Capítulo 27.

      Katherine continúa llorando con la espalda apoyada en la puerta, sin poder dar crédito a las palabras de su hermana.

   Alza la cabeza y fija la mirada en el crucifijo clavado a un lado de su cama.

—¿Por qué permitiste que esto pasara? —le reclama— ¿Acaso me he portado mal para pagar por algún pecado cometido?

Se levanta parándose frente a la cruz

—¿Qué voy a hacer ahora? ¿Cómo me arranco este sentimiento de adentro? —habla con tanto dolor con sus manos aferradas a su pecho mientras continúa llorando.

   El alboroto que viene del piso de abajo hace que se seque las lágrimas con rudeza del rostro mientras camina al cuarto de baño para lavarse la cara y salir de su habitación.

   Abajo, Camile y otra de las muchachas de servicio corren de aquí para allá con bultos de telas en sus manos, Katherine las ve confundida y las sigue hasta el salón donde encuentra a su hermana parada sobre el pequeño taburete donde le toma las medidas la
modista.

   Vuelve a su habitación con un sinsabor en la boca y comienza a arreglarse, no soporta estar un minuto más en casa mientras Anne disfruta su felicidad a costa de su dolor.

—Voy a salir madre, no puedo estar aquí —Lady Caroline la ve y se acerca a ella.

—Cariño, lo lamento tanto —sus ojos comienzan a humedecerse.

—Necesito ir al pueblo mamá, llevaré a Sophy y a Jazmín conmigo. 

   Lady Caroline asiente dejándola irse.

   En el trayecto al pueblo ninguna habla, por más imposible que parezca Jazmín que es la más habladora de las tres se mantiene en silencio.

   Las tres bajan del coche y caminan por él pueblo, Sophy y Jazmín siguen los pasos de Katherine sin saber a dónde va.

—Kate —interrumpe Jazmín— ¿A dónde quieres ir? —pregunta, pero ella no dice nada, está perdida en sus pensamientos— Creo que deberíamos sentarnos a beber algo para refrescarnos, mira la cara de Sophy, parece que va a morir de sed.

   La doncella golpea su brazo y Jazmin se queja. Katherine detiene el paso en un pequeño local y ambas acompañantes la imitan.

—Tomemos algo.

   Entran las tres en el pequeño restaurante y piden algo para beber, el mesero les ofrece sentarse mientras esperan y en las mesas contiguas comienzan a murmurar y observar hacia donde están Katherine y sus acompañantes..

   Jazmin, es la primera en notar las murmuraciones de la mesa de al lado, frunce el ceño y las observa con los ojos entrecerrados.  Las mujeres al notar que ella las descubre se callan y al poco rato vuelven a caer en lo mismo.

   "Ella es la joven a la que dejó Lord Chapman por otra —se escucha desde otra mesa".

   "Dicen que uno de los peones de su padre fue encarcelado por salvar su honor"

   Katherine se remueve en su asiento incómoda al escucharlas. Jazmin se levanta y toma a Katherine de la mano levantándola también.

—Nos vamos —increpa—, en este lugar deberían tener un poco más de atención con las personas que dejan entrar —reclama molesta.

—Jazmin, basta, vamos, salgamos de aquí.

   Katherine la jala del brazo para salir y Sophy les grita a las mujeres.

—Debería de darles vergüenza ¡Viejas chismosas!

   Las damas abren la boca sorprendidas y Sophy y Jazmin no pueden evitar reír de sus caras, pero para Katherine esto es el inicio de la pesadilla que está por vivir en plena calle, ya que por donde pasa las murmuraciones no se hacen esperar.

   "Escuche decir que la dejaron porque el hijo del conde embarazó a una criada".

   "Podré dama, a pocos días de su compromiso"

    Katherine camina con la cabeza en alto fingiendo que sus palabras no hacen efecto en ella, sin embargo, por dentro está rompiéndose en pedazos.

   Las tres vuelven al coche de regreso a la hacienda y Jazmin  cruzándose de brazos espeta molesta.

—¡Todo esto es culpa del idiota de Paul!. ¡Si él no hubiese ido a casa del innombrable y gritar a los cuatro vientos lo que sucedió , esto no estaría pasando —Sophy le da la razón,

—Iba a pasar de todos modos —habla Katherine—, ya mis amigas más cercanas lo sabían así que, tarde o temprano la noticia iba a correr.

—Pero si él no hubiese ido...

—No hubiese pasado la noche en una celda —interrumpe—, por mi culpa, por ir a defenderme.

—No fue tu culpa Kate —Jazmin trata de cambiar de parecer a Katherine—, todo es culpa de Lord Thomas que fue quien lo acusó.

—Llegamos milady.

   El chofer les indica y apenas se detiene Katherine sale del coche dejando a sus acompañantes muy atrás dirigiéndose a su habitación para encerrarse en ella una vez más.

   Pasa la llave por el cerrojo y apoya la frente a la madera de la puerta con lágrimas en los ojos. Jazmín y Sophy están del otro lado tocando, intentando que ella les permita entrar, pero se niega alegando que necesita estar sola un momento.

   Habla tan calmada que ninguna de las dos nota que está llorando y la dejan en paz sola con el tormento de sus pensamientos.

   Katherine camina hacía la cama y se acurruca abrazada a una almohada.

—¿Por qué tuvo que suceder esto? —habla para sí misma con la voz entrecortada— Dios, por qué duele tanto —solloza— intenté seguir adelante, pero no creo poder.

»No voy a poder verlo el día del compromiso de la mano de ella —aprieta más la almohada entre sus brazos— ¡No creo poder soportar tantas murmuraciones!

   El llanto no cesa por un largo rato mientras recuerda de nuevo todo lo vivido con Richard, las palabras de su hermana la martirizan y las murmuraciones de los nobles la avergüenzan.

—Solo tú podrás darme la calma que necesito Dios.

   Katherine llora por un rato más hasta quedarse dormida, solo despierta a la hora de la cena cuando Sophy llama a su puerta.

   Baja al comedor y comparte la cena junto a su familia. Phillip y sus padres se alegran de que haya decidido salir de su encierro, mientras que su hermana no dice nada.

Luego de la cena, Katherine le pide a Phillip que la acompañe al jardín y acepta. Caminan uno al lado del otro sin hablar. Hasta que él decide romper el silencio que los rodea.

—¿Estás bien? —le pregunta.

—Estoy mejor —miente.

—No te creo Kate, eres muy mala mintiendo.

   Apenas da un paso frente a ella y la ve con los ojos cristalizados y la trae hacia él para abrazarla.

—Llora Kate, llora hasta que ya no tengas más lágrimas que derramar por ese imbécil.

   Ella se aferra a la camisa de su hermano llorando mientras esté la acaricia y le da tiernos besos en la coronilla.

   El pobre Phillip no aguanta más y por muy hombre que sea, deja escapar unas cuantas lágrimas por ella y por su otra hermana. Ver cómo ahora ambas están separadas una de la otra le da pesar.

—Phillip —dice Katherine mirándolo a la cara.

—¿Si?

—He tomado una decisión y necesito que me acompañes mañana.

   Él la mira extrañado y preocupado al mismo tiempo.

—¿Qué estás pensando hacer?

—Voy a entrar al convento, quiero ser novicia.

   Phillip sorprendido se aleja de ella llevándose las manos a la cabeza irritado.

—¡No! ¡Me niego Kate! No estás pensando con claridad.

— Creeme que ya lo pensé demasiado y es la única forma que existe para que los nobles dejen de murmurar sobre mí.

—¡¿Saben de esto nuestros padres?! —ella niega con la cabeza— ¡Lo sabía! No voy a seguirte en esta locura Katherine.

—Si no lo haces tú, iré a hablar con el arzobispo con otra persona.

—¡No cuentes conmigo, esto es una locura!

   Phillip se va muy molesto con la horrible decisión que ella ha tomado dejándola sola en el jardín, camina hacia la casa y sube de dos en dos las escaleras y se detiene tras la puerta del cuarto de Anne. Toca varias veces hasta que ésta le abre un poco irritada por la insistencia.

—¡Katherine está a punto de cometer una estupidez todo por culpa tuya y de ese imbécil! —grita apenas cruza la puerta.

—¿De que estás hablando? ¿Qué estupidez?

—¡Quiere entrar al convento! ¡Quiere pertenecer al noviciado! —Anne se sienta de golpe sobre la cama sin poder dar crédito a las palabras de su hermano.

—¡Está loca! —dice— ¡Entonces todo el amor que profesaba a Richard era mentira! Y yo sintiéndome culpable.

—¡¿Qué estupidez estás diciendo?! ¡Lo hace porqué está dolida!

—¡No Phillip, te equivocas! Solo lo hace para llamar la atención de Richard, para que sienta pena por ella y se culpe aún más y decida desposarla.

—¡No sé en qué clase de persona te has convertido Anne! — le grita dolido— Tu ambición va acabar con tu felicidad algún día y no quiero estar ahí para verte destruida.

—¡¿De qué ambición hablas?!

—Todo esto lo tramaste tú, a mí no me engañas —dice Phillip tomando del brazo a su hermana—, al verte en tu última temporada y sin pretendiente no te quedó de otra que atrapar al primero que se te atravesó y peor aún, al novio de Kate.

—¡Me estás lastimando Phillip! —le reclama y él afloja su agarre—, para que lo sepas, yo me enamoré de Richard hace tiempo y hui de este sentimiento aceptando la propuesta de Lord Benjamin —sus ojos comienzan a nublarse por las lágrimas—, pero tuve un momento de debilidad cuando él llegó a casa de la tía abuela y me besó.

Le da la espalda a su hermano para continuar con su llanto.

—Katherine es testigo de los estragos que hacen los besos de él y sucumbí ante el deseo —llora y Phillip se acerca a ella para abrazarla—, hice todo lo posible para alejarme, pero no pude.

—¡Maldito Richard debería matarlo con mis propias manos!

—No puedes hacer eso, no puedes hacerme eso porque no sé si estoy esperando un hijo suyo.

Phillip tensa la mandíbula y aprieta más contra su pecho a su hermana.

—Hay que evitar que Katherine cometa una estupidez Anne, se va al convento sólo porque está dolida, despechada, ella misma arruinará su vida.

—Intentaré hablar con ella mañana después del almuerzo —dice Anne limpiándose las lágrimas.

Phillip acepta y sale de la habitación dejándola sola y está suelta el aire que tenía contenido en los pulmones de golpe.

—Sé que te estoy lastimando Kate, pero no vas a irte de monja, no permitiré que todos incluyendo a Richard sientan lástima por ti.

Esa noche, Phillip, Katherine y Anne no pegaron un ojo. Al día siguiente muy temprano en la mañana antes de que todos bajaran a desayunar Katherine ya se encontraba camino al convento en compañía de Paul al que llevó engañado.

—¿Por qué no viajas con Jazmín o Sophy? —pregunta él alargando un bostezo.

—No quería levantarlas tan temprano —miente.

Al llegar al convento de la Santísima Virgen, Katherine solicita hablar con el arzobispo y pide a Paul que la espere en la capilla.

Luego de esperar aproximadamente hora y media, Paul comienza a impacientarse y al cruzarse con la primera novicia le pregunta por Katherine.

—Ya está casi lista para entregarle sus pertenencias —le informa la mujer vestida de blanco.

—¿Pertenencias? —pregunta él extrañado, pero la novicia no dice nada más.

Unos minutos más tarde entra Katherine a la capilla, Paul se sorprende tanto al verla vestida con el hábito blanco del noviciado que tiene que sostenerse en uno de los bancos para no caer.

—K.. Kate, ¿Qué es todo esto? —pregunta sorprendido.

—Mi querido Paul —le dice con una voz muy dulce—, quiero que me perdones por haberte traído aquí engañado, pero está es mi decisión y espero que la respetes.

—No entiendo nada —su voz suena casi como un susurro mientras la ve de pies a cabeza sin poder creer lo que tiene frente a sus ojos. La
Mujer que tanto ama vestida de hábito consagrando su vida a la iglesia.

—He decidido consagrar mi vida a Dios, anoche se lo informé a Phillip, pero él se negó a acompañarme, así que por eso te pedí que vinieras, porque debes entregarle esto a mi familia.

Katherine le entrega un saco con sus ropas y un sobre.

—Te pido que le entregues esto a mis padres, ellos deberán respetar la decisión que he tomado.

—¡Kate, no! —le dice desesperado tomándola de los brazos— ¡No hagas esto, es un error el que cometes!

Ella niega con la cabeza.

—Por favor volvamos a casa, ¡Vuelve conmigo! —el dolor ya se siente en su voz— ¡Podemos casarnos, tu y yo! No me importa que no me ames con tenerte cerca es suficiente, no te pido nada más.

Los ojos de Paul comienzan a nublarse, mientras él le suplica desesperado. Suelta un par de lágrimas cuando Katherine le acaricia el rostro con amor.

—Tu tienes planes de irte a Suiza y ser mejor persona, aunque eso es imposible, eres el hombre más maravilloso que he conocido, quiero que salgas de aquí le entregues la carta a mis padres y sigas con tu vida como estaba planeada.

—No —niega con la cabeza—, no me pidas eso, que sabes bien que te voy a amar por siempre.

—Paul, debes continuar tu vida, ya la mía está decidida, yo la decidí así.

—Hablas desde el dolor —dice molesto—, esto lo haces por su culpa.

—No es culpa de nadie, necesito esto Paul, entiéndelo, aquí encontraré la paz que necesita mi alma. Por favor, te pido que me entiendas.

Paul no soporta más y la lleva contra su pecho y la abraza fuertemente contra él por última vez, inhalando el aroma de su cabello que aunque está cubierto por la cofia aún desprende el olor de las flores silvestres.

Se separa de ella dándole un último beso en la mano deseando que fuera en su boca para al menos así llevarse un último recuerdo de su amada.

Llega cabizbajo a la hacienda y entra a la mansión Kensington, toca la puerta del despacho y encuentra allí a Phillip acompañado de sus padres quienes están nerviosos al no saber nada de su hija menor.

Paul con lágrimas en los ojos extiende su mano entregando la carta al duque quien la abre y la lee en voz alta quebrándose con las últimas palabras escritas por su hija.

Phillip abraza a su madre quien llora en sus brazos y el duque se va en contra de Paul tomándolo por la camisa.

—¡Debiste traerla contigo! —grita enfurecido.

—¡Lo intenté, lo juro, pero se negó!

—¡Hay que ir a buscarla!

Lord James corre a la entrada y en un grito desesperado pide un coche, toma a su esposa haciéndola subir y salen camino al convento donde exigen hablar con el arzobispo.

Una mujer alta de piel clara y con rostro rígido y con mal carácter los recibe.

—Madre superiora —dice Lady Caroline.

—¡Exijo ver a mi hija! —grita el duque y la monja se tensa molesta.

—Su hija no puede recibir visitas, está en el claustro en estos momentos.

—¡Esto es una locura! —espera— ¡Quiero verla ya o me veré obligado a hablar con el mismísimo Rey!

—El Rey no tiene poder jurídico sobre la iglesia milord, así que puede hacer lo que quiera.

—Madre superiora —habla Lady Caroline—, por favor necesito hablar con mi hija —pide con lágrimas en los ojos—, necesito saber que está bien.

—Podrán verla en un mes, antes es imposible, son reglas del convento.

—¡Un mes! —dice sorprendida—, en un par de días se compromete su hermana.

—Haberle advertido eso antes de dejarla venir

—¡Ella no nos dijo nada! ¡Por mil demonios! —grita desesperado Lord James.

—¡No blasfeme en la casa del señor Milord! —lo reprende la monja—, así que si me disculpan tengo una misa a la que asistir.

La hermana superiora sale del lugar haciendo caso omiso a las súplicas de los duques quienes se ven obligados a volver a la hacienda sin saber nada de su hija.

—————————-

El compromiso de Anne con Richard es está tarde, los primeros invitados ya están en el salón junto a los Kensington y los Chapman.

Anne baja las escaleras junto a su padre y este le entrega su mano a un sonriente Richard quien llevaba días sin verla, por lo tanto, tampoco se ha enterado de la decisión de Katherine de entrar al convento.

La ceremonia de compromiso empieza y Anne no cabe de felicidad cuando Richard desliza el anillo que era de su madre en su dedo anular.

   Por más que quisieron evitar que la tía abuela Gertrude se enterará de lo sucedido por su salud, fue imposible, ya que Eleanor personalmente fue la encargada de informarle todo con una sonrisa en el rostro días antes del compromiso bajando ella también a presenciar el juramento de amor entre Richard y Anne.

Luego del brindis Lady Gertrude regresa a su habitación incrédula de lo que acaba de presenciar. Rose la cubre con la sábana y la anciana con la voz entrecortada le dice.

—La historia se repite Rose.

Está asiente con pesar.

—Anne le arrebató el amor a su hermana tal como la mía, me arrancó a Winston de los brazos.

—Milady. Por favor, no se altere.

—No puedo evitarlo Rose, ver esa escena me llevó a años atrás donde tuve que dejar a Winston a pocos días de nuestra boda por qué Esther estaba embarazada de él

—Hace muchos años de eso Milady. —Lady Gertrude asiente con la cabeza.

—Y mira como es de cruel el destino que después de casarse con mi hermana terminé haciéndome cargo yo de su hija cuando murieron.

Mientras tanto en el salón algunos invitados murmuraban en los rincones por el repentino compromiso de Richard y Anne.

Richard baila un vals con su prometida muy feliz, pero de vez en cuando observa por el salón buscando a alguien.

—¿A quién buscas? —le pregunta Anne curiosa.

—Estoy buscando a Katherine, no la he visto desde que llegué.

Anne se tensa sin dejar de moverse al compás de la música.

Al sonar el último toque ambos caminan hacia los duques quienes tienen una sonrisa agridulce en los lábios.

—Sus excelencias mis respetos —habla Richard tomando una copa que le entrega uno de los mesoneros y los duques no dicen nada—, quisiera saber cómo está Katherine porque no la he visto.

El duque se tensa y Lady Caroline lo nota tomando sutilmente el brazo de su marido para calmarlo.

—Nosotros tampoco —responde el duque y Richard lo ve extrañado—, gracias a tu decisión ella se enclaustró en el convento

Richard suelta la copa que traía en la mano inconscientemente haciéndose añicos en el piso. Los invitados cercanos al escuchar el estallido de los vidrios voltean hacia ellos y comienzan a aplaudir alegres.

—¡Felicidad!, ¡Felicidad!.

Richard y los duques les muestran una sonrisa fingida para disimular que no está sucediendo nada.

—¿En cuál convento está? — pregunta desesperado— Debo hablar con ella.

—Richard —advierte Anne—, fue su decisión, además aún nadie puede hablar con ella.

Anne intenta cambiar la conversación, pero es inútil. Richard exige que le cuenten cómo sucedieron las cosas y los duques acceden mientras él escucha atento sus palabras.

—¿Cómo sigue tu abuelo? —pregunta Anne tratando de alivianar la tensión del momento.

—Está cada vez más cansado, ya no se levanta de la cama —dice Richard con un dejo de tristeza.

—Excelencia —dice Lord Thomas acercándose al duque un poco pasado de tragos—, aún sigo esperando que entregue la dote.

—Aún no se han casado para eso Milord —suelta el duque con desagrado.

—Pues vaya preparándose que falta muy poco para eso.

—Aja.

La fiesta termina y al día siguiente comienzan con los preparativos para la boda de Anne y Richard.

Lord James se encuentra en su despacho dando órdenes sobre las cosechas y firmando algunos papeles atrasados, cuando recibe la visita repentina del Conde de Essex.

—Lord James —saluda el padre de Richard con unos papeles en sus manos.

—Milord ¿Que lo trae por aquí? —pregunta disimulando su molestia de verlo en su casa.

—He venido a traerle unos documentos que necesitan su firma.

Coloca la carpeta que traía en sus manos sobre el escritorio y el duque la toma, dándole un vistazo

—¿Por qué no vino su contador?

—Está resfriado y necesito esto con urgencia, por los negocios en común, sabe cómo es esto.

—Necesito leerlos primero.

Lord Thomas se tensa al ver que toma el primer documento y comienza a leerlo, pues el conde antes de ir a la hacienda metió entre los documentos un contrato donde el duque le cede las tierras que posee en Essex, iniciando así su venganza.

—No hace falta, es más de lo mismo que firma cada mes, pagos, entregas, sueldos.

El duque va firmando hoja por hoja. Mientras que a Lord Chapman comienzan a sudarle las manos.

«Si se da cuenta de mi trampa, me las veré negras», piensa.

Cuando está por llegar al penúltimo documento, Phillip llega al despacho solicitando la presencia de su padre en el sembradío, al ver lo urgido de su hijo, firma apresuradamente el resto de los papeles sin saber que al poner su firma en el último documento le está cediendo una de sus tierras a Lord Thomas.

Lord Thomas guarda todo con sumo cuidado y sale de la mansión entrando a su coche de camino a Essex, a las tierras abandonadas por el duque de Sussex hace más de quince años. Al llegar a una casa un poco desmejorada en las afueras, es esperado por Brunell, aquel hombre con el parche en el ojo, este le entrega el documento y le dice:

—Amuralla todo y comienza con los impuestos —ordena—, que nadie se dé cuenta que estas tierras han cambiado de dueño.

Brunell asiente y Lord Thomas regresa al coche para irse a su mansión.

Enciende un puro en el camino deleitándose de su sabor, mientras sonríe satisfecho de haber logrado el primer paso de su venganza hacia los duques de Sussex.

———————-

Han pasado varios días desde el compromiso de Anne y Richard. Las murmuraciones del repentino rompimiento de Katherine y él no han cesado.

Las molestias de Anne ante los chismes la tienen furiosa al punto que ha dejado de salir al pueblo encerrándose en las paredes de la hacienda, donde Richard la visita casi a diario bajo el ojo vigilante de su madre.

—¿Cómo sigue tu abuelo? —pregunta Anne al verlo tan cabizbajo.

—Sólo duerme, no puede mantenerse despierto por mucho tiempo. Siento que le queda poco de vida.

—Quiera Dios que pueda llegar a nuestro matrimonio al menos para que todo se haga como está planeado y no tengamos que suspender nada por luto.

—Anne, hace unos días fui al convento —le confiesa algo inquieto y ella se tensa—, pedí a la madre superiora verla, pero me negaron la visita.

—Mis padres te lo advirtieron —dice molesta mientras se cruza de brazos—, además fue su decisión, no tienes porque sentir culpa.

— De igual manera quería verla.

—Pues no debiste y punto Richard —reclama—. Eres mi prometido y no es de buen ver que salgas a ver por otra que no sea yo.

Richard medio sonríe a su lado y la toma de la cintura.

—¿Celosa amor? —pregunta con picardía.

—Puede que lo esté —responde Anne.

—Yo te amo a ti, lo sabes, sólo quería saber cómo estaba, era todo.

Le da un tierno beso en los labios y Anne lo toma del cuello para que la bese con devoción aprovechando que Lady Caroline tuvo que dejarlos solos.

Los días pasaron y el periodo de Anne apareció aliviando a más de uno en casa. La salud del abuelo de Richard se fue agravando preocupando a todos en casa y molestando a Anne ya que si el viejo fallece, todo se suspende.

Lamentablemente el día del deceso del abuelo llegó una noche cuando dormía plácidamente. Su enfermera particular fue quien dio la noticia del fallecimiento a la familia.

   Anne entra en cólera al enterarse de la noticia, su boda soñada acaba de ser arruinada por el luto que envuelve a la familia Chapman.

Los duques junto a sus hijos Anne y Phillip van rumbo a la mansión de Richard para acompañarlos en su dolor.

—Hay que ir al convento por Katherine, ella también debe estar aquí —dice el duque y su esposa asiente—. Iré por ella apenas dé mis condolencias, el arzobispo no se negará en dejarla venir.

   Los Kensington entran a la mansión y Anne se sienta al lado de Richard quien luce devastado y con los ojos enrojecidos por el llanto. Esta lo toma de la mano para darle apoyo moral.

   Apenas Lord James da el pésame, sale en el mismo coche camino al convento decidido a hablar con el arzobispo.

El viaje es un poco largo desde la casa de los Chapman, pero llega justo a tiempo para alcanzar al arzobispo que ya iba de salida.

—Su excelencia —saluda el arzobispo extendiendo su mano para que el padre de Katherine bese su anillo arzobispal— ¿Qué lo trae por aquí y a estas horas?

   El duque le cuenta sobre el fallecimiento del conde de Essex y pide el permiso de salida para que su hija pueda ir a dar el pésame.

—Supe del fallecimiento del conde —habla el arzobispo—, hoy por la tarde iré a la mansión Chapman a preparar al difunto para su encuentro con el señor.

—Es lamentable que haya fallecido a una semana para la boda de Lord Richard y mi hija.

—Que por cierto no ha venido a confesarse antes de la boda —advierte—. En cuanto a su otra hija, aún sigue en el claustro, pero podría haber una excepción, ya que se trata de un familiar directo.

   Lord James se alegra de saber que al fin podrá hablar con su hija, pero su felicidad se desvanece cuando el arzobispo le advierte.

—Cómo aún no se cumple su mes de enclaustramiento, me temo milord que si ella sale del convento lo hará en compañía de la madre superiora y mía.

   Lord James luce decepcionado.

—Debemos evitar que ella tenga contacto con ustedes y que traten de hacerla cambiar de parecer en cuanto a su vocación.

   El duque acepta cabizbajo.

—Sólo tendrá contacto con los afectados por la pérdida del ser querido y volverá al convento. Ya después que se cumpla el mes, tenga la plena seguridad que pueden venir a visitarla y ella a ustedes.

—Es una buena noticia para mi familia señor arzobispo.

—Podrá ir a visitarlos bajo supervisión claro está.

   Lord James regresa a la mansión de Lord Chapman y cuenta a Lady Caroline lo sucedido en el convento, está se alegra al saber que va a poder ver a su hija, así sea desde lejos.

   Al cabo de un rato de completo silencio, una serie de voces comienzan a escucharse. Entre cuchicheos y cuchicheos el arzobispo hace acto de presencia con las dos mujeres que lo acompañan; la madre superiora con su rostro serio y la novicia de rostro dulce y de ojos azules.

   Las personas que asisten al funeral reconocen a Katherine y entre codeos y murmuraciones se va abriendo paso entre los presentes detrás del arzobispo y la madre superiora.

   Las tres personas que vienen de la iglesia se detienen frente a los familiares del difunto y antiguo conde de Essex. Lord Thomas se levanta para recibir las condolencias del arzobispo cuando fija su mirada en la novicia y la reconoce.

—Que la paz de nuestro Señor conforte sus corazones en estos momentos tan difíciles para su familia Milord —dice el arzobispo, pero el conde sólo observa a la novicia.

—Que así sea su excelencia — responde, apartando la mirada unos instantes.

   Katherine permanece con la cabeza gacha y sin mediar palabra, tal cual la orden de la madre superiora, de vez en cuando desvía la mirada hacia el lugar donde están sus padres, quienes mueren por abrazarla, pero la orden de alejamiento se los impide.

   El arzobispo se posa detrás del atril colocado para la misa del difunto. Katherine permanece dos pasos detrás de la hermana superiora en la misma posición en la que llegó.

   Richard nota por un instante a Katherine e intenta ir a su encuentro cuando la misa termina, pero Anne detiene sus intenciones agarrándolo del brazo.

—Tiene prohibido interactuar con las personas —advierte—, solo está aquí por qué somos familia.

   Lord Thomas no deja de observar a Katherine, quien aún con la cara sin rastro de maquillaje se ve hermosa y él lo nota detallandola, tanto así, que algo en ella despierta el morbo del conde.

—«Lastima que tanta belleza de niñata se pierda entre esas cuatro paredes del convento y debajo de ese hábito» —piensa mientras se acomoda la erección que le surge al detallar los labios de la novicia.

  Richard no puede contener las lágrimas al ver cómo es colocado el ataúd de su abuelo en el nicho de la pared de mármol al lado de su madre, en el mausoleo familiar bajo el cielo gris.

   Anne no se le despega del brazo y de vez en cuando le acaricia la espalda para consolarlo con la mano donde lleva el anillo de compromiso. Katherine lo nota y aprieta sus manos clavándose las uñas en los bolsillos del hábito blanco que lleva.

   Los presentes vuelven a la casa acabado el sepelio y la lluvia comienza a caer deteniendo el regreso de Katherine al convento.

   El ambiente se torna tenso cuando Richard hace el intento de acercarse a Katherine, pero la madre superiora lo detiene evitando cualquier contacto entre ellos.

—Está en penitencia de silencio aún —advierte la madre superiora.

   Richard vuelve a sentarse resignado al lado de Anne quien entrelaza su mano con la de él observando con enojo hacia el lugar donde está su hermana.

   La lluvia cesa permitiendo a todos los presentes regresar a sus casas. El regreso al convento se vuelve pesado, al lado de la madre superiora quien no para de reclamarle a Katherine el comportamiento de los nobles al verla.

—Es una falta de respeto hacia la familia del difunto tanto alboroto que se formó con tu presencia —reclama molesta—, debiste quedarte en el convento continuando con tu penitencia.

   Katherine permanece en silencio.

—No la moleste madre, ella no tiene la culpa de la conmoción causada con su presencia —defiende el arzobispo—, además era su deber como familiar directo el estar presente ya que en unos días será su cuñado.

   Katherine pestañea varias veces para alejar las lágrimas al escuchar las palabras del arzobispo, quien detalla el gesto y arruga el ceño sospechando en que su decisión de entrar al convento tiene otra razón que la de consagrar su vida al servicio religioso.

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