Capítulo 34 • Des-encuentros (II)

Segunda realidad · Año 2047 · 18 de Noviembre · Canadá ·

- ¡Sígueme, anda! Esos gilipollas no se adentrarán en estos callejones de drogatas y vagabundos -añadió aquel extraño chico pelirrojo que llevaba parte de su pelo rapado y el cuerpo lleno de tatuajes.

- ¿¿Por qué debería seguirte?? -le contradije desafiante, preparándome para atacarle con mi corteza en cualquier momento.

- Hermaana, un poco de calma ¿no? -me respondió con gran pasividad aquel joven de escurridiza barba y grandes ojos verdes.

- ¿Qué quieres de mí? -inquirí de nuevo, arrancándome la corteza de mi brazo izquierdo para amenazarle con él justo después.

- ¡Ey! ¡Ey! ¡Tranqui! -reaccionó exaltado.

- Los amigos de Nat son mis amigos -trató de ser conciliativo, ya mucho más calmado.

- ¿Nat? ¿Eres Liam? -le pregunté extrañada, sin mover ni un milímetro la corteza con la que le estaba rozando el cuello.

- No es el nombre con el que me suelo identificar, pero si llevas puesta la capa de ese soplapollas que tengo por hermanito, supongo que sí -me respondió.

- ¿Y cómo te sueles identificar? -le pregunté interesada.

- En la calle me llaman "Oso" -matizó pausadamente.

- Vale, te creo. No era como te esperaba, pero te creo -respondí más calmada, aunque sin bajar la guardia.

- Juzgar está feo. Lo sabes ¿no? -me regañó con su grave tono de voz.

- Bueno, ¿y qué sugieres que hagamos? -le recriminé un poco molesta.

- ¿Amiga de Nat? Te voy a llevar a mi casa hasta que la gente se calme, ¿te parece moralmente correcto? -me sugirió amable e irónicamente.

- ¡No me llamo amiga de Nat! -me quejé.

- Ya lo sé hermana, pero no soy adivino -me recriminó él, tranquilísimo.

- Llámame Rosewell -le respondí lo más amable que pude.

- ¿Rouse-qué? -preguntó extrañado.

- Sí, definitivamente sois hermanos -le respondí entre risas, antes de ponerme en marcha hacia la salida.

- ¡Espera mujer! ¡Pero repítemelo! -exclamó intrigado mientras intentaba seguirme el paso.

- Tenemos que seguir por este camino, ¿no? -reflexioné mientras me dirigía hacia el otro extremo del pasadizo.

- ¡Pero espera! ¿Me repites tu nombre? -añadió elevando la voz mientras corría con tal de alcanzarme.

- Llámame Rose -le respondí con mayor amabilidad.

- ¿Rose? Eso no es la cosa rara que me has dicho antes -reflexionó extrañado.

- Es igual, tú llámame así -le respondí borde, mientras me ponía a comprobar que nadie pasaba por la salida de aquel oscuro callejón de graffitis.

- Vale, pero no es por ahí -me respondió airado.

- Es por ahí -me rectificó de nuevo, señalándome con su dedo los tejados de las casas que ocultaban el callejón.

- ¿Por los tejados? -pregunté dudosa.

- ¿Quieres ir a mi casa o no? -me respondió con evasivas.

- No tengo tiempo para tonterías, sólo espero que no estés jugando conmigo -le advertí molesta mientras me disponía a subir.

- ¡Pero si has sido tú la que te has ido hacia allá con tanta prisa! -se justificó ofendido.

- Ya, bueno, subamos entonces -le respondí con seriedad, mientras enganchaba mi pelo al borde de los tejados para que me ayudaran a subir.

- ¿Cómo has hecho eso? -me preguntó anonadado.

- Algo que aprendí hace poco. La historia es demasiado larga para contártela, así que no preguntes y sube -le respondí bastante borde mientras miraba hacia abajo.

- A ti te hace falta un porro, ¿lo sabes, no? Estás tan rígida que ni tocándote con manos divinas te relajarías -me comentó mientras se impulsaba de un salto para subir.

- ¿Haces parkour o algo así? -pregunté al verle subir de un salto.

- Me he criado en la calle, con eso basta -me respondió un poco molesto.

- Perdona, es que estoy enfadada con Nathan -le confesé triste.

- ¿Con Nathan? ¿Cómo la ha cagado esta vez ese crío idiota? -me preguntó ofendido.

- Oye, ¿tú quieres u odias a tu hermano? -reprobé su actitud, bromeando.

- Va a ratos, ¿por qué? -me reconoció indiferente.

- Ah, por nada -no quise incidir más en el tema. Sólo me había querido meter con él.

- Tampoco parece que tengas una relación muy distinta con Nat -me recriminó.

- ¡Oye! -me quejé.

- Has empezado tú -añadió elevando sus brazos de manera indiferente mientras le seguía a través de los tejados.

- Ya, pero en este caso es por su culpa -le comenté herida, sin estar todavía de acuerdo con la decisión de Nathan.

- Veeenga, dímelo, que lo estás deseando, ¿qué ha heeecho? -me preguntó muy relajado.

- Estás drogado, ¿verdad? -pregunté con cierta sospecha debido a su calmada actitud.

- Sólo un poco fumado. Tú dale -me contestó animado.

- Hmm... Es que no sé si debería contártelo -le confesé dudosa.

- La grifa hace que se te olviden las cosas, tú tranqui -añadió despreocupado.

- ¿La grifa? -pregunté desconcertada.

- Hermana, ¿no sabes lo que es? La marihuana, la maría, el cannabis, el kif, el chocolate... -me respondió risueño, burlándose un poco de mi inocencia.

- Ah, vale vale -manifesté así que le había entendido.

- ¿Ahora sí? -preguntó chistoso.

- Sí -asentí.

- Entonces, ¿me lo cuentas? -me preguntó intrigado.

- Nada, que tu hermano prefiere que no estemos juntos -le solté de sopetón.

- Espera, espera, loco, ¿tú qué edad tienes? -añadió abrumado.

- Diecisiete -respondí orgullosa.

- ¡¿Y estás con mi hermano de once?! Tú no estás bien hermana -me reprobó un poco más alterado, dentro de lo que la hierba le permitía.

- No, estoy con el de cuarenta y algo -intenté explicárselo mejor, mientras continuábamos saltando de tejado en tejado.

- ¿¿Qué?? Yo sólo tengo un hermano pequeño ¡No te me inventes hermanos! -me recriminó con su potente voz.

- Ah, claro, es verdad, que tú no lo sabes -reflexioné chistosa.

- Que no sé, ¿qué? -inquirió un poco molesto.

- Tu hermano pequeño de otra realidad temporal viajó en el tiempo para intentar ayudarme y he acabado enamorándome de él, pero viajar en el tiempo te quita años de vida y ahora tiene cuarenta y cinco años y por eso no quiere estar conmigo -le expliqué lo más resumidamente que pude.

- Espera un momento, creo que el camello me ha vendido una maría muy rara -añadió tremendamente confundido, parándose a recapitular.

- Lo que te digo es cierto, ahora mismo hay dos Nathan en vuestra cabaña del bosque. Uno de ellos es un viajero del tiempo que vino del futuro para ayudarme. De hecho, es él quien me regaló la capa que llevo, mientras que la de Nat debe seguir en vuestra casa -reiteré concienzuda.

- Hmm... Habrá que comprobarlo ahora que hemos llegado -musitó desconfiado.

- ¿Si? ¿Cuál de todas? -pregunté intrigada.

- Es esa -me la señaló llenó de orgullo.

Era una pequeña casita de pueblo adosada a otras. Su tejado estaba formado por tejas de hormigón, que resaltaban el color azul cian de su fachada. Tenía además varias pequeñas ventanas pintadas de blanco, de las que colgaba algún que otro macetero en el que se asomaban flores de vivos colores que llenaban de vida a la casa.

Y así, habiendo despistado a aquella masa enfurecida, bajamos a la calle de nuevo y llamamos a la puerta de la casa de los Brown, desde donde nos recibió una enternecedora ancianita.

- ¿Liam? ¿Y esta joven? -preguntó dulcemente.

- Viene de visita -le respondió Liam con una delicadeza que no parecía poder haber salido de él.

- Ah, bien. Entrad, entrad, hablaremos dentro. Tengo té y galletas recién hechas -añadió con suma amabilidad la pequeña ancianita.

Y así, entramos en la casa.

En su interior también era una casa colorida, esotérica incluso, decorada con un tapiz de mandala en una de sus paredes, animales disecados y alguna que otra planta colgando de ellas. Tenía también varias velas encendidas en algunos estantes, con las que llenaba el espacio de una gran espiritualidad y misticismo, acorde con lo que parecía ser la personalidad de aquella misteriosa ancianita.

Pronto nos invitó a sentarnos y se dispuso a calentar té. No tardó mucho en empezar a hablar.

- Eres esa niña, ¿verdad? Por eso le gustas a mi nieto -añadió intuitiva.

- ¿Cómo? -pregunté desconcertada.

- ¡¿A quién va a ser?! ¡Pues a Nathaniel, hija! Su madre le hizo esa capa que llevas antes de que él naciera, como es tradición en la aldea. Se hace para envolver en ella al hijo recién nacido y que cuando crezca pueda llevarla puesta para resguardarse del frío. Es un bien muy preciado aquí, refleja el paso de la niñez a la adultez -me reprendió con ternura.

- ¿Mía? -pregunté apenada.

- Su madre era una buena mujer, ella no discriminaba a nadie, incluso cuando aquello podía suponerle el rechazo del resto de la aldea -me contó con enorme cariño en sus palabras. Parecía que guardaba un muy buen recuerdo de ella.

- Después del parto, cuando Liam apareció en mi puerta con el pequeño Nathaniel recién nacido sin saber qué hacer y me dio la terrible noticia, no dudé un segundo en encargarme de ellos. Envolví a Nathaniel en la capa esmeralda que me había pedido su madre que le guardara y cuando se hizo mayor se lo conté todo. Le hablé de quién había tejido aquella capa que tanto quería, de lo mucho que me había ayudado y apoyado aquella mujer, así como de la desafortunada muerte en la que ella y Norbert se vieron envueltos -me confesó con dificultad.

Recordar todo aquello también parecía sumirla en un profundo dolor.

- Entiendo... -respondí apesadumbrada. Me dolía que Nathan hubiera tenido que sufrir tanto.

- Sin duda, debes de ser alguien muy especial para él -reflexionó conmovida.

- Sí... Somos buenos amigos... -añadí entristecida.

- ¿Seguro que sólo sois amigos? No creo que Nathaniel le diera esa capa a nadie que no amara más que a sí mismo -me discutió dudosa.

- Puede que hayamos sido algo más, pero ya no. Lo nuestro no puede ser... -le comuniqué apenada, antes de dar un sorbo a la taza de té que poco antes me había traído.

Pensar en cómo había acabado todo me ponía verdaderamente triste. Una vida sin volver a besarle, sin nuestras discusiones... Era una vida que ni siquiera imaginaba, era una vida demasiado dolorosa...

- ¿Y por qué no? -preguntó aquella anciana, totalmente disconforme.

No parecía creer en la posibilidad de que dos personas que se amaban no pudieran estar juntas.

Entonces, se lo conté todo. Necesitaba desahogarme con alguien y ellos me habían transmitido la confianza que me hacía falta. Era como si les conociera de siempre, como si formaran parte de mi propia familia.

- VIX es Nathan del futuro, en una realidad paralela a esta... -empecé.

- Él vino para protegerme... para salvarme... pero también, para estar juntos... Y ahora que al fin podíamos, la aparición de otros viajeros del tiempo que querían utilizarme... Acabaron llevándose a mi hermano al futuro... Y sólo traspasando las fronteras del tiempo podría encontrarle. VIX está dispuesto a ir conmigo, pero únicamente si él sufre las consecuencias que implica el viaje -continué contando.

- ¿Qué consecuencias? -preguntó Liam, tremendamente intrigado.

- Pierdes catorce años de vida... -les comuniqué triste.

- Pero, si tú eres una mimética arbórea y una de tus habilidades es la longevidad, ¿por qué no sufres tú esas consecuencias? Así vuestras edades se equipararían -reflexionó Liam, después de haber escuchado toda mi historia, o buena parte de ella.

- ¡Claroo! ¡Si es que es obvio! Pero no quiere. Prefiere que yo viva más años aunque no podamos estar juntos de esa manera... -les indiqué irritada, mostrando así el tremendo disgusto que me generaba.

- Lo cierto es que es una decisión difícil, pero tan respetable como la tuya -sopesó la anciana.

- Sí, lo sé. Pero me hace mucho daño. Por eso me he ido corriendo de la cabaña en la que estábamos. No podía aceptarlo... No puedo perdonárselo... -les confesé apenada.

- ¿Quieres? Igual así lo ves todo un poco mejor -me ofreció Liam uno de los porros que se estaba liando.

- ¿Señora? -pregunté sorprendida.

- Mi nieto es adulto, es tan responsable como libre en las decisiones que tome -dictaminó así la última sentencia.

- Está bien, pues dame uno a mí también -cogí entonces el porro que me acababa de ofrecer.

Poco después empezó a anochecer.









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