8

Los días habían pasado de manera lenta. No pensé que la ausencia de Matías me iba a pasar factura en tan poco tiempo, mi apariencia se había desmejorado a niveles que creí nunca alcanzaría, mi cabello se veía opaco, tenía unas ojeras pronunciadas gracias a las horas de sueño fallidas, mi piel estaba seca por la falta de beber agua.

No entendía, desde que dejé de hablar con él perdí el apetito, las ganas de arreglarme, solo quería dormir, pero siempre que lo intentaba las lágrimas inundaban mis ojos.

Era domingo por la noche, nos encontrábamos en la dichosa subasta organizada por mis padres, yo no quería venir, en verdad no lo deseaba, pero me vi obligada. No quería dejar de ver a Matías aunque sea desde la distancia, creo que no podría estar sin eso.

Él había sido la primera persona que se acercó a mí, la primera que me ayudó y me escuchó aunque no tuviera nada interesante que decir, él se expuso para estar conmigo y aun no podía comprender cómo me dejó. Así como apareció así mismo desapareció ¿eso era justo? Lo analicé durante días y no encontré alguna falla mía y si así fue ¿por qué no me la dijo? Los problemas se resuelven así.

―Hijita ―habla mi padre― ¿Por qué esa cara? ―alzo la mirada y veo como forma una gran sonrisa, sus arrugas se hacen más visibles y sus ojos se achinan.

Así se achinaban los ojos de Matías.

La punzada vuelve a hacerse presente en mi pecho haciendo que mi rostro se contraiga por el dolor. Me tomó dos días darme cuenta que no era dolor físico, que era un dolor del alma que no sabía sanar, cada vez que sentía esa punzada quería llorar. Ahora mismo solo deseo eso llorar.

Siento como mi padre toma mi mano― Iveth... ―habla entre dientes mientras aprieta nuestro agarre.

Trato de sonreír, en verdad lo trato, pero por la expresión de mi padre me doy cuenta que solo estoy haciendo una mueca.

―Armado ―se acerca el alcalde del pueblo sonriendo― cuánto tiempo sin verte ―se estrechan las manos― Oh pequeña Iveth, cada día estás más linda.

Le dedico una mirada seria, no me nace brindarle una sonrisa hipócrita, en estos momentos no estoy lista para eso. El alcalde solo empieza a reír y mirar hacia los lados incómodo.

―Iveth querida ¿por qué no vas a buscar a tu madre? ―habla con la voz más dulce que extraña vez escucho por parte de él. Asiento y obedezco su petición.

Empiezo a caminar entre el mar de personas, todas visten atuendos elegantes y caros, las mujeres caminan con el mentón alzado demostrando autoridad y confianza mientras que los hombres mantienen una expresión seria y misteriosa.

Todos aquí fingen, nadie quería venir, todo es apariencias.

La iluminación amarillenta nos cubre a todos, los altos candelabros otorgan un toque fino al lugar, el salón en sí consta de una tarima de madera donde ahora toca un joven pianista inundando el lugar con sus dulces melodías, el suelo está cubierto de una alfombra roja de satén, a los lados se encuentran las largas mesas llenas de deliciosos aperitivos. Cuanto quisiera comer uno pero no tengo apetito.

Busco a mi madre entre la multitud pero fallo en el intento, bueno tampoco tengo interés en someterme a sus regaños, ella no se interesa en las apariencias cuando se trata de mí, siempre que puede me critica frente a todos como si eso le otorgara cierta tranquilidad.

Salgo del salón y me dirijo al patio. Hace frío pero no me importa, de algo sirvió el horrible vestido que me obligaron a usar. Todo el lugar está semi oscuro, lo único que brinda un poco de luminosidad es la gran luna llena. El patio se encuentra vacío, solo hay unos cuantos árboles secos y un columpio en uno, tenía años que no veía uno.

Me acerco a dicho árbol y me siento sobre el pequeño trozo de madera. Es tan raro volver a subir a uno después de años, en mi casa antes había uno en el patio, pero mi padre lo mandó a quitar.

Empiezo a columpiarme lentamente, siento como mi vestido se arrastra sobre la tierra pero no me interesa, nada me interesa en este momento. Cierro los ojos y dejo que la sensación de elevarme y caer llenen mi cuerpo, poco a poco voy adquiriendo velocidad y altura, la suave brisa mueve mi esponjoso cabello y sin previo aviso siento como pequeñas lágrimas ruedan por mis mejillas.

Cuanto lo extraño.

Escucho pasos acercándose y dejo de columpiarme, con las mangas del vestido seco mis mejillas. Tal vez sea mi padre, si me encuentra llorando me regañará, si es mi madre me golpeará por arruinar su trabajo.

Giro mi rostro y veo a un chico acercándose, tiene un cigarrillo entre los labios, se ve tan relajado, lleno de vida, cuando nota que lo observo me regala una sonrisa.

―¿Qué hace una pequeña sola? ―empiezo a columpiarme otra vez, no creo que sea una amenaza.

―¿No eres muy joven como para fumar? ―inquiero.

―El otro mes cumplo 18, casi es legal ―escucho como ríe pero no lo imito.

No sé, una pequeña esperanza me decía que Matías era el que se acercaba, soy patética.

―¿No hablas? ―lo ignoro, lo menos que quiero son problemas, ya tengo suficientes― Bueno, tú te lo pierdes.

Escucho sus pasos alejarse nuevamente. Ahora mismo solo tengo cabeza para Matías, quiero hablarle, entenderlo.

Matías.

¡Matías!

Matías es un chico, ese chico es un chico, ¡él podría explicarme!

Dejo que columpiarme y comienzo a caminar hacia el muchacho, será una charla rápida, nadie se dará cuenta.

―¿Decidiste hablar ahora? ―da una calada a su cigarrillo, la toxicidad de su humo llega hasta mí ocasionando que tosa un poco ¿cómo las personas pueden fumar? ¿No se siente raro?

―¿Me puedes responde algo? ―me llevo un dedo a la boca mordiendo mi uña.

―Supongo ―se encoge de hombros.

Trato de pensar las palabras correctas, no quiero comprometerme mucho con este chico y no sé si conoce a mi padre, no puedo decirle nombres.

―Si somos amigos y un día dejo de hablarte de la nada ¿cómo te sentirías?

―Mal ―comenta al instante― pero depende de porqué me dejaste de hablar, si fue así por así me sentiría horrible, pero si fue por mi culpa me sentiría peor.

¿Fue por mi culpa? Es lo más razonable pero ¿qué hice? Tomo un mechón de cabello y tiro de el con fuerza, soy una tonta que no comprende algo tan básico.

Siento como el dolor vuelve a mi pecho ocasionando que mis ojos se llenen de lágrimas ¿hice algo muy malo?
El chico nota mi expresión y se agacha a mi altura.

―Dime lo que pasó.

―Es que no lo sé ―comienzo a llorar― estábamos hablando normal y de la nada se puso de pie y se fue.

Siento un dolor en mi garganta, creo que si sigo hablando voy a explotar.

―¿Sobre qué fue su última conversación? ―da otra calada a su cigarro.

La imágenes y voces llegan a mí como un relámpago, mis ojos empieza a llenarse más de lágrimas, recordar cada caricia, cada palabra, cada mirada me duele demasiado.

―Me dijo que hablaríamos durante las vacaciones ―cubro mi rostro― y yo le dije que no era necesario ―empiezo a llorar más fuerte.

Alzo la mirada y el chico me mira incrédulo ¿qué dije?

―Allí está el problema ―se endereza― se sintió mal porque no quieres seguir hablando con él, aunque me parece ridículo dejar de hablarte ―frunce el ceño.

―Yo en ningún momento dije eso ―alzo la voz y este me regala una mirada seria― ¿Cómo vamos a hablar durante todas las vacaciones por celular? En algún momento vamos a querer vernos y no se podrá ―algo hace click en mi cabeza― Oh…

Todo cuadra ¿cómo le voy a decir eso? Fue egoísta, estúpido, insensible. No tome en cuenta el hecho de que quería seguir hablando conmigo a pesar de la distancia.
Soy tan estúpida.

―Bueno ya te diste cuenta de todo ―se encoge de hombros― llorar no soluciona nada, debes ir a disculparte con él o lo que te resulte mejor.

Asiento muchas veces, mañana hablaré con él a primera hora y si no me quiere escuchar insistiré más.

―Oye gracias ―susurro― gracias por todo.

―No hice absolutamente nada ―pero me escuchaste.

―Lo sé pe- ―alguien me interrumpe.

―¿Qué crees que estás haciendo Iveth? ―la voz de mi padre se escucha furiosa, me giro y veo como se acerca dando grandes zancadas.

No.

¿Cuánto tiempo me demoré? Volteo a ver al chico y este simplemente observa la escena, no quiero que me castiguen.

―Padre te lo puedo explicar ―suplico.

Toma mi brazo con fuerza y me jalonea― ¿Qué crees que te pasa Iveth? ―grita― Me desobedeciste y... ―se agacha y huele mi cabello― fumaste.

―No padre, le juro que no he fumado, créame.

―Hablaremos en la casa ―sentencia.

―Padre déjeme explicarle ―me dedica una mira fría.

―Entra.

Volteo a ver al chico y este alza lo hombros ¿cómo puede estar tranquilo?
Obedezco a mi padre sin dudarlo, me va a castigar pero ¿cómo? ¿Me sacará del colegio?

He llorado por tantos días que ya no quedan lágrimas en mi interior, todo a pasado tan rápido. Me dirijo al baño y me miro al espejo, tengo todo el maquillaje corrido, tomo un poco de agua de limpio mi rostro, mi madre me regañara cuando me vea así.

Salgo del baño y camino hacia el gran salón, todos se encuentran sentados con una especie de cartón entre sus manos. Supongo que la subasta ya empezará.

―Muy buenas noches a todos ―la dulce voz de mi madre se escucha por los altavoces, ella se ve hermosa con su vestido rojo y su cabello en un perfecto afro, su pálida piel se encuentra limpia como porcelana y un fuerte labial rojo decora sus labios― Como primer punto quiero agradecer a todos los presentes, me llena el corazón de felicidad ver como cada vez más personas se unen a la causa ―todos se encuentran asintiendo y sonriendo, hipócritas― esta noche lo recaudado en la subasta se donará al orfanato "La sagrada familia." ―poco a poco aplausos inundan el lugar, siento como alguien pone su mano sobre mi hombro y me giro asustada, es mi padre― espero que logremos hacer felices a muchos niños. Comencemos.

Me parece tan irónico que quiera hacer felices a otros niños y no se preocupa en lo mínimo por su hija.

Veo como hace una seña y un muchacho sube a la tarima con lo que supongo es un cuadro entre sus manos.

―Como saben soy una pintora retirada ―toma el cuadro entre sus manos― pero debido a la causa decidí tomar los pinceles otra vez ―así que eso era lo que se la pasaba haciendo en su habitación― hice una serie de cinco cuadros, son los que subastaremos hoy ―gira el cuadro y no puedo evitar la boca en shock.

Es mi pintura.

―¿Empezamos? ―la subasta comienza y las personas empiezan a proponer cifras exageradas como buenos ricachones que son.

Me robó.

Mi propia madre me robó.

Volteo a ver a mi padre pero este mantiene una sonrisa en su rostro.
Así que eso es lo que hacía con mis cuadros, los vendía a su nombre.

Una oleada de furia me invade, quiero gritarle, reclamarle, decirle a todos que están comparando mi trabajo, no el de ella.

Pero no puedo.

Estoy en una muy mala posición con mi padre, piensa lo peor de mí, hacer un escándalo solo traería más problemas.

Me siento ultrajada, decepcionada, no pensé que mis padres podrían caer más bajo.

Desconocida.
13 de noviembre de 2006.

Eran las 5:30 de la tarde, una fuerte nevada había arrasado al pequeño pueblo, las calles se encontraban cubiertas de nieve y la visibilidad era minima.

La pequeña niña se encontraba en la parroquia, estaba de rodillas orando frente la imagen de Jesús crusificado. Ella no sentía miedo, ella estaba feliz por quedarse con su señor.

El frío era insoportable, las velas no podían mantanerse encendidas y el delgado cuerpo de la pequeña temblaba.

Ella rezada con fervor, sus tiernos susurros llenaban todo el lugar.

―Por favor, castiga a todos, mandalos al infierno, ninguno es digno de estar entre los vivos. Son pecadores, hipócritas ―frunce el ceño― pero no lo castigues a él, él es mi salvador, cuídalo de quienes lo quieran lastimar, no dejes que le hagan daño a tu enviado.

El señor sonríe al escuchar eso, logró que la niña lo considerara su dios, se sentía poderoso, lleno, pero quería más, quería mucho más.

―Mi pequeña ―la abraza desde atrás y besa su cuello, el aroma a colonia de niña lo estimula― ¿rezas por mí? ―la niña asiente sonriente― ¿rezas por ti?

La pequeña confundida se gira― ¿Por qué debería rezar por mí si usted me cuida? ―el señor ensanchó su sonrisa.

―¿Qué me consideras pequeña? ¿Un amigo? ¿Un padre? ¿Un dios? ―necesitaba oírlo de su tierna voz.

―Es mi salvador, usted sacó mis demonios ―la pequeña toma las mejillas del hombre― usted me enseñó el camino.

El señor se pone de pie y se aleja de la pequeña― has hecho el mal ―sentencia― ¿por qué sigues lastimando al prójimo?

La niña abre sus ojos― ¡miente! Yo los he ayudado a limpiar sus pecados.

―¿Quién te dio ese derecho? ―alza una ceja.

―Quería ayudar a otros como usted me ayudó a mí.

El señor niega decepcionado― A mí me enviaron a hacer ese trabajo ―la pequeña baja ma mirada― pero te puedo enseñar una manera de limpiar sus pecados sin que las otras personas se enteren.

―¿Cómo? ―la confusión invade a la pequeña.

―Es fácil ―se gira y camina hacia la pequeña― eres muy linda y tierna ―acaricia la mejilla de la niña― te harás su amiga y los traeras acá ―sonríe maliciosamente― no importa si son niños o niñas, pero no debes decir que yo te dije.

―¿Usted limpiara sus pecados? ―el señor asiente― ¿y si le dicen a alguien? Usted me dijo que no hablara con nadie de esto.

―Mi pequeña niña ―se agacha a su altura― tú los convenceras de no decirle a nadie, yo sé que puedes ―besa sus labios― aprenderás a hacerlo y serás mi sucesora ―susurra.

―¿Qué es "sucesora"?

―Harás lo mismo que yo después que vaya a los reinos de los cielos.

―¿No iré con usted? ―ladea la cabeza.

―Tú misión es seguir mi legado.

La corrupción puede volverse cada vez más oscura y asquerosa.



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