Cap. 4: Salud
Veinticinco de diciembre del dos mil doce.
Me removí una vez más en la cama, haciéndome un ovillo con las sabanas. No aguataba, incluso cubierta por un grueso edredón, sentía muchos escalofríos y el rostro me ardía, mi cuerpo estaba débil y adolorido, como si lo hubieran golpeado, no podía respirar correctamente y al hacerlo por la boca tocía.
Todo estaba mal.
—¿Qué Luz se enfermó? —Escuché preguntar a alguien desde la sala.
Distinguí la voz de papá afirmar, mi tía Coromoto dijo algo que no alcancé a escuchar, pero tenía el presentimiento de que se trataba de mí y de mi buena elección de día para enfermarme. Mi mamá había avisado que no asistiríamos a la cena de navidad, sin embargo, al parecer mi tía decidió venir a visitarnos de todas maneras.
Su conversación rodó por la cocina y se detuvo en el pasillo, de pronto sus voces se escuchaban más cerca y sentí la puerta de mi cuarto abrirse, dejando entrar, como pensé, a mi tía Coromoto y a mi mamá, que sostenía algo en sus manos.
—¿Cómo te sientes? —preguntó ella y negué, llevándome el antebrazo a la boca cuando empecé a toser de nuevo.
Mi tía atrás me miró preocupada, sirviendo un vaso de agua de la jarrita en mi mesa de noche. Me la acercó y yo la tomé, dejándole espacio a mi mamá para que se sentara y sacara el termómetro; me chequeó la temperatura de nuevo, me había subido.
No teniendo otra opción, mamá salió por un antibiótico y una toalla húmeda que me pasó por el cuerpo, refrescándome. Luego de que me tomara la pastilla se fueron, pidiéndome que siguiera descansado y tratara de dormí un poco, ya que la noche anterior no pude.
Fue difícil, pero en algún momento logré quedarme dormida. Cuando desperté ya era de noche y la habitación estaba oscura, del otro lado podía escuchar la respiración del bebé y en la sala el sonido de las caricaturas en la televisión.
Había dejado de sentir los escalofríos en mi cuerpo, más todavía continuaba la debilidad. Solo porque mi estomago pedía alimento, me levanté lentamente y caminé fuera de mi cuarto a la cocina.
—¡Luz! —dijo mamá al verme, levantándose del sofá para alcanzarme. Me tocó la frente y luego el cuello—. ¿Qué tienes? ¿Te duele algo?
—Hambre... —hable apenas y fue como si le hubiera dado la mejor noticia.
—¿Quieres comer? —Asentí y enderezó, tomándome por la espalda para dirigirnos al comedor.
Me senté y alguien más se ubicó a mi lado, miré y mi papá me sonrió mientras que mamá abría una olla y me servía un poco de sopa. Comiendo, otras dos sillas se arrastraron y sin darme cuenta casi toda mi familia me estaba acompañando en la mesa; papá y mamá hablaban por un lado, Camilo y Carlos trajeron un par de juguetes a la mesa y bromeaban, haciéndome reír de vez en cuando.
Sentí un poco de tristeza cuando terminé de comer y sabía que tenía que regresar a la cama, pero al momento de echar atrás mi silla, todos me miraron y me detuvieron, asustándome. Sentí que alguien atrás se movía y cuando miré mi mamá puso un platico en frente, en su centro un ponquesito con una velita brillaban tímidamente, alegrándome hasta poner una sonrisa al escuchar como todos a mi alrededor cantaban el «feliz cumpleaños».
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