevar la copa a mi boca y no puedo evitar imaginarme a la pequeña novicia desnuda sobre mi cama.

—Solo resta esperar un poco más.

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   Dominic.

   Estoy más que desesperado por llegar al muelle, faltan tan solo unos cuantos metros más para que el barco llegue al destino que he esperado por tantos meses.

   Bajo del barco y subo junto a Simon al coche que nos espera para llevarnos a casa.

—Mi señor, bienvenido de nuevo a casa.

   Poso una mano sobre el hombro del hombre que me ha servido desde hace años y le sonrío antes de subir a mi habitación a darme un baño.

   Bajo vestido y arreglado con las ropas que a mi abuelo y a mi madre siempre les ha gustado verme: Un traje a medida con juntas de plata en los puños de mi camisa y corbata.

—¡Wow! Cualquier persona que te vea ahora no te reconocería amigo.

   Sonrío a Simon por su comentario, él ha sido mi amigo desde que éramos pequeños, nos une una amistad sincera y nuestra pasión por el mar.

—¿Alguna novedad mientras no estuve? —pregunto a mi mayordomo apenas entro al pequeño despacho y me extiende varias cartas e invitaciones que llegaron durante mi ausencia.

   Leo cada una de ellas con premura antes de salir en busca de la persona a quien más deseo ver el día de hoy y a la que he decidido decirle la verdad, he ahí la real razón de llevar estas ropas.

   Me detengo en una invitación en particular.

—Vaya, la hija del duque de Sussex se ha casado —digo un poco sorprendido a mis acompañantes—, espero que no lo haya hecho con aquel imbécil de la fiesta de mi abuelo.

—Si me permite señor —carraspea mi mayordomo—, la que se casó fue la hermana, la mayor.

—¿Con el novio de su hermana? ¡Vaya familia!

   Me burlo mientras voy al comedor y medio toco la comida, la desesperación por verla me tiene la garganta cerrada y no paso bocado.

   Luego del almuerzo ordeno ensillar dos caballos, uno para mí y otro para mí casi hermano para dirigirnos a la mansión Wallace. Espero ver a Charlotte ahí ya que hace un mes le envíe una carta informando de mi regreso.

   Cruzo el portal rodeado de flores y permito que un par de sirvientes se lleven mis caballos para que descansen del trayecto. Arreglo mi traje nervioso y llevo las manos a mi cabello peinándolo hacia atrás.

—Eres todo un muñequito hermano —se burla Simon a mi lado y lo veo con los ojos entrecerrados para que se calle.

   Toco la campana dos veces antes de que nos abran y nos hagan pasar al jardín donde está sentado Claus tomando el té.

—¡Vaya pensé que ya no venían y empecé sin ustedes! , ¿Cómo les fue en el viaje?

   Simon cuenta toda nuestra travesía mientras veo desesperado a todos lados al no ver a Penélope ni a Charlotte por ningún lado.

—Penny regresará pronto, tuvo que ir a la iglesia a dejar donativos para los huérfanos.

   La espera se volvió una hora y mi impaciencia aumenta, le he preguntado a Claus por ella, pero no ha soltado prenda, solo responde que espere a que llegue su hermana.

—Buenas tardes, lamento la demora, pero es que se me hace difícil despegarme de los niños.

   Me levanto de golpe cuando escucho la voz de Penélope detrás de mí y ella al verme da un paso atrás sorprendida.

—¡Dominic!, ¿Cuando llegaste? —pregunta mirándome de arriba abajo sorprendida por mi vestimenta.

—¿Dónde está ella? —preguntó desesperado por verla.

—Ella...No vendrá —la confusión me embarga ante sus palabras—, de hecho, nunca recibió la carta que le enviaste.

—¿De qué estás hablando?, ¿Cómo que no la recibió? —mi corazón comienza a latir rápidamente en mi pecho.

—Cuando recibí tu carta, fui hasta la mansión Willson para entregársela —comienza a contarme nerviosa—, pero al llegar me recibió una empleada y me dijo que ella ya no vivía ahí.

—¿Cómo que ya no vivía ahí? ¿Y tú porque nunca supiste de eso? —siento el corazón pegado a las costillas.

—Discutimos un día en una reunión y ya no vino más a visitarme.

—¿Por qué discutieron? —la rabia se está apoderando de mí.

—Eso ya no importa —dice sacudiendo la cabeza—, lo que voy a contarte a continuación es lo que te va a sorprender y lo mejor es  que te sientes.

   Niego con la cabeza.

—¡No, dime de una vez, por un demonio!

—Hermano, cálmate —Simon pone su mano en mi hombro tratando de calmarme, pero mi corazón yace en mi garganta esperando a qué Penélope hable.

—Hace poco fui a una reunión en el chalet de la reina y me enteré que Charlotte se había casado con un noble hace un poco más de un mes.

   La noticia me cae como si una pared de concreto me hubiese aplastado el pecho, caigo de golpe en la silla incrédulo de lo que mis oídos acaban de escuchar.

—Lo siento —su voz suena a lastima—,  ni siquiera fuimos invitados a la boda.

   Salgo de esa casa hecho una furia, sin decir una palabra, Simon corre detrás de mí, intentando detenerme, pero no oigo a nadie, subo a mi caballo y corro a todo galope hasta la mansión donde ella vivía.

   Bajo del caballo y a zancadas subo los escalones hasta llegar a la puerta de entrada, tomo la aldaba con fuerza y comienzo a golpearla contra la puerta: una, dos, tres veces.

—¡¿Qué haces?!  —pregunta Simon deteniendo mi mano—, Penny te dijo que ya no vive aquí.

   No lo escucho, sigo tocando sin detenerme hasta que una joven de servicio abre la puerta.

—¡¿Dónde está ella?! —le preguntó y la joven me ve sin entender nada—¡¿Dónde está Charlotte?!

—Será mejor que llame a Milady — dice cerrándome la puerta en la cara nerviosa y más me enfurece.

—¡¿Qué te pasa?! —reclama Simon— ¡No puedes venir aquí a perturbar la tranquilidad de los demás! Ya Penny te dijo que no está aquí vamonos.

   Me niego y él insiste, hasta que cedo con la rabia carcomiéndome el pecho y la garganta, me doy la vuelta para irme, cuando escucho que la puerta se abre  y en mi campo de visión aparece una mujer de cabello negro y mirada rígida. Nos ve de arriba a abajo y frunce el ceño.

—¡Ni que te vistas de noble logras apartar tu estirpe de marinero de poca monta! —habla con tanto desprecio hacia mí mientras cruza los brazos.

   Simon intenta retenerme de nuevo, pero le hago frente a la mujer.

—A usted no la conozco, pero quiero saber de Charlotte.

—¿Charlotte? —me mira extrañada por unos segundos, pero termina hablándome—. De igual manera no tengo porqué decir nada de mi prima.

—¿Dónde está? —digo con los dientes apretados.

—De luna de miel —dice tan alegre que comienza a cosquillearme el cuerpo—, viaja por el mundo con su noble esposo, pero que va a saber usted de los placeres de la vida, ¿Que pensaba, que mi prima lo iba a esperar para que le diera una vida llena de pobreza?

—Oiga, no se dirija a mi amigo de esa manera —le advierte Simon—, usted no sabe con quien habla.

—Oh créame que lo sé, un marinero de poca monta, que no tiene estirpe ni abolengo.

—¡Claro que lo tiene! —espeta Simon, pero lo callo antes de que diga quien realmente soy.

—Tiene razón Milady —digo mientras Simon me ve como si tuviera dos cabezas—, no tengo estirpe ni abolengo, ni un apellido de alcurnia para pavonearme.

—Hermano, ¿Qué haces? —me pregunta cerca del oído y lo ignoro

—¿Hermano? ¡Vaya cosa!

   La mujer nos mira con desprecio al ver la diferencia del color de la piel de Simon y la mía.

—Tiene razón —suelto sin más—, solo soy un simple marinero que deseaba liarse a una dama de la alta alcurnia para ascender y vivir una vida holgada.

   Simon abre los ojos sin dar crédito a mis palabras, mientras que la dama frente a mi estira sus labios en una enorme sonrisa de satisfacción.

—Ya sabía yo que no me había equivocado.

   Sus aires de suficiencia comienzan a darme más rabia que jaqueca en estos momentos.

—Ahora si me disculpan —dice con el rostro rígido— ¡Lárguense!, que con su sola presencia ensucian las baldosas de la entrada.

   Aprieto los puños conteniendo la ira que me embarga para no soltar todo lo que debo decirle en estos momentos. Simon me toma del brazo haciendo que baje el primer escalón sin apartar la vista de aquella mujer.

   «Algún día haré que se trague sus palabras»

   Apenas pongo los pies en el último peldaño escucho el portazo que lanza al cerrar la puerta y subo a mi caballo a todo galope rumbo a mi casa con Simon detrás de mí siguiéndome el paso.

   Entro y voy directo al despacho barriendo con todo lo que hay sobre el escritorio de roble macizo tirándolo todo al suelo.

   Ya no puedo contener más la ira y la decepción que traigo. Voy al librero y lanzo todo lo que queda a mi vista, mientras aprieto los dientes tan fuerte para no gritar que la mandíbula me duele.

   Simon entra e intenta acercarse, pero lo amenazo apuntándole con mi dedo.

—¡No te acerques! ¡Déjame desahogar la ira que traigo por culpa de esa traidora.

   Rompo las cortinas, recordando cada vez que dijo que me amaba, volteo las sillas dejándolas patas arriba, cuando vienen a mi mente las veces que me entregó su cuerpo y caigo sentado en el piso devastado al escuchar en mis oídos sus palabras prometiendo que me esperaría.

—¡Una mierda me esperaste maldita ramera! —gritó lleno de rabia

—Hermano ya no vale la pena —dice Simon agachándose a mi altura, mientras tengo la cabeza apoyada en mis rodillas—, no vale la pena.

—Tienes razón —le digo con rabia—, no vale la pena lamentarse por las zorras.

   Me levanto aún con la rabia encendida y salgo del despacho para subir a mi habitación para quitarme el saco y las juntas que me estorban. Me miro al espejo y alzo el mentón.

—Soy más, que un idiota que se dejó embelezar por una mentirosa —me digo en voz alta—, soy más, que un simple pélele que usaron e ilusionaron.

   Veo a mi espalda que Simon se apoya en el marco de la puerta y me observa asintiendo con la cabeza.

—Lo eres.

—Yo pensando el día para volver a verla y decirle cuanto la amo y ella se casa y se entrega a otro.

—Basta hermano, no vale la pena, déjala ir.

—Cierto, no vale la pena lamentarse por una mentirosa como ella. Vamonos a celebrar que hoy ha muerto este imbécil.

   Llegamos a uno de los clubes de caballeros más exclusivos de la ciudad, donde va la alta alcurnia de la nobleza.

   Un caballero aparentemente de la misma edad de mi abuelo nos abre la puerta permitiéndonos la entrada. Apenas ponemos un pie adentro el olor a tabaco invade mis fosas nasales haciendo que tosa un poco.

   Miro a Simon quien está con la boca abierta detallando todo, no niego que también lo hago, ya que nunca he estado en un lugar tan fino como este.

   Los tapices bordados que decoran la pared y el enorme candelabro en el centro del salón le da un cierto toque de elegancia y distinción al lugar.

   Observo las mesas donde están sentados algunos caballeros y reconozco a algunos  conocidos de mi abuelo y una sonrisa de medio lado se dibuja en mi cara.

—Quien los viera —le susurró a Simon—, frente a la alta sociedad son hombres intachables y aquí son cerdos nalgueando y posando sus rostros en los pechos de las meretrices que se sientan en sus regazos para quitarles el dinero que traen.

—¿Desean algo en específico los caballeros?

   Pregunta una mujer con un traje que no deja nada a la imaginación, me sonríe y detallo su rostro, parece una dama de edad, pero su voz me dice todo lo contrario.

—¿Qué edad tiene? —le pregunto aunque sé que es poco caballeroso preguntar la edad a una mujer.

—Veintiuno Milord, aunque no debí de habérselo dicho ya que eso no se le pregunta a una dama.

—Dista mucho de ser una dama Milady —le suelto y la sonrisa se le borra del rostro.

—Hey, cálmate hermano.

   Asiento con la cabeza a Simon y le pido disculpas a la mujer, le pido que nos lleve a una mesa apartada del bullicio y de los juegos de azar, no estoy para escuchar a este montón de idiotas fanfarronear de los billetes en sus bolsillos.

   Me siento con Simon y ordeno una botella del whisky más caro que tienen a la venta, la mujer mueve la cabeza antes de irse por mi pedido y cuando regresa le pido que nos acompañe.

   Sirve tres tragos y nos los ofrece, tomo mi vaso y lo pongo en alto, la mujer y Simon me imitan.

—Brindo por este marinete de quinta que muere hoy. ¡Salud!

—¡Salud! —dicen mis acompañantes y bebo el trago de un sólo sorbo quemándome la garganta.

«Este trago va por ti Charlotte, que has hecho morir a este hombre con corazón, para hacerme uno vil y despiadado».



  





  



























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