I N T R O D U C C I Ó N
Treinta y uno de diciembre del dos mil veinte.
Giro sobre mi talón y me veo al espejo, confirmo que al menos estoy peinada y mi reflejo me sonríe, enderezándome antes de correr a mi habitación y recoger parte del desorden que dejé al arreglarme; en medio del aseo distinguí una pequeña tarjeta que mamá me dio en antes, como cada año nuevo para que reflexionara sobre el año viejo.
Me senté en la cama y la tomé en manos, empezando a leer, uno por uno, las descripciones de los enumerados, arriba y centrado, «doce deseos de año nuevo».
Una sonrisa se dibujó en mi rostro y muchos recuerdos empezaron a llegar a mi cabeza, cada uno diferente, cada uno especial, una pequeña huella que marcó algo en mi vida, pero que, incluso todos tan singulares, seguían teniendo algo en común:
Siempre en navidad.
Siempre en mi cumpleaños.
Siempre en contra de mis deseos.
Todos importantes por igual.
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