Capítulo 26.

  La fiebre bajó.  Katherine esta acompañada de sus padres quienes esperan preocupados y expectantes las palabras del médico quien la está revisando ahora.

—Es un resfriado —los tranquiliza—, sus pulmones están bien y la fiebre debe de desaparecer en los próximos días. Les dejo las medicinas y a usted, mucho reposo milady —mira a Katherine quien no muestra expresión alguna en su rostro—, nada de levantarse de la cama al menos en dos días..

   El médico se va, dejando a Katherine con sus padres en su habitación. Lord James se sienta en la orilla de la cama y le acaricia el rostro a su hija.

—Princesa debemos hablar.

   Usa una voz tan dulce al dirigirse a su hija  que está comienza a hacerse un ovillo sobre la cama.

—Cariño, me duele ver como sufres, él no merece ni una más de tus lágrimas —dice Lady Caroline acurrucando a su hija en brazos.

—Kate sé que estás pasando por un momento muy duro, pero es necesario que sepas...

   Lady Caroline lo interrumpe antes de que diga cualquier disparate

—Querido, no es el momento indicado para hacerlo.

—Si lo es y es mejor que lo sepa de nosotros y no cuando llegue el día —su padre toma una bocanada de aire—. Princesa, tu hermana y Lord Richard...

   Katherine, quien se había mantenido callada habló con la voz entrecortada sorprendiendolos a ambos.

—Se van a comprometer ¿No es cierto?

—Mi niña —Lady Caroline la aprieta más fuerte contra su pecho—, debe ser así cariño, no podemos evitarlo.

   Katherine rompe en llanto en brazos de su madre y su padre la abraza desde atrás tratando de recomponer los pedazos del corazón roto de su pequeña hija.

—Lo lamento princesa, pero así debe ser. Han pasado cosas entre ellos que no podemos enmendar... Deben casarse.

   Lady Caroline lo ve con ojos acusatorios, pero este ya no puede corregir el error cometido.

—¿Qué cosas han pasado entre ellos? —pregunta y ambos se quedan callados— ¿Qué es lo que callan? —vuelve a insistir, pero ninguno dice nada.

—Cariño—Lady Caroline toma el rostro de Katherine con ternura—, tu hermana y Richard fueron encontrados en la habitación de ella en Londres. Pasaron la noche juntos.

   Ella espera atenta la reacción de su hija, quien al oír la confesión de su madre se aparta de ella.

—Lo lamento mi niña, sé que está muy reciente todo, pero es mejor que lo sepas ahora. Tu padre y yo hemos dispuesto que debe hacerse todo como ya estaba planeado, las fechas, las decoraciones y —se calla.

—¿Y que, mamá? — dice Katherine seria.

—Anne usará los vestidos que ibas a usar —su hija se le queda viendo, su madre busca alguna expresión en su rostro, pero no hay nada— ¿Katherine?, cariño ¿Estás bien?

   Los duques se alarman ante el estado de su hija quien no habla ni gesticula de ninguna manera, sólo ven las lágrimas que invaden sus ojos.

   Lady Caroline se abalanza contra ella acurrucandola en su pecho.

—¡Lo lamento cariño! ¡No debimos hacerlo, James! —dice preocupada y apenada al mismo tiempo con su hija— ¡Son los vestidos de ella y no es justo que los vea en el cuerpo de otra! Se harán otros mi niña ¡Perdónanos!

—Tiene razón tu madre princesa, no debimos tomar esa decisión apresurada sin decírtelo primero.

   Katherine sigue llorando en los brazos de su madre quien trata de consolarla dándole tiernos besos en la coronilla.

   Después de un buen rato de tanto llorar al fin Katherine se queda dormida y los duques la dejan al cuidado de Sophy, mientras ellos vuelven con más penas que alegrías a los preparativos del compromiso de su otra hija.

   Por otro lado, Paul se acerca a la mansión para saber sobre la salud de Katherine encontrándose a su mejor amigo en el camino, Philip le cuenta lo acontecido el día de ayer y el porqué su hermana huyó, este se llena de rabia y sin pedir permiso, saca un caballo de las caballerizas emprendiendo el viaje a Kent, específicamente a la mansión Chapman.

   Después de un largo viaje de cuatro horas a caballo, Paul llega a la entrada de la casa de Lord Richard y toca la aldaba con fuerza mientras grita el nombre del hombre al que vino a pedirle cuentas.

—¡Sal de ahí principito de pacotilla! ¡Ven y dame la cara Richard, si tienes los pantalones para hacerlo!

   Más golpeteos en la aldaba, los transeúntes que pasan por la calle se quedan viendo y cuchichean en la acera del frente.

—¡Richard sal y da la cara cobarde!

   Desde adentro, Richard es detenido por su tía quien lo tiene agarrado preocupada por lo que pueda hacerle el hombre que está afuera.

—¡Por el amor de Dios Richard, no salgas!

—¡Si no lo hago tirara la puerta abajo tía!

—¡Por favor Richard, ese hombre puede lastimarte!

   Lady Juliet intenta evitar que su sobrino salga de la casa, pero este se niega.

—¡No le tengo miedo a un peón de hacienda tía! Estate tranquila que el primer golpe lo lanzaré yo.

   Mientras tanto Paul continúa gritando afuera.

—¡Sal, pedazo de mierda! ¡Da la cara si eres hombre!

   Richard camina hacia la puerta decidido a abrir, cuando apenas asoma la cabeza es jalado hacia afuera por Paul quien lo arrastra por la camisa derribándolo en el césped.

—¡¿Ese era el amor que tanto le tenías a Katherine, niño bonito?!

   Paul lo vuelve a tomar de la camisa para levantarlo y Richard se agarra de las muñecas del otro para soltarse.

—¡A ti no tengo que darte explicaciones, peon!

—¡Te burlaste de ella! ¡Todo este tiempo fingiste amarla para traicionarla con su hermana! —los transeúntes comienzan a murmurar— ¡Eres un maldito!

   El golpe de Paul le da justo en la boca haciéndolo tambalear y sangrar. Richard se enoja y se va contra él tomándolo por la cintura logrando que caiga de espaldas.

   Lady Juliet grita desesperada desde el umbral de la puerta para que se detengan, pero es inútil, corre adentro en busca de los empleados masculinos para que los separen, pero estos se detienen a medio camino para apartarlos cuando ven que su patrón se sube sobre Paul para golpearlo acertándole un golpe en el pómulo izquierdo cortándolo.

—¡Yo no me burlé de ella!

—¡Lo hiciste! ¡La enamoraste para luego dejarla por Anne! ¡Ella no merecía que te le burlaras en la cara!

   Paul continúa debajo de Richard que lo tiene agarrado por las muñecas para inmovilizarlo.

—¡¿De qué te quejas peoncito?!, ¡Ya tienes el camino libre para consolarla!

   La rabia crece dentro de Paul y con toda su fuerza invierte los papeles poniendo a Richard de espaldas al césped propinándole más golpes.

   Richard intenta tomarlo de las manos para que detenga su ataque, pero Paul está furioso. Se va con todo lo que tiene en contra de él.

—¡Eres un desgraciado Richard!

—¡Suel...! ¡Sueltame! —exige logrando cogerle las manos y darle un rodillazo en la entrepierna que lo hace arquear del dolor.

   Mientras Paul se queja adolorido, Richard se levanta propinándole un rodillazo en la cara haciendo que su nariz empiece a sangrar.

   Con sangre entre sus manos Paul vuelve al ataque, pero el golpe que lanza es detenido desde atrás por Lord Thomas quien llega de repente. Richard aprovecha que su contrincante está inmovilizado y golpea su estómago dejándolo sin aire.

—¡En tu vida vuelvas a ponerme una mano encima pedazo de bazofia!

   Cerca de la mansión Chapman comienzan a oírse los silbatos de algunos gendarmes que vienen a la carrera.

   Entran al jardín y Lord Thomas suelta a Paul tirándolo al suelo y les exige que se lo lleven.

—¡Exijo que sea encarcelado! ¡Vino aquí a alterar la paz de mi hogar y agredió a un noble!

   Los soldados toman a Paul y le colocan las esposas, mientras él forcejea para zafarse.

—¡Sueltenme! ¡Déjenme darle una lección a este bastardo!

—¡¿Bastardo?! —espeta enojado Lord Thomas— ¡Aquí el único sin linaje eres tú, que eres un simple peón que quiere escalar a punta de lamer botas!

—¡Déjenme, que voy a romperle la cara! —Paul forcejea para soltarse, pero el soldado lo toma con tanta fuerza que lo hace caer al suelo.

—¡¿Lo ven?! ¡Lo quiero tras las rejas!

   Paul es llevado a rastras al comando y encerrado en una celda con varios presos, malolientes y desaliñados. Este al percatarse se pone a la defensiva y comienza a gritar.

—¡Sueltenme! ¡Sólo estaba defendiendo el honor de mi amiga! —grita mientras los otros presos sólo lo ven— ¡Soy la mano derecha del hijo del duque de Sussex!

—¡Haber dicho eso apenas te apresamos muchacho! —dijo unos de los guardias burlándose de él— Te hubiésemos puesto en la suite del rey.

   Todos a su alrededor comienzan a reírse y este saca de su bolsillo la medalla insignia perteneciente a los duques que solo sus empleados más cercanos logran obtener.

   Los presos al verla dan varios pasos atrás cautelosos y el guardia se acerca a verificar la autenticidad de aquella medalla de plata.

—¡Le dije que soy la mano derecha del hijo del duque!

—¡Pero..! —titubea— ¡Iré a hablar con mi superior!

   El guardia sale corriendo, mientras Paul espera en una esquina que solucionen su situación con la mirada atenta sobre los presos, quienes no quitan la vista de él al mismo tiempo que  cuchichean en su lugar sin perderlo de vista.

    Un hombre de baja estatura, vestido con el traje de la gendarmería, regordete y con un bigote que se enrolla cerca de las mejillas se acerca a la celda donde está Paul, este al verlo se pone alerta ante cualquier movimiento.

—¡A ver! —dice el hombre— ¿Quién de ustedes es el que dice ser el amigo del duque de Sussex?

   Paul se pega a los barrotes fijándose en el uniforme con dos medallas en la solapa del gendarme reconociéndolo como comandante.

—¡Soy yo! —vuelve a sacar la medalla insignia de su bolsillo y se la muestra.

   Este se la arrebata de las manos y comienza a ojearla de arriba a abajo, la parte del frente y la de atrás.

—¡Nombre! —le grita con autoridad.

—Paul Bernard Smith.

—Bien, Paul Bernard Smith, está noche la pasará aquí, ya mañana temprano enviaremos a alguien a casa del duque para que corrobore si es o no lo que dice ser.

—¿Debo pasar la noche aquí?

—Debo pasar la noche aquí —se burla el hombre—¡¿Qué no entiende lo que digo?! —vuelve a gritar y los reos comienzan a burlarse de Paul— ¡Ustedes se callan, si no quieren ir a las mazmorras! —Todos callan de golpe.

   Paul no pegó un ojo en toda la noche atento a los hombres que lo observaban desde el otro lado. Al amanecer, uno de los reos, golpea a otro en el brazo para que se acerque a él y se pone alerta ante cualquier tentativa de ataque.

El hombre se sienta a su lado y Paul se tensa al instante.

—¿En verdad eres la mano derecha del hijo del duque de Sussex? —pregunta el hombre y Paul asiente con la cabeza—. Mi nombre es Eveniser Moore, trabajé para el duque hace muchos años.

   Paul lo detalla entrecerrando los ojos, lleva toda su vida en la hacienda, pero no logra recordarlo.

—Lo siento no lo recuerdo.

—Eres el hijo del capataz ¿No es así? —no lo niega— Conozco a tu padre, es un buen hombre —Paul asiente— Necesito que me hagas un favor y cuando salgas hables con el duque para que informe al Rey sobre las injusticias que se comenten en la cárcel en contra de los reos.

—¿Que clase de injusticias? —pregunta Paul curioso.

   Eveniser se acerca a Paul para susurrarle al oído, no quiere que alguien más lo escuche porqué de ser así, saldría castigado por soplón.

—Nos hacen pasar hambre, nos torturan al extremo de hacernos perder el conocimiento y han muerto varios reos por las infecciones causadas por las heridas que nos hacen al torturarnos.

Paul lo escucha atento y horrorizado a la vez que Eveniser apunta a uno de sus compañeros de celda con un parche en el ojo.

—¿Vez a ese anciano de allá?, el comandante le sacó el ojo con un gancho al enterarse que se robó una pieza de pan de la cocina.

—¿El rey lo sabe? —pregunta Paul y Eveniser niega con la cabeza.

—El rey es un hombre justo, no creo que sepa de las injusticias que comete este hombre tan vil.

—Prometo que al salir, hablaré con el duque de esto.

Eveniser le agradece y regresa al grupo de reos y el resto agradece con un gesto con la cabeza a Paul, quien se impacienta cada vez más con el paso de las horas y nadie viene por él.

Son las tres de la tarde cuando un soldado llega a las puertas de la Hacienda Kensington en busca del duque. Lo hacen pasar y este es recibido por Lord James y el padre de Paul quien está junto a él preocupado por la desaparición de su hijo en el despacho.

El soldado muestra la medalla de Paul, cuenta lo sucedido al duque y este se levanta de su silla molesto en contra del gendarme.

—¡¿Y hasta esta hora es que vienen a avisarme?! —grita— ¡Voy ahora mismo en busca de mi hombre y ay de alguno de ustedes si lo veo golpeado o en un estado deplorable!

—El reo está en perfecto estado milord —dice el soldado.

—De esto se enterará el Rey.

Lord James sale en su coche acompañado del padre de Paul quien le insiste en ir también.

Ambos llegan a la cárcel y exigen hablar con un superior, el mismo hombre de gran bigote se presenta con superioridad ante el duque quien no se intimida ante su presencia.

—¡Exijo que liberen a mi empleado ya!

—Lo lamento Milord, pero hay una denuncia en su contra por daños y perjuicios.

—¿Daños y perjuicios? ¿Quién hizo la denuncia?

—No tengo permitido decirle eso Milord.

—¡¿Quien hizo la denuncia?! —grita golpeando el escritório.

—El conde de Essex Milord —dice el comandante apoyando la espalda en su silla—, así que debe cumplir unos tres días de encarcelamiento.

Lord James sale molesto de la comisaría, mira su reloj de bolsillo, es tarde, pero no le importa, camina rumbo a su coche y da instrucciones al chofer de hacia dónde deben ir.

—A la mansión Chapman.

El padre de Paul lo acompaña ya que el comandante no le permitió ver a su hijo.

El coche llega a la mansión y Lord James es quien toca la puerta golpeando fuertemente la aldaba.

El mayordomo abre la puerta y este irrumpe en la casa exigiendo ver al conde. El hombre de servicio se va y entra al recibidor Lady Juliet, quien saluda a ambos caballeros extrañada de verlos a estas horas en la mansión.

El padre de Paul fija su vista en Lady Juliet quien baja la cabeza avergonzada ante la mirada del acompañante de Lord James, al mismo tiempo que cubre la marca en su  cuello disimuladamente con su vestido al notar que los ojos del padre de Paul se centran en esa zona.

—Bienvenidos, si buscan a mi sobrino, salió a Londres hoy muy temprano —dice.

—No busco a Lord Richard —aclara—, vengo por su padre.

Lady Juliet lo ve extrañada queriendo preguntar, pero se tensa y cierra la boca al escuchar la voz de Lord Thomas a su espalda.

—Estas no son las horas de visitar una casa decente milord —dice Lord Thomas.

—No vengo de visita, vengo a exigirle que levante la denuncia que hizo en la comisaría en contra de Paul.

—¡Ese peón llegó aquí y golpeó a mi hijo! No voy a mover un dedo para sacarlo de ahí —Lord Thomas se cruza de brazos y la paciencia del duque se está acabando.

—Va a ir ahora mismo a la comisaría y va a levantar la denuncia en contra de Paul, no me moveré de aquí sin que lo haga.

Lord Thomas lo ve con el ceño fruncido y de repente ríe de medio lado.

—Lo haré, siempre y cuando mi hijo reciba la dote de lady Anne.

—¡No voy a darle nada! Además, él renunció a ella.

—Entonces, no tienen nada más que hacer aquí, ¡Juliet! —grita—, acompáñalos a la puerta.

Lady Juliet apenada mueve el brazo indicándoles el camino, Lord James no se mueve de su sitio, solo ve a Lord Thomas furioso.

—Le daré la dote —resopla Lord James—, pero debe ir ahora mismo a la comisaría y sólo la tendrá después del matrimonio.

Lord Thomas sonríe triunfante.

—¿Quien me garantiza que cumplirá su palabra y no se retractará?

—¡Soy un hombre de palabra! —la molestia se puede sentir en la voz del duque—, además, están mi capataz y Lady Juliet de testigos.

—Bien... Trae mi saco que voy a acompañar a estos caballeros —suelta el conde en modo de burla.

Lady Juliet trae el saco de Lord Thomas y avergonzada se despide de Lord James y del padre de Paul, este último no despega la mirada de ella y esta se sonroja.

Lord Thomas lo nota y entre cierra los ojos observándola y ella sale a toda prisa del recibidor subiendo las escaleras hacia su habitación donde se encierra bajo llave.

Los tres hombres llegan a la comisaría, pero deben esperar casi una hora al comandante quien demora en ir al encuentro de los caballeros para escribir la carta de liberación de Paul.

El comandante llega a su oficina secándose las manos con una toalla, lleva la gran parte de la solapa de su vestimenta húmeda y la barba recién rasurada.

—Buenas noches caballeros, ¿A que debo el honor de su visita? —dice sarcásticamente ya que sabe la razón.

—Vengo a levantar la denuncia que hice ayer en contra del peón que se atrevió a irrumpir en mi casa y golpear a mi hijo a traición —suelta su veneno Lord Thomas y el padre de Paul se tensa detrás del duque quien fija la vista entre ambos hombres.

—Bien —dice el comandante—, abre un cajón del escritorio, saca una hoja y una pluma y comienza a escribir lentamente, haciendo crecer la impaciencia del duque y su acompañante.

Luego de quince minutos, entrega la carta a uno de los guardias y le indica que vaya a las celdas por Paul Bernard Smith. Este sale de la oficina y el comandante enciende un puro soltando el humo en dirección a los hombres frente a él incomodandolos, a excepción de Lord Thomas quien ríe disimuladamente por haber logrado la dote para su beneficio.

El guardia trae a Paul esposado y su padre lo detalla desde lejos, trae los pantalones sucios y la camisa sudada, tiene algunos moretones de la pelea de ayer y sangre seca, cosa que lo molesta además de ver a su hijo atado de manos como un reo cualquiera.

—Pudieron haberle curado las heridas al menos —reclama Lord James al verlo y el comandante se cruza de brazos en su lugar.

—No somos enfermeras para curar a nadie —refuta.

El comandante ordena quitarle las esposas y Paul frota sus muñecas tratando de calmar el ardor de lo apretadas que las tenía.

Mira a Lord Thomas mientras el comandante le da una charla de buen comportamiento y cuando lo deja ir este se abraza a su padre y agradece al duque por ir en su búsqueda.

—A mi es a quien debes agradecer peón —dice Lord Thomas con ínfulas de superioridad—, si no fuera por mi estarías entre rejas unos días más a pan y agua.

Paul lo mira con la quijada tensa a punto de decir algo en su contra, pero su padre lo detiene.

—Basta hijo, no vale la pena.

—Espero que cumpla con su palabra su excelencia —termina de decir Lord Thomas antes de subir a su coche e irse.

El duque, Paul y su padre entran a su coche y en el camino a Kent les cuenta todas las injusticias que se cometen dentro de la cárcel según Eveniser.

Lord James se compromete a hablar con el Rey en la próxima audiencia que se acerca y promete ayudar a Eveniser y al anciano tuerto.

Por otro lado, en Londres, Richard ha estado muy ocupado terminando compromisos pendientes, apresurando la compra de la casa donde vivirá con Anne, su futura esposa. Aún en su mente los recuerdos de aquella noche donde hizo suya a la mujer que ama lo inquietan.

La duda de cómo pudo desflorar a Anne y no recordarlo lo atormenta, los recuerdos de esa noche son vagos. Recuerda haberla besado, tocado sus pechos redondos y frotar su botón de nervios, pero de ahí no recuerda nada más y esto lo ha tenido en una constante frustración.

————————-
Al día siguiente en Kent, en la Hacienda Kensington. Katherine ya se siente mejor, la fiebre no volvió a aparecer, pero sigue sin creer en todo lo que pasó. Se levanta de su cama y camina al baño a lavarse la cara. Se mira en el espejo y nota las oscuras bolsas debajo de sus ojos rojos por el llanto que en varias ocasiones aún aparece.

Sale del baño sin ánimos de nada, se sienta en el borde de su cama y abre el cajón de la mesita de noche a su lado, saca un pequeño diario donde escribe todos los días y comienza a leer todo lo que vivió con Richard.

Las lágrimas vuelven a acumularse en sus ojos cuando toma una pluma para continuar escribiendo y llora con profundo dolor apretando el pequeño diario contra su pecho cuando termina.

—Cómo... Fuiste capaz —solloza— de lastimarme... De esta manera... ¡Yo te amo!

Lady Caroline deja la bandeja que traía con el desayuno para su hija en el buró y corre a consolarla llorando con ella.

—Shh, basta cariño, no vale la pena —le dice suavemente besando su coronilla.

—No lo entiendo, él me amaba, ¿Cómo de la noche a la mañana dejo de hacerlo?

Lady Caroline no sabe que respuesta darle a su hija, solo la abraza con más fuerza entre sus brazos.

Katherine se separa de su madre de golpe y seca sus lágrimas con enojo, se levanta de la cama y corre hacia la puerta, Caroline intenta detenerla, pero su hija alza la mano para que la deje ir.

—Debo hablar con ella —dice y sale cerrando la puerta detrás de sí.

Katherine va con pasos apresurados por el pasillo, al encontrar la puerta que busca la abre de golpe espantando a Anne quien está sentada frente a espejo arreglando su cabello.

—¡Dios, acaso no te enseñaron a tocar la puerta! —reclama Anne.

—Camile, déjanos solas y cierra la puerta —pide Katherine sin apartar los ojos de su hermana.

La doncella mira a su patrona y está asiente para que se vaya y se va.

—Me alegra verte mejor hermanita —dice Anne observándo a su hermana desde el espejo del cual no se ha apartado.

Katherine permanece de pie a espaldas de su hermana con los puños apretados a ambos lados de su cuerpo. Anne al notarlo se levanta de su asiento y se gira para estar frente a frente con ella.

—¿Algo que quieras decirme Kate? —suelta cruzándose de brazos.

Katherine no puede contener más la rabia que siente al tener enfrente a la mujer que le robó el amor del hombre de su vida.

—¡¿Cómo pudiste hacerme esto?! —espeta furiosa.

—¿Hacerte qué hermanita?

Hacerse la que no entiende nada enfurece aún más a Katherine, quien ya no puede contenerse más.

—¡Cómo pudiste entrometerte entre Richard y yo!

—Yo no me entrometí entre nadie —dice tranquila, aunque su corazón esté latiendo agitado Anne no permite que su hermana lo note.

—¡Lo hiciste! ¡Sabías muy bien que él y yo nos amábamos y te metiste entre los dos! —escupe furiosa— ¿Cómo pudiste hacerme esto? Arrebatarme la ilusión de casarme con el hombre que tanto amo.

—Yo no me metí entre ustedes, él se enamoró de mí —dice para girarse de nuevo hacia el espejo.

Katherine la toma del brazo y la voltea de nuevo para verla a la cara.

—¡No te creo nada! —grita— ¡Me arrebataste la felicidad a pocos días de mi compromiso con él!

—¡Que yo no te quité nada! —alza la voz Anne apartándose del agarre de su hermana— ¡Yo no tengo la culpa que él siempre me buscara estando en Londres!

—¿Buscarte? —pregunta confundida.

—¡Si!, Kate, luego de tu partida de la temporada él continuó yendo a las celebraciones y siempre me invitaba a bailar, me apartaba de los posibles pretendientes que tenía.

Katherine no puede creer lo que dice.

—Intenté apartarme de él y cuando se pelearon en la fiesta del duque de Edimburgo, fui yo quien le pidió que se disculpara contigo, para que dejara de pensar en mí, pero ni así logré apartarlo y entre una cosa y la otra, nos enamoramos.

Alguien toca a la puerta desesperada, pero ambas lo ignoran.

—Créeme cuando te digo que intenté alejarme porque sabía que lo amabas, me aparté de Richard aún estando enamorada de él por ti, pero siguió insistiendo.

Anne comienza a llorar y la voz de Lady Caroline se escucha desde afuera pidiendo que abran la puerta.

—Por eso acepté la propuesta de Lord Benjamin para que dejara de insistir en esa locura, sabía que si aceptaba te iba a hacer sufrir.

—¡Mientes!

—¡No te miento! Luego de la última fiesta, él llegó a la casa y comenzó a gritar a los cuatro vientos que me amaba y que iba a romper su noviazgo contigo.

Katherine se cubre los oídos para no oírla, le da la espalda a su hermana y comienza a llorar.

—¡Basta!

Anne aprovecha para seguir clavando el puñal en la herida.

—Le rogué que se apartara, que siguiera con el rumbo de las cosas tal cual estaban dispuestas, pero se negó.

Katherine continúa llorando con los ojos cerrados.

—Quise huir, pero me tomó por el brazo y me llevó contra su boca besándome a la fuerza, los sentimientos que tenía ocultos por él salieron de mi pecho, por más que lo intenté no pude contenerme y correspondí a su beso.

Katherine mueve la cabeza negándose a creer lo que Anne le dice.

—¡Sabes lo que sus besos pueden despertar en tu cuerpo! ¡Lo viviste en carne propia Kate, en el bosque!

Katherine quita las manos de sus oídos y abre los ojos impresionada, mientras unas llaves se escuchan en el cerrojo de la puerta.

—¡Corrí a mi habitación al darme cuenta del error que había cometido! Y no sé en qué momento de la noche entró a mi habitación y...

—¡Basta Anne, no digas nada más! —interrumpe Lady Caroline con el manojo de llaves en sus manos— ¡No digas algo de lo que puedas arrepentirte!

—¡Ella debe saberlo! ¡Tiene derecho! —espera Anne a su madre.

Katherine mira de una a otra sin entender.

—¡Fui su mujer Katherine! Lo lamento mucho, lamento romper tu corazón, pero él me ama a mí.

—¿Su mujer? — Katherine mira a su madre y está se cubre la boca con las manos atónita con las palabras que ha soltado Anne.

—¡Si, su mujer!, ¿Que crees que hacen dos personas que se aman en la cama Katherine?

—¡Basta Anne! No es necesario que le des detalles —reclama su madre.

Katherine limpia las lágrimas de sus mejillas con rabia y da un paso hacia su hermana, Lady Caroline al ver lo que hace la toma del brazo evitando que se acerque a ella.

—¡¿Y que hay del otro hombre con el que te veías en Londres?!

—¿Cual hombre? Anne —pregunta su madre.

—No pasó nada con él, decidió irse y ya lo olvidé.

—¡Eres una mentirosa!

—¡No estoy mintiendo! ¡Solo lo vi un par de veces y luego se fue prometiendo volver y jamás regresó! No voy a quedarme a esperar a alguien toda la vida.

—¡Mientes!

—¡No estoy mintiendo, se fue en su barco y jamás escribió!

—¿Amas a Richard Anne? —pregunta, dejando a todos atónitos— ¿Tanto como para dar la vida por él?

—Lo amo tanto, que estoy segura que lo haré feliz en todos los sentidos.

—No sé porqué no termino de creerte.

Katherine sale de la habitación de Anne y se encierra en la suya deslizándose por la puerta hasta el suelo y comienza a llorar de nuevo.

—Quiero dejar de amarte Richard, pero no puedo —solloza—. Necesito que mi corazón te olvide y enterrar este dolor que siento.

Mientras tanto en la habitación de Anne Lady Caroline la reprende.

—¡Te dijimos claramente que tu hermana no podía saber nada más de lo ocurrido entre ustedes! ¡Sólo sabía que los encontraron dormidos!

—Algún día sabrá lo que pasa entre un hombre y una mujer en la cama, ¡No van a poder ocultarlo toda la vida! —reclama.

—¡No es su tiempo aún! Y acabas de arruinarlo.

—¡Ya basta mamá! Ella no es una niña a la que se le deben de ocultar las cosas —espeta—, siempre la han protegido, la han tratado como una tacita de plata, pero ya me cansé.

—¡Eso no es cierto!

—¡Claro que lo és! Siempre la han protegido de todo, nos hicieron a un lado a Phillip y a mí —Anne reclama con dolor en su voz—. Cada vez que se caía corrían a socorrerla como si ella fuera un ser divino.

—Sabes que no es verdad, solo la trataba diferente cuando era niña porque casi muere cuando di a luz —sus ojos empiezan a llenarse de lágrimas—, siempre fue una niña delicada que se enfermaba por todo, nunca dejé de atenderlos a ti y a tu hermano. ¡A los tres los amo por igual y por cualquiera daría mi vida!

Lady Caroline sale de la habitación de Anne tirando la puerta y esta barre con todo lo que está encima del buró.

—¡Cómo pudo hablar de Dominic frente a mi madre! ¡Maldita sea!

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