Cap. 1: Amor

Veinticinco de diciembre del dos mil nueve.

Hacía frío, recostada y cruzada de brazos en el marco grueso de la ventana, podía ver el patio superior de mi casa brillando en los colores navideños de las luces y guirnaldas, que iluminaban desde el borde bajo del techo del frente.

El sol decía adiós, la emoción de la época adornaba las calles de mi residencia, personas que caminaban pasaban de largo de mi casa, todas tenía un destino, menos cruzar el jardín y tocar a mi puerta.

—¿Chiquita?

Escuché la voz de mamá y volteé, mirándola sobre mi hombro. Venía arreglada muy elegante con un vestido turquesa, se veía muy hermosa. Ella me hizo una señal desde el pasillo para que me aproximara a la cocina, sin decir palabra me levanté del sofá y tomé su mano, sentándome en un banquillo al frente del mesón para acompañarla, ya que no me permitía tocar los utensilios. Desde mi sitio veía un pastel decorado, la inicial de mi nombre y el número siete lucía la vela apagada en todo el centro.

—¿Emocionada? —preguntó mi madre a notarlo. Bajé la mirada, fijándola en sus manos acercar un mostrador para galletas, ofreciéndome una.

La tomé sin decir nada. Ella regresó a su labor y consultó el honor, pendiente del pernil, a un lado en la estufa una olla promedio hervía el agua para las hallacas y ya su mano sacudía la cuchara, que había usado para revolver la ensalada de pollo.

—¿Mis hermanos y papá?

—Fueron con la abuela a comprar las bebidas, vendrán de una vez con tus tíos para la cena, también se unirán tus primos, estará casi toda la familia.

—¿Vendrán mis compañeritas del cole? —pregunté lo que quería y mamá por fin dejó de mirar la comida, girando sobre su eje para verme muda.

—No lo sé, hija. Es complicado por la fecha, es navidad y es cuando se pasa con la familia.

—Pero también es mi cumpleaños...

Ayudé a limpiar, recogí mis juguetes, me vestí temprano y esperé cerca de la puerta toda la tarde, pronto anochecería y no había señal de que alguien más viniera. Tenía los ánimos por los suelos y sueño, apenas pude dormir de la emoción ayer porque dijeron que vendrían, pero viéndolo en ese instante no sería diferente de los otros años.

Mamá no dijo nada y eso me lastimó un poco, haciéndome bajar la mirada para que no viera mis ojitos aguarse mientras daba mordida a mi galleta. Ella pareció darse cuenta, pero justo cuando pensó en acercarse, el sonido del auto de papá sonó y tocaron a la puerta con alegría. La escuché suspirar y creí que se alejaría a abrir, pero entonces sentí su mano sobre mi cabello y la miré.

—Por eso mismo, siendo tu día especial debes estar más feliz que ninguno —susurró con una sonrisa—. Además, tus compañeros no vendrán, pero la familia que te ama ya está aquí y si te ven triste ahora se pondrán más triste. No quieres eso, ¿verdad, mi Luz?

Negué tan pronto una lagrima corrió por mi cara, haciéndola sonreír y alzar su mano para secármelas, dándome un beso en la frente. Entonces la voz de papá se oyó y ella respondió, apresurándose a abrir la puerta para dejar entrar a toda nuestra familia.

—¡Feliz navidad! —gritó el grupo entero.

—¡Uy, que rico huele! —dijo uno de mis tíos.

—Ernesto, por favor —Lo regañó su esposa, Carely, y rieron a algunos.

—¡Mamá mira el árbol! —Escuché decir a unos de mis primitos.

—¡Tía Eliuska, mira lo que me trajo el niño Jesús!

—Espera, Toño, ¿y Luz?

Apenas mencionada, todos, sin excepción, empezaron a preguntar por mí, haciéndome encoger en mi silla. Entonces la voz de uno de mis primos mayores alcanzó los oídos, me señalaba, y voltearon a verme, sonrojándome.

—Ho-hola... —murmuré.

Toñito apuntó mi galleta, Carmen y Sofía se adelantaron a felicitarme, mis tíos le siguieron, diciendo cosas como: «¡que grandes estás!»; cuando quise darme cuenta iniciaron una mini carrera para ver quién me abrazaba primero.

No pude escapar, solo reír, emocionada y contenta, porque mamá tenía razón.

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